N/A: Esta historia ya la tengo casi completa. Es una adaptación de un fanfiction que escribí hace un año. Espero les guste y los invito a leer "La última gardenia" puesto que es de relevancia para esta historia. Digamos que es una precuela. Basado por supuesto en "The stick of truth". Procuraré subir "CATFISH" esta noche si no es que mañana. Gracias. ¿Es malo pedirles review? (?) Parece que nadie comenta. Me deprime, no voy a mentir.
Espero les guste al fin y al cabo.

Solamente el prólogo estará relatado en primera persona por Kenny, lo demás es en tercera persona.

Para Miranda.~ Aquí está tu Crenny.

AU - South Park

Disclaimer: Esta pequeña historia es de mi propiedad; así mismo los personajes no son de mi creación, son originales de Trey Parker y Matt Stone.


Prólogo: La miel de tus labios

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El amor es como una guerra: fácil de iniciar, difícil de terminar, imposible de olvidar

Henry Louis Mencken


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Una vez más el frío azotaba al pueblo y a como diera lugar, intenté buscar algo de leña en las afueras del bosque, sin éxito alguno para mi acostumbrada mala suerte. Derrotado regresé por el largo sendero internado en el oeste. El páramo como siempre, se encontraba resplandeciente de una flora tan bella que nunca era cansado mirar. No fue sino un ruido extraño lo que me hizo virar unos metros tras de mí. Procuré hacer el menor ruido posible pero las ramillas bajo mis zapatillas no me ayudaron mucho. Pegué tremendo brinco cuando en ataque —o eso creí—, una cosa peluda me saltó encima. ¿Qué rayos? Juraría que la falda de mi vestido llegó a levantarse un poco. Como respuesta rápida posé una mano en mi entrepierna y bajé la tela en un santiamén, acto seguido me aseguré de estar sola. ¿Por qué razón?

Hace más de diez años que he fingido ser una chica —quince, para ser precisos— justo ahora soy la "hija" del difunto ex florista personal del rey. La razón es simple: ¡Esconderme!
Mi padre en vida le tenía infinito miedo a que algún día me tomaran para el batallón de guerra. La razón es algo extraña para mí, pero no por ello dejaría a mi padre con el desasosiego en las manos. En primer lugar, porque alguien más contaba de mi existencia para vivir y eso me mantenía atado completamente.

Los últimos años la pelea con el reino contiguo ha ido empeorando a paso agigantado y la única manera de estar "a salvo" es siendo un infante o una mujer. No es que le tema a estas cosas y mentiría si dijese que no me incomoda…, pero el último deseo de mi padre es que logre casarme y hacer una linda familia justo como la nuestra lo fue algún día; proteger lo que nos queda y luchar por nuestro día a día. Me pregunto aun, ¿de qué manera se está más a salvo? Evitar la guerra o fingir ser quien no soy. Una u otra terminarán mal, lo presiento y siempre estuve consciente de ello; no obstante, ya está hecho.

Mi hermano mayor, Kevin, murió en la batalla hace poco más de ocho años, al ir en contra de la petición de nuestro padre. La ridícula idea de mantener nuestra identidad escondida; fue entonces que todo empeoró y cuando eso sucedió, Stuart decidió ocultarnos aún más de la guerrilla. Mi hermana menor, Karen y yo, ahora nos vemos obligados a esconder una verdad que me podría costar la vida, o quizás a ambos, puesto que es muy seguro, a mi pequeña princesa la culparían de complicidad, ignorando por completo su edad.
Aunque justo ahora me vea obligado a mantener el pequeño negocio de mi padre, para cubrir los gastos médicos de mi hermana, no me molesta y con toda la sinceridad que poseo, me cuesta llevar vestido y mantener una cabellera larga. De esta forma, y al tormento del destino fortuito, no descansaré hasta ver cumplido el sueño de mi padre, y más que cualquier otra cosa: Trabajaré con sangre y sudor si es necesario para tomar la felicidad de Karen y abrigarla, para que nunca escape. No dejaré que la enfermedad se lleve a otra persona especial para mí. Así que no me rendiré.

Esa es la corta historia. Tratar de relatarla por completo sería pérdida de tiempo y más que eso, aún la muerte de mi hermano pesa en mi espalda. Si hubiese ido a la guerra ¿él seguiría con vida? Odiaba pensar en ello. Así se manejaba por completo mi vida. Centrarme en el pasado no es cosa de todos los días, porque aborrezco hacerlo. Si logro sonreír todos los días hasta el fin de los tiempos, entonces habré hecho mi gran hazaña.

Atiné a dar un pequeño suspiro cuando me percaté de que aquello que me había asaltado no era más que un simple cobayo de pelaje igual de suave que la crema. Lo elevé con sumo cuidado entre manos y entonces distinguí algo ¿Los cobayos no solían tener las patas sueltas verdad? El pequeño animalito no sólo estaba herido, tenía las patas traseras rotas y si lo dejaba ahí en pleno frío no tardaría en "estirar" las otras dos (1*)

—Parece que estás lastimado. Bien, irás conmigo a casa.

Debía parecer un loco hablando con un animal, pero ¡Es que era tan tierno! Y seguro que a Karen le encantaría tenerlo en casa; después de todo, algo de compañía para dos no estaría mal. De mi madre no hemos tenido fe de conocimiento desde que la guerra comenzó y pensar en buscarla solo sería peor para todos, ahora mi deber se quedaba en cuidar de mi hermana. Pensar en que probablemente fue secuestrada por el reino enemigo, o que la tomaran como sacrificio al desalmado que teníamos por rey. Lo mejor, por ahora y siempre, dejar ese asunto estancado en el pasado. Fingir que estaba todo bien. Así debía ser.

Como pude, logré cobijar al animalito entre mis ropas. De alguna forma lograría calentarnos a los tres una vez llegara a casa… Pero entonces lo recordé.

¡La floristería!

Había olvidado por completo los medicamentos de Karen. Me costó por lo menos tres meses conseguir suficiente para el remedio. Ni hablar de lo endeudado que me encuentro ya a culpa de los retrasos con el médico. Y es que ¿quién compra flores en invierno? A nadie le gusta ver marchitar una rosa a causa del invierno.

Se me estaban helando las piernas. Maldije por lo bajo lo incómodo que es usar vestido. Me llamarán ignorante y más de uno aseguraría que estoy loco, pero no creo sea malo que las mujeres usen pantalones. En realidad buscaba cualquier excusa para no helarme.

Apreté los dientes cuando al fin logré dar con la pequeña casita de madera podrida. Se me hizo un nudo en el estómago. La puerta estaba abierta y varios narcisos desechos en la entrada. Tragué en seco y me puse en guardia. ¿Ladrones? ¿Qué delincuente en su sano juicio robaría flores… y en invierno?

Vi una capucha marrón y botas en el mismo color, sin mencionar la espada que portaba sobre un cinturón a un costado izquierdo. Y yo… Yo tenía un animalito —nada intimidante— entre brazos.

Jamás me sentí tan estúpido y despreocupado que antes. Procuré tanto verme como una mujer que sin darme cuenta quedé indefenso tal y como una.

—¡Alto ahí! O… — ¿O qué?—, ¡Llamaré a la guardia!

No me respondió y bajo la capucha solo pude visualizar un par de orbes zafiro, brillaban como los de un lobo al acecho, filosos… Por mucho penetrantes.
Como pude alcancé una pala del mostrador —claro tomándome la molestia de esconderla tras mi espalda… ¿Qué? nunca se sabe— cosa que se me hizo difícil, aún tenía al animalito en el brazo izquierdo. Podía pelear y estaba preparado, pero una pala no puede hacer mucho contra una espada. No tengo miedo, no debía tenerlo. ¡Sólo me pasan estas cosas a mí, por idiota! Mi abuela se retorcería en su tumba si se enterara de esto. ¡Ni qué hablar de Kevin, me lanzaría un sermón de cuatro horas por no cargar con una daga al menos o cualquier fierro filoso!

—El cuyo.

Fue lo que dijo y señaló a la pequeña bola de pelos. No me había dado cuenta de que aún tiritaba de frío hasta que giré mi vista, y el pobre se notaba afligido con la respiración irregular. Me mordí el labio, fui inconsciente otra vez. Relajé la mirada pero estaba seguro de que debía tener una mueca graciosa.

—¿El… cuyo? Vas a tener que ser más específico si quieres que te entienda —carraspeé un poco al matizar mi voz.

Alguien debía darme el premio a la estupidez, solamente a mí se me ocurría bajar la guardia ante un desconocido que sin permiso entró a la tienda vaya a saber porqué. Di un paso hacia adelante amenazándolo con la punta de la pequeña pala, era un poco más alto que yo y de cerca pude ver sus delgadas facciones, masculinas pero bastante atractivas ¿Pero qué cosas estoy pensando?

Rodó los ojos y chasqueó la lengua como respuesta.

Chasqueó la lengua… ¡Me chasqueó la lengua! Vaya hombre ese, todavía que irrumpía en la floristería se daba el descaro de chasqueárme la lengua; mi paciencia era mucha pero esa persona me la iba a terminar agotando.

—¿Buscas flores? ¿No? Entonces largo de aquí, eres un allanador —mascullé con cuidado. No es propio de mí levantar la voz, tampoco ser amenazante. Normalmente soy agradable y ¿para qué negarlo? Se me va la mano al coquetear; pero no era el caso. Pocas veces se me ve enfadado.

—Cierra la boca y dame al cuyo.

El pequeño animalito asomó la nariz y antes de darme cuenta el idiota ese me lo había quitado de las manos. Forcejee sin dudarlo y la capucha que lo cubría calló tras su espalda, tenía el ceño fruncido y por un momento eso me intimidó, pero le respondí de la misma manera… Sólo me detuve a sabiendas de que el cuyo tenía las patas rotas, no deseaba lastimarlo.

—¡Suéltalo, estás lastimándolo!

Se detuvo. Logré ver un poco de angustia en su semblante. ¿Será posible?

—Eres ruidosa —sostuvo con cuidado por fin a la motita de pelos.

Su voz fría sólo me sacaba más de quicio y me llenaba de curiosidad a la vez, pero pude notar en su mirar sólo un poco de confusión, ¿sería así?

Relajé el semblante al notar que el ladronzuelo de verdad veía las heridas de la pequeña bola de pelos. No pude más que suspirar e ir a la parte trasera de la humilde tienda. Tampoco es que estuviese repleta de flores, porque en invierno… la escasez de éstas se hace presente y por fortuna había algunas plantas que son resistentes al detestable frío.
Miré la madera podrida de una pequeña repisa al fondo tras el mostrador… Las cosas no iban muy bien, y de verdad el aire triste se hacía presente en aquella época del año… El otoño ya había llegando a su fin.
Tal vez sería una tontería usar vendajes de tela en un cuyo pero no había de otra. Traje conmigo de vuelta un par de trazos de tela y un par de tablillas de madera. No era muy experto en ese tipo de cosas, pero la abuela nos enseñó antes de morir un par de trucos. Ella estudiaba medicina a pesar de estar prohibido para las mujeres, claro lo hacía en casa leyendo… y en ocasiones conseguía un poco de práctica al vestirse como un chico y pedir ayuda al médico del pueblo. Parecía que el intercambiar roles de género iba de familia. ¡Ah!, ella era la mejor ¡y cocinaba como los dioses! Dejando de lado por su puesto que, muchas veces sólo contamos con un poco de hierbas y agua. Siempre supo cómo llevar a la familia a la falta de nuestra madre.

—Toma asiento.

Al ver que el otro miraba desconfiado tome una silla y palmee la contigua, dejé las cosas en mi regazo y acomodé mi cabello en una coleta.

—Y por cierto, no soy ruidosa, no es normal que una persona entre aquí como si nada y ponga cara de ogro. Relájate un poco, ¿está bien? —otorgué una confiada sonrisa. Así soy yo después de todo, y no lo puedo evitar, tampoco lo quiero.

—La puerta estaba abierta.

Hice un conteo de las situaciones previas al dejar la floristería: Acomodé los narcisos azules encima de los blancos, y Adam llegó… coqueteé con él, me compró un pequeño ramo de los narcisos, olvidé ir por la leña y salí corriendo al sendero oeste.

¡Bien, él tenía razón! No podía ser allanamiento del todo porque fui yo quien dejó la puerta abierta, pero la actitud del muchacho me consternó… No fue del todo mi culpa; después de todo, mis preciosos narcisos yacían destruidos en el umbral. Eso fue una completa grosería, si no iba a robar, entonces ¿por qué destruir tan perfecta flor? No tenía caso.

—Y los narcisos cargaron la culpa —rió entre dientes.

—Hum… se cayeron.

Apreté los labios al mirarlo de soslayo. ¿No sonreía? ¿Siempre tenía ese rostro seco y sereno? Debía ser cansado mantener una postura tan recta. ¡Qué horror!

—¿El cobayo es tuyo? Si no quieres que sufra entonces tráelo aquí.

Me estaba fastidiando no encontrarle un hilo a la conversación. Karen dice que soy un alma libre y necesito de expresarme constantemente, y que en ocasiones hablo más de la cuenta, pero eso a ella le gusta, entonces los demás no me llegan a importar mucho; pero lo único que quería era que aquel hombre soltara al pobre cuyo que se notaba, no quería estar en sus brazos. Lástima si es suyo, nada podía hacer más que ayudarlo.

Por fin el moreno se acercó pero jamás relajó su expresión. Las pequeñas cejas casi se juntaban, de un momento a otro pensé que era como un niño encaprichado, fuera del enojo que apenas se veía en su rostro, también se notaba gracioso. Llegué a sentirme nervioso cuando estuve seguro me clavaba los ojos. No había más, mejor estar concentrado en tomar al animalito y recostarlo boca arriba sobre mis piernas. Le rasqué la pancita hasta que por fin dejó de ponerse tieso; después de todo si era bastante lindo. Se me escapó una pequeña risa por ello.

—Tranquilo, tranquilo, no tardaré mucho ¿está bien? —murmuré al oír un chillido que me partió en cuatro. Pobrecillo.

Tal vez me veía ridículo hablándole pero solo deseaba que se relajara para poder inspeccionar de buena manera sus patas. Para mi suerte el otro no dijo palabra cuando comencé a indagar en el animalito con sumo cuidado. Di un suspiro de alivio al notar que solamente estaba lastimado y no había fractura alguna, seguramente por eso en el bosque no las movía.

—¿Y qué tiene?

—Parece que se lastimó un poco, tiene una rasgadura en la patita trasera derecha y la izquierda parece estar intacta pero no descarto que también esté lastimada. Tiene demasiado pelo, no puedo ver muy bien —tomé aire antes de terminar de colocarle un pedazo de tela en la pata rasguñada después de lavarla un poco—. ¿Es tuyo? —cuestioné por segunda vez.

—No.

¿Eh?... ¿No era suyo? Cada vez mi rostro se desencajaba más en duda, ya no comprendía ni una sola de las acciones de aquel chico ¡Tremendo raro! … Bueno yo no estaba en posición de pensar en ello considerando que desde pequeño visto de mujer.

—¿Entonces por qué me lo quitaste? Y más aún ¿por qué entraste aquí? No tengo nada que te pueda interesar si no son flores, y dudo que seas del tipo delicado que regala cualquier baratija a una damisela —enarqué una ceja. ¿Y si intentó robar el poco dinero que había tras el mostrador? ¡Cierto! Ese tipo es un ladrón, y yo bajé la guardia.

—Lo quiero.

—¿Qué? ¡Esa no es excusa!

—Eres demasiado ruidosa…

Atiné a sonreír, pero más nervioso que otra cosa. Este tipo me sacará canas verdes y es que soy demasiado joven para verme viejo… vieja, quiero decir.

De nueva cuenta se acercó y yo por instinto alejé al cuyo, no quería que volviese a arrebatármelo, ahora más a sabiendas de que no era suyo. Por un momento quedé en desconcierto, porque no fueron sus manos las que se acercaron… fueron precisamente sus labios y antes de que pudiera abrir la boca para gritarle o — ¿por qué no? — atacarlo, pude sentir la calidez ajena en forma de aliento… Se movía lento y yo no pude siquiera moverme, estaba tan impactado que me quedé estático sin saber qué hacer. ¿Kenneth Stuart McCormick, sin saber qué hacer ante un beso? Eso ya estaba mal desde el inicio. A veces vestir como una chica te acerca un poco a sus gustos. Sí, me atraen un poco los hombres, nada serio, es pasajero… eso creo.

¡Ese fue mi primer beso con un chico! Y yo planeaba entregárselo a mi primer amor… Lo sé es algo cursi y no soy una mujer, pero siempre fui reservado al respecto… claro, en cuanto a acercamiento físico y eso no me quitaba la reputación de "prostituta" en Derbridge, destruir relaciones por un simple coqueteo puede llegar a mucho. ¿¡Y por qué carajo estaba correspondiendo!? Mis labios se movieron solos y quise gritar ¡Hey tú, soy un chico! Pero la sensación me lo impedía. Culpa de la abstinencia, eso sucede cuando experimentas algo nuevo y resulta ser bueno. ¡Ah! ¿Qué más da? Me mueven los tíos.

Sacudí mis pensamientos y entonces pude apartar mis labios; los cubrí con la yema de los dedos y podría jurar sin tener que ver mi reflejo, que mi rostro estaba completamente rojo. Lo sentí arder hasta las orejas. ¡Maldición ¿Cómo es que la situación cambió a esto?! Lo peor del caso es que sonreía. Padre, perdóname, creo que no podré tener familia después de esto: un enorme descubrimiento: definitivamente me prenden los tíos.

—¿Por qué? —pregunté y no tenían que decírmelo, aseveraba verme como idiota. Me besa un chico y es lo primero que se me ocurre decir. ¿Dónde estaba mi premio a la estupidez?

—No dejabas de quejarte.

—¿¡Ah!? ¡Esa no es excusa, ya te dije! —Grité exasperado. No suelo gritar, normalmente mi respuesta más lógica sería coquetear.

—Para ser un chico, te quejas tal como una mujer.

¿Qué dijo?... ¡Esto no estaba bien! Se dio cuenta… ¡Joder, se había dado cuenta! Todo por lo que trabajé estos años. No es posible que un delincuente idiota venga y me descubra como si nada ¿Cómo se enteró? Si me cuidé para modular la voz, mi cabello es largo y por suerte mis rasgos son finos —no tanto, pero logro disimularlo— y pueden pasar un poco por los de una mujer… ¿Entonces?

—No se lo digas a nadie —formulé de inmediato con la imagen de Karen en mi rostro. Ella no podría sola, y podía saber con certeza que mi cuello pagaría las consecuencias.

Todo quedó derrumbado, deseaba maldecir en todos los idiomas posibles, pero en mi suerte sólo conocía uno. ¿Habría piedad? ¡Ah, pero cierto! Sólo sería la prostituta que en realidad siempre fue hombre, y que desertó a la guerra vistiéndose de mujer, que no alcanzaría ni a cruzar la frontera cuando la muerte le tendiera la mano. Las leyes son crueles aquí, y Karen terminaría sola, tal vez muerta después de unas semanas… ¡Ni pensarlo!

—¿Qué tendré a cambio?

—¡Nada! Me has besado creo que con eso basta y sobra. Tendré fama de prostituta, pero no soy una. —Se defendió de inmediato.

Alzaba cada vez más la voz pero tal era mi preocupación que ya no me importaba. Mi corazón se agitaba, podía sentirlo junto con un gran nudo en el estomago. No podía fallarle a mi padre a este punto, mucho menos por un mocoso sin escrúpulos que solo llegó a romper mi calma.

Sostuve al cuyo con firmeza y sólo me levanté indignado justo al estante torcido donde se hallaba una de mis florecillas favoritas. No tenía dinero y la única forma de soborno que alcanzaría eran esas hermosas "sweet pea" azules. La fragancia que emanan siempre me ha gustado y agradezco que sean plantas que soportan el frío. Tomé un ramo como pude, cuidando de que el cuyo no cayera de mis brazos, cuando terminé lo empujé contra el pecho del joven ¡No me rebajaría a darle algo más! No ahora, tal vez… ¿En qué mierda estoy pensando?

—¿Qué es esto?

—Flores, se llaman "sweet pea" no puedo darte nada más a cambio de tu silencio —mordí mi labio inferior—, por ahora.

¿A qué carajo venía ese coqueteo? Y justo después de tiempo. Soy todo un caos.

Y de verdad esperaba que aceptara. Las tomó, pero de inmediato frunció el entrecejo, se veía molesto y aunque deseaba darle pelea no estaba en posición. Ahora solo quería que se fuera y nunca hablara de lo que escondía ¡Me arruinó la vida en pocos minutos! Al menos debía irse y no darme más problemas pero en cambio sentí su mano tras mi nuca y sus dedos enredarse en mi cabello, otra vez aprisionó mis labios pero fue más a la fuerza, retiró la bufanda de un verde semejante a la lima que tenía encima… Ahora sí estaba asustado ¿Qué planeaba hacer?

Cerré los ojos con fuerza —aprisionado por mi propio éxtasis— y apreté los dientes esperando lo peor; en cambio a lo que creía sentí sus dedos fríos sobre mi cuello. ¿Estaba tocando? Cuando abrí los ojos y me di cuenta, observaba divertido con una sonrisa que no podía ser más que de burla.

En enfado lo empujé de nueva cuenta pero este me tomó de la muñeca con fuerza, casi pierdo el control al guardar cuidando de que no dañara al pobre cobayo. Se dio cuenta y retrocedió de pronto. Iba a reclamarle cuando noté que teníamos compañía, y no cualquiera, se trataba de un guardia real.

Me quedé estático como por tercera vez en el día y no a causa del frío.

—¡Majestad, lo hemos encontrado!

—¿Majestad?

Antes de darme cuenta, el ladrón enredó el pedazo de tela verde alrededor de mi cuello asegurándolo con un buen amarre. Tosí al instante en busca de aire… Vaya tipo. Me acomodé el vestido y en cuanto vi a ¿la princesa? gaché mi cabeza y la mitad de mi cuerpo hasta quedar de cuclillas. Hice una reverencia sin levantar la mirada, no era normal que su majestad saliera al pueblo, debía ser algo importante e imaginé que de nueva cuenta pedirían rosas rojas como lo hacían antes de que mi padre falleciera. El caso es que no soy un mago y en invierno no puedo manifestar un hechizo para crearlas.

—¡Craig!, mamá está preocupada. No debiste salir tras ese estúpido cuyo. Tenemos que volver pronto antes de que papá se entere.

Vaya princesa… Un momento ¿Qué había dicho?
¿A quién le hablaba?
La respuesta me llegó pronto cuando la joven más baja se acercó al fastidioso y malnacido —pero atractivo— ladrón. Ya no entendía ni un poco de lo que estaba pasando.

Al complementar mis memorias de aquella época cuando era pequeño, mi padre dijo que el príncipe fue enviado a otro reino buscando así crear lazos con el nuestro y de esa forma poder aliarse y ganar la guerra, pero… No podía ser éste tipo… ¡No podía ser ese tipo! Pero entre más los observaba con el rabillo del ojo más notaba el gran parecido que poseían.

La princesa Ruby lo llamó Craig. Mi corazón dio un vuelco y un mareo comenzó a tomar posesión de mi cuerpo, yo… Kenneth McCormick, besé al príncipe de Derbridge… ¡Besé a su majestad el príncipe, heredero a la corona de Derbridge! Y no solo eso, ahora la mismísima realeza sabía de mi engaño. Esto es bastante grave, puedo ser considerado un desertor sólo por el hecho de fingir ser una chica y evadir el sistema… Estoy en un grave aprieto. Mi cuerpo comenzó a temblar sin saber ya qué hacer. No me di cuenta siquiera de que seguía en posición de saludo.

Antes de darme cuenta, Craig me tomó por la cintura e intentó levantarme. Su rostro no expresaba nada y temí por mi suerte. Sentía el miedo en cada extremo de mi piel. Pero en lugar de llamar a los guardias y que estos me llevaran detenido así nada más. El príncipe tomó mi mano y dio un ligero beso en mis nudillos.

Mi reacción no debía tener nombre, estaba tan impactado que las palabras se atoraron en mi garganta. Seguro tenía un poema extenso retratado en el rostro.

—Vendré mañana por más de estás… sweet pea. Gracias por el obsequio mi hermosa dama.

Lo vi hacer una mueca de disgusto, como si el ser educado le pateara el trasero.

—Ah…, ha sido todo un placer, su alteza —tragué en seco.

Estaba tan consternado que apenas pude contestar entre titubeos, pero al menos me dejó un poco aliviado. Sonreí, otra vez de oreja a oreja con simpleza, asiendo amago de mi gran talento para la actuación, con efecto retardado para mi malísima suerte.

—Craig, ya casi es hora de la cena. Vámonos pronto, papá se molestará —exigió la pequeña con los brazos cruzados y una mueca de fastidio.

No diferían ambos en esa expresión neutra. ¿Nunca sonreían?

El moreno rodó los ojos.
Soltó mi mano y se dirigió a la salida con el ramo en manos. Yo aún perplejo, me quedé observando la puerta entreabierta. ¿Qué había sido todo eso? Y ¿Cómo es que descubrió que yo soy un chico?
Mi cabeza ya era una maraña de pensamientos, empezando por qué… besé a un chico y no solo eso… Ese chico era el próximo heredero al trono. Lo peor de todo: me encantó. Ese tipo tiene un aire que me desespera y me provoca.

—Parece que estamos metidos en un aprieto, ¿eh? amiguito… Te llamarás Thomas —murmuró. El nombre iba con toda la intención. Craig Thomas Tucker. Chasqueé la lengua.

Ahora solo esperaba que Craig no cumpliera y el día de mañana no apareciera por aquí… Pero ¿Lo hará? Demasiadas emociones en un día y yo aún debía ir a casa con las medicinas. Karen debía esperar un poco más hasta que pudiera llegar a casa.

Nota 1* : "estirar las patas, es un dicho común latinoamericano para decir "está muerto o lo estará".