Naruto y todos sus personajes son propiedad de Masashi Kishimoto


Título: Gangster's Paradise.

Autor: Bel'sCorpse.

Rating: M.

Resumen: Lo que comenzó como un proyecto de grado se transformó en una tórrida y peligrosa relación amorosa en la que tenían todo por perder y casi nada por ganar. Atrapado en el oscuro mundo de las pandillas, Uchiha Sasuke tendrá que tomar la decisión más difícil de su vida: quedarse junto al hombre que ama o entregarlo a la justicia.


Llovía.

Un muchacho corría desesperado por las calles, tratando en vano de mezclarse con la multitud. Su aspecto, tan extraño, llamaba demasiado la atención: cabello rubio, ojos azules, físico de envidia y la sangre que le manchaba el rostro. La gente se abría como la marea para dejarlo pasar, sin ofrecerle el refugio que tanto necesitaba. Pesadas lágrimas le corrían por las mejillas. Estaba perdido.

Echó un vistazo hacia atrás y el miedo le atenazó la garganta. Esos malditos iban a alcanzarlo. Aceleró el paso. Esquivaba transeúntes a toda velocidad, saltaba a la calle sin comprobar si venían autos. Entonces reconoció el familiar letrero que indicaba una de las paradas del metro. Si conseguía colarse en el tren estaría a salvo. Y de repente lo arrastraron a un callejón oscuro. Gritó, luchó, pero la presa en sus brazos no se desvaneció. Dejó de moverse cuando una voz grave susurró en su oído. Alguien trataba de ayudarlo. Era un muchacho de su edad, de piel pálida, con ojos tan oscuros como el callejón en el que se encontraban.

Aquí no te verán.

El rubio soltó un lastimero suspiro. Sus perseguidores pasaron de largo el callejón y desaparecieron en la esquina siguiente.

Gracias.

Límpiate la cara —el chico de ojos negros le dio un pañuelo.

El rubio tardó en reaccionar. Para cuando quiso detener al muchacho, este ya había cruzado la calle, fundiéndose con la marea de personas.

1: Sasuke.

No faltaba mucho para el final de la clase.

Uchiha Sasuke, sentado al fondo del salón, contemplaba por la ventana el frondoso jardín de la facultad, ensombrecido por las nubes negras que surcaban el cielo. A esa hora del día su cerebro se desconectaba y se olvidaba por completo de que estaba en clases y que eso suponía prestar atención al profesor. Últimamente aquellos episodios se repetían con más frecuencia y el personal docente y sus compañeros habían comenzado a notarlo. No era precisamente un hombre comunicativo, pero tampoco vivía en constante silencio. Aun así, lo dejaban a su aire. Era el mejor alumno de la universidad y sin importar cuanto fantaseara durante el día, siempre sacaba notas excelentes.

—… y una cosa más antes de que se vayan —decía el hombre frente al salón, de rostro delgado y cabello gris bastante despeinado—, el proyecto de labor social ya fue aprobado, así que los alumnos de grado de todas las facultades tienen que completarlo de forma obligatoria si es que quieren graduarse a fin de año —molestos murmullos se expandieron por el salón. Ya sabía él que esa idea no les iba a cuadrar para nada—. Lamentablemente no tienen opción, no es orden de la universidad, sino del sistema educativo.

—¿Cuánto tiempo dura el proyecto? —preguntó una alumna sentada a pocos pasos de Sasuke.

—Dos meses, comenzando desde el lunes —se acercó a su escritorio, tomó unos impresos y los repartió entre sus alumnos—. Eso que les acabo de entregar son las reglas del proyecto y tienen que cumplirlas a cabalidad. Básicamente es un programa de hermano mayor, pero sus protegidos tendrán más o menos su edad y son delincuentes juveniles…

—¡¿Qué cosa?!

En cuestión de segundos se desató el caos. Kakashi esperó prudentes diez minutos antes de mandar a callar a todo el mundo. Se recostó contra el pizarrón y se quitó los lentes de montura metálica para presionarse el puente de la nariz. Comenzaba a dolerle la cabeza.

—A ver, ya les dije que no es opción, así que quejarse está desperdiciado. Estos muchachos tienen antecedentes penales, sí, pero la mayoría son estudiantes de universidad o pequeñas academias; sí, hay algunos que todavía están en las andadas y eso no es problema suyo. Lo único que tienen que hacer es compartir dos meses con ellos, escribir un reporte al final del proyecto y eso es todo. Si no quieren hacerlo, se joden porque no se gradúan y si tienen más quejas vayan a contárselas al director porque yo no tengo nada que ver con esto —soltó de corrido, granjeándose un ofendido silencio como respuesta—. El lunes vendrán los oficiales de conducta que se ocupaban de los casos de los chicos. Son cien muchachos y son cien alumnos de grado, todos tendrán un protegido. Nos vemos el lunes.

Y salió del salón antes de que alguien pudiera protestar.

Los alumnos, molestos, recogieron sus cosas de malas maneras y abandonaron el aula en grupos, discutiendo y quejándose sobre la arbitraria decisión de la directiva. Sasuke fue el último en marcharse. A él le traía sin cuidado si tenía que hacerle de niñera a un niñato por dos meses así como le traía sin cuidado la indignación de sus compañeros. Sus padres lo habían educado de forma que cuando recibía una orden su único impulso era cumplirla. Aun así, le molestaba la idea de compartir con un desconocido. Hacer amigos era lo último en su lista de prioridades y ese proyecto tenía toda la pinta de proponerse aquello como meta. Hacía meses que el sistema educativo del país estaba tratando de involucrar a los jóvenes en sus obras sociales y habían encontrado la manera perfecta.

Con la mochila colgándole del hombro, recorrió los pasillos de la facultad de administración en completo silencio y salió al patio, respirando profundamente el aire cargado de humedad. Iba a caer una tormenta el cualquier momento. No tenía ni dos minutos afuera, cuando alguien se le acercó por la espalda, atrapándolo en un fuerte abrazo. Sin necesidad de voltearse para identificar a su atacante, Sasuke echó a andar por el camino adoquinado. Una muchacha de largo cabello rosa se materializó entonces a su lado, luciendo una expresión igual de ofendida que la de sus compañeros.

—Me parece una soberana estupidez —soltó la chica, ácida—. Los de medicina no tenemos tiempo para respirar, menos para andar de amiguitos con delincuentes; ¿cómo pretenden que saquemos buenas notas cuando nos cortan el tiempo de estudio a la mitad?

Sasuke simplemente se encogió de hombros. Conocía a Sakura mejor que a nadie en el mundo y sabía que cuando le daban uno de sus arranques de mal humor era mejor escucharla sin hacer comentarios. Todo el camino a la cafetería, Sakura se quejó del dichoso proyecto. Solo se calló cuando tuvo que pagarle a la cajera por su comida y luego reanudó su perorata en la mesa.

—Sakura, basta —dijo con voz firme, aburrida.

La muchacha dejó de hablar inmediatamente.

—Lo siento —se disculpó, dándole un sorbo a su café—. En fin, ¿tienes planes para hoy?

—Sí.

Sakura frunció el ceño. Sasuke estaba mintiéndole. Él nunca tenía planes los viernes.

—Puedes venir a cenar en mi casa, te lo debo —ofreció sin mucha convicción—. O podemos ir al cine… —pero se detuvo cuando se dio cuenta de que era inútil—. Soy tu mejor amiga, Sasuke, y nunca sales conmigo.

El muchacho soltó un sufrido suspiro.

—Estaré allí a las ocho —concedió a la final.

Sakura soltó un animado chillido y rompió a hablar sobre su día. Sasuke la escuchaba sin prestarle mucha atención. Nunca lo admitiría en voz alta, pero agradecía tener a Sakura de amiga. La muchacha compensaba con su alegría todo lo que a él le sobraba en seriedad. Eran un dúo extraño pero bien balanceado.

Después de su parada en la cafetería, cada cual tomó su rumbo. Sasuke cruzó la universidad en cuestión de minutos hasta llegar al estacionamiento. Con el mando a distancia le quitó los seguros al auto y se metió en el asiento del piloto en el preciso instante que comenzaba a llover. Encendió la calefacción y se acomodó la bufanda alrededor del cuello antes de salir disparado hacia la calle.

Llegó a su casa tras una hora de recorrido. Cuando llovía, las atestadas calles de Konoha se inundaban y los autos tenían dificultades para transitar. Subió por el ascensor hasta su departamento ubicado en el quinto piso y en la puerta se quitó la ropa y los zapatos mojados antes de entrar. El lugar estaba arreglado con gusto exquisito, en una elegante combinación de blancos, negros y estridentes toques de rojo y azul por doquier. Pasó por la sala prendiendo el equipo de sonido. Pronto una profunda y triste melodía inundó el departamento.

Tenía unas cuantas horas para llegar a casa de Sakura, y aunque no estaba completamente seguro de dónde vivía, se hacía una idea general del sector. Era bastante estúpido, pero en todos los años que la conocía, nunca se había molestado en ir a su casa. Se metió en la ducha y salió al poco tiempo con una toalla envuelta alrededor de la cintura, rumbo al armario. Se arregló con calma, tarareando de forma inconsciente al ritmo de la música.

Salió de su casa con tiempo de sobra, conduciendo por las calles anegadas en agua. Fue entonces cuando cayó en cuenta que no sabía a dónde debía ir, así que llamó a Sakura para pedirle direcciones y antes de finalizar su conversación se le apagó el móvil. Insultó por lo bajo. Airado pulsó las calles que le dijera Sakura en el gps y siguió las indicaciones. Ya había llegado a la autopista cuando su auto comenzó a darle problemas. Estresado, torció a la izquierda por una salida sin señalización y avanzó unas cuantas cuadras hasta que las alertas de falla de motor y de aceite se encendieron en el tablero. Le pareció escuchar una advertencia del gps, pero no tenía cabeza para prestarle atención. De todos los momentos posibles, tenía que dañarse el auto en ese preciso instante. Echó un vistazo por la ventana: no tenía ni la menor idea de dónde estaba.

—Mierda —el motor emitió un último crujido antes de apagarse por completo—. Mierda.

Estaba varado en la mitad de la calle, atrapado en una torrencial lluvia y con el móvil descargado. Consideró por un instante la idea de bajarse a empujar, pero cambió de opinión con rapidez. No iba a moverse de allí. Soltó un amargo suspiro y enterró el rostro entre las manos. Definitivamente ese día no podía ponerse peor. Maldijo en todos los idiomas que conocía y se resignó a esperar sentado a que pasara la tormenta. Al menos no estaba en una carretera, sino en un pequeño barrio residencial con casas de dos plantas cuya pintura estaba cocinada por la exposición al sol y que se desconchaba a trozos del cemento. Algunas ventanas estaban encendidas, pero la mayoría se mantenían tan oscuras como el cielo. Se acomodó mejor en el asiento y cerró los ojos…

…golpes resonaban a lo lejos. Parpadeó despacio y se dio cuenta, horrorizado, de que se había quedado dormido. La lluvia caía con más fuerza si cabía y recortada contra el cristal de la ventana se distinguía claramente la silueta de un muchacho. Bajó el cristal un tanto, sacudiéndose violentamente a causa del frío.

—¿Necesitas ayuda? —escuchó preguntar al muchacho.

Su primer instinto fue responderle alguna tontería y cerrar la ventana, pero un hombre en su posición no podía estar escogiendo. Se bajó del auto, maldiciendo la lluvia y entre los dos empujaron el cacharro hasta estacionarlo en un espacio vacío.

—Sígueme.

Sin pensar, Sasuke aseguró el auto y corrió tras el chico. Cruzaron un largo e inundado callejón hasta dar con unas empinadas escaleras de metal que daban a una pequeña puerta. Subieron a toda velocidad y apretujados bajo un diminuto techo, Sasuke esperó a que el muchacho abriera la puerta.

El departamento era pequeño, decorado con muebles viejos y dudable gusto, pero emitía una calidez que nada tenía que ver con el sistema de calefacción. Una puerta conducía a la diminuta cocina, otra a una habitación con baño propio, una sala y comedor diminutos y eso era todo. El muchacho encendió la luz y Sasuke tuvo la oportunidad de verlo bien por primera vez: era alto, casi tanto como él, de rebelde cabello rubio y piel bronceada. Su rostro todavía conservaba ese aspecto de niño aunque su madura y esculpida figura probaba lo contrario. Pero lo más impresionante, dejando de lado sus brillantes ojos azules, eran las tres cicatrices paralelas en sus mejillas. Sasuke reprimió el alarmante impulso de recorrerlas con los dedos.

—No es la gran cosa, pero puedes quedarte aquí hasta que pase la tormenta —le dijo el muchacho. Tenía la voz melodiosa y alegre—. Me llamo Naruto —le ofreció su mano.

—Sasuke —la estrechó con brevedad—. Gracias —añadió a la final.

Naruto se encogió de hombros, sonriente.

—No es nada. Espera aquí, traeré algo para que te seques.

Y desapareció a toda velocidad en su habitación. Regresó a los pocos minutos usando ropa seca y con un bulto de tela en las manos que le entregó a Sasuke.

—Te traje una toalla y una sudadera para que te cambies, así no te enfermas.

Un tanto descolocado por la amabilidad del rubio, Sasuke utilizó la toalla de mano para secarse el cabello y luego se quitó su camisa empapada y la cambió por la sudadera. Las mangas le quedaban un poco cortas, pero eso era todo.

—Dame eso, lo pondré a secar —le quitó a Sasuke su ropa y la toalla y marchó a la cocina. El moreno lo siguió de inmediato—. ¿Quieres un té?

—¿Qué? —Estaba demasiado desconcertado; nadie lo había tratado nunca con tanta amabilidad—. Perdón; sí, claro —gracias y perdón, dos palabras que no decía nunca y que había utilizado en menos de diez minutos.

Naruto le sonrió y sacó un par de tazas de la alacena y las llenó con agua caliente que tenía en un termo. Puso dos bolsitas de té en el agua y le entregó la taza a Sasuke. Tomaron el té en silencio, lanzándose curiosas miradas de vez en cuando.

—Es la primera vez que te veo por aquí —dijo el rubio largo rato después—. ¿Te perdiste?

Sasuke frunció el ceño. ¿Tan evidente era?

—Tomé la salida equivocada —concedió—. ¿Has hecho costumbre aprenderte de memoria que autos pasan frente a tu casa?

Naruto soltó una risotada, limpia y clara. Muy a su pesar, Sasuke sintió su corazón dar un vuelco.

—Ningún auto como el tuyo pasa por aquí. Nunca. No fue difícil adivinar el resto.

—¿Dónde estoy?

—En los límites de la ciudad. Si sigues recto por esta calle das con la autopista alternativa a Suna. Hace años que nadie la usa.

Sasuke desvió la mirada un instante. Había terminado en uno de los sectores más peligrosos de la ciudad y como un idiota se había metido de cabeza en la casa de un desconocido. Trató en vano de mantener el rostro sereno. Al otro lado de la encimera el rubio parecía leerle el pensamiento.

—No voy a hacerte daño, desconfiado —soltó con reproche—. Necesitabas ayuda y te ayudé. No todos los que vivimos aquí somos delincuentes.

—Lo siento —allá iba a disculparse de nuevo. Ese muchacho tenía una excepcional habilidad para hacerlo sentir culpable en cuestión de segundos.

Volvieron a quedarse callados. Sasuke observaba a Naruto ir de un lado al otro en la cocina, ordenándolo todo mientras miraba fugazmente por la ventana. La torrencial lluvia no parecía tener intenciones de detenerse. Conteniendo una maldición, el moreno consultó su reloj. Ocho y treinta. Sakura iba a matarlo.

—¿Puedo usar tu teléfono? —preguntó de repente.

—No tengo línea fija, pero puedes usar mi móvil —lo rescató de sus pantalones y se lo entregó al moreno—. Junto a la puerta consigues mejor señal.

Sasuke asintió y marchó a la entrada. Sakura contestó al segundo timbrazo.

"¿Dónde demonios estás?"

—Mi auto se descompuso —dijo en voz baja—. No llegaré.

"Ya me lo suponía. ¿Del móvil de quién me llamas?"

—Estoy en casa de un amigo; es largo de explicar. Nos vemos.

Y colgó sin darle tiempo a Sakura de responder. Regresó rápidamente a la cocina, de dónde Naruto salía cargando dos tazones enormes de ramen, a juzgar por el olor. Lo siguió dócilmente al pequeño comedor para dos.

—Supuse que tendrías hambre —se excusó el rubio.

—Eres demasiado amable —soltó Sasuke casi a modo de insulto. Su actitud le repateaba; eso y la molesta sensación de que lo había visto antes.

Naruto frunció el ceño.

—Tal parece que a ti nadie te trata con amabilidad —le dio un sorbo a su tazón—. ¿No tienes amigos?

—Sí, pero—.

—Pero te tienen miedo, así que se andan con cuidado a tu alrededor con la esperanza de no hacerte enfurecer porque puedes llegar a ser un imbécil si te lo propones. Yo solo soy un desconocido que se ofreció a ayudarte. Dejarte atender no te va a matar, por mucho que quieras convencerte de lo contrario.

Sasuke se lo quedó mirando con la boca abierta. Se sentía como si lo hubiesen abierto a canal con un cuchillo. No se conocían de nada y ese rubio lo tenía completamente pillado. Era la descripción más concisa y acertada que había escuchado de sí mismo en toda su vida. Respiró profundo, serenándose. Él no era transparente. Desde niño había trabajado para ocultar sus sentimientos, así nadie podría usarlos en su contra.

—Come, que se enfría —añadió Naruto con media sonrisa.

Casi a media noche dejó de llover, tras una tormenta como nunca antes había visto la ciudad. Las calles estaban inundadas, pequeños ríos de agua sucia en medio de los edificios. Habían pasado la mayor parte de la noche hablando de trivialidades, desviándose a propósito de temas personales. Para ser la primera vez que hablaba tanto con un ser humano, Sasuke no se sentía ni la mitad de lo mal que había anticipado.

—Aquí está —Naruto emergió de su habitación con una tarjeta en la mano derecha y el móvil en la izquierda—. Dame unos minutos —se desplomó junto a Sasuke en el sofá de la sala y marcó un número. Diez eternos timbrazos después una amargada voz lo saludó con un insulto—. ¿Te crees que esa es la forma de tratar a los clientes, pelmazo?... necesito un favor, un amigo se quedó averiado en mi casa, así que habrá que remolcarlo; dame un segundo, ¿dónde vives? —preguntó a Sasuke; el moreno repuso de inmediato— pleno centro, en el parque central dice el niño bonito… no, ésta es gratis, me lo debes por lo de la última vez… ya, ya, no tardes —dejó el teléfono a un lado—. En veinte minutos está aquí la grúa.

—¿Cuánto me va a costar? —preguntó, ignorando las punzantes ganas de reclamarle lo de niño bonito.

—Nada, me debía un favor y no te tomes a pecho si es que te suelta una grosería, Shougo es un imbécil que no respeta nada.

—Como tú —masculló por lo bajo, ganándose una ofendida mirada del rubio—. ¿Te molesta si esperamos afuera?

Naruto marchó a la cocina en busca de la ropa de Sasuke y luego ambos hicieron su camino a la calle. El callejón estaba inundado, pero nada comparado con la avenida. Sasuke dudaba seriamente de que algún vehículo lograse transitar por allí, pero veinte minutos después una grúa se detuvo frente a ellos. Sin hacer preguntas, Shougo, un muchacho de cabello negro y piel morena, enganchó el elegante sedán de Sasuke y lo subió a la plataforma.

—Me las voy a cobrar, Uzumaki —dijo Shougo, malicioso—. Lindo auto —añadió, dirigiéndose a Sasuke—. Vamos, niño bonito.

—No te pases, Shougo.

Por el bien de la humanidad Sasuke ignoró el comentario por segunda vez y centró su atención en el rubio.

—Gracias, supongo.

—No hay de qué —le entregó su ropa y le estrechó la mano—. Un gusto conocerte, Sasuke.

—Naruto.

Y tras aquella corta despedida, subió en la grúa, sintiéndose repentinamente vacío. Contempló la figura de Naruto por el retrovisor hasta que desapareció en la distancia. Pronunció su nombre una última vez en voz baja y clavó la mirada en el camino. A su lado, Shougo cantaba una alegre melodía.


—…una semana —decía Sasuke con el ceño fruncido—. Ya sé que dije que no necesitaba nada, pero—.

"Enviaré el auto esta tarde con el chofer, hermanito, no te preocupes, y gracias por llamar, es bueno saber de ti. Ahora, si me disculpas, estoy algo ocupado. Hasta luego."

Y la llamada se cortó. Sasuke contempló totalmente idiotizado la pantalla del móvil, sintiendo como la rabia comenzaba a bullir en su interior. Su hermano era la persona más molesta de la tierra. Ese maldito tono condescendiente que utilizaba para hablar con él lo sacaba de sus casillas. Detestaba pedirle favores porque Itachi era de esas personas que los cobraban con creces. Soltó un pesado suspiro y se recostó bocabajo en la cama, aspirando profundamente el aroma de la sudadera de Naruto.

Al llegar a casa la noche anterior se dio cuenta de que todavía la traía puesta, así que la colgó de un armador y en el más extraño arrebato de su vida, se la había puesto esa mañana después de darse un baño. No era gran cosa, la sudadera. Era de lana negra, con un bolsillo en la parte delantera y una capucha gigante cuyo interior estaba forrado de naranja, uno de los colores que menos le gustaban. Aun así se había tomado la molestia de combinarla con el resto de su atuendo. Su encuentro con ese chico lo había trastornado, pues no podía dejar de pensar en él, o para ser más sincero, en su pura y cristalina amabilidad. Nunca se había cruzado con alguien así, tan limpio, a pesar de que se notaba a leguas en sus ojos que guardaba más de un secreto y no todos buenos.

Enterró el rostro entre las manos, ligeramente descolocado. No era típico de él dejarse afectar por encuentros con desconocidos, pero allí estaba, encerrado en su habitación comportándose lo más extraño posible. Estaba tan perdido en sus pensamientos que casi no escucha el timbre. Corrió a la entrada y al ver a Sakura de pie en el rellano recordó de repente que era sábado, concretamente el segundo sábado del mes, el día que Sakura iba de visita.

—Se te olvidó que venía —le plantó un beso en la mejilla y adentró en el departamento—. Bonita sudadera, ¿es nueva?

—Sí —cerró y siguió a la muchacha a la sala—. Llegas temprano.

—Terminé de estudiar antes de lo planeado. ¿Qué le pasó a tu auto?

Sasuke gruñó, no quería hablar de eso.

—Se reventó el tanque de aceite.

—Puedo prestarte mi bicicleta, si quieres.

—No es necesario, ya hablé con Itachi.

Sakura arqueó una ceja, sorprendida.

—Debes estar bastante desesperado.

—Puede decirse que sí. ¿Dónde vives exactamente?

—Ya te lo dije, cerca de los límites de la ciudad, dónde todavía es seguro caminar por la noche. ¿Dónde te fuiste a meter?

—Ya te cuento luego.

La muchacha se cruzó de brazos, debatiéndose entre punzarlo o dejarlo pasar. Escogió lo segundo.

—Bueno, hoy no tengo ganas de cocinarte, así que saldremos; te hará bien.

—Suenas como mi psicólogo.

—Fue él el de la idea de que viniese a visitarte un sábado al mes. No es tan malo.

Sasuke seriamente lo dudaba. Durante toda su niñez y parte de su adolescencia la había pasado en la estéril oficina de un psicólogo amigo de su madre, quien supuestamente había logrado maravillas con niños como él, retraídos y solitarios. Asistía a sus citas religiosamente todas las semanas y acataba órdenes al pie de la letra, aunque sin muchos resultados, así que tras años de intentar convertirlo en alguien sociable, decidió obligarlo. Contactó a su colegio, escogió a una de sus compañeras de salón y habló con sus padres para invitarla al consultorio. Tenía quince años cuando Sakura se convirtió en su mejor amiga y era ese el único motivo por el que no desacreditaba por completo al tipo.

—No tengo ganas de salir, así que cocinaré yo —capituló finalmente Sasuke, marchando a la cocina con Sakura pegada a sus talones—. No es necesario que me sigas a todas partes.

—Siento curiosidad, nunca te he visto cocinar ni he probado tu comida, ya que estamos.

—Tampoco es para que exageres. Siéntate ahí y no estorbes.

La muchacha le sacó la lengua como niña pequeña, pero le hizo caso y fue a ocupar una silla en la pequeña mesa junto al refrigerador. Mientras tanto, Sasuke se movía por la cocina con lentitud, sacando ingredientes de las atestadas alacenas y utensilios de cocina de los cajones. Pronto tenía dos sartenes al fuego y vegetales en el horno. La estancia se llenó de un profundo, delicioso aroma, que hacía agua la boca.

—Debería venir más seguido —comentó la pelirosa con una boba sonrisa en los labios—. Huele bien.

—Hn.

Cubrió uno de los sartenes con una tapa, bajó la llama y se recostó contra la encimera, observando atentamente los vegetales que se cocinaban en el horno.

— ¿Ahora sí vas a decirme dónde estuviste ayer?

Sasuke soltó un suspiro. Tal parecía que Sakura no iba a dejarlo tranquilo.

—Tomé la salida equivocada, mi auto se descompuso en media calle y un… —se detuvo un instante, tratando de encontrar una palabra para describir a Naruto. Llamarlo muchacho o chico era demasiado impersonal, pero referirse a él como amigo era exagerado—… Naruto me ayudó y me quedé en su casa hasta que pasó la tormenta.

— ¿Naruto?

—Un amigo —repuso rápidamente y se maldijo en silencio. Tenía que aclararse de una buena vez—. Llamó una grúa y todo.

Sakura consideró las palabras de su amigo un rato, mirándolo con los ojos entrecerrados. Nunca había escuchado hablar de ese muchacho antes, ni le sonaba su nombre para nada. Al parecer Sasuke había hecho un conocido fuera de su magro círculo de amigos que se reducía básicamente a ella y a otros dos alumnos de la universidad, Gaara y Sai.

—Pues ese amigo tuyo tiene buen gusto —comentó, cautelosa, y confirmó sus sospechas cuando Sasuke dio un ligero bote—. Detestas el naranja, es más que obvio que no te compraste esa sudadera, sino que te la prestaron. ¿Es guapo?

— ¿Qué dices? —Pero había enrojecido hasta las raíces del pelo—. Estás loca.

—Vamos, Sasuke, no me vengas con remilgos a estas alturas de la vida. Después de los últimos tres novios que tuviste, una se hace a la idea de que su mejor amigo es gay —se cruzó de brazos—. Bueno, ¿es guapo?

Muy a su pesar, Sasuke asintió. Sakura actuó en consecuencia, soltando un agudo chillido como fanática enloquecida.

—Tu obsesión con mi vida amorosa es preocupante.

—Lo considero casi un deporte —sonrisa maliciosa—. Pero me alegra que alguien haya captado tu atención después de tanto tiempo. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste pareja? ¿Dos años?

—Tres —soltó un gruñido. ¿Por qué carajo estaba respondiéndole esas preguntas a Sakura? Porque es la única persona con la que medianamente disfrutas hablar, apostilló una molesta vocecilla en su cabeza.

—¿Vas a presentármelo?

—Nunca.

Y le dio la espalda, ocupándose una vez más de la estufa.

Sakura se marchó cerca de las nueve de la noche, con el estómago lleno y una considerable cantidad de alcohol en vena. Sasuke se ofreció a llevarla en vista de que en el trascurso de la tarde se había aparecido el chofer de la familia con uno de los autos de recambio que tenían en la casa, un sencillo vehículo de color negro con interiores de cuero, pero la muchacha se cerró en banda, así que esa noche se acostó temprano y pasó la mayor parte del domingo echado en la cama leyendo uno de sus libros de teoría y pensando en Naruto. Cada vez que caía en cuenta de aquello, maldecía, porque no era normal que pasara pensando tanto en un desconocido. Era cierto que en tres años de soltería nadie había despertado su interés, además que no era de los que andaba por allí coqueteando con el imbécil de turno. Pero Naruto… ese rubio de pacotilla tenía algo que no lo dejaba tranquilo y fue así como llegó el lunes a la universidad, después de una tormentosa noche de domingo, con la dichosa sudadera en la mochila. Había desarrollado la manía de llevarla a todos lados.

Se desplomó en su asiento, ignorando olímpicamente los saludos de sus compañeros, que iban llenando paulatinamente el aula. El último en entrar fue su tutor, Kakashi, utilizando una extraña máscara que no ocultaba del todo el vistoso moretón en su mejilla izquierda. Él no fue el único en notarlo, pues a su alrededor habían surgido susurros curiosos.

—Ya les contaré luego de mi aventura, ahora vamos a lo que nos importa —abrió la puerta del aula y un grupo de hombres y mujeres trajeados entraron en fila al salón. Uno de ellos, con una profunda cicatriz que le cruzaba el puente de la nariz, le lanzó una ácida mirada a Kakashi y se paró al otro lado de la estancia, lo más lejos posible de él—. Ellos son los oficiales de conducta de los que les hablé, así que dejaré que les expliquen lo que tienen que hacer.

Kakashi se llevó una mano a la mejilla amoratada, soltó un gemido lastimero y tomó asiento en su silla. Los oficiales discutieron un momento entre ellos y finalmente el tipo de la cicatriz se separó del grupo.

—Mi nombre es Umino Iruka —comenzó el hombre, con voz temblorosa—. Como su maestro les explicó, nosotros somos, en ciertos casos, y fuimos, en otros, oficiales de conducta de —arrugó la nariz, odiaba ese término— delincuentes juveniles. El propósito del proyecto es ayudar a estos muchachos en un proceso de reinserción social. Son estudiantes como ustedes, aunque la mayoría todavía nos hacen visitas en el centro y nuestro trabajo es darles consejo y mantenerlos lejos de los problemas y las malas conductas —se aclaró la garganta—. Debido a que tenemos que dividirnos entre todas las clases de graduados, no pueden escoger a sus protegidos, sino que nosotros se los asignaremos. Cuando diga su nombre, acérquense al frente y les entregaré una carpeta con toda la información necesaria. Esta tarde en el auditorio de la universidad haremos las presentaciones, curso por curso para evitar problemas. Bueno, comencemos. Ananami Rea…

Uno a uno, los estudiantes se acercaron a Iruka, recibieron la carpeta y una breve explicación y regresaron a sus puestos, revisando viciosamente hasta el último documento. Podía escuchar expresiones de asombro, de asco e incluso de miedo esparciéndose por el aula. Perfiló una sonrisa. A él no le importaba en lo absoluto si le tocaba un hombre o una mujer, si eran atractivos o no, o sí tenían graves antecedentes penales.

—Uchiha Sasuke.

Se levantó como impulsado por un resorte e hizo su camino tranquilamente hasta el frente. De cerca, Sasuke se dio cuenta de que Iruka o como se llamase, también tenía la mejilla amoratada. Decidió ignorarlo y lo miró con aire aburrido y las manos en los bolsillos.

—Aquí tienes —le entregó una carpeta sellada—. Son datos básicos de tu protegido, incluyendo la edad, gustos, y demás. Y quisiera pedirte un favor; durante años me encargué personalmente del caso de este muchacho, es bastante especial para mí y este proyecto podría significar un cambio total en su vida —sacó una tarjeta del interior de su chaqueta y se la dio—. Si tienes algún problema con él, llámame, yo puedo ayudarte.

Sasuke asintió, ligeramente incómodo y regresó con rapidez a su sitio. Picado de curiosidad, deshizo el sello en el borde de la carpeta con manos temblorosas y la abrió. El corazón le dio un vuelco y luego se le paralizó. Sonriéndole desde una fotografía, unos años más joven, estaba Naruto.


Por ahora no tengo mucho que decir, salvo agradecerles por tomarse el tiempo de leer mis locuras. Espero de corazón que les haya gustado, y si ese es el caso o si no lo es, dejen un review con sus preguntas, con sus críticas y comentarios. En términos de publicación, he fijado todos los viernes como fecha para actualizar, así que el siguiente capítulo lo subiré la semana que viene. Gracias de nuevo y nos vemos en el siguiente capítulo.

Bel's.