Advertencias: Mundo Alterno, es decir, no va del todo acorde a la trama original.


Honestamente, no sé qué quiero lograr con esto. Disfruten si pueden.


Hay que admitirlo, estar en el funeral de la persona que más quisiste es duro.

No hubo lágrimas; el cielo se encargó de deprimirse en su lugar, soltándose sin miramientos a la lluvia de aquel día tan fatídico. Tadashi Hamada acababa de fallecer hace pocas horas, y no podía ser por otra causa que servir su función como trabajador público. Él, que siempre fue el chico bueno, adulado y respetado por todos, había fallecido. Él, que solía ayudar a las ancianas con sus carros de compras, a los gatos a bajar de los árboles y casi era conocido por la ciudad como el "Chico todo bondad", se había ido.

Al parecer, tenía toda una vida por delante, se fue antes de tiempo y, casi por sobre todo, abandonó a su pequeño hermano: Hiro Hamada.

La gente no pararía de murmurar cosas, llegando a inventarse unas cuantas que al caso no vienen, pero si algo era seguro, es que todas son meras estupideces. Ni se fue antes de tiempo ni abandonó a nadie, porque él no había decidido morir. Sí, es verdad que sabía de las consecuencias de su oficio, y los miles de riesgos que conllevaba el ser bombero, pero eso no quería decir que en realidad hubiese decidido su muerte. Ni siquiera él era tan organizado.

La lluvia se calmaba por minutos, indicando lapsos que podían ser interpretados como largos suspiros de parte del mencionado Hamada menor. Él había resentido su fallecimiento, y de qué manera. Se encontraba aún sentado a las afueras de su hogar, en la banqueta que los vio crecer a él y a su hermano jugando a la rayuela y persiguiendo perros tras haber fallecido sus padres. Tal vez, por más inútil que sonara, aún esperaba poder revivir aquellos momentos. Tal vez.

Paseó los dedos por las marcas que habían dejado las llantas de la motocicleta de su hermano a la entrada de la cochera para decidir volver al cuarto que compartían. Dio un gruñido de frustración al encontrarse a sí mismo tirado en la alfombra del cuarto, como si quisiera absorber el aroma que su hermano había dejado en ella; pero lo necesitaba para darse cuenta que él ya no estaba ahí.

Si lograba asimilarlo, podría seguir con su vida. Su hermano ya no estaba ahí, había muerto, tenía que aceptarlo y seguir con aquella muerte adjuntada a la lista de las ya ocurridas antaño, por más cruel que eso sonara.

Quiso hacerlo, deseó poder arrancarse del pecho cada palabra y momento dedicados a su hermano. Quiso olvidar la vez que le dijo "papá" por accidente de pequeño por estar distraído. Quiso no poder recordar la celebración que le organizó al enterarse de la graduación de su mayor orgullo. Quiso evitar tener presente que el cariño que sintió por él fue eso y más, que había terminado y, aunque sabía perfectamente que no era una confusión juvenil, que tenía que olvidarlo.

Que lo amaba. Y que lo sigue amando.

Y es que para Hiro existen mil y un razones para amar a Tadashi. Muchos dirán que su bondad, su rostro bonito y sus palabras de aliento serían sus principales motivos, pero la verdad es que él amaba de su hermano hasta el mayor de los defectos que tenía. Tadashi era eso: una maraña de defectos andante.

Su cabello revuelto al despertar, esa manía de esconder los calzoncillos bajo la almohada al dormir, sus ronquidos, el modo ruidoso en que tomaba los cubiertos al comer, la arruga que se formaba en su frente cuando forzaba sonrisas, los pies gruesos que a veces decidían no querer entrar en una talla de zapato de medida normal, las excesivas preocupaciones por cada segundo pasado en el reloj. Todo. Absolutamente todo quedaba grabado en el gran cerebro de Hiro como un recuerdo de lo humano que era su hermano. Esas imperfecciones que lo hacían ser él.

Y es que podía haber muchos chicos honestos, con buenos empleos, hermanos menores rebeldes, sonrisas sinceras (y falsas también) y corazones enormes, pero los defectos de Tadashi eran suyos y solo suyos, porque él sabía cómo intentar pasarlos desapercibidos para su hermanito. Siempre tratando de ser una figura que inspirara la valentía de un héroe, el corazón de una madre y la sonrisa de un infante.

Pero nada de eso importaba ya. Con su muerte, Tadashi se había llevado tanto perfecciones como imperfecciones. Y Hiro lo sabía, mas no lo aceptaba.

Y no es el simple hecho de perder a la persona que amas; sino a la única familia que te queda, porque tus padres los has perdido mucho antes. Es tener que aceptar de un instante a otro que el único al que le podías contar cosas a mitad de la noche en susurros que permanecerán eternamente secretos se haya ido. Es impensable. Es bastante cruel.

De cualquier manera, con el peso de las lágrimas aguantadas y el aroma tan característico que desprende aún la almohada de Tadashi, Hiro cae dormido, sabiendo que quizá no quiera volver a despertar.