Whitehill

La vecina nueva

Tras horas y horas de viaje al final llegaron a ese maldito pueblucho.

La muchacha lo observó por la ventanilla del coche, todavía en marcha, ensordeciéndose con la música del walkman. Terminaría sorda.

A su alrededor se acumulaban cientos de pequeñas casitas, todas de colores blancos o de maderas oscuras, con amplios jardines bien cuidados y llenos de las otoñales hojas que caían de los árboles.

Cambiaron varias veces de calle antes de salir de nuevo del pueblo e ir, sin alejarse mucho, a una pequeña urbanización de los afueras.

La chica salio del coche y se estiró con todas sus fuerzas, sin quitarse los auriculares. Su madre gesticulaba en su dirección, seguramente la estaría llamando, pero ella estaba de demasiado mal humor para hablarle.

Miró su nueva casa con fastidio.

Era como las otras, quizá de las más grandes que había visto hasta el momento. De paredes blancas inmaculadas y ventanales con porticotes de un extraño color morado oscuro, que quedaba a conjunto con las tejas del tejado, de un gris casi negro.

Decidió entrar antes de que su hermana se adjudicara la mejor habitación de la casa y, decididamente, subió todo lo que las escaleras le permitieron. Se encontró en una habitación grande, toda hecha completamente de una clara madera y de techo inclinado.

Decidido, allí se quedaría ella.

Tiró con holgazanería su mochila en el suelo y salió, no antes sin cerrar la puerta con la llave que se encontraba en la cerradura. Más tranquilamente examinó minuciosamente el resto de la casa.

No estaba nada mal. Tenían cinco habitaciones, tres cuartos de baño, una cocina, un amplio salón con chimenea y un comedor demasiado grande. Pero lo que más le gustaba seguía siendo su nueva habitación.

Ayudó a su madre con algunos paquetes, los que correspondían a sus objetos más preciados, y salió a seguir examinando la casa. Todavía sin quitarse los auriculares.

La muchacha, de cabello pelirrojo, se lo recogió en una alta coleta antes de continuar su vagabundeo por la casa. Así estaba más cómoda.

El jardín trasero era enorme. Había una piscina, en esos momentos vacía, una mesa de madera para merendar en el verano y un hermoso árbol. Estaría bonito montar allí alguna especie de plataforma para poder pasar las horas vacías que tendría en ese desconocido lugar.

Quiso saltar dentro de la piscina, siempre le habían gustado esas paredes de color azul turquesa, de pequeñas baldositas resbaladizas. Su padre, sacando la cabeza por una de las ventanas, se lo prohibió al darse cuenta de sus ideas.

Fastidiada salió de los límites de la casa y observó su calle. No se acordaba del nombre ni le interesaba. Miró a las casas vecinas, aburrida y fastidiada, para darse cuenta de que todas eran iguales a la suya. Debería aprenderse el número o se olvidaría.

No le gustaba aquello, pese a su belleza de cuento junto a los misterios que le presentaba, hubiera preferido seguir viviendo en Londre, con sus amigos y amigas de toda la vida.

Se preguntaba, una y otra vez, porque sus padres, abogados profesionales se habían trasladado a ese pueblucho muerto. Muerto porque todavía no había visto a nadie, aunque quizá no era de extrañar, eran las ocho de la mañana de un domingo de Octubre. Se sacudió la cabeza para intentar dejar de martirizarse, eso deberían hacerlo sus padres por haberla alejado de sus amigos, no ella, que era la víctima.

Notó una extraña presencia en la nuca y se volteó rápidamente.

Un muchacho, que debería tener más o menos su misma edad, lo miraba desde la verja de unas casas a lo lejos. No pareció sorprendido al ser descubierto, sino que esbozó una blanca sonrisa a la pelirroja.

Ella arqueó una ceja.

Lo siguió mirando desconcertada e, inconscientemente, se acercó unos pasos. Lo vio con mayor claridad. Llevaba gafas, tenía el pelo azabache, de tez morena, y pelo muy, muy, alborotado.

El chico sonrió más y ella se percató de que estaba simpatizando con un maldito espía de ese maldito pueblucho de mala muerte.

Con el corazón a cien, por la rabia de haber sido descubierta y la emoción de saber que alguien de su edad vivía en ese lugar, entró de nuevo a su casa.

Ese maldito pueblucho, llamado Whitehill, apestaba. Y mucho.

.o.0.o.0.o.

¡¡Nuevo fic!!

Es un Universo Alterno, y será largo, muy muy largo.

Habrán más personajes, más chicas que chicos, pero intentaré que no sean Sues (de todos modos, si alguien ve que se están mutando, que me avise).

Ya sé que poco se puede pedir, que apenas son dos estúpidas páginas de Word y que no hay mucho a comentar, pero de verdad de la buena me gustaría saber vuestra opinión.

Mil gracias a los que habéis llegado aquí, ahora, la pregunta del millón ¿Continúo o no? Aunque sabéis que, como siempre, continuaré ;D

Este fic va dedicado a todos mis lectores :) sean nuevos o sean viejos, así que, si llegas a leer esto ¡Tómate el fic como un regalo personal!

Erised Millennia Black