Ella estaba recostada en la cama con los ojos cerrados y con sus gráciles manos recorría lentamente todo su cuerpo. Apretando y arrugando la seda de su camisón, que poco a poco iba descubriendo esos pecho; tan apetecibles como sus carnosos labios color rosa pálido. Se dejó volar unos segundos. Sus manos emprendieron la delicada travesía por sus relieves, hasta encontrar el valioso tesoro en el valle del sur entre las montañas que componían sus torneadas piernas. Comenzó la labor de buscar ese jugoso elixir que albergaba su centro, exhalando terminó con un largo y suave suspiro de placer con la satisfacción dibujada en sus ojos. Con ese ritual me hipnotizaba, envolviéndome en un halo de sensualidad que solo ella sabía meterme. Un espectáculo que solo yo tenía la fortuna de apreciar y de vivirlo en carne propia, quemándome la piel en un solo roce y elevándonos hasta el más sublime orgasmo cada vez que nos entregábamos dando rienda suelta a la pasión.

Recordaba la pelea abstraído afuera del club. Esa maldita pelea que hace dos semanas me privó de lo dichoso de su cuerpo. Dos largas semanas sin poder besarla, ni tocarla y eso me tenía al límite.

Mujeres me sobraban. Tenía de donde elegir, pero ninguna era ella. Salí esa noche en busca de calmar esas ansias que me comían por dentro, pero cada que intentaba avanzar con una mujer, su imagen hacía presencia dañando la oportunidad. Mi memoria que estaba empedernida en sacarla y plasmarla en cada espécimen femenino de aquel oscuro y etílico lugar, jugaban a llevarme al punto de la locura. Llegué al bar arrastrado por los demás con el fin de "olvidar" y despejarme, pero fue todo lo contrario.

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Dos semanas. Quince malditos días en los que no supe más de su persona. Esa pelea que abrió la brecha en el camino, creado a punta de encuentros sexuales extenuantes, que poco a poco se convirtió una conexión profunda y más allá de las diferencias de dos seres tan distintos.

Sería una salida de chicas. Una noche de 'caza'. Buscaría quien me sacara el perfume de su cuerpo impregnado en mi piel, la saliva repartida de sus besos mojados, las caricias que repartió y sin permiso se tatuaron en mi piel. Se supone que así sería, pero no lo engaño, a mi cuerpo no puedo hacerlo, tiene dueño y lo sabe. Desde el primer beso, recuerdo sus labios besando los míos, no como el beso tierno y dulce de todo primer beso... sino el beso apasionado. Sentí como me abrazaste con tal propiedad, tocaste mis caderas, presionaste mi cintura y te detuviste como si hubieras perdido la razón por unos momentos, me miraste y me dijiste… "nos besamos como si lo hiciéramos desde hace tiempo..."

Cuando te enterrabas con tu amplia y gruesa longitud a estocadas profundas y cargadas de vigor llegando profundo dentro de mi cuerpo, enterraba mis uñas en tu ancha y fornida espalda, con esos montes de carne como sistema montañoso llamados músculo. Tu fino, largo, suave y pulcro cabello plateado cayendo sobre mi como cascada. Acariciándome, erizando mi piel por el contacto de su paso. Tus perfectos glúteos redondos y tensos por las embestidas que ejercidas con ímpetu, siendo estrujados por mis dedos proponiéndose unirte más a mí. Como si fuese posible. Tu mirada oscurecida por el fuego en tus venas, una miel convertida en iris. Con ella me penetrabas el alma incubando en ella la necesidad de ser tuya para siempre.

Salí a tropezones del lugar. Nadie estaba y empezaba a creer que ni estaría a tu altura nunca. Llámenlo coincidencia burlona o destino cruel, pero de todo Tokio tenía que encontrarte hoy, justo donde buscaba en otros brazos tu olvido.

Tus manos sobre el Audi negro, acorde al aura tenebrosa que emanabas. Ese aura que era magnética a la vez, ese placer culposo del peligro. Estabas claramente molesto, pero eso no te impidió sentir mi mirada encima tuyo. Neutras fueron tus facciones, pero luego trascendieron a incredulidad.

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Quería golpear mi auto debido a la frustración que me abarcaba. El alto volumen en que puse la música dentro de este, batallaba con acallar los agitados recuerdos. Me estremecí. Una corriente me atravesó, mi corazón no hacía más que latir como un caballo desbocado y sin entender lo que me pasaba, la necesidad de mirar se volvió imperiosa. Levanté la mirada y tu figura se hizo presente. Dudé. Fantaseaba con tenerte cerca de nuevo y en este punto alucinar sería lo siguiente, pero aunque recorrí cientos de veces tu anatomía nada podría igualarte con tanta precisión. Eras tú.

Nuestras miradas entraron a un duelo silencioso. Un juicio donde se exponían las evidencias del crimen, el veredicto fue culpables y la condena fue el olvido. Esa estúpida y ahora injustificada pelea quedó enterrada en el pasado. Ambos los supimos al instante, nos conocíamos tan bien que ya las palabras serían desperdicio.

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Me acerqué a él. Lo necesitaba. Tenía que hacerlo. Ahora solo eran centímetros la distancia. Solo eso, pero él fue quien la eliminó con fuerza al tomarme de mi cintura apegándome a él.

—No nos volveremos a separar jamás —fue una de esas órdenes tan fáciles de cumplir para mi.

—Jamás —y con eso pacté más años de nuestra unión.

Sus labios suaves, húmedos y flexibles tomaban posesión de los míos, ya sabían la coreografía de sus pares. La música que salía de los parlantes del Audi parecía estar ahora guiando nuestros movimientos.

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Te fui recostando sobre el automóvil. No le permitía a tus labios decir nada, los míos lo mantenían presos. Los curiosos posaban sus ojos en nosotros, parecían niños curiosos, murmuraban por el espectáculo que les brindábamos. Mi mano emprendió su camino, tenía un meta y al hallarla encontró tu sexo ardiendo. Lo deseabas tanto como yo. No les daría más visión de ti, nadie podría admirarte más que yo. Te reincorporé, habiéndote entrado al automovil cerré la puerta y me dirigí al mando. Sonreí por los rostros decepcionados que dejamos.

En la carretera oscura apenas amenazaban los rayos del sol anunciando el amanecer. Llevaba poco conduciendo y sentí que tus manos curiosas comenzaban a recorrer mi muslo. A tu contacto mi piel se estremeció y al sentirte acercando ardió. Con agilidad retiraste la correa, abriste el botón y bajaste el cierre, tu tibia mano se posó sobre el bóxer que contenía mi ya creciente erección, tus delicados labios entre abiertos dejaron libre la lengua que lamió desde la base hasta la cabeza. Comenzaste a succionarlo y masajearme mientras conducía, traté de enfocarme en el camino pero me era imposible. Bajé mi mirada y tus nudillos estaban pálidos por la fuerza del trabajo que realizabas. La sensación era increíble. Se sentía como si fuera a morir por la excitación.

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Tu miembro ardía. Mi lengua se quemaba con tu contacto. Miré y tu rostro me demostraba que estabas consumido por el deseo, transpirabas por las oleadas de placer que te producía. Sentí que el auto paraba. Lo había logrado. Las ganas te pudieron, no aguantarías hasta llegar a nuestro apartamento. Paramos a un costado de la calle, la música seguía inundando el ambiente. Corriste la silla y por el acto me separe de ti, pero no por mucho, me tomaste de la muñeca y halaste hasta que estuve sentada sobre ti.

Me sentía hervir. Como si tuviera fiebre. Subiste mi vestido liberando mis piernas y lo bajaste hasta liberar mis senos, quedando este sobre mi cintura. Me retorcí de placer y mis huesos crujieron cuando tus grandes y tibias manos subieron desde mis muslos, pasando por mis curvas, tocando mis senos, acariciando mi cuello, terminando bajando a mi espalda.

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Tus movimientos me decían que tus fluidos estaban haciendo presencia. Sentía que podía saborearlos, aunque no fuera para siempre, si fuera solo por esta noche que te tuviera, sería lo mejor que me hubiera pasado, pero ese no era el caso. Eres mía y así será hasta el fin de nuestros días.

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Cuando nos unimos, me sentí completa. La pieza faltante del rompecabezas de mi cuerpo, el elixir de la vida que dejabas en mí. Me movía tal jinete cabalgando, saltaba sobre ti, hundiendo más tu hombría en mi ser. La sentía palpitando en mis entrañas, irradiándome con intensas corrientes de placer, esas paredes que te estaban acogiendo. Succionándote, con la misión de dejarte seco. Con ímpetu rasgué esa prenda que no dejaba ver tus perfectos pectorales y deliciosamente esculpidos abdominales. Saliendo disparados los botones que servían de crueles guardianes.

Te aferraste a mí. Tu varonil rostro se encontraba ahora entre mis sensibles pechos. Los que ahora estimulabas soplando levemente el pezón para luego abrigarlo dentro de tu cavidad bucal. Tus fuertes brazos me apresaron hacia ti, podía tocar tu piel expuesta entre medio de la camisa abierta que dejé arruinada. Sentiá ahora pecho con pecho y nuestros agitados intentos de respiración. Besabas mi cuello, esa zona erógena que te encantaba estimular para mi perdición. En esa posición podía hundir mi nariz, aspirar ese afrodisíaco aroma que emanaba tu cabellera y que disparaba mis hormonas. Clavé en ella mis dedos. Halándolo como soporte para mis brincos.

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Sabía que le encantaban los besos en el cuello, mis caricias por su espalda y mis lamidas en sus senos. Quería llevarla a la cúspide de placer. La volteé de espaldas aún sentada sobre mí y comencé las embestidas. Fuertes y profundas. Salía y entraba de ella, de su estrecho y mojado canal femenino. Alcancé con mi mano aquél botón, ese que al estimularlo con fiereza la llevaba al orgasmo. Nuestros fluidos eran la perfecta lubricación para mi tarea. Fui hasta nuestra unión y tomando un poco, comencé realizar círculos en la punta, lo tenía hinchado y tenso. Con un dedo lo frotaba y con los otros me escabullía entre sus pliegues, entonces lo supe cuando la escuché gemir, jadear y retorcerse con la desesperación de un condenado a muerte, mientras sus entrañas se aferraban con espasmos, estaba en pleno clímax. Aumenté mis embestidas. La penetré profundo y bestial. Ella llegó a un sonoro orgasmo y yo solo pude seguirla con el mío, me derramé en su interior. Quería inundarla, marcarla de mis fluidos y seguir haciéndolo cada vez que pudiera.

Agotados. Sudados y con las ropas destrozadas pero sumamente satisfechos, nos cogió el comienzo de un nuevo día. Era el primero de muchos juntos y con ella a mi lado, nada más podría pedirle a la vida.

—Te amo Sesshomaru —con su poco aliento recobrado me dijo.

—También te amo Rin —besé su hombro y nos quedamos abrazados un rato.

Esta era una excelente manera de comenzar el día y preámbulo del resto que nos quedara de vida.