*Autora aparece con una sonrisa de disculpa* Bueno, por estupidez humana, no pregunten cómo pero ocurrió xd, borré todas mis historias. Sí, soy brillante. ¡Viva mi inteligencia! Así que, las tendré que subir de nuevo, okaaaaaay u.u

Aclaración 1: Los personajes no me pertenecen ni el mundo mágico en el que se desarrolla la trama, ya que todo eso pertenece a J.K. Rowling.

Aclaración 2: Hay un error en el fic, yo puse que Harry tenía su licencia de aparición e incluso es con ella que descubren que se llama Harry Potter, pero, como todos saben, Harry sólo puede tener su licencia cuando cumple la mayoría de edad. Por ende, es un error que tendrán que despreciar olímpicamente :D hagan como si el carnet de aparición fue inventado por Harry y no es más que un pedazo de cartón que dice Harry Potter y que tiene una foto pegada de él sacándose los mocos :DDD

1

Mi clon llamado Harry Potter.

Harry Potter corría por su vida. No tenía escapatoria, no tenía salida. Estaba completamente atrapado en ese lugar donde él mismo se había metido. Había querido esconderse, ganar un poco de tiempo. Sin embargo, todo había salido mal y ahora se encontraba corriendo y escondiéndose de Voldemort que lo perseguía sin piedad, además de los cientos de mortífagos que acompañaban a su señor en la casería. Simplemente, tenía que huir, porque jamás podría enfrentarse él solo a todas esas personas.

Mientras corría por ese lugar que parecía no tener final, comprendió la estupidez que había hecho. ¿En qué momento se le había ocurrido que él solo podría averiguar dónde se encontraban los Horrocruxes y derrotar a Voldemort? Había sido una estupidez, pero en ese momento, pensó que era lo correcto. No habría deseado que sus amigos fueran asesinados por su culpa, por esa razón había escapado una semana antes de su cumpleaños, del 4 de Privet Drive con su capa de invisibilidad puesta. Él sabía que en unos días más lo irían a buscar los de la Orden del Fénix y eso era justamente lo que no quería. Por eso había esperado a que el turno de Moody se acabara y escapó, ya que él era el único que era capaz de verlo con la capa puesta.

Había pasado esos tres días escondiéndose. Moviéndose todo el día para que nadie lo descubriera y sólo deteniéndose para descansar. Por esos tres días había logrado sobrevivir sin ocupar su varita para que no lo pudieran rastrear los del Ministerio. Pero algo había fallado. Algo había hecho que Voldemort descubriera donde se encontraba… y lo demás era historia. El—que—no—debe—ser—nombrado lo había perseguido, acorralándolo y jugando con él, hasta que lo había encerrado de tal manera que Harry sólo pudo correr, y hoy, faltando cuatro días para el 31 de julio, el día de su cumpleaños, Voldemort había salido a cazarlo. Tal vez siempre supo donde estuvo Harry, pero había esperado esos días sólo por el hecho de que Harry no podía hacer magia, y si él hacia su aparición, Harry no iba a tener más alternativa que ocupar su varita, lo que inmediatamente llevaría a que todos descubrieran donde se escondía el muchacho y aparecerían en su ayuda. Sin embargo, Voldemort nunca había tenido paciencia y lo había salido a cazar antes de que cumpliera la mayoría de edad mágica, pues él pensaba que, si mataba a Harry, cosa que estaba seguro que lo iba hacer, el Ministerio ya no podría hacer nada.

Sin detenerse un momento y sin analizar la situación en la cual se encontraba, Harry miró a su alrededor con desesperación. Velozmente, se metió en un pasadizo que estaba en el lado derecho de donde se encontraba y corrió por él, pero de pronto, comprendió que había sido muy mala idea haberse introducido por ese pasadizo: no tenía salida. Respirando con dificultad, se dio media vuelta. Tenía que huir de ahí antes de que Voldemort y sus seguidores lo alcanzaran. Estaba comenzando a correr para salir del pasadizo, cuando vio en la boca del pasillo a su más grande enemigo.

—Me cansé de tus jueguitos, Potter —le dijo Voldemort con la respiración agitada también, pero aun así con la voz tratando de mantenerla bajo control—. Sin embargo, por lo que veo —miró a su alrededor con una sonrisa en su demacrado rostro— estás arrinconado. No tienes escapatoria, Harry Potter —volvió a sonreír y ladeo un poco la cabeza—. Di tus últimas palabras.

Harry miró para todos lados con angustia. Si tan sólo pudiera encontrar un pasillo oculto para poder correr… pero no había nada. Las paredes de sus costados se veían lisas y no parecían un lugar que mágicamente se iba a convertir en una puerta o algo por el estilo. Estaba arrinconado. ¿Qué iba a hacer?

Levantó la varita, mientras tragaba saliva. No podía rendirse todavía. Tenía que dar la batalla antes de morir. No podía simplemente bajar la cabeza y yacer en ese lugar. Tenía que ser fuerte y dar su última lucha. Sin embargo, no pudo evitar cuando miles de imágenes volaron por su cabeza sin control. ¿Qué iban a hacer los Weasley cuando supieran de su muerte? ¡Ellos ni siquiera sabían dónde se encontraba ahora! ¡Merlín, había sido un estúpido!

¿De qué le servía ser el famosísimo Harry Potter si ahora iba a terminar muriendo sin que nadie lo pudiera ayudar? Ahora sólo dependía de él, pero era como pensar en una solución de un problema que no la tenía.

—Que ironía, ¿no? —murmuró Voldemort con voz suave, haciéndolo salir de sus pensamientos y lamentaciones—. Después de tantas guerras… después de todas las veces que te salvaste de la muerte, morirás igual que tus padres. Arrinconado y sin poder hacer nada.

Una ira inundó el cuerpo de Harry y lo hizo apretar los puños fuertemente, mientras alzaba una vez más su varita y miraba fijamente a Voldemort con decisión. No, no se iba a rendir. No podía rendirse en esas instancias. Tenía que luchar y eso era exactamente lo que iba hacer.

—¿Creías que me iba a rendir a tus pies? —le dijo con tono mordaz y lleno de desprecio, mientas se ponía en guardia y lo apuntaba con su varita—. Eso sólo pasará en tus sueños. ¡Expelliarmus!

Voldemort esquivó el hechizo sin dificultad. Incluso sonrió aun más.

—¿Querías quitarme la varita, Harry? —preguntó con humor—. Pues creo que no te funcionó muy bien.

Apuntó con su varita a Harry y pronunció: «Crucio». El dolor fue intenso, devastador, que olvidó dónde estaba: era como si cuchillos candentes le horadaran cada centímetro de la piel, y la cabeza le fuera a estallar de dolor. Gritó. Dolía y él conocía ese dolor, porque una vez, en el pasado, Voldemort ya había aplicado esa maldición en él.

El dolor cesó y Harry se levantó con dificultad del piso, pero las piernas le temblaban incontrolablemente. Con la mano moviéndose de forma descontrolada, volvió a apuntar a Voldemort una vez más. La emoción por el dolor que le había ocasionado con el hechizo, hacia que las rendijas de su nariz se alargaran y que su rostro se asemejara aun más al de una serpiente.

—¿No te rindes? —preguntó—. ¿Quieres que lo repita, Harry? ¿No te dolió lo suficiente?

La respiración de Harry se hizo dificultosa, mientras obligaba a su cuerpo a mantenerse de pie. La varita de Voldemort lo apuntó de nuevo, pero Harry, con los reflejos que había adquiridos por los años de práctica, esquivó fácilmente la maldición.

«¡Expelliarmus!», gritó Harry y el hechizo se acercó rápidamente a Voldemort, el cual lo bloqueo con un «¡Protego!».

Con un simple Expelliarmus no podrás matarme, Harry —dijo Voldemort—. Creí que habías aprendido eso, pero veo que no.

Los dos se quedaron mirando fijamente. La respiración de Harry era dificultosa y rápida; le dolían unas infinitas partes del cuerpo por la reciente maldición cruciatus que Voldemort le había aplicado a su cuerpo. Entonces Voldemort alzó su varita y Harry repitió su movimiento. Cuando el primero de ellos, pronunció «¡Avada Kedavra!», Harry estaba listo para ello.

—¡Expelliarmus! —gritó a la misma vez.

De la varita de Voldemort brotó un chorro de luz verde en el preciso momento en que de la de Harry salía un rayo de luz roja, y ambos rayos se encontraron en medio del aire. Harry sabía lo que iba a suceder a continuación; afirmó su varita con ambas manos, mientras sentía que ésta temblaba y vibraba incontrolablemente. Un rayo dorado intenso y brillante, comenzó a conectar las dos varitas.

Harry sabía que ahora él iba a alzarse por los aires y que luego un campo aparecería para rodearlo, sin embargo, nada podría haber preparado a Harry para aquello. Nunca sus pies se despegaron del suelo, ni el campo apareció a su alrededor; pero lo que sí sucedió fue que el rayo dorado comenzó a crecer cada vez más, hasta que estaba a punto de tocar a Harry. Sintió que Voldemort trataba de romper la conexión, sin embargo, Harry afirmó su varita con mayor fuerza y se lo impidió. Si él iba a morir, se llevaría a Voldemort con él. Una enorme energía cegadora comenzó a desprenderse del rayo dorado que casi tocaba la punta de su varita. Ésta tembló con tal fuerza, que Harry sentía como su cuerpo se movía por completo por tratar de afirmarla. Sin embargo, no la soltó. No podía cortar la conexión.

Los segundos fueron pasando y Harry se comenzó a quedar sin aire, ni fuerzas. No aguantaría mucho en ese estado, pero tenía que luchar hasta su último aliento. El rayo dorado creció más. Ninguno de los dos magos tenía control de la situación, ya todo se había escapado de sus manos. De pronto, cuando el rayo dorado tocó finalmente la varita de tanto Voldemort, como la de Harry, los dos hechizos explotaron y una fuerte luz blanca cegadora, inundó la instancia y cubrió hasta el último rincón oscuro del lugar. Y luego, la luz desapareció por completo, pero ni Voldemort, ni Harry volvieron a aparecer.


Dos chicos iban corriendo desesperadamente por la orilla del lago, tratando de huir, pero estaban quedando arrinconados y sin una salida posible. ¿Qué podían hacer? ¿Dónde correr? A uno de ellos se le ocurrió la única solución existente a su problema.

—Cornamenta —comenzó el brillante chico—, es mejor meternos en el lago. No creo que las mujeres nos persigan ahí. Recuerda que no estropean su ropa.

El chico nombrado sólo asintió con la cabeza, para luego, sin pensarlo dos veces, zambullirse en las frías aguas, mientras que el otro no se demoró en seguirlo. Una vez dentro del lago, comenzaron a nadar unos metros para alejarse de todo el griterío que se encontraba en ese momento en la orilla. Luego, ya lejos del peligro, se detuvieron y tomaron aire. Miraron nuevamente a la orilla y suspiraron largamente.

«Nunca había imaginado que las mujeres podían ser tan fieras», pensó Sirius, mientras miraba a las mujeres pelear. Alrededor de quince féminas de diferentes casas de Hogwarts, se encontraban en ese momento discutiendo e insultándose a unos metros de lago. ¿La razón? En unas semanas se realizaría un baile en la escuela, lo cual no se hacía hace años. El problema era que, las quince mujeres que estaban peleando querían ir con uno de ellos dos. Sin embargo, era imposible y descabellado. Por esa razón, se encontraban peleando, porque ninguna de ellas quería dar su mano a torcer y dejar "libre" a uno de ellos.

James dio un largo suspiro, mientras unos gritos llegaban hasta donde él estaba.

«James me dijo que yo era su pareja», gritó una y el morocho alzó una ceja sorprendido. Él no recordaba en ningún momento haber aceptado tal propuesta.

«No, él dijo que yo lo era», le contradijo otra y nuevamente el chico de lentes quedó sorprendido. Tampoco había aceptado tal cosa.

«Ustedes pueden quedarse con James, mi pareja es Sirius», dijo una pomposamente, lo que hizo arrugar el entrecejo a Sirius. ¿Cuando había dicho eso?

«¡ESE ES MIO!», gritó otra con ira.

No había terminado el grito de la rubia, cuando todo se volvió un enredo de manos, piernas y cabello. Habían comenzado a pelear como si verdaderamente estuvieran en una batalla campal. Los dos chicos miraron la escena con los ojos abiertos de par en par, sin poder creérsela. Habían tenido el ligero presentimiento que muchas mujeres querían ser sus parejas, pero jamás se podrían haber imaginado que ese pequeño detalle trajera tantos problemas.

—Canuto —comenzó James, sin poder despegar su mirada del espectáculo—, acuérdame de anunciar, tan pronto como salga del agua, que yo ya tengo pareja para la fiesta.

Pasaron unos segundos antes de que el ojigrís pudiera responder. Se había quedado anonadado con las palabras de su amigo. ¿Cuándo había pasado eso que él no se había enterado?

—¡¿Ah, sí? —preguntó éste incrédulo, mientras alzaba una ceja y lo miraba fijamente—. ¿Y quién es la chica tan especial? Tiene que serlo si no me has contado nada sobre ese pequeño gran detalle. Si no estuviera preocupado de averiguar cómo salir de aquí, podría sentirme hasta un poco herido por tu falta de confianza.

James apretó los labios para evitar reír, su amigo ya sonaba herido. ¿Había sido lo correcto mantener en secreto a su pareja? Analizó a Sirius con su mirada. Conociendo lo escandaloso que era Canuto, había sido la mejor decisión.

—No puedo decirte —comenzó James, tanteando el terreno por el que se estaba adentrando. Se sentía como en un campo minado—. La chica me hizo jurar que no le diría a nadie.

Sirius apartó su mirada de las mujeres que todavía peleaban y fulminó con la mirada a James.

—Disculpe, señor Potter —dijo Sirius fríamente—. ¿Quién es tu mejor amigo? ¿Ella o yo? —esperó a que James respondiera «» para continuar—. Entonces, si soy yo tu mejor amigo, ¿por qué haces una promesa que, para cumplirla, tendrás que traicionar a dicho mejor amigo?

James miró el agua atentamente, como si de pronto se hubiese vuelto extremadamente interesante. Pasaron unos segundos, los cuales se convirtieron rápidamente en minutos, pero, aun así, James no respondió. Sin poder aguantar un momento más la curiosidad, como todos saben «La curiosidad mató al gato», Sirius ocupó la técnica que sólo utilizaba en los momentos de más necesidad.

—¡Por favor! —rogó desesperado, mientras lo miraba con la cara más triste que podía poner.

James miró a su amigo sin inmutarse lo más mínimo.

—No, Canuto —le respondió a su ruego con voz firme—. Y no pongas esa cara de perro faldero, que no me conmuevo en lo más mínimo. Ya dije que no podía decirle a nadie y estoy tratando de cumplir mi palabra.

Sin embargo, Sirius no se rindió.

—¡Por favor! —suplicó de nuevo, pero al ver que la cara de Cornamenta no se inmutaba ni un poco, bufó enojado y le comentó con rencor—. Parece que, después de todo, no soy tu mejor amigo. Fui desplazado por una mujer —volvió a bufar—. Y yo que pensé que confiabas en mí plenamente. Lo sé, me equivoqué… soy un estúpido después de todo. Preocupándome por ti, confiando en ti, pero nunca el sentimiento fue reciproco…

James hizo rodar los ojos exasperado.

—Está bien —aceptó—. Te contaré, pero no le puedes decir a nadie.

Sirius sonrió maliciosamente, todo había estado fríamente calculado. Cornamenta era más tonto que una puerta en ese sentido, siempre caía en esas cosas básicas.

—¡Síiiiiiiii! —festejó Sirius.

El morocho soltó un largo suspiro, tenía el ligero presentimiento que se iba a arrepentir de lo que estaba a punto de confesar.

—Voy con…— empezó James, pero nunca terminó.

Sirius esperó y esperó, sin embargo, su paciencia tenía un límite y parecía que su amigo nunca iba a terminar de contar su secreto.

—Tú vas con… —lo apresuró el ojigrís y al mismo tiempo movió sus manos exageradamente—. ¡Dilo de una buena vez! —terminó explotando.

Fue tan bajo cuando James pronunció el nombre, que Sirius a duras penas lo oyó. Pasaron un par de segundos y Canuto, a pesar de que había logrado oír el nombre, no pronunció palabras. Los segundos siguieran pasando, hasta que pasó un minuto donde ninguno de los dos dijo algo. Y de pronto, la risa de Sirius se oyó por todo el lago. Parecía que le acababan de contar el mejor chiste en toda su vida. Tuvieron que pasar varios minutos antes de que Sirius pudiera pronunciar palabras, mientras que James lo miraba con enojo. ¿Era tan difícil creer lo que acababa de decir?

Sirius se secó las lágrimas que habían caído por sus ojos y tomó aire antes de hablar.

—Por un momento —volvió a tomar aire— creí escuchar que ibas a ir con Evans.

—Pues oíste bien —lo reprochó James con enojo y con el entrecejo fruncido fieramente—. Lily Evans aceptó ser mi pareja de baile. Con ella voy a ir —al ver el rostro de poker que tenía su amigo, preguntó extrañado—. ¿Tan difícil es de creer?

—¿En verdad que vas a ir con Evans al baile? —le preguntó en vez de responder—. Creí que era una broma.

James bufó molesto.

—Creí que tenías un poco de esperanza en mí. Siempre eras el único que decía que Evans algún día me iba a tomar en cuenta.

Sirius lo miró con una sonrisa culpable.

—Bueno, eso era para que no fueras a tirarte de la torre de astronomía o algo así.

Los dos guardaron silencio, sin dejar de nadar. De pronto, se dieron cuenta de algo. No había ruido, sólo se podía oír el movimiento del agua que ellos mismos producían al nadar.

Miraron a la orilla del lago y descubrieron que estaba vacía. Todas las féminas se habían largado y ahora estaban los dos solos en el lago. ¿Por qué sería…? Y la comprensión llegó al cerebro de James.

—¡Canuto! —exclamó James, alarmado —. ¡Ya comenzaron las clases! —se golpeó fuertemente en la cabeza—. ¡McGonagall nos va a matar!

Sin perder un momento más, nadaron velozmente a la orilla. Salieron del lago y, olvidándose que tenían que secarse las ropas, salieron corriendo hacia el castillo. Tomaron cuanto pasadizo secreto había, ocupando el mapa del merodeador, tenían que llegar cuanto antes. Entre más tarde llegaran, peor sería todo.

James y Sirius, eran dos de los miembros de la prestigiosa banda conocida como los Merodeadores, la cual la componían cuatro personas, contándolo a ellos dos. En su sexto año, habían confeccionado una de las maravillas más grandes en todo Hogwarts: el mapa del merodeador. El cual mostraba todo el colegio con sus ocupantes. Jamás se equivocaba y en él se podía encontrar a cualquier persona que estuviera dentro de los terrenos de la escuela. También mostraba los pasadizos ocultos que los cuatro merodeadores había descubierto en sus años en Hogwarts. Sin embargo, sólo ellos eran los conocedores del mapa, ya que era un secreto para todos, hasta para el mismísimo Dumbledore.

Llegaron al aula con treinta minutos de retraso. McGonagall definitivamente los iba a matar. James se acercó al pomo de la puerta y lo hizo girar lentamente, un intento vano para no ser descubiertos por la profesora.

Por suerte, cuando James asomó la cabeza dentro del aula, la profesora McGonagall les estaba dando la espalda; escribía en el pizarrón un largo hechizo.

James abrió un poco más la puerta para poder pasar. Primero entró él y luego Sirius. Se agacharon para quedar en cuatro patas y comenzaron a deslizarse por el pasillo que quedaba entre los pupitres. Y poco a poco se fueron acercando a la fila donde estaba Remus sentado con dos pupitres vacios a su alrededor.

Los alumnos de la clase, al percatarse de los dos merodeadores que trataban de entrar sigilosamente, empezaron a prestarle menor atención a la profesora y a girarse sobre sus asientos para ver a los chicos. La profesora todavía no se daba cuenta de ello, pero pronto lo haría, ya que por ahí y por allá se podía oír una risita embargo, a pesar de ese gran hecho, los dos muchachos lograron llegar a su asiento a salvo, el que se encontraba en cuarta fila. Su amigo Remus los miró enojado y los reprochó con su mirada. Se sentaron y, cuando creyeron que no los habían visto, la profesora McGonagall se dio vuelta y clavó su mirada en ellos.

—¡Señor Potter! ¡Señor Black! —les llamó la atención, mientras los miraba con enojo y se cruzaba de brazos—. ¿Creen que entrando furtivamente no me iba a percatar de su presencia?—les preguntó, con una vena palpitando en su frente.

James la miró con su rostro lleno de inocencia y cero culpabilidad.

—No comprendo de lo que usted habla, profesora McGonagall —comenzó James con inocencia y luego miró a su amigo en busca de apoyo moral—. ¿Cierto, Sirius?

—Sí, McGony —respondió Sirius, con una sonrisa socarrona; James le golpeó con su codo en sus costillas por eso último.

La profesora los miró por unos largos segundos sin decir nada.

—¿Ah, sí? —terminó preguntando con ironía y todos vieron como le temblaban los labios. ¿Estaría aguantándose las ganas de reír o estaba demasiado enojada que por eso le temblaban los labios?—. Entonces, señor Black, ¿cómo explicaría el hecho de que tiene la ropa mojada?

James y Sirius se miraron la ropa al mismo tiempo y se dieron cuenta, muy tarde, que se les había olvidado por completo secarse sus ropas después de haber hecho su "incursión" por el lago.

—Mire, profesora McGonagall, lo que pasa es que… —empezó explicando Sirius, mientras trataba de pensar en una mentira rápidamente antes de que la profesora los descubriera. Y luego se le ocurrió—. No quiero contar esto, porque es un poco personal. Sin embargo —siguió al ver que la profesora McGonagall estaba a punto de interrumpirlo—, lo diré a pesar de todo. Lo que sucede, es que Evans —la chica casi saltó de su asiento al escuchar su nombre— hoy está más bonita que otros días y mi mejor amigo, es decir, James, no ha parado de babear por ella. Por eso está tan mojado él.

—¡Sirius! —exclamó un tratando de parecer ofendido James, aguantando la risa. Miró a Lily y se dio cuenta que ésta estaba roja; rezó para que fuera por vergüenza y no por ira contenida. Con esperanza, le sonrió y, cuando ella bajó la cabeza avergonzada, su estómago dio una voltereta mundial.

—Sin embargo, señor Black —les interrumpió la profesora McGonagall, con los labios todavía tiritándoles en las comisuras de su boca—, eso no explica el hecho del por qué usted está con la ropa húmeda.

Sirius tosió incómodo, tratando de inventar una mentira para salvarse él.

—Yo puedo responder eso —empezó James con una sonrisa pequeña—. Sirius está enamorado de usted, profesora McGonagall. Siempre lo ha estado. Por eso hoy, al recordar que nos tocaba clase con usted, no ha podido dejar de babear…

Todos comenzaron a reír por la estupidez que había dicho James. El rostro de la profesora McGonagall se puso rojo y, la vena en su frente, que ya de por sí estaba latiendo, pareció hincharse y latir incontrolablemente.

—¡Si, McGony! —respondió Sirius con su mejor sonrisa—. Usted me tiene….

No alcanzó a terminar de hablar, porque el tono mordaz de su profesora, lo había enmudecido.

—¡Potter, Black! —exclamó con enojo y los dos merodeadores se quedaron tiesos en su respectivos asientos—. Han colmado mi paciencia. Los dos, salgan de mi aula y diez puntos menos para su casa.

—Pero… —empezó a reclamar Sirius, en un vano intento.

—¡Nada de pero, señor Black! —lo interrumpió la profesora—. Salga de mi clase.

James y Sirius tomaron sus cosas, tratando de poner cara de arrepentidos, y se dirigieron a la salida lentamente y como si desearan poder seguir en la clase. Giraron su cabeza de afectados para ver a la profesora, antes de salir de la sala.

Una vez cerrada la puerta, estallaron en risas.

—Ahora tenemos casi dos horas libres —informó Sirius con una enorme sonrisa en su rostro—. ¿Qué te interesa hacer, Cornamenta?

James lo meditó unos instantes. Había una enorme lista de las cosas que podían hacer en esas casi dos horas libres. Sin embargo, rápidamente se decidió por una y se la comentó a su amigo.

—¿Por qué no vamos al campo de quidditch? Me gustaría poder practicar algunas cosas antes de enseñárselas al equipo —al ver que Sirius fruncía un poco el ceño, James le recordó—. Acuérdate que sólo quedan unos días para que los entrenamientos comiencen. ¡Tenemos que ganarles a las serpientes!

Los ojos de Sirius parecieron flamear por unos momentos y James supo que su amigo había aceptado su propuesta.

Sin perder el tiempo, corrieron a su habitación para buscar la escoba de James. No se demoraron ni cinco minutos y ya estaban corriendo de vuelta por el castillo, con la escoba en la mano del merodeador con anteojos.

Habían llegado al estadio de quidditch, cuando vieron algo raro a unos pasos de donde ellos estaban, justamente al centro del campo. Era como si alguien hubiese abierto una cremallera invisible, ya que, de pronto, fue como ver que se estuviera abriendo el aire a unos metros. A continuación, algo o alguien, no se podía diferenciar a esa distancia, salió de ese lugar y cayó al piso. Luego el tajo que se había hecho, desapareció y todo volvió a ser como antes, como si nada hubiese pasado ahí.

Extrañados, los dos se miraron y luego corrieron para ver lo que había caído a sólo unos metros de donde ellos estaban. Sin embargo, cuando estaban casi encima de la persona, ya habían descubierto que era alguien y no algo, una fuerza invisible los lanzó hacia atrás, como si el aire estuviera cargado eléctricamente y esa fuerza los había impulsado para alejarse de ahí. Aun más extrañados y curiosos, se levantaron y, sin temer que les pudiera pasar lo mismo, se volvieron a acercar. Sin embargo, esta vez no les sucedió nada, pero aun así el aire a su alrededor se sentía extraño. Como si algo raro hubiese ocurrido.

Llegaron al centro del campo y vieron que era alguien lo que había salido del agujero. Sus respiraciones se atascaron en sus pechos; ese alguien parecía que estuviera muerto de lo pálido y mal herido que se encontraba. Toda su capa de viaje estaba rota y ensangrentada, y múltiples cortes cubrían su cuerpo. No podían ver su rostro, pues se encontraba acostado boca bajo.

Sirius, quitándole la escoba a James de sus manos, empezó a picotear el cuerpo, pero no reaccionaba. Lo más probable es que estuviera muerto.

—¿Crees que esté muerto? —preguntó Sirius a James.

—No lo sé —respondió éste último encogiéndose de hombros—, pero espero que no sea así. No quiero cargar a un muerto —terminó diciendo con el ceño fruncido.

Pasaron unos segundos, pero ninguno de los dos se movía. Ni Sirius ni James, querían comprobar si el sujeto desconocido estaba vivo; ninguno quería tocar el cuerpo de un muerto.

—Podríamos darlo vuelta y ver si respira —propuso James—, así también podríamos ver si lo conocemos.

Sirius afirmó con la cabeza y los dos se acercaron aun más al desconocido. James lo agarró de los hombros y lo dio vuelta lentamente para que no se dañara, si es que estuviera vivo. Cuando los dos Merodeadores por fin le pudieron ver el rostro al chico que estaba a sus pies, el aliento se atascó en sus gargantas.

Sirius miró a James con los ojos abierto de par en par por la sorpresa y trató de hablar.

—James —empezó diciendo Sirius en un susurro horrorizado—, es igual a…

Sin embargo, no terminó su oración. Estaba demasiado shockeado e impresionado por lo que estaba viendo.

—A mi —terminó diciendo James, mientras veía a su doble ensangrentado que estaba en el piso.

James sabía perfectamente que en el mundo existían cinco personas que se asemejaban físicamente a él, pero jamás se le pasó por la mente lo parecido que podía llegar a ser uno de esos sujetos. El joven merodeador miró al desconocido anonadado. No podía creer lo que sus ojos veían, pero tampoco podía negarlo. Lo que estaba viendo era real, no una ilusión de su hiperventilada mente. Sin embargo… era tan difícil de creer. ¡El chico que estaba a sus pies era su copia! Eran iguales de pies a cabeza, excepto en alguno que otro pequeño detalle sin importancia y de poco relevancia.

Miró nuevamente al muchacho, con la incertidumbre asechando en su cabeza.

«Sin embargo», pensó decaído, «entre más lo veía, más parecido lo encontraba»

Era una de las cosas más frustrantes que le había pasado en su vida. Creía que se estaba volviendo loco y por esa razón veía a su clon. ¿Podía ser que todo eso no era más que un sueño? Se piñizcó el brazo para comprobarlo. Dio un suspiro de derrota al sentir el pequeño dolor en su dorso, pero aun así no despertó. Todo era real.

«¡Si hasta tenían los mismos lentes!», pensó ya exasperado a un nivel imposible. ¿Cómo era posible eso? Era tan descabellado, loco, increíble y un montón de cosas más; no tenía suficientes palabras para poder definir lo que estaba viendo y viviendo.

James y Sirius analizaron con mayor detención al muchacho que yacía en el piso. A pesar de los múltiples cortes que tenía en su rostro, se podía apreciar fácilmente los mismos rasgos de James… los mismos rasgos que tenían todos los Potter. Eso último hizo gemir al morocho con disgusto. ¿Es que el chico era un pariente o algo así? Entonces, ¡¿por qué no lo conocía?

Un enorme deseo recorrió a James, lo único que quería era que el muchacho abriera los ojos para comprobar si éste tenía los ojos del mismo color que él. Si tal era el caso, no sabía qué iba a hacer para controlar la locura que se iba a desencadenar en su mente.

—¿No crees que, en vez de estarlo observando, deberíamos llevarlo a la enfermería? —sugirió Sirius, con el entrecejo fruncido como si no le gustase la idea de volver a tocar al chico.

Distraídamente, James cabeceó afirmativamente.

—Eso lo deberíamos haber hecho desde el momento en que llegamos —informó James, mientras buscaba su varita en su túnica.

Se agachó al lado del muchacho y no pudo evitar darle una última mirada antes de hechizarlo para llevarlo a la enfermería. Se fijó en sus ropas que estaban en precarias condiciones; realmente era lamentable el aspecto que tenía. ¿Se habría metido en una lucha con alguien? Si ese fuera el caso, al parecer el chico no había logrado salir muy bien parado.

De pronto vio que, por dentro de la capa de viaje, tenía bordado dos letras: HP. Claramente eran las iniciales de su nombre, a menos de que fuera la capa de viaje de algún amigo, pero eso era poco probable.

—¡James! —exclamó Sirius para llamar la atención de su amigo y éste último salió de sus pensamientos para clavar su mirada en Sirius—. Este chico va a Hogwarts.

James arrugó el entrecejo al escuchar la declaración de Sirius. Lo que decía no tenía sentido, ¿cómo se había dado cuenta de eso? Además (dirigió nuevamente su mirada al chico) él no recordaba haberlo visto en su vida. Y eso era imposible que ocurriera, ¿quién podría olvidar a una persona que era idéntica a ti? Eso era una de las cosas que marcaban en la vida y que jamás se lograban olvidar.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó James, sin alejar su mirada de la ropa del chico, buscando algún indicio que dijera que éste iba a la misma escuela que él.

Sirius alargó su mano hasta que ésta apareció en su campo de visión. James agarró lo que le tendía su amigo. Era como un pequeño bordado del escudo de Hogwarts que estaba deshilachado y cortado irregularmente, como si el chico lo hubiese cortado apresuradamente de alguna túnica.

—¿Dónde lo encontraste? —preguntó James con el entrecejo fruncido.

Sirius se encogió de hombros.

—Estaba pegado por dentro de la capa de viaje. Tal vez al chico lo hizo para tener un recuerdo de Hogwarts o algo así me imagino yo. A lo mejor lo expulsaron, pero realmente no tengo la menor idea.

Sin embargo, que el muchacho anduviera con el escudo del colegio cosido a duras penas a su capa de viaje, no significaba que fuera en la escuela. Arrugó aún más el entrecejo por la confusión. James estaba seguro que el chico no podía ir a Hogwarts, él conocía a todos los estudiantes, algunos sólo de vista, que habían en el colegio y al muchacho no lograba recordarlo.

—Esto es extraño —comentó Sirius, con voz despistada—. ¿Quién será? —dio un largo suspiro y luego se pegó fuertemente en la cabeza—. ¡Tenemos que llevarlo a la enfermería! Si no estaba muerto cuando lo encontramos, de seguro que se murió por nuestra negligencia.

James se levantó de golpe, apuntó al joven con su varita y pronunció «Movilicorpus»; de inmediato, el cuerpo se elevó.

Los dos merodeadores comenzaron a salir del campo de quidditch. A continuación, recorrieron los terrenos del castillo. Sin embargo, cuando estaban a punto de entrar a la planta baja, Sirius se detuvo de golpe. James, al ver a que su amigo no estaba a su lado, dejó de caminar y se dio media vuelta para mirarlo.

—¿Qué sucede? —preguntó.

—James —comenzó—, ¿no te das cuenta? Nadie puede vernos con el chico. Si alguien lo hiciera, van a querer saber qué cosa le sucedió y si es pariente tuyo. Por eso propongo —infló el pecho un poco— que ocupes la capa de invisibilidad para cubrirlo. Sé que la tienes escondida en el bolsillo secreto de tu túnica, así que sácala y cubramos al chico con ella.

James no dijo ni un pero por lo informado por su amigo. Tenía mucho sentido lo que decía Sirius, no podían andar revoloteando por el castillo con un joven igual a él y que, además, estaba mal herido.

Sacó la capa de su bolsillo secreto, hecho especialmente para esconder el mapa del merodeador y su capa (los demás merodeadores tenían uno igual que él en sus respectivas túnicas) y procedió a cubrir el cuerpo del muchacho con ella. Una vez hecho eso, emprendió su camino nuevamente.

Sin dejar de caminar un solo momento, la cabeza de James se alejó del presente. Le echó un vistazo a Sirius por el rabillo del ojo y no pudo evitar sonreír al verlo con el rostro serio y hasta preocupado. Sirius era su mejor amigo… no, más que su amigo, era su hermano. No había momento del día que estuvieran el uno sin el otro. Lo quería mucho, aunque sonara raro decirlo, pero era la realidad. Sin embargo, había otra persona que podía competir con el cariño de hermano del alma que sentía por Sirius y esa era Lily Evans. Una muchacha que amaba, pero que ella lo odiaba dependiendo del día.

Cruzaron el Hall de entrada sin encontrase a ninguna persona, al parecer las clases todavía no terminaban.

Recordó el día en que le había pedido a Lily ir al baile con él. Había estado nervioso y había hartado a sus amigos, pues había estado todo el día pidiéndoles consejos de cómo preguntarle a Lily que fuera su pareja. Sirius y Peter le habían respondido una estupidez, pero Remus… él, simplemente, le había dicho que se olvidara de su orgullo y que le regalara un ramo de flores.

«Cursi, pero siempre funciona», le había asegurado y James había creído en él.

Hasta que se había armado de valor y se había acercado a ella, con el ramo de flores, y le había dicho simplemente, mientras le entregaba el ramo.

«Evans, ¿te gustaría ser mi pareja?»

Todavía no sabía si lo había aceptado por la patética cara ilusionada que tenía o por el ramo de flores que le entregó. Sin embargo, fuera cual fuera la razón, ella, por primera vez en su vida, no lo había rechazado. Había recibido el ramo encantada, murmurando incoherencia sobre el hecho de que nunca nadie le había regalado flores, y luego, simplemente, le había sonreído y había respondido «Sí» a su pregunta.

Estaban llegando a la enfermería, ubicada en la primera planta, cuando escucharon que alguien se acercaba. Sólo por medida de precaución, para evitar el peligro de que ese alguien pudiera chocar contra el invisible chico, se escondieron en una de las aulas vacías que había por ahí. Tenían que tener cuidado en ese sector, ya que en la primera planta, además de la enfermería, estaban: El despacho de la profesora McGonagall, las clases de Estudios Muggle, DCAO y la de Historia de la Magia.

Cuando oyeron que los pasos se alejaban por el corredor, Sirius asomó la cabeza por si alguien más venía. Al percatarse que el pasillo estaba vacío, salió seguido de James. Sin perder el tiempo, terminaron de recorrer los metros que faltaban para llegar a la enfermería y, una vez ahí, abrieron la puerta y entraron. Todas las camas se encontraban desocupadas y la enfermería estaba extrañamente silenciosa. James le quitó la capa de invisibilidad al chico y lo acostó en una de las camillas, al mismo tiempo que Sirius se dirigía al despacho de la señora Pomfrey para buscarla.

El merodeador de anteojos tuvo que esperar poco tiempo por la llegada de la enfermera, ya que ésta apareció corriendo y se acercó a la cama, mientras exclamaba una infinidad de cosas incoherentes.

—¿Qué han hecho? —les preguntó indignada y se dirigió a un estante lleno de pociones y agarró algunos para luego llevarlos a la mesita de noche adyacente a la camilla del muchacho malherido.

Los merodeadores trataron de acercarse a mirarlo lo que hacía la enfermera, pero ésta los echó de la enfermería, alegando que deberían ir a buscar al director.

Los dos muchachos salieron del recinto, indignados de que les estuvieran echando la culpa por algo que ellos, por primera vez, no había hecho.

Una vez afuera, Sirius se cruzó de brazos.

—Tenemos que ir a ver al profesor Dumbledore, Sirius —informó James y, sin esperar a su amigo, empezó a caminar hacia la escalera para subir a la segunda planta y dirigirse al despacho del director. Estaba llegando a la escalera, cuando oyó el paso apresurado de su amigo para tratar de alcanzarlo. Una vez estuvo a su lado, siguió—. Tenemos que hablar con él antes de que nos culpen por la muerte del chico.

Subieron la escalera y luego caminaron por el largo pasillo, hasta que se encontraron con la gárgola que custodiaba la entrada a la oficina del director.

—¿Cuál era la nueva contraseña? —preguntó Sirius con el entrecejo fruncido.

—Brujas de Salem —dijo James, hablándole tanto a su amigo como a la gárgola.

La gárgola se cambió de posición y dejó ver una escalera de caracol. Los dos amigos se metieron a ésta y comenzaron a subir. Una vez llegaron al final de la escalera, se dirigieron a la puerta que cercaba la entrada a la oficina.

Antes de que James alcanzara a golpear, la serena voz de Dumbledore los interrumpió.

—Entren —les dijo desde adentro.

Los dos chicos se miraron, aunque ya acostumbrados de que el director les hiciera pasar antes de que lograran golpear. Abrieron la puerta y entraron.

—Me alegro de verlos. James, Sirius, pueden tomar asiento —y les apuntó a los dos asientos que estaban frente de su escritorio.

Tomaron asiento sin cruzar una palabra. Estaban un poco nerviosos por toda la situación vivida, a pesar de que ellos pasaban más tiempo en el despacho de su director que en las aulas de clases.

—Creo que han venido por algo —comentó Dumbledore con una sonrisa, al ver que ninguno de sus alumnos decía algo—, ¿o me equivoco? ¿Podría ser que hayan venido a visitarme?

—Sí —respondió Sirius, removiéndose en su asiento—, venimos a contarle algo… extraño que nos pasó.

—Entonces —empezó el director, analizándolos con su mirada; nunca había visto a esos dos muchachos comportándose de esa manera en su despacho, por lo general tenía que terminar regañándolos para que dejaran de revisar los objetos que la componían—, lo único que me queda por preguntar es: ¿Qué cosa puede ser tan extraña para que ustedes dos se comporten así?

Con un largo suspiro, James se decidió a hablar.

—Comenzaré por el principio —enmudeció unos segundos y luego agregó—.Claro, si es que usted gusta.

—Puede empezar con toda confianza, señor Potter.

James tomó aire, miró a Sirius y, al ver que este asentía con la cabeza, comenzó hablar.

—Esta mañana al despertarnos, bajamos a desayunar como siempre y después nos fuimos a clases de pociones. Sin embargo, entre esa clase y la que sigue, teníamos un poco de tiempo, así que fuimos al Gran Comedor. Estábamos tranquilamente sentados ahí, cuando las chicas nos empezaron a acosar sobre si queríamos ser sus parejas. Como nos acosaban tanto, Sirius y yo salimos corriendo. El problema fue que nos siguieron y realmente parecían que se habían vuelto locas —comentó con el entrecejo fruncido—. Como no teníamos escapatoria, corrimos a los terrenos. Pero después llegamos ahí y todavía no lográbamos deshacernos de ellas, así que no nos quedó otra que lanzarlos al lago. Tuvimos que esperar hasta que todas se fueran para poder salir y, por culpa de eso, llegamos atrasados y mojados a la clase de la profesora McGonagall. Ella se enojó y nos echó de clases. De ahí, nos fuimos a buscar una escoba, para ir al estadio de quidditch y practicar un poco. Usted sabe, luego comienza la temporada de entrenamientos y… la cosa es que, hasta ese momento, todo nuestro día iba bien. Es decir, nada fuera de lo normal —Dumbledore sonrió ante eso.

»Cuando bajamos al estadio y llegamos a él —siguió—, aunque no nos crea, pero es la verdad, vimos como se hacía una especie de tajo al medio de la cancha y desde ahí salió un cuerpo que quedó tendido en el piso. Pensamos que estaba muerto, pero aun así nos acercamos a ver. Sin embargo, cuando estábamos a punto de llegar donde estaba el chico, una fuerza nos lanzó hacia atrás, aun así nos volvimos a acercar al muchacho, pero no fuimos lanzados hacia atrás de nuevo.

»Cuando llegamos a su lado, esto es la más sorprendente de todo, el cuerpo era un chico de nuestra edad y, al parecer, de esta escuela, pero no es nadie que conozcamos y eso es lo más raro, porque nosotros conocemos a todos los de la escuela, pero a este chico jamás lo hemos visto. Y, lo más raro, más que lo otro, es que el chico es igualito a mí. Una copia —alzó un poco su tono de voz—. Más que eso, es mi clon, pero con una que otra diferencia pequeña. ¡Profesor, si hasta ocupa mis mismos lentes! —exclamó frustrado, mientras alzaba sus brazos en el aire—. Además tiene rasgos que solo los heredan los Potter…

James terminó de hablar con una clara frustración en su rostro. Dumbledore guardó silencio, mientras analizaba toda la situación.

Los dos adolescentes miraron atentamente a su director. Querían respuesta y la única persona que se las podía dar, era él. El profesor Dumbledore se levantó de su asiento y se dirigió a la ventana. Desde ahí, miró los terrenos de la escuela que estaban allá abajo. Pasaron unos minutos en donde ninguno de los tres habló y luego Dumbledore volvió a su escritorio y volvió a tomar asiento. Apoyó ambas manos sobre la madera y cruzó los dedos. Él sabía perfectamente que los dos muchachos frente a él querían respuestas a lo sucedido, pero no se las podía proporcionar, ya que ni siquiera él las tenía.

—¿Me podrían responder una pregunta? —preguntó el director en vez de responder a sus dudas. Los dos alumnos afirmaron con la cabeza—. ¿Dónde se encuentra el chico ahora?

—En la enfermería —respondió Sirius.

—¿Lo llevaron ahí después de haberlo encontrado? —los dos estudiantes afirmaron con la cabeza—. ¿Alguien los vio?

—Nadie. Nos aseguramos de que así fuera, no queríamos armar una conmoción —explicó James—. Si alguien nos veía con un chico que parece muerto y que más encima es una copia mía… todos habrían querido saber la verdad, pero eso no es posible porque no la conocemos.

—Muy bien pensado —los felicitó Dumbledore, pues por lo menos ahora tenía un problema menos que solucionar.

Otros segundos pasaron en silencio, hasta que…

—Profesor —interrumpió el silencio James con un tono de voz dudosa—. ¿Qué cree que haya sucedido?

Dumbledore carraspeó incómodo.

—Realmente no podría responderle a esa pregunta, señor Potter. Ni siquiera yo sé lo que sucede. Nunca había escuchado nada parecido.

—Yo creo que esto sucedió por un desequilibrio que se produjo con el espacio—tiempo —comentó Sirius con voz despistada—. Su estado natural probablemente fue desequilibrado. Lo más sensato, por el estado del chico, es que este desequilibrio lo produjo un hechizo muy fuerte. Sin embargo, no sabemos qué hechizo fue, ni el por qué sucedió eso, ni tampoco de dónde viene el muchacho y qué tiene que ver James con el chico —aguardó unos momentos en silencio y miró a su rededor. Al ver que James lo miraba con la boca abierta y Dumbledore con una mirada sorprendida, preguntó extrañado—. ¿Qué?

—Canuto —empezó James y tragó saliva, todavía sin dejar de mirarlo asombrado—, ¿cómo demonios sabes eso?

—Lo aprendí por ahí —respondió Sirius sin darle mucha importancia.

—¿Pero cuándo? —indagó James—. Eso no es algo que se les enseñe a los magos… yo sabía que eso lo aprendían sólo unos pocos muggle.

—Lo sé —respondió, encogiéndose de hombros.

—Me gustaría saber cómo lo aprendió, señor Black —comentó Dumbledore con una sonrisa.

Sirius se acomodó en su silla antes de responder con un suspiro.

—Me lo enseñó una muggle que estudiaba… Mm, ¿cómo se llamaba? —miró el techo pensativo—. No recuerdo el nombre, pero tenía algo que ver con todo esto del tiempo. La cosa es que, a pesar de lo inteligente que era, bueno… era bastante guapa. Y aprendí eso, porque quería hacerla mi nueva conquista.

—¿Y para hacerla tu nueva conquista aprendiste eso? —lo interrogó James.

—Dije que la chica era muy inteligente. Entonces le pregunté si es que me podía enseñar, para poder impresionarla de que aprendo rápido. El problema es que, lo único que recuerdo, es lo que dije hace un momento y que tenía unos sen…

Se cortó de golpe al recordar donde estaba.

—Señor Black —dijo Dumbledore, más divertido que enojado—, por cierta parte, tiene razón usted —dijo refiriéndose a lo primero de todo lo que había dicho Sirius. Menos mal que no le había comentado nada por lo que estuvo a punto de decir sobre los senos de la chica.

James no se lo podía creer. Verdaderamente ese día era el más extraño que le había tocado vivir. Todo estaba fuera de sus cabales. Primero, ese extraño tajo en el campo de quidditch. Segundo, el chico que era igual a él. Tercero, Sirius sabía algo que Dumbledore apenas conocía. Y cuarto, el director le daba la razón.

«Este día definitivamente va empeorando», pensó James, pesimista.

—Creo que lo mejor que podríamos hacer ahora —empezó el profesor Dumbledore—, es ir a la enfermería y ver si podemos averiguar algo revisando las ropas del muchacho.

Los merodeadores asintieron con la cabeza y los tres hombres partieron a la enfermería. Cuando ya estaban llegando a su destino, escucharon el timbre de término de clases. Poco a poco fue subiendo el volumen de voces y, la primera planta, se comenzó a llenar con los alumnos que iban saliendo de las salas de clases que estaban en ese nivel. Todos los que veían a los tres caminar juntos, se extrañaban notablemente por ver a los dos merodeadores con el director dirigiéndose hacia la enfermería y no al despacho.

Una vez que llegaron ahí, Dumbledore fue el que abrió la puerta. Madame Pomfrey, al verlos, los invitó a pasar a su despacho y no les permitió ver al chico en ese momento; la camilla donde se había encontrado estaba con las cortinas corridas.

Los cuatro entraron al despacho y se acomodaron dentro. Dumbledore transformó algunos objetos en sillas para ser utilizadas por ellos. Ya cómodos, Pomfrey empezó a hablar con voz temblorosa:

—No sé realmente lo que estos dos le habrán hecho al chico, director —informó a Dumbledore, con voz acusadora. A Sirius se le escapó un: «¡Ey!», al escuchar la acusación—. Pero le aseguro que no es nada bueno.

—Antes de aclarar las cosas, Poppy, me gustaría saber el estado de salud del paciente —le dijo el director.

Con un largo suspiro y mirando la puerta de su despacho, respondió:

—Sobrevivirá —James y Sirius suspiraron aliviados, mientras que Dumbledore asintia con la cabeza—. Sin embargo, al chico le ha sucedido otra cosa.

De inmediato, los dos merodeadores volvieron a tensarse en sus sillas.

—¿Qué tiene el chico, Poppy? —preguntó Dumbledore inmediatamente.

Otro largo suspiro escapó de la enfermera.

—Tiene amnesia.

—¡¿Qué? —exclamaron a coro James y Sirius, y se levantaron de sus sillas por la impresión y el impacto recibido por dicha noticia.

—No recuerda nada, cuando despertó… —«¿El chico está despierto?», se oyó que murmuraba Sirius—. Le pregunté cosas, pero no sabe cómo llegó aquí, ni cómo se llama —les explicó Madame Pomfrey—. Pero tengo sus ropas, a lo mejor en ellas encontramos algún tipo de información.

Madame Pomfrey se levantó de su asiento y se dirigió a un armario ubicado a su derecha. Sacó una bolsa abultada de ahí y se dirigió nuevamente a su escritorio. Puso la bolsa en la mesa y se sentó.

Las cuatro personas que se encontraban ahí, empezaron a hurgar el contenido de la bolsa, hasta que cada uno tomó una ropa para buscar. Sirius buscaba en los jean. Dumbledore en un chaleco y James en la su capa de viaje. Pomfrey se quedó con una camiseta, la cual no contenía nada para ser revisada profundamente.

James no encontró nada en la capa, a parte de la varita, y Dumbledore tampoco en el chaleco. Sin embargo, Sirius metió la mano en un bolsillo del jean y encontró el carnet de aparición.

—¡Encontré su carnet de aparición! —exclamó casi eufórico por su descubrimiento.

James, Dumbledore y Pomfrey se acercaron a él dejando a un lado sus partes de ropa que les había tocado revisar. Sirius comenzó a leer sus datos, sin dejar que los otros averiguaran lo que decía el carnet.

Cuando llego al nombre del chico, exclamó con el rostro horrorizado por lo que leía:

—¡No, no, no, no! —repetía una y otra vez la misma palabra. Sirius estaba completamente shockeado, mientras veía a James con los ojos abiertos de par en par—. No puede ser verdad —terminó diciendo en un susurro casi inaudible.

—¿Qué pasa Sirius? —pregunto James desesperado, tratando de averiguar qué cosa tan terrible podría haber visto Sirius para que estuviera en ese estado.

—No puede ser —repitió una vez más Sirius con un hilo de voz—. No puede tener ese apellido.

—¡¿Qué pasa?—gritó James su pregunta—. ¿Cómo se llama?

Sirius los miró a los ojos y después susurró el mayor temor de James:

—Su nombre es Harry Potter.


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