I
No sabría decir cómo exactamente había llegado allí. Su mente estaba plagada de nubarrones tan espesos como la niebla, no sabría siquiera remontarse a un par de días atrás. Parecía que hubiese pasado una eternidad desde que Natsu y él habían escapado de casa. Antes que volver a soportar las palizas de su padre, había decidido crecer antes de tiempo. Sin embargo, el mundo no tenía preparado un lugar para un chaval de diecisiete años y su hermana pequeña, ambos menores de edad, sin educación, sin experiencia y con aspecto desaliñado. Lo siguiente que podía recordar era tan solo la sensación insoportable de estarse encogiendo. Su estómago se retorcía, se retraía contra sus costillas, le causaba un dolor que estaba a punto de volverle loco. Sus piernas decaían, a su columna le costaba mantener el peso de su cuerpo. Era como una torre de cartas que se iba cayendo a cámara lenta desde los cimientos. Sus huesos eran frágiles; su pelo, quebradizo. El cabello pelirrojo de Natsu se caía a jirones, ella misma se los iba arrancando al adecentarse con las uñas. Por mucho que intentase encontrar una razón por la cual levantarse rebuscando en su aletargada mente, su cuerpo no era capaz de responderle y ponerse de pie. Hablar se había convertido en una consumición absurda de energía. En cuanto se daba cuenta, estaba encogido en posición fetal arañándose la barriga reconcomida para evadirse del dolor. Su completa existencia se desconectaba por intervalos, comenzaba a dejar de distinguir lo que era real, lo que era un sueño o los delirios que comenzaba cada vez a tener más frecuentemente. Esa experiencia de arbusto marchito se prolongó hasta que sintió que alguien le ayudaba a levantarse. Y lo último que sus ojos hundidos en las cuencas fueron capaces de dilucidar fue una sala llena de gente, todos ellos expectantes ante su presencia.
-Este niño es Hinata, a partir de mañana trabajará con Kiyoko.-una voz tintineante pero masculina reverberó en sus oídos, mientras una mano bastante grande le acariciaba la espalda.- ¿Alguien puede darle las sobras de la cena?
Apenas pasaron un par de minutos y dos personas se levantaron de la gran mesa que cruzaba la habitación. Una de ellas fue una mujer de larga melena negra que caía como el velo de una novia, la cual se dirigió en la dirección contraria, seguramente a obedecer las órdenes de aquel hombre. La otra, sin embargo, era un hombre de aproximadamente veintitantos años, con el cabello color plata, que se precipitó hacia ellos. En cuanto llegó a la altura de Hinata, se acuclilló ligeramente, lo justo para quedar frente a frente. Hasta aquel momento ni él mismo se había dado cuenta de lo mucho que protruía su mandíbula, él que siempre había tenido unas mejillas plenas.
-Oh, Dios Santo, ¿pero qué te han hecho, mi amor?
Su voz era tan melodiosa. Su tacto, tan dulce. Su mirada, llena de compasión. Su cabello eran hilos de ceniza y sus ojos como un panal de miel. Su piel tan blanca como la porcelana, mas cálida y gentil; sus dedos, delicados; su mirada, penetrante. Si realmente creyese en los ángeles, juraría que estaba viendo uno en aquel mismo momento.
-Me lo encontré en la calle con una niña muerta en brazos.-respondió el hombre tras él, recibiendo por parte del ángel de cabello plateado una mirada horrorizada y una inhalación interrumpida.
Entonces fue cuando los recuerdos en la mente del pequeño Hinata comenzaron a dilucidarse más claramente, al menos, pudo ir enhebrando sensaciones sueltas que creía imaginadas hasta que la historia tomó forma. Su cuerpo, aunque joven y sin estar todavía totalmente desarrollado, había podido soportar la falta casi total de alimento y la depleción brusca de vitaminas esenciales, pero la pequeña Natsu apenas tenía siete años. Él intentaba conseguir sustento para ella, mas cuando se halló al límite de sus fuerzas simplemente se dejó arrastrar por la corriente sin apenas hacer el amago de luchar. Realmente, era lo que un niño de su edad podía hacer cuando todo estaba perdido y su cuerpo se pudría por dentro; sobrevivir. Era un acto egoísta pero los animales de por sí tienden a su propia salvación. Poco a poco fue rememorando a su hermana. Su cuerpo frío, blando, que parecía desvanecérsele entre las manos, que se escurría entre sus dedos. Estaba congelada. Si le dijesen que estaba sosteniendo un pedazo de carne sacado directamente de la cámara frigorífica, se lo creería sin ningún tipo de duda. Eso era ella ahora. Carne. Polvo. No podría volver a ver su carita, a escucharla sonreír. Por mucho que la sostuviese contra su cuerpo no era capaz de devolverle el calor, de hacerla pronunciar al menos una palabra más, de oír su voz. Lo que alguna vez fue Natsu ya no era más que niebla en su aletargada cabeza.
-A saber cuántos días llevaba con ella así.-añadió la voz masculina que procedía de detrás de él.
Una amargura le subió por toda la garganta hasta la nariz y los ojos. Se sentía como un latigazo de bilis.
-Takeda, no seas tan insensible. Ha debido ser un golpe muy duro para el pequeño. Ven aquí, mi vida, tranquilo.-volvió a sentir las manos largas y níveas del muchacho de cabello ceniza sosteniendo sus mejillas. Dejó caer sus párpados y comenzó a caer una velada de lágrimas. Si al menos pudiese haber intercambiado el lugar con ella. Sin embargo, apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando sintió esas manos tomar su nuca y acercarle a un lugar del que emanaba calor.
Pronto comenzó a fusionarse de tal modo que dejó de centrarse en lo que su mente le dictaba y simplemente confió toda la información a sus sentidos. Sus yemas se habían topado con una tela suave, al igual que su mejilla, con una superficie tierna y firme, que desprendía un aroma agradable. Su oreja se adaptó hasta que topó con el lugar justo en el que la dureza y la melosidad se aliaban para conformar un asentamiento plácido. No abrió los ojos, no le hacía falta saber dónde estaba. Contra su tímpano un gentil tejido de latidos parecía estarle hablando. Igual que el ritmo una canción de cuna, que un mensaje en código morse. Todo podía estar perdido, pero mientras permaneciese en aquel lugar, entre aquellos brazos, contra aquel pecho no iba a pasarle nada malo. Estaba a salvo. Podía sentirlo. Podía escucharlo.
-Daichi, me da que ha adoptado otro.-la voz de un tercer hombre, un tanto socarrona, irrumpió en la estancia. Un cuarto individuo suspiró pesadamente e hizo notar su timbre muy secamente.
-Suga.
-"Suga" no. No pienso dejar a este pobre niño solo.-Hinata notó su rostro más oprimido contra el pecho del ángel de cabello color gris, mientras este le acariciaba sus mechones pelirrojos. Al menos ahora sabía su nombre.- ¡Acaba de ver morir a una cría y está muerto de hambre! ¡Sería inhumano dejarlo solo, no puedo hacer eso!
-Suga, ya hemos hablado de esto.
-Me da igual lo que hayamos hablado, he tomado mi decisión. Si no vas a apoyarme puedo hacerlo solo.
El susodicho Daichi no volvió a añadir ni una sola palabra más. Su rostro de piel morena y curtida mostró un gesto de fastidio y desvió la mirada hacia otro lado. Si el albino tenía una cualidad era su tenacidad y su persistencia, sobre todo en ese tipo de temas. Sabía que tenía que pararle los pies si no quería que sucediese lo de la última vez, mas también que, si le privaba de cuidar de aquel pequeño necesitado, sería como arrancarle el corazón. Antes de que nadie pudiese cambiar de tema de conversación, la mujer de melena negra apareció en la estancia con una bandeja que portaba un cuenco de arroz, un pescado a la plancha recién cocinado, un bol de sopa miso y un té. No era una cena muy lujosa ni demasiada cantidad, ya que tan solo eran sobras; sin embargo, el olor hizo que el pelirrojo levantase la cabeza como un animalito, abandonando el resguardo del regazo ajeno en pos del olor tan delicioso que emanaba la comida.
-¿A qué esperas? Es para ti.-le susurró Suga, el cual le sonreía de nuevo tiernamente y señalaba la cena con la nariz.-Vamos, se te va a enfriar.
En cuanto tuvo luz verde, Hinata se separó de su benefactor para precipitarse contra la mesa y tomar el cuenco de sopa entre las manos. Estaba caliente, aunque poco le importó cuando lo hizo deslizarse por su garganta. Quemaba, sí, pero sintió como si su frágil cuerpo se recargase. En un par de tragos consiguió acabársela toda, sin siquiera morder las algas ni el tofu, para centrarse en el arroz. Obvió la existencia de los palillos a un lado de la bandeja y lo devoró con las manos. Quizás fue por toda la emoción que estaba desencadenando, por la enorme gratitud que sentía o por la incredulidad de que, después de tanto tiempo, se estaba llevando algo de comida a la boca, que comenzaron a brotar lágrimas de sus ojitos marrones. Sentía cómo el arroz transitaba por su esófago y caía en su estómago hasta entonces vacío, el cual gruñía y burbujeaba para digerir los nutrientes que le estaba aportando. Le dolía, sentía deseos de regurgitar todo lo que estaba engullendo, era demasiado para alguien que llevaba tanto sin probar bocado. No obstante, simplemente no podía dejar de comer y llorar. Respirar se le hacía una tarea bastante difícil con la nariz taponada y la boca ocupada.
-¡Hahahahaha, maldita sea, mira cómo come el cabrón!-una voz que Hinata ya había escuchado antes emergió de los labios de un chico bajito con un mechón rubio en la frente y un piercing en la nariz, el cual se reclinaba en su silla para mirarle como si observase a un animal del zoo.
-¡Ten cuidado, chaval, que te vas a atragantar!-exclamó como adición un muchacho con la cabeza rapada.
-Oh Dios, mi pobrecito…-aquel era inconfundiblemente el timbre de Suga. Comenzaba a sonar dulcemente familiar, como ese ungüento que las madres untan por el esternón de sus hijos cuando tienen gripe para que respiren mejor.
En cuanto hubo terminado el arroz, sorteó las espinas del pescado como buenamente pudo con las manos e ingirió la carne del mismo, con la nariz tocando uno de los bordes del plato. Por alguna razón que no lograba todavía recordar estaba allí, rodeado de gente, comiendo, en un lugar caliente alejado de la lluvia y el viento gélido. Natsu ya no estaba con él, pero era como si su espíritu le hubiese protegido hasta que llegasen en su ayuda. Era como si ella dirigiese los brazos cálidos de Suga o proveyese a la muchacha morena de comida suficiente para proporcionarle una cena más o menos completa. Tuvo que detenerse un instante a respirar fuertemente por la boca un par de inspiraciones antes de seguir comiendo, el pecho comenzaba a quedársele pequeño. Comenzaba a dudar si todo aquello era otro delirio, mas cuando alzaba la mirada podía ver tan claramente los detalles que rodeaban a aquellas personas que era imposible que su mente estuviese orquestando todo aquello.
-Agh, dadle un pañuelo para que por lo menos se limpie. Parece un cerdo en su cochiquera.-esta vez quien se quejaba era un muchacho rubio con gafas, el cual se mantenía lo más ajeno al resto de los comensales posible.
Suga no tardó en enviarle una mirada de indignación, como si fuese la advertencia de una madre lobo antes de despedazar a una posible amenaza para sus cachorros, pero pronto irrumpió el chico del mechón rubio, riéndose a carcajadas.
-¡Vamos, Tsukishima! ¿No te coge ni un alfiler por el culo o qué? ¡Deja que disfrute!
El pescado pronto se halló en solamente las espinas, las cuales el pelirrojo comenzó a lamer en busca de algún otro nutriente útil. El hombre que le había traído, mayor que el resto de presentes, con el cabello corto y gafas, vestido con un abrigo de piel que parecía bastante costoso y maquillado con los labios color carmín, hizo su despedida con otra orden:
-En cuanto termine de cenar llevadle a su habitación y que descanse. Lo pondremos en la última del pasillo oeste, con Yams y Yachi. Kiyoko, pasado mañana como muy tarde que empiece su entrenamiento, tenemos que hacer que nos de beneficios lo antes posible.
La mujer de melena negra asintió quedamente, y mientras aquel individuo se marchaba, Suga volvió a levantarse de su asiento y le entregó un pañuelo de tela a Hinata, con el cual se limpió la boquita. Por mucho que todos ellos, a su manera, mostrasen bondad hacia él, no hacía más que aumentar la ira y la impotencia que se fraguaba en el interior de Daichi, el cual, completamente enfundado en negro, cruzaba los brazos en desacuerdo con el comportamiento de Suga, el cual abrazaba por detrás al pequeño en tanto que le devolvía la mirada, desafiándolo. Ahora que sus pensamientos estaban un poco más claros, el muchacho pelirrojo comenzaba a vislumbrar que su presencia había desencadenado una tormenta silenciosa.
-Vamos, Hinata, te voy a enseñar cuatro cositas básicas para que puedas ir pronto a dormir.-Suga se colocó esta vez a su lado y le extendió la mano, esbozando una sonrisa empática y tierna como parecía tener por costumbre.
A pesar de que no debería fiarse de un extraño, era imposible para el pequeño no confiar ciegamente en aquella angelical presencia. Iría a donde él le ordenase con los ojos vendados. Era confianza fue lo que muchas veces le hizo pagar un alto precio, mas no podía concebir su estancia en aquel lugar extraño sin aquella mirada almendrada, color miel, velando por él de forma incansable, a pesar de acabar de conocerle. Si aquello fuese uno de los cuentos que había escuchado de pequeño de la mano de su madre, Suga sería el magnificente y elegante cisne que adopta sin pretensiones al patito feo. Evitando por vergüenza el contacto visual, Hinata tomó su mano pálida fuertemente. Con aquel gesto depositaba en él toda fe.
Se levantó con su ayuda, dejando caer gran parte del peso sobre el cuerpo del más mayor antes de recuperar el equilibrio y poder seguirle hacia el umbral de la sala ante la mirada de todos los presentes. Sobre todo, ante el inquisitivo examen de Daichi, aunque antes de cerrar la puerta tras ellos pudo ver fugazmente cómo este dejaba lánguido su cuello y miraba al suelo, resignado. Desesperado.
-Muy bien.-comenzó Suga a relatar mientras guiaba al pequeño por el pasillo, cogiéndole de la mano para que no se perdiese.-Para comer hacemos turnos. Primero vais siempre los trabajadores de Kiyoko porque entráis antes y salís más tarde de trabajar, luego los de Saeko y finalmente el resto. No soléis tener mucho tiempo de picar algo una vez estáis trabajando, así que asegúrate de comer muy, muy bien. Para hacer la comida y limpiar la cocina cada semana le toca a dos o tres de vosotros. No te preocupes si no sabes cocinar, alguno de los que os toque sabrá y podrá enseñarte.-El pelirrojo asintió un par de veces. Todavía sentía todo su cuerpo vibrar por los gruñidos de su tripa.-La ropa que uses en el trabajo la dejas allí y todos los días llevarás una muda nueva a tu habitación, mañana Kiyoko ya te tomará las medidas y eso, descuida. ¡Ah! Hay un baño por habitación, pero lo compartes con dos chicas, tendréis que poneros de acuerdo con cómo usarlo.
Ya se encontraba cara a cara con la puerta de la habitación cuando se le ocurrió una última advertencia.
-Por cierto, esto es muy importante, no lo olvides: No puedes salir bajo ningún concepto de este edificio si no vas escoltado, ¿entendido?-el rostro afable de Suga se tornó adusto y serio.-Si necesitas algo, como tabaco o alguna cosa en especial, hay una lista en la sala común; Takeda te la conseguirá en máximo un par de días.
Hinata sintió un pequeño nudo en la garganta. Acababan de salvarle la vida, de darle cobijo y alimento, e incluso un trabajo que le hiciese obtener beneficios… Sin embargo, el precio que tenía que pagar era nunca jamás salir solo de aquel lugar. Si no había desconfiado hasta entonces, en ese momento se puso un tanto nervioso. ¿Estaba dispuesto a ser un pajarillo enjaulado? ¿A renunciar a su libertad?
Mas, ¿qué le esperaba fuera de aquel edificio que fuese tan importante como para negarse a todo aquello? Quizás era por el cansancio, por el dolor o por la fatiga, pero el instante de duda fue breve. Le asintió a su benefactor en señal de acuerdo y apretó un poco más fuerte su mano. Quería entrar en su nueva morada.
El pomo de la puerta fue girado y ante él se erigió un cuarto con tres camas gemelas y una ventana con las persianas cerradas. Podía parecer pequeño dado que tendrían que convivir tres personas en él, pero irónicamente era mucho más grande que su antigua habitación, y sin dudarlo, muchísimo más confortable que el desván al que su padre le mandaba a patadas como castigo, la mayoría de las veces solo por reivindicar su derecho a opinión o por defender a su hermana y a su madre. El lugar olía bien, como a perfume de flores y carmín; se notaba que era una habitación de chicas. Suga cerró la puerta tras él y le llevó a la cama que estaba al lado de la ventana, la única que no tenía por encima aparatos de música, auriculares, maquillaje o mantas de colores.
-¿Ves? Esta va a ser tu cama a partir de ahora. ¿Te gusta?
Hinata no podía creerlo. Soltó la mano del muchacho para muy lentamente, percibir cada detalle. Primero se sentó en el borde. El colchón provocó un leve quejido, "ññññiek". La colcha parecía blandita bajo sus dedos huesudos. Poco a poco se fue recostando, paulatinamente, hasta que apoyó el oído y la mejilla contra la almohada. Olía muy bien, a limpio, a suavizante. Era firme, pero no demasiado, no le hacía daño en las cervicales. Subió un pie, el otro pie, ambos manchados de tierra, con piedrecillas de asfalto incrustadas, y encogió las rodillas hasta tocar su pecho. "Ññññiek". El colchón se adaptaba a las curvas de su espalda, le invitaba a descansar, le aliviaba. Sintió cómo la colcha se retraía y volvía de nuevo junto con las sábanas para taparle el cuerpecillo. Suga le había arropado gentilmente. Las sábanas eran tan suaves, desprendían un aroma tan dulce. Cerró los ojos por un instante. Las venas que transitaban su oído reverberaban el latido de su corazón, que se aferraba por vivir, por acelerarse más y más. Thumpa thumpa thumpa thumpa thump. Nunca se había sentido tan en paz, tan a gusto, tan abrigado, tan protegido.
Sacó una de sus manos de la maraña de sábanas y aferró la esquina de la camisa de Suga, el cual estaba a punto de darse la vuelta.
-¿Quieres que duerma contigo, Hinata?-cuestionó dulcemente, a lo que recibió un asentimiento con la cabeza.
No lo dudó ni un solo segundo. Ya se había quitado los zapatos en la entrada como era costumbre, así que solo tuvo que bordear la cama y acostarse al lado del pequeño, abrazándolo en el acto por detrás. Si bien era cierto que no le conocía de nada, su aliento cálido en la nuca, su pecho golpeando muy suavemente su espalda con cada respiración, era sumamente tranquilizador. Si su propio progenitor le había mostrado su odio, ¿por qué un desconocido no iba a brindarle su amor?
-¿Estás a gusto, tesoro?-de nuevo su tono de voz, susurrante, como una llamada celestial. Si no fuese porque podía escuchar sus propios latidos, Hinata pensaría que estaba definitivamente muerto.- ¿Tienes frío? ¿Quieres otra manta?
Negó con un movimiento de cabeza. Suga era la definición hecha carne del calor, nunca podría pasar frío en su presencia. Sin embargo, en el momento en el que cerró los ojos, sintió un profundo latigazo desgarrarle el torso. Nunca le había importado estar lejos de casa, en lugares que no consideraba como suyos, con individuos que no había visto en su vida, pero siempre estaba acompañado de una constante. Natsu. Su princesa. Su niña. Su prioridad. Si había escapado de las garras de su padre había sido principalmente para poder brindarle la posibilidad de un futuro mejor, para liberarla del miedo incesante, de las palizas, de los gritos, y poder llevársela donde su amor fraternal lo eclipsase completamente todo y pudiese crecer feliz y sana. Sin embargo, las calles los trataron peor que a animales. Él había pugnado por conseguir comida, trabajo, cobijo y dinero, pero Tokyo era una ciudad cruel. Pronto fueron desechados como basura. Nadie tuvo la suficiente compasión para ofrecerles ni un solo mendrugo de pan. No tuvieron ni la oportunidad de robar sin ser descubiertos, y ni siquiera tuvieron la consideración de enviarlos a un correccional, donde tendrían la oportunidad al menos de saciar el hambre. En tal momento de desesperación incluso bebían de las gotas de lluvia, esperando que estas trajesen consigo algún mineral que nutrirles. Quizás si aquel hombre, Takeda, los hubiese rescatado unos días antes, ambos habrían sobrevivido. Mas Natsu, su cuerpo de niña, decayó con una pasmosa facilidad, igual que las hojas podridas que se desprenden de los árboles. Ni siquiera podía recordar dónde estaba su cadáver, si había al menos sido dignamente sepultada. Su princesa. Su niña. Su prioridad. Lo único que había querido salvar. Ella podría también gozar del cariño de Suga, saber lo que era sentirse respaldada y segura por alguien que realmente tenía la potestad de cuidarla. Hinata sintió quebrarse por dentro. Las pocas fuerzas que había ganado mediante la comida le sirvieron para forzar el aire por sus cuerdas vocales y emitir un sonido entrecortado, resquebrajado, desgarrado, roto.
-Natsu…
El albino sintió cómo se le encogía el pecho. No tardó en comprender cuál era el significado de la primera palabra que el pequeño había pronunciado en todo aquel tiempo. En realidad, ojalá pudiese haberle dicho algo que le aliviase, que ella estaba bien, que todo había sido un mal sueño, que podrían vivir juntos a partir de entonces. Una de sus manos acarició su cabello pelirrojo muy dulcemente, mientras con la otra recorría su esternón de arriba abajo, como dictándole cuál tenía que ser el ritmo que utilizase para respirar. Lo sintió estremecerse entre los brazos. La almohada se empapó paulatinamente de lágrimas.
-Ella… Era tu hermana, ¿verdad?
El llanto de Hinata se hizo todavía más pesado al escuchar aquella afirmación. Suga siempre había tenido una intuición muy fina. Enterró los labios en los mechones de su nuca y comenzó a darle besos, uno tras otro, tantos como lágrimas derramaba. Seguía acariciándole, con sus manos, con la mejilla, con el torso, con los brazos, quería brindarle todo su calor. Él también conocía el dolor de la pérdida.
-Hinata… Escucha… Ya no estás solo. Puede… que hayas perdido a alguien irremplazable y que sientas como si te hubiesen arrancado el corazón, pero ya no estás solo. No volverás a estar solo nunca más.-le envolvió más fuertemente entre los brazos. Tuvo que hacer un esfuerzo y tragar saliva para no llorar con él.-Todos nosotros vamos a cuidarte.-reformuló la frase e hizo especial ahínco.-Yo voy a cuidarte. No dejaré que nadie te haga daño. No dejaré que vuelvas a sentirte abandonado. Ahora eres uno de nosotros. Eres parte de Karasuno. Somos clan, somos una bandada. Te prometo que nunca más volverás a sentir nada de esto, dentro de unos días solo será como una pesadilla.
El pelirrojo se encogió en sí mismo. Alcanzó la mano de Suga con la nariz y comenzó a restregarse contra ella con la mejilla llena de lágrimas. Parecía que su simple tacto le ayudaba a respirar mejor, a aliviar la presión de sus pulmones, el burbujeo de su barriga, la pesadez de sus hombros. A tientas, le enjuagó las lágrimas, le limpió el sudor, le apartó el cabello. Era como un bálsamo, como una medicina.
-Suga…-su garganta estrecha y seca pudo pronunciar su nombre, y cada vez que lo decía era como si una pena tras otra fuesen languideciendo.-Suga…Suga…
-Ya está, pequeño. Tranquilo. Cierra los ojos. Shhhh… Shhhhh…
Dejando todavía una mano en su pecho, con la otra le tapó los párpados y la mantuvo sobre el puente de su nariz. Sus siseos tranquilizadores sonaban como el viento acariciándole el pelo, como el mar. No tardó en perder la consciencia, mientras las palabras del ángel de cabello ceniza que le había acogido en su alma todavía resonaban en su mente.
Ya no estás solo.
Eres parte de Karasuno.
Somos clan.
