Decir que sí
1.- Pensé que ya no te volvería a ver...
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A pesar de que en la mañana el día estaba agradable, ahora corría mucho viento. Un viento algo extraño, como si una corriente se hubiese levantado cuando ella decidió salir.
Aunque no era para nada trabajólica, le gustaba contemplar el edificio cuando estaba a solas, y acostumbraba irse de las últimas de la oficina, con la estúpida excusa de que quería adelantar trabajo para el día siguiente. Nadie le replicaba, porque tampoco alguien se permitía poner en dudas la responsabilidad y el perfeccionismo de la jefa. Después de todo, llegar a donde estaba tenía que haberle costado mucho más que fuerza de voluntad y dinero para pagarse la carrera...
Eran las nueve y media de la noche, y al fin el hambre de soledad de la chica se vio saciado. Decidió que era hora de volver a casa, aún cuando no le gustaba mucho la idea. La soledad de la oficina era acogedora, con su ventanal gigantesco que daba hacia la avenida más concurrida de Tokyo, al mismo tiempo abarcaba un gran pedazo de cielo que, en noches como ésta, le transmitían un aura bastante celestial al universo. Era como ver todo con ojos de niño. La soledad de su departamento le recordaba todas las cosas que fue dejando por el camino para llegar a estar parada en donde se encontraba. Y a veces se arrepentía... todo había que decirlo. Se arrepentía de haber sido tan impulsiva cuando pequeña. Ahora estaba sola, y era una decisión que había tomado sin influencias de nadie...
Siempre fue así. Siempre hizo lo que quiso. Pero cuando lo que quieres no puedes conseguirlo porque ya decidiste abandonarlo una vez, es algo complicado. A pesar de que estos confusos pensamientos viniesen a su mente en algunas ocasiones, no se quejaba. Sabía que no había mucho en lo que confiar desde aquel momento, perdido en el tiempo y en el espacio... oculto en lo más oscuro de su corazón, donde nadie pudiera verlo. Ni siquiera ella. Desde ahí que decidió partir lejos de todo y de todos. Forjarse una vida nueva, limpia, sin los estigmas de su infancia y parte de su juventud. Dedicarse al estudio aunque no le gustara, entregarse al trabajo aunque no le motivase...
Todo por huir de la humillación. De la frustración.
De lo que había sido ella hasta ahora.
Las diez de la noche.
—Rika, no te sirve de nada estar filosofando ahora. El camino esta trazado, solo hay que seguirlo.
Así que caminó lentamente hacia los estacionamientos de la compañía, donde la esperaba su máximo orgullo. Lo único que realmente amaba de todo lo que había conseguido a sus veintitrés años. Lo único que la había ayudado en algo a calmar su angustia desde que se daba el tiempo de pensar. Su motocicleta.
Ella no tenía idea de esas cosas, pero la encontraba perfecta. Andaba a velocidades infartantes, y eso le gustaba. Era azul, y eso la identificaba. Cuando se montaba en ella, era como estar en el lomo de Renamon... otra vez.
El único recuerdo bonito tal vez de esas épocas estaba guardado en el Digimundo, y la calmaba el pensamiento de que nadie podría sacarlo de allí, y ensuciarlo de esta porquería que la rodeaba. Pero ese recuerdo también la torturaba, pues lo compartía con cierto personaje que se encargó de hacerle la vida de cuadritos.
—Y gracias al cielo que no volveré a verlo jamás en la vida. A estas alturas debe de estar muerto el muy...
Montó, y se largo a recorrer calles por ahí. No tenía por qué volver a casa aún...
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Cerró con llave todo muy bien, aunque sabía que no había nada de valor que pudiese despertar la codicia de algún extraño. Era una costumbre arraigada desde tiempos que ya no recordaba, siempre tan cuidadoso de que todo estuviera en orden... No le gustaba perder cosas, y refunfuñaba cuando pensaba que su vida era una sucesión de pérdidas bastante irónica.
Sea como fuere, le gustaba dejar todo bien cerrado. Y al que no le parecía bien, que se aguantara. Eso era para que el abusador de su jefe se lo piense dos veces antes de dejarle trabajos extra. ¡Por todos los cielos, él era detective, no secretario! ¡A él no le correspondía estar organizando ficheros, ni guardando papeles...! Así que por la mañana, cuando todos llegaran y encontraran cerrado, sin posibilidades de entrar, se darían cuenta de lo valioso que era él en sus vidas laborales, y tal vez... solo tal vez, le tratarían con más consideración.
"—Bien pensado Ryo. Me gusta que te quieras así. Al menos eso no ha cambiado mucho..."
Salió del inmaculado recinto cuidadosamente. No porque incomodase a alguien, sino porque le provocaba escalofríos sentir el eco de sus pasos en la fría baldosa del suelo. No quería oírlos. Nunca le gustó escucharlos, menos ahora, que se sentía tan extrañamente inútil. Él conocía esa sensación, la había tenido antes. Le daba en una fecha especial todos los meses. Sonreía cuando comparaba ese periodo de debilidad con la menstruación femenina. Y tanto que se burló de las mujeres que lo rodeaban...
Se sentía frágil, vulnerable, sin ganas de nada. Le costaba entender que la vida seguía, que había que moverse. Pero una incontrolable modorra le invadía por dentro, y ya después de eso, la infinita angustia.
Era difícil olvidar una fecha como aquella.
—¿La recordará ella?
Sabía que sí. Era el día en que él le destruyó la vida. El primer y último día en que la vio derramar lágrimas. Y fue su culpa...
Pero ¿por qué seguir torturándose con un recuerdo del pasado? ¿Por qué tenía que existir el maldito remordimiento? ¿Por qué se sentía tan culpable, si al fin y al cabo, la pelirroja había desaparecido de su vida para siempre? ¿Para qué, si ella no lo va a perdonar de igual modo? ¿Para que... si igual ella no va a volver jamás?
Dio un paso en falso. Un paso que resonó en la baldosa del recinto. Se detuvo, como si con eso fuese a acallar el molesto sonido que interrumpió sus pensamientos.
El frío.
Hoy hacía tanto frío como esa vez. ¿Por qué por más que intentaba olvidar esos dos días, no le resultaba? Eran dos días que eliminaría de su vida si pudiese. Bueno, solo borraría el segundo... el primero estaba grabado a fuego en su corazón, y recordarlo era la única cosa que hacía que el calor le regresara, y se sintiera capaz de seguir viviendo. Pero al segundo... todo había acabado. Y después de eso, nada.
Andaba un poco masoquista esa noche, así que ¿qué más daba recordar esos días otra vez?
Lo único que podía perder si lo hacía era el tiempo. Pero tampoco era que alguien lo estuviese esperando... daba todo exactamente igual.
Su reloj de pulsera tintineó un par de veces. Lo hacía cada hora, y esta vez oyó claramente diez chirridos provenir de él. Las diez de la noche. Diez chirridos que resonaron en el vestíbulo del edificio.
—Tal vez lo recuerde cuando salga de aquí.
Ese lugar lo enfermaba. ¿Cómo podía estar trabajando allí? No sabía mucho...
Desde que Rika había desaparecido de su vida, no sabía cómo había hecho algunas cosas que, de haber estado cien por ciento en sus cabales, no habría hecho jamás. Una de ellas era meterse a la Escuela de Investigaciones. ¡Ah, rayos! La condenada pelirroja tenía la culpa de toda su desgracia. Se fue, y el murió. No quedó con nada, ella se lo llevó todo. Y aunque sabía que él tenía toda la culpa de que ella se hubiese marchado aquella vez, le gustaba odiarla y culparla a veces. Se sentía más liviano. El fantasma de la pelirroja era algo a lo que podía recurrir cada vez que quería encontrar culpables. Era, en cierto modo, útil.
¿Cómo sería su vida si estuviera Rika a su lado ahora?
Le gustaba imaginar: una casa grande, magnífica. Muchas criaturas revoloteando por ahí, en un ambiente de miel y amor puros. Él rodeándola con su brazo, y ella cobijándose en su regazo. Viendo pasar los días delante de ellos como una novela rosa. Como si la estuvieran viendo a través de una pantalla, por el televisor.
No... tal vez con Rika los días no serían tan melosos. Felices, pero de un modo bastante distinto. Diferente cada día uno de otro, sabía que ella odiaba la monotonía. Tal vez fuera él quien tuviera que soportar los partidos de fútbol los domingos, soportar las continuas salidas al estadio, al cine, al parque... quién sabe.
Y le hacía daño abrir los ojos y encontrarse aún en el maldito pasillo del maldito departamento de policía donde trabajaba. Malditamente.
Así que decidió salir de una buena vez de allí.
Retomó los silenciosos pasos que lo llevarían afuera del recinto y lo conducirían hasta su automóvil. El mismo que lo llevaría hasta su departamento, en el último rincón de la ciudad. Lejos de todo esto, que constituía una gran mentira. La mentira de la cual se sustentaba, a duras penas, para demostrarse a sí mismo que había vida después de esos dos días que tanto le gustaba maldecir.
Y empezó a manejar a toda velocidad hacia las afueras de Tokyo...
Otra cosa que odiaba era hacer el mismo recorrido todos los días. Le gustaba ver cosas nuevas, caras nuevas, barrios nuevos. Para ver si en alguno encontraba a la pelirroja...
¡¡¡Por dios, no podía hacerse eso! ¡No podía seguir haciéndose eso, tenía que aprender a olvidar de una buena vez! ¿Hace cuánto que termino? ¿Siete años, más o menos? ¡Y él todavía viviendo de un recuerdo! ¡De un estúpido recuerdo que no le ayudaba en nada ahora! ¡Que lo único que hacía era matarle, lento pero seguro! Por que ¿cuánto tiempo más iba a aguantarlo? ¿Cuánto faltaba para que se hartase de todo, que le diera el ataque y desarmase todo lo que había construido a costa de sí mismo, como quien sopla una torre hecha de naipes?
¿Cuánto más podría soportar?
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Iba distraída, es cierto. Pensando y pensando qué demonios podría hacerse de cenar cuando llegase a casa. Eso y algunas nimiedades también... no había para qué negarlo. Porque de tanto trabajar, hasta se le había olvidado comer... no había desayunado bien, lo había hecho a la rápida. Después, cuando llegó a la oficina, se encontró con que uno de sus asistentes se había enfermado. Maldijo un poco en todos los idiomas que sabía y se dio a la tarea de hacer el trabajo que quedaba suelto. Por suerte sabía hacerlo... en realidad ella sola podría atender esa empresa si pudiese multiplicarse, pero como no era el caso... al diablo. La cosa era que no había tenido tiempo de comer algo en ese momento. Y después se saltó la hora de almuerzo porque no hallaba de donde sacar minutos para terminar los fulanos informes, coordinar con los distintas secciones, preparar los comerciales, fotografías, modelos...
Pero ahora, a las diez y algo más de la noche, su organismo le estaba pasando la cuenta. Porque ese cuerpezote que tenía no se sustentaba de tajadas de aire, no señor. Tendría que haberse dado el tiempo... fue irresponsable y lo sabía. Pero de un tiempo a esta parte, le daba más o menos igual lo que le pasase. A veces creía que morir sería el regalo más grande que podría alguien darle... Por eso le encantaba jugar con la velocidad, que era el arma mortal que más a mano tenía. Por eso se pasaba horas de su fin de semana excediendo el límite de velocidad en la 'golondrina'... así solía llamar a la motocicleta azul en la que iba montada. 'Golondrina'... sonaba lindo, libre, rápido, inolvidable.
Y al fin parece que se le había dado.
En parte, vio un poco borroso el camino durante unos momentos. Se lo atribuyó inmediatamente a la falta de alimento. Cuando logró calibrar la vista al frente otra vez, se halló en un cruce algo desconocido, bastante alejado de la ciudad. Probablemente estaba en las afueras de Tokyo, lugar donde ella nunca había llegado. Lo siguiente de lo que fue consciente, fueron muchas bocinas de autos que venían detrás y al lado de ella. No les prestó atención, porque en aquel momento, el semáforo estaba cambiando rápidamente de verde a amarillo. Eso, en lenguaje común significaba "espérate hasta el otro turno. No pasarías ni aunque volaras". Al menos era lo que cualquier individuo entendería con esa señal... pero Rika veía un desafío en todo aquello que le implicara detenerse. Y esto no era la excepción...
Apretó más a fondo el pedal de la golondrina, más aún de lo que ya estaba... y se lanzó al cruce. Si sobrevivía, bien, y si no... ¡mejor!
Era una manera rápida de saber si le quedaba algo por hacer en este mundo o no. La mayoría de las veces que lo intentaba, llegaba a la conclusión de que sí tenía algo más que hacer, y cuando llegaba a casa, se preguntaba que sería aquello que la ata al mundo todavía... pero nunca podía contestarse.
Y pensar que ahora no tuvo tiempo...
El cruce, la luz del semáforo y los sonidos de las bocinas se mezclaron en una sola vorágine, oscura y pegajosa, que se envolvía alrededor de ella. Se le nubló la vista otra vez, y decidió que nunca más se pasaría el día sin comer nada. Sintió que alguien le daba un topetazo muy fuerte desde el lado izquierdo... y no fue capaz de recordar nada más.
La oscuridad se apoderó de sus sentidos.
Simplemente no había un más allá...
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No supo bien qué hacer. ¿Había sido su culpa o la del motociclista?
Porque él iba con la cabeza en otra parte, pero su vista estuvo siempre al frente, pendiente de cualquier pequeña cosa que pudiese desencadenar en algo así... pero sencillamente jamás vio a esa motocicleta azul venir desde su derecha. No había que ser muy listo para saber que venía a exceso de velocidad y que se había pasado un semáforo en rojo.
Maldijo por lo bajo. ¿Por qué la gente era tan cobarde de que, si quería morir, no lo hacia por sí mismo e involucraba a gente con menos moral que ellos para matarse? A estas alturas daba lo mismo. La moto yacía varios metros mas allá, el conductor otros cuantos metros mas acá... ¿Dónde radicaba la diferencia?
—En que TÚ eres el culpable y no otros, como de ordinario. Ahí esta la diferencia, así que muévete.
Un montón de gente se había apiñado en las proximidades del accidente. Gente que no aportaba en nada. Sonrió. Le encantaba hacer lo que haría ahora, le daba autoridad.
Se abrió paso entre la muchedumbre, y levanto la voz.
—Déjenme pasar... —y mostró una placa de tamaño no despreciable bañada en algo que se asemejaba al oro. De Policía, claro estaba.
Infalible. Todos se hicieron a un lado, sabiendo que por lo menos, el asunto estaba en manos responsables. El persuasivo tono de aquel hombre castaño era una garantía de seguridad que nadie podía explicar bien. Aunque él fuera el culpable de que aquella chica estuviera medio muerta, casi derramada en el piso.
El policía se hincó en el suelo cerca de la víctima, levantándole con cuidado la cabeza para quitarle el casco y depositarla posteriormente en su regazo, en una posición más cómoda para tomarle los signos vitales.
Ojalá nunca se lo hubiera quitado...
Al hacerlo, siete años de inercia y dolor se agolpaban en su subconsciente.
¿Era ella?
—Ryo, estas delirando. Te sugestionas, sólo pensaste demasiado en ella antes de estar aquí. Es todo.
La niebla que llenaba su mente se disipó lentamente, cuando recordó el contexto de la situación. Le tomó el pulso... débil pero presente. Lástima, era una chica linda después de todo. ¿En qué iría pensando cuando manejaba? Difícil saberlo. Lo importante ahora era que podía hacer algo por ella. Mientras tuviese pulso, podría vivir. ¿Pero a dónde la llevaría? ¿al hospital?
Sonaba algo obvio. Aunque no era para tanto, era lo mejor que podía hacer. Aunque los detestase profunda e irremediablemente.
Pero debía avisar a alguien. La muchacha no podía estar tan desamparada como él, tenía que existir alguien a quien le importase, así que, depositándola cuidadosamente en el suelo (habiéndole puesto su propia chaqueta como almohada) corrió hasta la motocicleta para ver si algún documento podía ayudarlo a identificarla.
Fueron minutos demasiado lentos para su gusto. Sus pies no lograban devorar la distancia que había entre la victima y el vehículo, su velocidad estaba programada en cámara lenta... Pero logró llegar. Abrió el compartimiento que suelen tener todas las motocicletas debajo del asiento, y encontró muchas cosas... revistas, un neceser, artículos básicos de reparación... documentos.
Vio un nombre estampado en ellos. En el apartado de propiedad del vehículo. No vio dirección, ni nada más. Solo vio el nombre. Y de repente se sintió enfermo.
¿Cuántas 'Makino Rika' habrá en la ciudad?
Para él había sólo una.
La de su pasado...
La que acababa de chocar con el auto. La que yacía más allá, la que casi no tenía pulso.
La que lo torturaba cada noche. La que recordaba cuando estaba deprimido. La que no podía olvidar. La que se fue de su vida hace siete años. La que perdió sin saber cómo. O sabiendo, pero no teniendo la culpa. Una sola.
¿Era ella?
¿Había regresado?...
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Notas de la autora: ¡¡¡HOLAAA! XD... pues bien, al fin puedo volver. No había tenido tiempo de pasar este fic a la PC (ni tampoco había tenido PC ¬¬), pero espero que haya valido la pena hacerlo. Es una historia que a muchos se le hará extraña, en realidad no dice gran cosa este principio.
Esta ambientado en el año 2015, y aunque no sea un dato relevante, Rika tiene 23 años y Ryo 27. Todo esta un tanto cambiado, menos el hecho del que parte todo esto: la serie. Todo lo que allí ocurrió en este fic existe, es como una continuación bastante tiempo después.
Si alguien tiene alguna duda, o no le quedo claro algo, puede preguntar... más bien espero que alguien deje su review por aquí, si no, no pienso continuar ¬¬. A pesar de que a mi me gusta mucho esta idea... no se, me voy a arriesgar. Si gusta, le sigo. Ojala que sí, pues es la primera cosa seria que escribo en mucho tiempo, y quisiera continuarla sabiendo que a ustedes le agrada. Así que por favor, ¡REVIEWS! n.n... no sean malos conmigo... u.u
Y si alguno de los autores de Ryoki esta leyendo esto... ¡actualicen! ¬¬ no dejen que se extingan los fics de esta pareja... O me veré obligada a taponear la sección con mis burradas ¬¬
Jeje, como sea, ya saben. ¡Espero sus comentarios!
-Mileena.
27-05-06
