Disclaimer: Los personajes pertenecen a J.K Rowling, salvo los que no os suenen, que son sacados de mi improductivo cerebrito.

LA HISTORIA JAMÁS CONTADA DE LA VIEJA GATA DEL CASTILLO.

Por que Minerva Mcgonagall también tuvo una hermosa historia que merece ser contada.

El cielo encapotado amenazaba lluvia inminente, mientras ella avanzaba a duras penas luchando contra la fuerza del viento que la empujaba hacia atrás y sujetaba su falda contra sus piernas, más por una pudorosa y arraigada costumbre que por qué temiera que el viento se la levantara y la viese alguien. Nadie en su sano juicio (salvo ella, y dudaba continuamente que su juicio fuera precisamente sano) se arriesgaría a salir a la calle en un día así.

La mayor parte de las personas normales estaban calentitas en sus casas, al lado de un buen fuego.

Pero la mayor parte de las personas no tenían diez años (casi once) y ni se les pasaba por la cabeza el ir a rescatar unos gatitos de su trágico destino. Ni tampoco podían hacer lo que ella hacía.

El barro se acumulaba en sus zapatos y cada vez le costaba más caminar, además, de vez en cuando se escurría con los pequeños charcos helados todavía por las bajas temperaturas nocturnas.

Pero ni el frio ni el viento la detendrían. Nadie tenía derecho a hacerles daño a esos pobres animales, y mucho menos ese engreído de Aidan Mich Carthaigh.

Siempre, desde que tenía memoria le había caído mal. Pero ahora que se estaba haciendo mayor era insoportable, siempre tratando de hacerse el héroe y ganarse la admiración de las chicas. Tenía 13 años (casi 14, como no paraba de recordarles a todos) y el pelo rojo azafrán que contrastaba con su piel algo pálida. En realidad, reconocía (muy, muy en el fondo) que no era tan feo como le decía. Aunque no tenía los rasgos tan sofisticados como ella, por ejemplo. La verdad es que sabía que ella tampoco era nada fea. Tenía un pelo lacio y de brillante color negro que le caía hasta casi la cintura y sus facciones eran finas y refinadas y una nariz pequeña, aunque puntiaguda, que le daban una gran armonía a su cara, más morena de lo normal por la Escocia de los años 20. Pero lo que más le gustaban eran sus ojos. Unos ojos grandes y almendrados de color marrón que, cuando les daba convenientemente la luz se transformaban en ámbar. "ojos de gato" le decían sus hermanas.

Su madre bromeaba a menudo con que se la había encontrado en una camada de gatitos y por eso se parecía más a los gatos que a su familia. Y era verdad, no se parecía a ninguno. Su madre era rubia, pálida y con los ojos de un azul translucido que le encantaba, y sus hermanas eran exactamente iguales. Nunca llegó a conocer a su padre, pero su madre le comentó una vez cuando la encontró llorando porque que quería saber donde estaban e sus hermanos gatos, que al menos color del pelo era de él. Así que se quedó más tranquila y no volvió a darle vueltas a los de su posible ascendencia felina, y su madre aprendió a decirle a su hija pequeña cuando hablaba en broma.

Llegó cerca puente que cruzaba el río y buscó con la mirada a Aidan. Era peligroso estar allí en época de crecida, su madre se lo había advertido mil veces. El agua había superado el nivel del puente y la corriente corría por encima de él, entre la barandilla rota. "el agua llegará hasta mis rodillas" -calculó.

Siguió esperando y empezó a impacientarse ¿pero dónde demonios se había metido ese idiota? ¿se habría acobardado?"Espero que no les haga nada a los pobres gatos…"-pensaba, nerviosa.

-"¡Eh!, gata"-se oyó gritar a lo lejos. Era él, había venido después de todo. Y traía un canasto, con lo que, supuso, eran los gatitos.

-¿Así que has venido? Ya pensaba que te habrías acobardado…

-¿Yo? ¿Acobardarme? Ni si quiera se que significa esa palabra…

-Ni esa ni otras muchas, idiota- lo cortó, antes de que continuará halagándose a sí mismo- ¿los has traído?

-Si, ya sabes, si me ganas, son tuyos, si no…irán corriente abajo…

-¿Cómo puedes ser tan bestia?-gritó.

-Eh, Minerva, es mi padre el que no los quiere en mi casa, yo solo les hago el favor de ahogarlos rápidamente…para que no sufran…

-Los quiero yo, no hace falta que los tires…bueno, ¿vamos a correr o qué?

-¿De verdad crees que me vas a ganar con esas piernecitas?- se mofó el pelirrojo, y la cortó antes de que le contestara:- Atravesaremos el puente, el que antes llegué al otro lado gana.

-Pero la baranda está rota…podríamos…

-¿tienes miedo al agua gatita?

-¿y tú a que te gane?

-A la de tres: una…dos…TRES- Minerva salió corriendo, deseando con todo su corazón poder andar sobre el agua y llegar antes a la otra orilla. Aunque sabía nadar, el río llevaba mucha fuerza y podría arrastrarla, llego al borde y se preparó para sentir el agua fría en sus pies y la frenada brusca que eso supondría, pero no llegó, siguió corriendo igual de rápido como si estuviera corriendo por encima del agua…miró sus pies "¿Estoy corriendo encima del agua?"Con una sonrisa aceleró y llegó a la otra orilla rápidamente. Eran esa clase de cosas la que su madre le obligaba a ocultar…esos poderes extraños que hacían, a veces, que ocurriera lo que ella quería."Seguro que no ha llegado ni a la mitad" pensó mientras se daba la vuelta, pero lo que vio le heló la sangre.

Aidan estaba agarrado precariamente a un trozo de la baranda que estaba a punto de ser arrastrado corriente abajo.

"Se va a ahogar" pensó con horror. De nuevo salió corriendo hacia el agua, pero esta vez se sumergió en el agua hasta casi las caderas y fue arrastrada hasta chocar con la baranda, que en esa parte estaba fija. Fuertemente agarrada a la baranda que el agua trataba de arrastrar fue avanzando lentamente hasta donde estaba Aidan.

-¡Aguanta! Le grito cuando estaba cerca, justo en el punto donde estaba rota. Si quería llegar hasta el tenía que soltar una mano y estirarse hasta él. "el agua me llevará"

Pero Aidan no podía resistir más el embate del agua y la decisión fue rápida.

Antes de que se diera cuanta, habían vuelto a la orilla arrastrando al chico con una fuerza desconocida para ella.

Se tumbaron en la orilla, lejos del agua y permanecieron en silencio durante algunos minutos

-No pensaba ahogarlos-dijo Aidan, rompiendo el silencio- no habría sido capaz de tirarlos. Me recuerdan a ti.

Minerva, como empujada por un resorte, se levantó y fue a mirar en la cesta, donde cuatro gatitos con el pelo negro tan brillante como el de ella, gemían y cabeceaban en busca de su madre.

Es la primera vez que escribo un fic (o que publico algo) y me gustaría que me dejasen un comentario, ya sean flores o tomatazos, que de todo se aprende.

Son una serie de relatos cortos que pasarán por momentos importantes de su vida.

Espero que les guste.