Disclaimer: el mundo de Harry Potter pertenece a J. K. Rowling. Yo solo escribo por diversión (cuando no me abandonan las musas)
N/A: esta historia me lleva dando dolores de cabeza desde hace más de dos meses, lo que por supuesto significa que la estoy entregando muy tarde y pido mil perdones por ello. Este fic es un regalo de Amigo Invisible: ¡Nargles y lechuzas, ha llegado Navidad! del foro El Escorpión que Coleccionaba Rosas (EEQCR) para la muy querida Doncella de Lorde.
Fatty, perdón por todo el tiempo que ha pasado mientras yo intentaba escribir algo coherente, lo cierto es que he cambiado tantas veces la historia que ya ni recuerdo hacia dónde iba al comienzo. Te confieso que no estoy muy segura con el resultado, pero sí está hecho con mucho cariño, espero que te guste.
Sin más que decir, los dejo con la lectura.
Situaciones incómodas
Albus sonríe nervioso y pasa una mano por su cabello como un acto inconsciente. Se relame los labios en un vago intento de humedecerlos ahora que su boca se ha secado. Sus ojos verdes siguen los movimientos de ambos como si se tratasen de bestias salvajes o de reactivos altamente volátiles. Supone que son un poco de ambas cosas.
Realmente no esperaba que la situación se diera así. Había pensado en decirle algún día a Rose, es su mejor amiga desde que tiene memoria después de todo, pero siquiera imaginar su reacción le daba migraña. No es como si ella no lo fuese a apoyar. No, ella mejor que nadie era capaz de aceptar sin prejuicios ni dudas incómodas la noticia que se le había dado como una revelación hace algún tiempo de una forma peculiar. No, su temor se debía a quién había hecho surgir esa repentina luz. Bueno, parece que tenía razón, piensa con ironía.
Frente así tiene a la que considera la persona de mayor confianza en su círculo de amistades convertida en una verdadera fiera que respira fuego y escupe veneno, mirando con tal odio a su contrincante que teme tener que asistir a un funeral próximamente. Y es doblemente triste, porque realmente lamentaría tener que ir a ese funeral en específico. Es, a falta de una palabra mejor, su amigo. Su amigo íntimo.
Observa su postura aparentemente fría mientras discute con su prima. Destila arrogancia por los poros y más de alguno pensará que es mimado y narcisista. Y lo es, hasta cierto punto. Pero también es sarcástico e idealista, y puede hablar durante horas y horas sin que su audiencia se aburra nunca. Es un orador nato. La diplomacia se le da naturalmente, salvo si la interlocutora es Rose. Por algún motivo que se escapa a su entendimiento, ambos se han detestado desde que se vislumbraron entre la niebla de la estación King's Cross aquel primero de septiembre y nunca han enterrado el hacha de guerra. De hecho, ahora esa llama está más viva que nunca. Y, en parte, es su culpa.
No sabe exactamente cómo se dio. No iban en la misma casa y ninguno jugaba Quidditch, pero se encontraban esporádicamente en los pasillos y compartían una que otra clase juntos. Y un día perdido en el tiempo, hablaron. Pero hablaron de verdad. Se reconocieron como iguales en una masa inmensa de entes cambiantes. Se conocieron superficialmente, mas escarbaron lo suficiente como para quedar prendados de lo que creyeron ver más allá.
Hablaron. Y volvieron a hablar. Ya no eran encuentros fortuitos, sino planificados y ansiosamente esperados. De pronto, eran compañeros en la mayoría de las asignaturas que tenían juntos, por no decir en todas. Se comprendían de una forma en que nadie lo había hecho antes. Se volvieron amigos. Los mejores. Excepto que él ya tenía una mejor amiga y, sinceramente, esperaba que esa amistad evolucionara hacia algo más. El qué no lo sabía con exactitud, y no lo sabría hasta esa fatídica y hermosa tarde en que conoció la luz.
Estaban cerca del Lago Negro pasando el tiempo como solían hace en el último tiempo. Y estaban cerca, muy cerca el uno del otro, hecho relativamente normal a esas alturas. De repente, fue consciente de cada parte de sí que rozaba con la suya. De cada destello de luz que relucía en su cabello. De la intensidad de su mirada mientras elevaba una de sus incontables réplicas hacia oídos invisibles. Del barullo ronco y suave que resonaba en sus oídos. Y de la calidez y el sabor a él que se colaba entre sus labios cuando por fin lo besó. Fue rápido y tímido e intenso y un sinfín de cualidades que le nublaron la mente unos gloriosos minutos hasta que se separaron y una sola palabra abandonó sus labios en vuelo imperial:
―Scorpius―.
Desde ahí todo se volvió en un borrón de momentos robados y semi ocultos entre la luz del sol. No era un secreto en sí. Simplemente nunca los habían visto juntos y las personas tienen la extraña capacidad de ignorar todo lo que se encuentra frente a su nariz. Hasta hoy. Y de todas las personas del mundo que los podrían haber visto había sido ella.
Rose.
No es con exactitud una chica prejuiciosa, sin embargo, nadie nunca ha comprendido el porqué de su manía con Scorpius. Su sola presencia logra exasperarla más allá de cualquier límite y, aparentemente, él no hace más que aumentar el fuelle.
Sea cual fuese la razón original, lo cierto es que en estos momentos ha dejado de gritarle. Y sus pensamientos se golpean tormentosos dentro de sí. Lo ve y de pronto se le antoja que Malfoy es un muñeco de porcelana, de ojos distantes y mueca burlona; y quiere azotarlo contra el suelo mientras se rompe en mil pedazos, para comprobar si realmente es tan hueco como aparenta, tan vacío de cualquier sentimiento que no sea amor propio y vanidad, quizá egoísmo.
Tiene ganas de seguir gritándole, pero sabe que no vale la pena. El maldito ya ha hecho suficiente daño. Sutil como una sombra e implacable como un dementor se había adentrado poco a poco en su vida para hacerla añicos. Había robado sin ningún miramiento y encantando con palabras bonitas a la persona más importante de su vida, como el flautista de Hammelin, lo había hechizado lejos de ella, cambiándolo hasta volverlo irreconocible. Había perdido a su mejor amigo y esa había sido la gota que rebalsaba el vaso y creaba una tormenta imposible de ignorar.
Teniéndolo frente a sí nota cómo sus labios se llenan de hiel, ponzoña y amargo resentimiento. Las palabras suben por su garganta impulsadas por la bilis y por la ira, se escapan a borbotones por entre sus dientes, perfiladas por su pérfida lengua, corroyéndole las entrañas y empañando su alma:
― Te odio, Malfoy.
Scorpius la observa detenidamente, ignorando la mayor parte de lo que grita la chica desaforada que tiene ante sí. Su cabello es una maraña de víboras rojizas que amenazan con envenenarlo hasta una muerte lenta y particularmente peligrosa. Sus ojos azules parecen una tormenta en el fondo del océano, acompañados de la cantidad perfecta de bestias preparados para comer sus restos mortales. Sinceramente, siempre ha sabido que Weasley está absolutamente demente, pero una cosa es suponerlo y otra muy distinta es verlo confirmado de primera fuente.
De hecho, llegaría a afirmar que toda su familia padece de serios problemas mentales, salvo por Albus. Quien, por cierto, mira la discusión unilateral con algo de temor. Lo comprende, esa prima suya parece estar bajo el efecto de alguna fuerte poción, ¿quién pensaría que Weasley fuera drogadicta? Tal vez por eso lo detestaba tanto. Él era todo lo que ella quería ser y jamás sería. Lástima.
De pronto nota que la chica ha dejado de gritar y los mira con los ojos tan abiertos que parece saldrán de sus órbitas rodando hacia sí. La temperatura ha descendido un par de grados y teme lo peor, solo espera que no arruine su impecable belleza. Le atrae la idea de ser embalsamado y apreciado como un mártir por toda la eternidad. Casi ve la placa conmemorativa y la fila para entrar a verlo.
En retrospectiva, lo debió haber visto venir. Era una chica después de todo. Y una exageradamente dada a los sentimientos extremos. Mas eso no impidió que mientras se distraía ella lo hubiera hechizado. Ni que Albus y su maldita valentía de Gryffindor saltara a detener la maldición, como si no existieran los encantamientos protectores. Y, por supuesto, no pudo evitar que su…que Albus fuera a parar a la Enfermería con un boleto para un par de horas por lo menos. Weasley definitivamente debería estar internada en San Mungo.
Rápidamente lleva a su amigo rumbo a la enfermería, con una nerviosa pelirroja siguiéndole los pasos como un perrito faldero. Realmente no la soporta.
Al verlos Madam Pomfrey y su asistente Madam Longbottom (esposa de su profesor de Herbología) comienzan a hacer una lluvia de preguntas que los golpean antes de poder defenderse. A grandes rasgos logran comprender que ha sido aturdido por un hechizo particularmente fuerte y se ponen a trabajar, expulsándolos de la habitación en el proceso. Lo cual lleva a una situación exponencialmente incómoda.
Scorpius intenta ignorarla desde el lado opuesto del pasillo. La culpa por todo lo que está pasando, ¿qué clase de maniática va hechizando a su familia? No comprende cómo puede estar relacionada con Albus y, peor aún, ser tan cercana a él.
Un sonido sospechoso lo hace voltear su mirada hacia ella y, espera un momento, su labio inferior está temblando. Oh no, por favor no. Pero sí, efectivamente sus ojos se han inyectado en sangre y están más brillantes de lo que recuerda haber visto. Y está más roja también, casi al punto de la combustión. En serio, nunca ha sido bueno con las chicas que lloran. La empatía no es algo que se le dé especialmente bien, requiere demasiado trabajo y sentimentalismo.
Mas sus peores temores se confirman cuando una lágrima suicida va a morir en la comisura de su boca. Y la sigue otra. Y otra, y, oh Merlín, ¿de dónde sacará tanta agua esta chica?, piensa con una repentina necesidad de salir corriendo.
En serio le gusta Albus, pero no está seguro si vale la pena pasar por todo este melodrama. Que solo se estaban besando, tampoco era para recrear una pequeña inundación. La escena se vuelve más incómoda a cada segundo, hasta que una pequeña vocecilla muy parecida a la de su madre se vuelve insoportable.
―Weasley.
El sonido la sorprende más allá de lo razonable. Sus nervios se encuentran en tensión y, sinceramente, lo único que quiere es revertir el tiempo y deshacer el estúpido hechizo. Malditos impulsos. Maldita ella. Y, por sobre todo, maldito él.
―Weasley, mírame.
Su tono la asusta hasta lo indecible. Es duro, directo, imposible de ignorar. Nunca se había sentido tan inclinada a hacer algo y teme al vislumbrar el real poder del rubio. Levanta el rostro lentamente y se encuentra con aquello que jamás creyó ver.
Su rostro está pálido y hay cierta inseguridad en sus facciones, muy distinta a su usual arrogancia. Él también está asustado. Pero habla y no puede evitar escucharlo, por primera vez no reniega de él.
― Mira, entiendo que estés, no sé, sorprendida. Pero llorar no lo va a sacar más rápido de la enfermería y, sinceramente, haces esto aún más incómodo de lo que ya es. Así que porque no nos haces un favor y dejas de llorar. Por favor
Ese último gesto los sorprende a ambos por igual. Scorpius Malfoy nunca pide perdón, ni permiso. Las cosas siempre se dan a su paso, como si la naturaleza rogara por ser vista por él, como si el mundo hubiese sido creado para su exclusivo uso. Rogar no es parte de su vocabulario. Sin embargo, las palabras aún reverberan por el oscuro pasillo, junto a los últimos sollozos.
Tal vez, solo tal vez, podrían crear un solo segundo de paz si tenían un objetivo en común. Se miran midiéndose, evaluando cada movimiento del otro. No se parecen en nada, salvo quizá en lo más importante: ambos quieren a Albus. Lo saben porque ven reflejado en sus rostros la ansiedad que los carcome, el miedo irracional.
Puede que nunca sean amigos y que los comentarios hirientes sigan hasta la eternidad, pero han llegado a un acuerdo tácito de comportarse a veces. Por Albus.
Al despertar, Albus Severus Potter se llevará una gran sorpresa.
N/A: ¿opiniones? Creo que esto realmente necesita mejorar, pero juzguen ustedes.
