Disclaimer: Los personajes de Fear The Walking Dead (o las variaciones de los personajes de The 100) no me pertenecen a mi. Esta historia, por el contrario, es producto de mi imaginación.


«Es tarde», Alicia piensa. «Tal vez siete y treinta», se dice a sí misma. Un par de personas caminando por la acera evitan que la joven esté completamente sola. El único ruido que se percibe es el de los pedales de la bicicleta, siguiendo un ritmo sincopado, a parte del sonido de las hélices un helicóptero, golpeando ferozmente el aire, a lo lejos. Las luces que alumbran las calles le dan un aspecto más siniestro; largas filas de cemento con un aura ámbar. Sin embargo, las piernas de la más joven de los Clark siguen empujando los pedales de la bicicleta, despreocupadas de lo que puede ocultarse en las sombras.

El viento fresco de Los Ángeles acaricia su cuerpo, abrazándola, un escalofrío recorre su nuca. Ha estado dando vueltas a la casa hace ya una hora y media, probablemente. Su madre y Travis han salido con Daniel y Ofelia a conseguir víveres de las tiendas abandonadas, llevándose la vieja camioneta. Chris se encuentra en la sala; Nick, en su dormitorio, haciendo quién sabe qué. Liza esta en su habitación, cuidando a Griselda. La pobre mujer empeora cada día más.

Es entonces cuando Alicia piensa en la muerte.

No es muy seguido que lo hace. Suelen ser imágenes rápidas en su mente. Imágenes de caminantes buscando comida, cuerpos a los cuales despedazar en trozos, para después continuar con el que sigue. Hombres que solían ser sus vecinos, mujeres que solía ver caminando en el parque. Su vecina, Susan. Su novio, Matt. Personas que dejaron de ser personas.

Alicia asocia la muerte a ellos.

—¡Clark!

La aludida deja de pedalear.

—¿Qué pasa, Chris? —pregunta la muchacha, su completa atención en el moreno bajo el umbral de la puerta de su casa.

—Ya es tarde —dice y deja al enunciado flotar en el aire. Alicia se encoge de hombros y esboza una sonrisa, para después continuar pedaleando.

—Entra a la casa —ordena Chris. Su voz denota cierto temor, advierte Alicia.

—Aún está claro —le contesta sin mirarlo. Su vista cubre el camino mientras aún puede verlo.

Chris suelta un bufido y entra en la casa. Alicia no nota su ida, sino que se dedica a permitir que sus pulmones respiren y a su mente, esclarecerse.

Y así sigue, hasta unos quince minutos después, cuando ya cansada, decide dejar la bicicleta en la entrada de la casa.

Chris la recibe con una mirada inexpresiva y, después, vuelve su vista al libro en sus manos. Está sentado en el sillón, sus pies apoyados sobre la pequeña mesa de centro. Alicia busca a su hermano con la mirada, con la esperanza de que haya salido de su dormitorio. Suspira, decepcionada, y deja caer su cuerpo en el sofá.

—No estarías tan cansada si no hubieses paseado en bicicleta toda la tarde —comenta Chris en tono de reproche. Ninguno de los dos se digna a observarse, pero Chris puede sentir los ojos de Alicia volteándose debido a su comentario. Al no obtener una respuesta inteligente, el joven aclara su gargantas y vuelve a su libro.

De repente, un golpe seco se estampa contra el vidrio de la mampara, despertando a ambos de su ensimismamiento. Levantan la cabeza, alertados. Alicia siente los vellos de su nuca erizarse. Chris se levanta del sillón y se sienta en el sofá, pegado a Alicia como si se tratasen de imanes, con los músculos tensos y el miedo adueñándose de su cuerpo. La oscuridad de la noche no les permite ver de qué se trata desde donde se encuentran. Pero ambos piensan lo peor: un caminante.

Otro golpeteo, pum, y el sonido vibra por sus cuerpos. Rápidamente, Alicia se levanta, se acerca al velador junto al sofá y saca un revólver de éste. El asombro se hace presente en el rostro del moreno, quien trata de ocultarlo con una fingida intención de apoyo. Alicia se acerca a la mampara, a paso lento. Sus dedos tiemblan alrededor del arma, que de pronto se hace pesada en su mano. Un golpe más, pum, causa que el vidrio tiemble. Su cuerpo parece gelatina, incapaz de sostenerse. El miedo cubre cada célula de su cuerpo y sus ojos comienzan a aguarse. «¿Es así?», piensa Alicia, «¿es así cómo acabará mi vida?» El vidrio se mueve mientras la muchacha intenta calmarse. Una súbita brisa entra por la brecha que cada vez se hace más ancha, y Alicia sabe que no le queda más tiempo. Levanta el arma a la altura de su cabeza y muerde su labio inferior con fuerza, lastimándose, saboreando el sabor metálico que se filtra por su boca. La mampara se abre, una medida considerable, y desde la oscuridad aparece una figura que deja a Alicia asombrada.

Se trata de una muchacha, no mucho mayor a ella, unos diecinueve, tal vez, piensa Alicia. Trae el cabello enmarañado; salvajes hilos rubios anidados en su cabeza, acompañados por unos lentes de aviador negros colocados encima de tal lío dorado. Tiene una herida en el puente de su nariz. No es profunda; con una tirita sanaría pronto. Usa una casaca de cuero y pantalones oscuros. En los pómulos, justo debajo de los ojos, exhibe unas tenues manchas azules, como hollín, que resaltan el azul de sus ojos. Pero la mano, teñida en sangre, presionando su costado derecho es lo que llama la atención de Alicia.

—Ayúdenme, por favor —suplica la extraña, arrugando el rostro en respuesta a su dolor.

Alicia baja el arma y se acerca a la chica. La toma por los costados, con cuidado de no presionar su lesión.

—¿Es una mordida? —pregunta y la extraña levanta su rostro, alerta.

—No —niega con la cabeza, su cuerpo se dobla bajo los brazos de Alicia—. Me herí huyendo de los caminantes. Caminé sin rumbo hasta que llegué acá. Su casa es la única con luces encendidas.

Inconscientemente, Chris le da una mirada general a la sala, preguntándose si lo último que la muchacha dijo era algo bueno o malo. Alicia, por su parte, tras llevarse el asombro del acento australiano de la desconocida, la lleva a la mesa de la cocina y la sienta en una de las sillas. La chica gruñe cuando su cuerpo choca con la madera y baja su vista a su mano ensangrentada.

—Traeré almohadillas —dice Alicia—. Detendrán el sangrado.

La rubia asiente, frunciendo el ceño y apretando la mandíbula. La joven Clark deja el revólver en la mesa de la cocina y abre uno de los cajones, sus ágiles manos abriéndose paso por el desorden dentro de éste.

—Llamaré a mi madre —avisa Chris, repentinamente preocupado por la extraña. Alicia no contesta. El moreno frota sus manos en sus pantalones, nervioso, y sale en dirección a la habitación de Alicia.

La malherida nota la evidente tensión entre ambos y no puede mantenerse callada.

—¿Son novios? —pregunta curiosa y, cuando ve la expresión asqueada de Alicia, se asombra.

—¿Novios? ¡No, por supuesto que no! —exclama Alicia, a la defensiva. Se acerca, de nuevo, a la desconocida y le entrega las almohadillas—. Su padre sale con mi madre. No estamos relacionados. Para nada.

La curiosa asiente en entendimiento, y tuerce una mueca debido a la adorable expresión de la chica. Continúa presionando la herida, con dureza; su mirada de vez en cuando paseando por la casa.

—Y... ¿Cuántos viven acá? —inquiere, volteando a su costado para mirar a la dueña de la casa, solo para descubrir que la muchacha se había alejado en dirección al lavabo.

—Somos nueve en total, pero cuatro están fuera —responde de espaldas a la rubia. Cuando voltea, la herida advierte el vaso con agua en su mano y esboza una tímida sonrisa cuando la morena se lo entrega.

—Gracias —dice en un susurro. No podía recordar la última vez que alguien había hecho algo por ella sin esperar nada a cambio.

La respuesta de la chica hace que Alicia sonría, también. La observa beber el agua: la rubia cierra los ojos y deja que el insípido deleite la llene. Observa su cuello, adornado por unos cuantos rasguños, moverse a medida que traga el agua. Cuando abre los ojos, se cruza con la indiscreta mirada de Alicia. Los ojos de la extraña son de un hechizante color azul verdoso, delineados por un sinfín de pestañas negras y gruesas. Alicia no lo nota, pero ambas tienen el mismo color de ojos.

—Ejem —carraspea Chris y las dos chicas voltean en su dirección. Las mejillas de Alicia comienzan a tomar un color rosa oscuro y siente un calor brotar desde su nuca hasta sus orejas. La desconocida, por otro lado, suspira con cansancio y continúa presionando su costado.

—¿Qué pasa? —pregunta Alicia intentando deshacerse del inoportuno rubor—. ¿Qué dice tu mamá?

—Está un poco ocupada. Vendrá cuando pueda.

—Está bien —dice la rubia, regalándole una sonrisa provocativa a una menos ruborizada Alicia mientras se endereza en su sitio—. Ya no duele tanto.

Alicia sonríe y toma asiento junto a la rubia.

Y así pasan los minutos. La falta de un reloj hace que Alicia sienta la pesadez y el cansancio de la espera. Sus ojos divagan por la sala, sin nada más que hacer. Muerde su labio inferior, involuntariamente, mientras piensa nada y se encuentra a sí misma observando detenidamente las botas que la extraña lleva. «Buen estilo», piensa, en lo que sube la mirada a sus largas piernas. A pesar de la tela que las envuelve, puede notar la firmeza de sus piernas. «De tanto huir de los caminantes», cree Alicia. Continúa con el escrutinio hasta llegar a su rostro, salteándose el torso adrede, desconfiada de sí misma. Al estar de perfil, la morena logra apreciar al máximo el perfil de su invitada, asombrándose de que alguien pudiese verse tan bien en tiempos como estos. Se detuvo en el corte de su nariz, curiosa por saber el origen de tal herida.

—Puedo sentir que me estás mirando —dice la rubia en tono tranquilo, casi imperturbable, y suspira. Desde el rabillo del ojo le lanza una mirada que a Alicia le toma trabajo descifrar—. Es extraño.

Los ojos de Alicia se abren en sorpresa y comienza a balbucear una explicación.

—No, eh... —comienza, su mente parece un trabalenguas. «Articula palabras», se ordena, «cualquier palabra». Carraspea y, acto seguido, suelta una risa nerviosa—. Lo que pasa es... Tienes una... —levanta su mano hacia el puente de su nariz, dando suaves golpeteos para darse a entender—. En tu...

La joven la observa, confundida y con el ceño fruncido, e inevitablemente esboza una sonrisa.

—Oh —dice una vez que logra entenderla. Lleva su mano hasta su cara y toca su pequeño corte sin importancia—. ¿Esto? No logras sobrevivir aquí sin al menos romperte un par de uñas, princesa.

Alicia intenta contener el hormigueo que viaja por su cuerpo tras dicha designación, y falla miserablemente. Un suave sonrojo cubre sus mejillas.

—Espera —logra decir en lo que batalla con sus hormonas. Se aleja de la mesa y abre el cajón de donde minutos atrás había sacado las almohadillas. Cuando regresa, está sujetando una tirita. La desconocida no se mueve, a excepción de su pecho que sube y baja a compás de su calmada respiración, mas sus ojos siguen cada uno de sus movimientos.

Alicia se acerca a ella, la dulce espera es insoportable. Pocos centímetros la separan y la rubia siente un calor llenándola, un calor que no había sentido desde hace mucho tiempo. Un calor que le recuerda que está viva, después de todo. La observa abrir la tirita y deshacerse del papel restante, sus delicados dedos parecen nerviosas alrededor de la cinta. Cuando éstos hacen contacto con su piel, la muchacha parece ondear bajo su toque. Alicia coloca la tirita y, rápidamente, se aleja, rompiendo la burbuja que en tan poco tiempo habían formado.

La respiración de ambas vuelve a la normalidad. Alicia deja salir una exhalación que había estado conteniendo por lo que parece un buen rato y la rubia sigue presionando en la herida.

—¿Cómo te llamas? —le inquiere la morena, esperando que la extraña no se hubiese incomodado por el momento previo.

La chica se menea en su asiento, buscando una posición que sea más de su agrado. Coloca una pierna encima de la otra y pasa la lengua por sus labios.

—Elyza... Lex —contesta casi en una exhalación.

—¿Ese es tu nombre? —pregunta Alicia, incrédula y acompañada de una sonrisa sincera. La chica, Elyza, levanta ambas cejas.

—¿Algún problema? —le cuestiona, y su acento se hace más notorio en la pregunta.

Alicia hace un vago encogimiento de hombros.

—Parece nombre inventado —dice, honesta y con sutil tono de burla—. De esos nombres que creas cuando eres menor de edad y necesitas una identificación falsa para comprar alcohol.

Elyza suelta una carcajada que resuena por la sala. «Su voz suena más grave cuando ríe», advierte Alicia.

—¿Y la chica experta en nombres tiene uno?

Alicia ríe por lo bajo, en lo que se recompone de la fascinación que el acento de Elyza le da.

—Alicia Clark —contesta, y puede sentir la burbuja, de nuevo, envolverlas.

Elyza asiente, lentamente, mientras levanta un ángulo de su boca.

—Alicia Clark —repite, y deja que la mención del nombre vuele entre ambas.

Y Alicia no sabe por qué, pero siente que ha visto a esta chica antes.

—Sí —contesta como un reflejo, como cuando la profesora llama lista al inicio de clases. Elyza vuelve a sonreír y Alicia le devuelve el gesto.

La burbuja las vuelve a encerrar. Y, esta vez, a ninguna de las dos parece incomodarle.

—¿Qué sucede? —pregunta Liza, provocando un ligero salto por parte de las jóvenes. Su voz se escucha lejana a los oídos de Alicia. Chris aparece detrás de su madre, con el mismo rostro inexpresivo.

Alicia se levanta de su asiento y se acerca a Liza.

—Está herida —le informa mientras la mujer camina hacia Elyza—. Le di almohadillas para detener el sangrado —expone, con un tono jactancioso escondido entre sus palabras.

—Me ha cuidado muy bien —dice Elyza sujetando la mirada de Alicia. Ambas chicas sonríen en complicidad y Liza no se hace de la vista gorda.

—Eso parece —replica la latina, observándolas sin ser percibida—. Alicia, tráeme alcohol, hilo y aguja —ordena y la muchacha obedece sin chistar, con la mirada de Elyza cubriéndola hasta que desaparece en la oscuridad—. A ver, niña, levanta tu mano.

Elyza se demora, pero finalmente obedece, desconfiada. Arruga su frente y, dentro de ella, espera que Alicia no demore demasiado.

Liza observa la herida por encima de la camiseta, presionando sobre ella. La camiseta está cubierta de sangre seca y mugre. De repente, Liza frunce el ceño y Elyza teme lo peor.

—¿Cómo va? —pregunta Alicia volviendo a la habitación.

—Yo no... —murmura Liza, casi para ella. Alicia se acerca, coloca una mano en la espalda de la mujer e intenta ver lo que Liza ve. Y, son segundos lo que le toma darse cuenta de lo que estaba por decir:—No logro encontrar la herida.

Entonces, un sonido despierta a ambas, un click por encima de su cabeza que deja a Liza inmóvil. El cañón de una 9 mm presiona con firmeza la frente de Liza y la mujer siente el miedo invadirla. Los ojos de Alicia no pueden estar más abiertos. Ambas, Liza y Alicia quedan estáticas, músculos tensados y piel erizada, continuas al arma que estaba apuntándoles.

Elyza Lex sonríe carismática.

—Siento la molestia —comienza, levantándose de su asiento y deshaciéndose del montón de almohadillas de su regazo—, pero me temo que voy a robarles hasta la última bolsa de suministros que tengan. Ahora.

Continuará...