Disclamer: Hetalia no me pertenece, como mucha gente se habrá echo a la idea (y por desgracia)

Esta historia tiene palabras feas, insinuaciones adultas, violencia y seguramente escenas explícitas. Pero era bastante obvio tratándose de piratas.

Espero que os guste

...o...o...o...

"No confíes en hombres de mar.

Sus palabras son dulces y saladas,

así como el agua

mas la verdad están a ocultar.

No confíes en hombres de mar.

No conocen otro credo que el suyo propio.

Hombres que pasan años fuera del hogar

no está capacitados para amar.

No confíes en hombres de mar.

Sus palabras son hábiles y escurridizas.

Crueles y astutas sabandijas

Que de mujeres y jóvenes se quieren aprovechar.

Dicen que volverán,

que te guardarán en su corazón.

Falacias, pardiez,

pues lo único que guardan

Es su estúpida botella de ron.

'Un infinito paraje.

Un mar profundo.

De todos las personas posibles

Fui a encontrar a mi mundo'

¿No estáis cansadas de escuchar

a esos hombres calumniar,

Diciendo y farfullando,

que somos su respirar?

No confíes en hombres de mar.

Son fuertes y atractivos

Sus palabras como miel

Su olor de olivo

Afilada lengua

Afilado olvido."

–¡Señorita! ¡A lo que huelen los marineros es a sardina pasada!

Lovino bebió algo más de su cerveza, escuchando como algunas mujeres de un burdel cantaban una canción en contra de la mayoría de los allí presentes. Los marineros se lo tomaron con humor, los piratas simplemente ignoraron o tomaron a alguna mujer para llevarla a la alcoba.

El ítalo se limitó a observar a todos en silencio, un extraño caos no del todo desagradable que comenzaba a apoderarse de aquel establecimiento en Gran Bretaña. Tampoco es como si le importara el ruido, viniendo del país que venía. Además, tras probar la cerveza caliente, ya no podía toparse con algo peor.

Un hombre de estatura media y cabellos claros entró e ignoró a la muchedumbre, avanzando hasta la barra para pedir Dios sabe qué veneno. Lovino lo vio de reojo, riéndose cuando éste frunció el ceño, o lo que fueran esas cejas, por el mal sabor.

El desconocido se acercó a una mesa donde un hombre sobaba los senos de una prostituta y tiró toda bebida que había sobre la superficie. Antes de que el segundo hombre abriera la boca, tenía un puñal cerca de su ombligo. El primero se subió al mueble y dio varios golpes con el pie en la mesa, deseando llamar la atención de los allí presentes.

–¡El Bandido Negro ha sido hundido!

Aplausos y vítores por parte de varios, comenzando a ir en aumento por palabras pueriles y maldiciones hasta para los bisnietos de los derrotados.

–¡La mitad del tesoro ha sido conseguido! Esos sucios españoles ya no tienen nuestro botín.

Muchos más vítores y silbidos. Lovino se limitó a esperar a que su bebida se enfriara.

–¡Mas aguardad! Pues la otra mitad todavía sigue escondida en alguna parte, y no descansaremos hasta obtenerla– Volvió a golpear la mesa con su tacón–. ¡Y el español prisionero nos lo dirá!

Hubo un momento de confusión entre los aplausos.

–El problema es que el muy inútil no sabe hablar inglés– Escupió al suelo, cerca de la bota de Lovino, para ser preciso–. Ofrecemos comida y dinero a quien nos sirva de intérprete, además de una parte del tesoro... Pero tiene que realmente hablar español, pues a quien descubra yo mintiendo sobre sus conocimientos, le arrancaré la lengua y se la haré tragar. ¿¡Entendido!?

Saltó de la mesa y puso un gran cartel en la pared de la taberna. Lovino se limitó a observarlo, prácticamente ahogándose con su propia saliva cuando leyó el dinero que le sería entregado a quien se ofreciera voluntario. Se levantó del asiento y fue a detener al mensajero, quien se disponía a abandonar la tasca.

–¡Señor, espere!

El hombre giró y encaró al joven. Era algo más alto que él, aunque eso no era complicado.

–¿Qué quieres, niño?

–¡Yo sé hablar español!– Tomó aire, nervioso–. Quiero el trabajo.

El pirata alzó una ceja, mirando a Lovino como si se tratara de una pulga.

–¿Acaso has navegado antes?

–Trabajaba como pescador.

–Eres muy pequeño para ser pirata, sin duda.

Lovino gruñó. De nuevo metiéndose con su estatura. Ni que aquel pirata fuera tan alto.

–Pero quiero ser intérprete. Vosotros queréis el tesoro, y yo dinero, por lo que me necesitáis.

–Un pirata nunca necesita a nadie más que su capitán. Guarda esa lengua.

El italiano bajó la cabeza con cierto miedo. Si fuera 20 cm más alto, le patearía sin dudarlo.

–Mis disculpas, señor. Sigo insistiendo en que haré bien mi trabajo. Soy un hombre que ha conocido el mar y que sabe hablar la horrible lengua de ese prisionero.

El pirata frunció el ceño, mas sonrió de lado.

–De acuerdo, anchoa. Mañana ven al puerto y haremos la prueba. Tenemos dos días para zarpar.

Lovino asintió y dejó que el hombre se fuera. Ya solo, sonrió con malicia. Al fin podría servirle de algo el ser del reino de Sicilia y utilizar ese español tan abandonado, además de ganarse un buen dinero por hacer hablar a saber qué pirata.

No se demoró en volver a su hogar, también llamado cuchitril de cerdos por su casera, y comenzar a buscar en sus estanterías cualquier libro que estuviera en español. Pasó parte de la noche leyendo y practicando, pues no quería equivocarse gravemente en la prueba de sus conocimientos y perder la lengua. No sería difícil, pues nadie allí sabía hablar español, así que aunque se equivocara un par de veces, tampoco sería tan malo...

Aunque la idea de perder su lengua no le gustaba.

A la mañana siguiente se levantó nada más escuchar a la vecina llamar de todo menos guapo a su marido. Eso significaba que despuntaba el alba, y así confirmó cuando se asomó por la ventana. Tomó algo de pan rancio que tenía de desayuno, y se fue directamente al puerto, buscando cuál podría ser el barco de aquellos piratas.

Había dos diferentes, uno más lujoso que el otro. El primero se mostraba arañado por el tiempo, con golpes de cascos y roces de balas de cañón sobre la madera. La vela estaba siendo remendada por unas costureras las cuales parecían gustosas de conseguir unas cuantas monedas por aquel trabajo. Lovino se limitó a observar al otro barco, mucho más grande, limpio, brillante por la cera de la madera, aún casi intacta. Sin duda era un barco increíble, aunque no parecía haber pasado malos momentos como una batalla en mar abierto. Suponiéndoselo de antemano, Lovino fue al primer barco. No se atrevió a subir las escaleras hacia la cubierta, sino que se limitó a esperar a que un hombre se acercara al barco para preguntar.

–¿Es esta la tripulación que necesita un intérprete?

El hombre, que no parecía ser parte del barco, se encogió de hombros mientras cargaba con un tonel hacia el navío, seguramente para las reservas. Lovino gruñó por lo bajo, esperando a más personas que se acercaran.

–Eh, tú– Lovino llamó a quien sí parecía ser un hombre de mar–. ¿Es éste el barco que necesita un intérprete?

–Depende de qué quieras.

–Ayer en la taberna, un pirata ofreció ese trabajo, y quería hablar con él.

–¿Roña Muerta? Está en el barco. Ve a preguntarle, o lo que sea. Si al final vas a trabajar aquí, sácale a palos la información al asqueroso del español.

Lovino asintió, todavía confuso por el nombre de "Roña Muerta", y subió las escaleras hacia el navío. Ya allí se cruzó con muchos más piratas y tripulantes, los cuales le dirigían miradas que helaban la sangre, como si de un cacho de carne fresca se tratara. No le gustaba ese sitio, pero el dinero le llamaba.

–¿Dónde está Roña Muerta?– Preguntó, alzando la voz para que los hombres allí lo escucharan.

Sólo obtuvo algunos gestos, la mayoría señalando hacia la parte trasera del barco. Lovino se digirió a Popa con prisas y topó al pirata de la noche pasada, quien sonrió con sus dientes dorados por el oro. Estaba sentado sobre lo que parecía una silla improvisadas, con una mesa delante y unos cuantos papeles, quizás nombres de los tripulantes de esa partida. Un pirata que sabía escribir sonaba a cuento.

–Vaya. Pensé que la princesa no vendría al final. Se han presentado dos personas más antes que tú, aunque hablaban italiano por lo que pude entender. Al menos el preso pareció divertirse al verlos ahogarse con su propia sangre. ¿Qué me dices? ¿Sigues interesado?

Lovino se sacudió al escuchar aquello. Cada vez sentía más pavor a la idea, sobre todo si el español era un psicópata que decía que no era español tan sólo para ver morir a gente. De todas formas... No podía echarse atrás tan tarde.

–Sí.

–Genial.

El hombre se levantó de su asiento y lo guio hasta una puerta que llevaba al calabozo del barco. Un lugar frío y lleno de olores desagradables que le revolvieron las tripas a Lovino. Sangre, amoniaco, podredumbre y excrementos, sin duda no una muy buena combinación. Había dos celdas pequeñas y un par de garrotes pegados a la pared, seguramente para torturar con más facilidad si se les antojaba. Lovino tragó saliva y observó las celdas, una vacía y la otra con lo que debía ser el pirata español del que tanto habían hablado.

Se detuvieron frente a los barrotes de la celda ocupada. Lovino observó al suelo, viendo manchas rojizas que debían ser sangre de tan sólo una hora atrás o menos. Comenzaban a secarse y a espesarse bajo sus pies.

En la celda frente a él, un hombre yacía tumbado sobre un montón de paja seca. Estaba inmóvil y su rostro permanecía observando la pared de la prisión, manchada con a saber qué.

El inglés no dudó un instante en golpear con el pie los barrotes, llamando la atención del prisionero.

–Escoria. Te traigo compañía.

Lovino se estremeció todavía más con esa frase, como si él fuera a ser el compañero de celda o algo.

Lentamente, el español se levantó y se acercó un poco, para observarlos con mirada desafiante. Unos ojos verdes, y todavía vivos y brillantes, que hicieron vibrar el interior de Lovino. Tenía estatura media, sobrepasaba la altura del ítalo sin problema, y parecía un poco desnutrido, una sombra de lo que había sido. Su cabello era rizado y llegaba hasta sus hombros, o al menos eso aparentaba bajo la suciedad que éste tenía. Lo más destacable en él eran sus ojos, verdes y brillantes cual más preciosa esmeralda.

No se molestó en tocar los barrotes, pues seguramente recibiría un castigo por el intento. Se limitó a observarlo de arriba a abajo con los brazos cruzados.

Si has venido a hablarme en italiano, sabes cuál será tu destino, ¿verdad?– Su voz era rasposa por no haber hablado em bastante tiempo. Miró al suelo, señalando con los ojos lo que quedaba de los anteriores–. El primero quiso disimular con acento. El segundo ni sé qué idioma hizo. Sonaba a portugués, o algo así.

No... Yo... Yo sé hablar español.

El prisionero alzó una ceja.

–¿Has venido por la recompensa? Deberías saber que no voy a hablar.

Lovino alzó ambas cejas, sorprendido.

–¿Cómo sabes lo de la recompensa?

–Que no sepa hablar inglés no quiere decir que no lo entienda para nada.

El pirata observó a Lovino un momento, mas no dijo nada.

–Puede ser incluso hasta divertido –El prisionero siguió hablando–. La mayoría de los días saludo a estos buenos hombres diciéndoles que sus madres me comieron lo que viene siendo toda la polla, y obviamente no se enteran de nada.

Lovino trató de no mostrar miedo ante aquellas palabras osadas, aunque el español tenía razón, pues el inglés ni se inmutó.

Mira, pequeño. Yo no me habría metido en esto. Nunca has de confiar en un pirata. Yo no voy a decirte donde está el tesoro ni aunque me prometieras mil vírgenes, y ellos te matarán si no consiguen algo en clave.

Se apartó de las barras de metal y observó a Roña Muerta, quien parecía satisfecho de haber visto que conversaba.

–Bien, chico...– Comenzó a hablar el inglés.

–Lovino, señor. Mi nombre es Lovino Vargas.

–Vargas...– Escupió en el suelo, ciertamente molesto por ser interrumpido–. Tienes el puesto. Ve a coger tus sucias pertenencias y vuelve mañana, antes de partir.

Fue echado del calabozo a patadas, al igual que del barco. Quizás no era tarde para echarse atrás, aunque la necesidad de oro lo hizo permanecer con la idea en mente.


Antonio se echó sobre su asqueroso lecho, de nuevo sólo en la oscuridad, con la compañía de las ratas y los sonidos de los pasos que se escuchaban en el piso superior. Al menos tendría a alguien con quien hablar antes de ser ejecutado. Una lástima por el chico, pero nada le podía hacer. Todo el mundo era libre de hacer lo que quisiera, y si ese tal Lovino quería jugarse la vida por nada, él no se lo impediría. Cerró los ojos, limitándose a soñar con todo aquello que no recuperaría.


Lovino acarició con los dedos las sábanas de su cama y frunció el ceño. Se iba para volver, y eso haría, aunque tuviera que sacarle la información a puñetazos a aquel hombre. No era su culpa que estuviera encerrado, y de nada le valía esconder lo que nunca iba a tener. Sí, eso sería un buen argumento para sonsacárselo.

Tomó sus cosas en una bolsa y salió de allí, paso raudo hacia el puerto. Todavía no había amanecido, por lo que por las calles no se escuchaban más que algún borracho de madrugada.

Se acercó al barco, el cual estaba siendo ocupado por varios piratas que todavía apestaban a alcohol, y permaneció sentado en cubierta, esperando a que el único pirata conocido apareciera y le echara una mano.

Pasó tres horas sin más compañía que los hombres borrachos y las gaviotas, hasta que finalmente Roña Muerta decidió aparecer y mostrarle el camarote de los tripulantes. Un conjunto de camas arrojadas por todos lados y varias hamacas. Sin duda, era una forma eficaz de hacer espacio en una habitación tan pequeña.

No hablaron mucho más. El pirata le explicó que en el barco todos trabajaban, de una forma u otra. Si no hacía o conseguía nada, no recibiría ración de alimentos. Le mencionó pequeñas advertencias de comportamiento, diciendo que los piratas actuaban por ellos mismos o por el capitán, y que si le faltaba al respeto a uno, no dudaría en devolvérsela el doble de fuerte. Cuidado con actos y palabras, pero sobre todo, ser leal al capitán.

–Y diviértete, Sardinilla. Esto es tu nuevo hogar por ahora– Se mofó con una sonrisa de lado.

–Respecto a mi trabajo principal...

–¿Qué?

–¿Qué se me está permitido hacer?

–Vayamos a hablar con el capitán. Él te dirá.

Lovino siguió los pasos del pirata, viendo que, extrañamente, iban al calabozo. Bajaron las escaleras despacio, como si a Roña Muerta le costara.

La puerta de seguridad fue abierta por el pirata de guardia. Entraron y Lovino hizo una mueca de desagrado por el olor a sangre que inundó sus fosas nasales, incluso más intenso que el anterior día. No tardó mucho en ver como el prisionero estaba amarrado de manos con los grilletes que había en la pared. Otra persona, la cual en la oscuridad del calabozo no pudo distinguir realmente bien, estaba limpiando su sable sobre la carne maltratada de la espalda del español. Cortes, cicatrices, heridas de dios sabe qué...

El desconocido se giró ante el ruido que habían hecho y le dedicó una de las más terribles sonrisas que Lovino vería en toda su vida. Cortésmente, guardó el arma ahora limpia en su funda, y limpió con sus dedos algunas de las manchas de sangre que su rostro tenía.

–Supongo que eres el chico que pretende conseguir información de este asqueroso– Sacudió su mano, eliminando así las últimas gotas rojizas que todavía resbalaban por su piel–. Yo soy el capitán de éste navío. Capitán Scott puedes llamarme.

Lovino dudó un poco en si debía o no darle la mano cuando éste la alzó, sonriendo como si no pasara algo realmente. Su cabello era rojizo, tenía el rostro cubierto por pecas, y sus ojos eran bastante claros y vacíos, reflejando que más adentro de la superficie estaba muerto y podrido. Tras haber sonreído de forma cortés, sus labios se posicionaron en una mueca inexpresiva.

El ítalo tomó la mano de Scott en silencio, aunque no pudo evitar soltar una exclamación cuando fue empujado con fuerza hacia la espalda ensangrentada del español. Escuchó risas por parte de los dos piratas británicos, y un quejido de dolor cerca de él. Se movió para apartarse, sintiendo parte de la sangre del prisionero manchando el lado derecho de su cara y ropas. Le dedicó una mirada algo asustada a Roña Muerta, quien simplemente lo ignoró.

–Bienvenido, Vargas– El capitán prosiguió–. Eres libre de venir aquí y hacer lo que quieras cuando quieras, siempre y cuando no sea liberarlo– Volvió a sonreír–. Tendrás que pedirle al vigilante que te abra la puerta cada vez que quieras entrar, o salir. Cualquier pregunta, házsela a Arthur.

–¿Quién es Arthur?

–El inútil que aquí tienes– Señaló a Roña Muerta con un dedo–. Si quieres torturar al prisionero, pídele. Si quieres llevarlo a la celda, igual. No es seguro que un enclenque como tú intente mover a alguien como ese, ¿no crees?

Lovino asintió despacio. ¿Él? ¿Torturar?

Escuchó un "maricas" de parte del español en voz baja y trató de no comenzar a reír frente al capitán y al segundo de a bordo. Fortuitamente, consiguió mantener la compostura.

–Supongo que Arthur te habrá explicado las normas principales. A mí no me importa lo que hagas mientras no interfieras lo que yo– Remarcó la palabra "yo" mientras se señalaba– haga. ¿Entendido?

Lovino asintió de nuevo, esta vez fervientemente. Scott gruñó en voz baja y comenzó a caminar hacia la salida.

–Buena suerte. La necesitarás.

Cerró la puerta, dejando a los tres solos. El inglés se acercó al prisionero y observó que se encontraba cansado. No había peligro en moverlo. Cogió las llaves y se acercó al moreno con la intención de soltarle las muñecas y así llevarlo a la celda de nuevo.

–Vargas. Ayúdame.

El joven asintió y procedió a sujetar el desvalido y herido cuerpo del español, mientras Arthur hacía lo mismo por el otro lado. Lo arrastraron y dejaron dentro de la prisión, cerrando la puerta después.

–Vamos.

–Espera. Quiero intentar hablar con él ahora.

–Está casi inconsciente.

–Es cuando menos pensamos y más hablamos, como con el alcohol.

Roña Muerta suspiró.

–Yo me voy. Si necesitas algo, no me molestes.

Lovino lo observó irse y esperó un minuto antes de comenzar a hablar de nuevo.

–¿Te encuentras bien?– Preguntó, sentándose en el asqueroso suelo de aquel lugar.

No obtuvo respuesta al comienzo. Al cabo de unos segundos, el español comenzó a moverse lentamente, hasta que le levantó el pulgar desde el suelo.

Me tomaré eso como un "perfectamente" y problema resuelto.

El prisionero no se movió lo más mínimo.

–¿Cuál es tu nombre?

–¿De pirata o de nacimiento...?– Gruñó como pudo todavía tirado sobre la mugre.

Me da igual. No te quiero llamar "tú" continuamente.

–Al menos no le añades el apelativo "pedazo mierda"– Tosió y se levantó lentamente, temblando de dolor a cada movimiento. Le dedicó una sonrisa cansada al ítalo y se sentó como pudo–. Soy Antonio.

Lovino alzó su mano, señalando a su propio pecho.

Yo soy...

–Lovino. Lo escuché ayer.

El menor cerró su mano, sorprendido.

Entiendes más de lo que pensaba.

–Palabras sueltas, he dicho. Tampoco es como si fuera a hablar con ellos aunque supiera cómo.

Antonio hizo una mueca de dolor y dobló su espalda. Sin dudarlo demasiado, volvió a tumbarse en el suelo, sin espíritu casi.

–¿Cuánto tiempo llevas aquí?

–Semana y media, creo. Quizás más, quizás menos.

–¿Te dan de comer o beber?

–Por muy fuerte que sea, un hombre necesita alimento. Me dan los restos– Se encogió de hombros–. En un mes, como mucho, dejarán de hacerlo.

–¿No piensas decir nada?

–¿Para qué? Me matarán de todas formas, y ambas opciones me suenan poco apetecibles.

–¿Cómo sabes que lo harán?

–Porque soy un pirata.

Lovino suspiró, molesto. Era el primer día, normal. Ya le sonsacaría más información otro día.

Necesitas alcohol para tus heridas.

–Necesito muchas cosas– Dijo con su cara pegada al suelo.

Intentaré conseguir un poco, a cambio de que tú me des algo a mí, y en este caso es información.

–Vale. Adelante. Ve a convencer a esos hombres de que merezco piedad.

Lovino gruñó y se puso en pie, para acercarse a la puerta de salida.

Antonio lo observó desde la lejanía, sin entender muy bien qué estaba haciendo. Esperó en silencio cuando la puerta fue cerrada. Si Lovino conseguía robar alcohol a los piratas, él le contaría todo sus pecados y penitencias. Era algo muy improbable, puesto a que los piratas defendían su bebida con la vida, y un garrote también si era necesario.


Lovino suspiró pesadamente, cerrando la puerta tras de sí. Luego necesitaría que volviera a abrirla.

Fue caminando calmadamente hasta toparse con la despensa, la cual apestaba a pescado de tal forma que no pudo evitar arrugar la nariz. Había alguien tomando notas de la cantidad de absolutamente todo. Lovino supuso que para hacer cálculos de cuánto les duraría hasta el siguiente repostaje.

Dudó un rato en si debía o no intentar robar una botella, pero se dio cuenta de que había mejores excusas para tomar una.


Antonio bostezó en silencio, repasando mentalmente el plan de huida fantasioso que tenía. Primero, rompería los barrotes pues estos serían de madera, o de cristal. Luego, con un pedazo de barrote, abriría la puerta y clavaría ese trozo de metal y o cristal en la cara de cualquier pirata que se le cruzara, y luego saldría antes de que el barco zarpara. Ya en aquel pueblo de Inglaterra encontraría algo que hacer, como ir de polizón en un barco camino a España. El problema era no saber la ruta.

Nuevo plan. Debía llevarse a Lovino con él para servirle de traductor.

Quizás el dolor de los cortes y la pérdida de sangre con tal poca cantidad de alimento en el cuerpo le estaba haciendo delirar.

Escuchó la puerta abrirse y ni se molestó en mirar hacia el foco del sonido. El olor a ron lo hizo girarse un poco, con cierta curiosidad. Lovino estaba allí, intacto, portando un vaso con alcohol y algo de tela.

–¿...Cómo has hecho eso?

–Fácil. Simplemente decir que quiero ganarme tu confianza.

–Cosa que es cierta.

–Exacto.

–¿Son tan estúpidos como para permitir que tomes alcohol para mí?

–De momento, eso han demostrado. Ahora, acércate a los barrotes.

Antonio se irguió lo suficiente como para gatear hasta estar frente al ítalo, el cual arrugó la nariz al olerle.

–Dame la esp-

No fue capaz de terminar antes de tener el brazo de Antonio rodeándole el cuello y empujándolo hacia los barrotes de la jaula, asfixiándole. El moreno permaneció apretando, no suficiente para pasar a un nivel tal como el asesinato, pero sí para causar dolor. Lovino no fue capaz de formular palabras al principio, mientras trataba de apartarse retorciéndose como podía. Al estar contra las barras, Antonio podía aferrarse a ellas y hacer que fuera mucho más complicada la huida.

–Dejemos algo claro– El español comenzó a hablar, apretando más por un segundo mientras causaba que saliva resbalara por la comisura de los labios de Lovino, pues este no era capaz de tragar–. Nunca has de confiar en un pirata. Ahora mismo podría partirte el cuello con las pocas fuerzas que me quedan. ¿Lo entiendes?

Lovino asintió como pudo, todavía intentando librarse del agarre, y respiró con todas sus fuerzas al sentir como el mayor retiraba el brazo. Se apartó y miró directamente a Antonio frunciendo el ceño.

–¿¡Pero qué cojones te pasa!?

Antonio lo miró sin casi expresión, por lo que Lovino decidió tomarse eso como una respuesta y proseguir.

–¡Te iba a ayudar, pedazo de cacho de trozo de mierda!

–No pedí ayuda.

–¡Antes habías dicho que estabas de acuerdo! Deja de ser gilipollas por un segundo en tu vida y recuerda tus propias palabras.

–Joder. Tienes mal genio.

Lovino se acercó gateando a los barrotes para encarar al español.

–¡No te jode!– Tomó el vaso del suelo y empapó la tela con él. Frunció el ceño todavía más y le lanzó a la cara de Antonio la improvisada gasa–. Apáñatelas tú solo.

Se levantó del suelo y se dirigió a la puerta, todavía con dolor de tráquea. Sólo entonces se dio cuenta de que así no conseguiría nada.

Miró hacia atrás, comprando como el española olía el alcohol, quizás algo desconfiado. Ese hombre no debía estar en sus cabales tras lo que podría haber vivido encerrado en aquella prisión. Ya había visto lo que el capitán había hecho hacía una hora, como si hubiera sido algo normal.

Que Dios lo perdonara por masoquista.

Dio la vuelta sobre sus pies y volvió frente al pirata, el cual alzó una ceja en señal de confusión.

–¿Quieres más?– Preguntó este mientras desinfectaba como podía los cortes profundos en su piel.

No. Quiero hablar.

–¿Sobre qué?

Lovino cruzó las piernas y entrecerró los ojos, mostrando una mueca pensativa.

–¿No te aburres aquí solo todo el día?

–A veces los piratas vienen a darme una visita y me colman de amor. Además, también tengo a mi adorada mano derecha.

–¿Quién?

Antonio alzó su mano.

Eres un cerdo–Dijo Lovino entrecerrando los ojos.

Sólo recibió un encogimiento de hombros como respuesta.

–¿Cómo te capturaron?

Se cruzaron en nuestro camino, o nosotros en el suyo. No sé. Tuvieron interés en saber dónde estaba el tesoro y por ello me llevaron con ellos. Gilipollas, pues ni sabían hablar español.

Lovino cruzó sus piernas y se sentó mejor en el suelo, escuchando.

–¿Fuiste tú el único que sobrevivió?

–No. Sobrevivieron dos más tras el ataque, mas murieron en este barco.

Algo en su tono de voz hizo desconfiar a Lovino.

–¿Asesinados?

–Más bien desangrados. Los usaron para intentar hacerme hablar.

–Y por supuesto, no obtuvieron respuesta.

–Si no, no estarías aquí.

Lovino gruñó por lo bajo.

–Muy observador, sádico.

–Señor sádico, si no te importa.

–A ti no te llamaría señor ni aunque me ofrecieras una mansión y oro.

Antonio sonrió un poco y dejó la tela con alcohol seco sobre su pantalón.

–¿Y mil vírgenes? No puede haber una oferta sin vírgenes– Bromeó.

El menor suspiró, resignado. Que pesado era el hombre con lo de las vírgenes.

Lo que sea. ¿Cómo se llamaba el barco donde estabais?

–Tuputamadre, todo junto.

–Espero que bromees.

Antonio mostró sus dientes con cierta arrogancia. Lovino siempre odiaría a los piratas.

Lo siento, pequeño, pero no puedo o quiero decir nada.

–No me mientas a la cara– Lovino alzó una ceja, molesto–. Sólo preguntaba para asegurarme. Sé que se llamaba "El Bandido Negro".

El español pareció algo sorprendido ante tal afirmación.

¿"El Bandido Negro"? ¿Así es cómo le llaman los pusilánimes estos?

–Oh. Así que sólo es el nombre que le han puesto los piratas. Interesante.

El chico se levantó y le dedicó una rápida mirada al prisionero antes de irse.


Caminó con paso ligero por el pasillo, yendo a su habitación para evitar tener que entablar una conversación con aquellos seres desagradables que apestaban a pescado muerto. Simplemente se limitó a leer unas páginas del único libro que había tomado para el viaje, y salió al cabo de una hora para evitarse problemas y colaborar con el mantenimiento del barco.

–Y tú... ¿Qué haces exactamente?– Preguntó un pirata corpulento que se limitaba a recoger la vela menor mientras Lovino arrastraba el cubo lleno de tripas de la cena que habían realizado.

–Soy el traductor– Dijo, sosteniendo el cubo e inclinándolo para tirar la mayor parte.

–¿Traductor?

–Tenéis un preso español, y yo sé hablar español– Explicó de forma algo brusca mientras miraba de reojo la musculatura de aquel pirata. No estaba seguro de si le asustaba o gustaba– Es simple y llanamente eso.

–¿Respecto al tesoro?

–Sí.

El hombre dijo alguna palabrota por lo bajo.

–Estúpidos españoles– Terminó por decir, para acto seguido escupir en la cubierta–. Merecido tuvieron aquel ataque.

–Sí– Lovino se limitó a responder, con cierto miedo a no agradar con su respuesta.

–No seas blando y sácale toda la información, si no las tripas.

El italiano tragó seco y asintió.


Antonio observó desde el suelo como alguien entraba en la sala. Era un joven pirata, el que solía traerle la comida.

Observó cómo se agachaba y abría la pequeña compuerta por la que introdujo el cuenco con lo que parecía ser pescado y algo de pan. Parecía desprotegido, mas sólo era apariencia. En su cintura tenía una daga, y Antonio pudo observar que en la entrada de la sala, el segundo de abordo lo observaba.

El español se limitó a observarlo un momento antes de continuar perdido en sus propios pensamientos. Si tuviera fuerzas, intentaría algo... Quizás un día en el que se confiaran. Sonrió en la oscuridad de la habitación y dejó que los piratas se fueran antes de ir a disfrutar de su cena.


Lovino se arrastró hasta la habitación, donde observó a todos los piratas que serían sus compañeros. "Espero que no por mucho tiempo" el joven pensó, sentándose en su asignada cama, la cual tendría que casi compartir con varios piratas.

Alguno le dirigió una mirada desafiante, otros se rieron en su cara. Uno de ellos tenía el libro que Lovino había traído consigo, agarrado como si fuera cualquier porquería en lugar de tratarse del objeto de un compañero.

–Disculpa– Lovino dijo, mientras se acercaba a él–. Ese libro es mío.

El pirata le sonrió con malos ojos.

–Sólo los maricas y las niñas leen– Se mofó, mientras le arrojaba el libro a la cara.

Lovino agarró su posesión y frunció el ceño ante el desconocido. Podía ser cobarde, pero no le gustaba que le molestaran.

–¡Ten cuidado con lo que dices, bastardo!

–¿O qué? ¿Me recitarás un poema? ¿Me golpearás con esos brazos afeminados que tienes?

Lovino apretó los puños con hastío, pero no se movió lo más mínimo. Empezó a ponerse rojo entre la vergüenza y la ira.

–Parece que el retaco que quiere plantar cara– Le dijo un pirata al primero–. O quizás está intentando ocultar lo mucho que le pones. Mírale la cara.

–Tiene razón. Parece estar pidiendo algo con esa mirada– Comentó un tercero mientras le agarraba el brazo al ítalo, haciendo que este se quejara de molestia, comenzando a estresarse. Eso no sonaba bien, para nada.

Otro pirata sujetó a Lovino por el otro brazo y el cuello. El italiano se revolvió como pudo, consiguiendo hacerse más daño del que ya le estaban causando.

–Apuesto que no sería la primera polla que se traga– Dijo el primer pirata, separándole las mandíbulas al retenido–. Te haría un favor limpiándote la boca.

Lovino se quejó cuando éste le dio unas palmadas en la mejilla, simulando una erección. Otro inglés le aferró el trasero.

–Tiene las posaderas de una fulana– Se mofó.

–¡Asquerosos piratas, soltadme de una vez!– Se quejó Lovino como pudo, mordiéndose la mejilla en el intento.

Un joven pirata, el cual había permanecido sentado en su cama, carraspeó para poder ser escuchado.

–No merece que le hagamos ese favor.

–¿Qué sugieres?

–Atarlo al mástil.

El pirata que estaba sujetando las mejillas de Lovino sonrió de lado.

–Suena divertido. ¿Te apetece pasar la noche fuera, putita?

Lovino no respondió. Prefería esa idea, sin duda.

–¡Yo tengo una cuerda para hacerlo!– Un pirata con acento más marcado dijo, alzando lo dicho como prueba.

Sin dudar un segundo más, lo llevaron a la fuerza a cubierta. Llovía, afortunadamente no demasiado. El mar estaba ligeramente encrespado, por lo que los piratas no tuvieron problema en atar al ítalo contra el mástil mientras este trataba de forcejear con los musculados hombres. Tras un par de minutos de batallas y poca visión debido a la llovizna, terminaron su labor y volvieron al interior de su camarote.

Lovino se quejó en voz alta y se sacudió como pudo, tratando de liberarse de la cuerda que ahora cubría su torso y brazos. Se revolvió, pataleó tanto como pudo. Aunque el agua sobre las cuerdas y su piel ayudara, no fue capaz de liberarse. No obstante, el joven que antes había sugerido la idea de atarlo salió a cubierta de nuevo. Este se acercó y comenzó a deshacer el fuerte nudo que retenía a Lovino.

Cuando al fin fue liberado, Lovino se frotó los doloridos brazos y miró a su "salvador". Tenía el pelo castaño y recogido en una coleta. Su estatura no llegaba a la media y sus facciones no eran demasiado viriles.

–Gracias...– El ítalo prácticamente susurró, siguiéndolo al interior del barco para refugiarse. Fijándose en la camisa mojada de su compañero, pudo vislumbrar cierta figura femenina pero discreta. No diría nada, pues no era asunto suyo.

Se despidieron sólo con un leve gesto con la cabeza, ambos con sus propios problemas que lidiar. Lovino aceptó la manta que él o la joven le tendió, y fue hacia el calabozo. Allí el pirata de guardia lo observó mayormente curioso, aunque lo dejó pasar sabiendo las órdenes que había recibido.

Lovino tendió la sábana en el frío suelo de la sala y se acostó sobre ella. Estaba calado hasta los huesos por la lluvia y la humedad. Se sentía mal después de lo que había vivido. No quería volver a entrar en el camarote de la tripulación, aunque tuviera que dormir en la mazmorra.

Antonio abrió los ojos, apreciando únicamente oscuridad, a lo máximo un bulto tendido sobre el suelo próximo a su celda. Respiraba.

–¿Lovino?– Preguntó en voz baja.

El joven se dio por aludido y giró sobre su espalda para observan con ojos vidriosos al prisionero.

Me lo advertiste... – Se limitó a decir.

Antonio suspiró y cerró los ojos de nuevo.

Lo siento.

...o...o...o...

Bueno, eso fue el primer capítulo. Tuve muchas dudas sobre cómo escribirlo y eso, aunque creo que estoy conforme. El siguiente será el último capítulo. Pensé en convertirlo en un one-short, pero prefiero el formato de dos capítulos.

Pues eso, que no estaba muerta. Sigo escribiendo, en más o menos cantidad, pero bueno.

(Y para los que estén leyendo mi otra historia, sigue activa. Es simplemente que me está costando escribir el último capítulo).

Espero que os haya gustado el capítulo. Si ha sido así, un comentario nunca estará de más... Lo dejo caer... no os hacéis a la idea de cuánto ayudan unas palabras bonitas

Hasta la próxima