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La noche de la victoria

(Parte 1)

A media hora de Little Hangleton, al costado de un polvoriento tramo de carretera, yacía la antigua granja de los Gardner, o por lo menos, lo poco que quedaba de ella. La hermosa casa amarilla, que el abuelo de Gregor Gardner había construido con sus propias manos, ya no era más un montón de madera podrida y resquebrajada, repleta de telarañas y musgo. Los Gardner habían abandonado la granja hace casi cuarenta años, y no habían sido los únicos, porque varios granjeros como ellos, que comercializaban con Little Hangleton, huyeron despavoridos al enterarse de que, en aquel pequeño poblado, habían asesinado a la familia Riddle.

Pero la cosa no quedó ahí, porque diez años después de que los Gardner se fueran, extraños rumores comenzaban a circular, en Little Hangleton, en relación a la granja. Algunos aseguraban que un médico londinense que había querido comprarla había muerto nada más poner un pie en ella, otros decían conocer a una familia cuyos hijos que viajaban por la carretera que la bordeaba desaparecieron sin dejar rastro; y estaban los que juraban haber visto extraños hombres encapuchados deambulando cerca del lugar. Aún cuando nunca nadie pudo corroborar la veracidad de estos hechos, nadie se atrevió a volver a acercarse a la granja, y en cosa de unos años, la carretera al costado de ella quedó en completo desuso.

Aquel frío día de Halloween no era distinto. Pese a que las historias de la granja Gardner ya no se contaban hace más de veinte años, la gente intentaba evitar ese tramo de la carretera. Y justamente por eso, nadie, salvo un perro negro que vagaba en la falda de una colina cercana, se percató cómo detrás de la antigua casa Gardner, aparecía por arte de magia un enorme molino de viento, cuya aspa en forma de cruz se movía en dirección, curiosamente, contraria a la del viento.

Nada más aparecer el molino, la temperatura fue bajando gradualmente, y una espesa niebla iba ocultando poco a poco la estructura de piedra gris. El perro negro, tiritaba de frío, mientras se rascaba el hocico con sus patas traseras, con la vista clavada en dirección al molino.

¡PUM! ¡PUM! El ruido de dos golpes en seco, que provenían del interior de la construcción indicaba que algo ocurría. Repentinamente, una figura apenas visible se asomó entre la niebla, la figura avanzó unos metros, se trataba de una persona. Con voz apagada, dijo unas extrañas palabras, y lentamente la densa niebla fue desapareciendo, y aparentemente con ella el granero, pues cuando todo volvió a la normalidad, no había rastro del edificio de piedra.

Lo único que quedaba era el sujeto que caminaba torpemente, abriéndose paso entre la maleza y los arbustos que inundaban la granja. Pese a que la capa violeta con capucha le tapaba el rostro, se las arreglaba para lanzar miradas nerviosas e indiscretas en todas direcciones, como si estuviera vigilado por alguien o algo. Con gran dificultad, y tropezando varias veces, llegó al tronco de un viejo roble, y se apoyó en éste. Si lo que pretendía era ocultarse, no lo hacía del todo bien, pues su grueso cuerpo, era visible desde el ángulo en que se encontraba el perro. Pero el sujeto no había reparado en el animal, parecía enfocado en recuperar fuerzas y el aliento.

El perro dejó de rascar su hocico, y se incorporó. Lanzó una última mirada al hombre apoyado en el árbol, que tras murmurar nuevamente unas extrañas palabras, desapareció sin dejar rastro. Aquello debió desconcertar al animal, que ladró un par de veces en dirección a donde estaba el sujeto, pero éste no volvió a aparecer. El perro negro empezó a bordear el monte para acercarse a la granja, cuando se topó de frente con un segundo sujeto.

Se trataba de un joven pálido, de aspecto enfermizo. Su pelo castaño claro, estaba desordenado por el viento. Y vestía una sencilla capa raída, que le daba un aspecto desgarbado.

—Así que aquí estabas… deberías intentar no huir de esa forma —dijo al encontrarse con el perro.

Pero el animal ya no estaba. En su lugar, le miraba con el entrecejo fruncido, un joven alto y apuesto, de largo cabello negro. Estaba vestido con una chaqueta de cuero, y vaqueros azules.

—¿Qué haces tú aquí, Remus? —dijo el chico de cabello negro con desconfianza—. Deberías estar en el cuartel, a menos qué… —antes de continuar lo que iba diciendo, sacó una varita de madera del bolsillo trasero, y apuntó a Remus con ella.

Remus suspiró y levantó sus manos mostrando las palmas desnudas. Se mostraba totalmente calmado pese a la hostilidad del joven de pelo negro.

—Sirius dime, ¿cuál fue el consejo que nos dio Dumbledore antes de comenzar la misión en Hogsmeade?

—"Si van a usar ya saben qué, será mejor que no olviden mirar que sus zapatos estén atados antes de huir" —tras decir esas palabras Sirius largó a reír, y volvió a guardar la varita de madera en el bolsillo—. Bueno, eso corrobora al menos que eres el verdadero Remus, pero no responde el hecho de por qué estás aquí.

—Eso me gustaría saber —dijo Remus increpando con algo de enfado a Sirius—. Sabes muy bien que nadie debe abandonar el cuartel sin permiso, primero lo hizo James, diciendo que quería pasar más tiempo con su hijo, y ahora lo haces tú para venir a este lugar… no sé que planean tú y James, pero tienen que darse cuenta que estamos en una guerra.

Sirius desestimando los reproches de su acompañante, se sentó en el frío suelo de pasto húmedo, y sacó un cigarrillo del bolsillo interior de su chaqueta.

—¿Ves esa granja abandonada de ahí? —le preguntó a Remus, encendiendo el cigarrillo con un encendedor negro, mientras apuntaba la casa desmantelada al otro lado de la carretera.

Remus la miró con cierta suspicacia, como si hubiera algún truco en ello.

—¿Qué ocurre con ella?

—Es una de las bases que usa el Señor Tenebroso, y me juego mi cabeza a que se encuentra ahí dentro en este momento —dijo Sirius dando bocanadas de humo con la boca.

Remus sólo atinó a mirar a Sirius con la boca abierta, intentó balbucear algo, pero las palabras se le atragantaban en la garganta debido a la impresión que le significaba aquello.

Al ver que Remus no decía nada, Sirius continuó hablando.

—Encontrar este escondite no fue nada fácil. James ya sospechaba que el Señor Tenebroso había puesto sus garras en alguien cercano a él. Por alguna razón, ha estado movilizando mortífagos, buscando pistas sobre su hijo, el pequeño Harry —Sirius miró a Remus con cierto arrepentimiento en sus ojos—. Creo que debería disculparme, cuando James me comentó esto, la primera persona que se me vino a la mente eras tú. Pero después de meditar bien el asunto, llegamos a la conclusión de que se trataba de Peter.

—¿Peter… Peter Pettigrew? —el asombro de Remus se transformaba cada vez más en una extraña sombra en su rostro, parecía ver a dónde se dirigía todo aquello—. Peter siempre fue nuestro amigo ¿Acaso tienes alguna prueba?

El rostro de Sirius se ensombreció repentinamente, era una mezcla de enfado y melancolía.

—Ahora la tengo —dijo tranquilamente, intentando medir cada palabra—, lo seguí y me trajo aquí… y tal como esperaba, se trata de uno de los refugios de los mortífagos, un molino que está bajo un hechizo de camuflaje.

Remus parecía inquieto e impaciente, como si al interior de él se debatiera fuertemente entre creer o no las palabras de Sirius.

—¡Eso no prueba nada! Lo seguiste, pero no hay nada que lo vincule a Quién-tu-sabes, de hecho…

—¡Lo hay! Con James hemos nombrado guardián secreto a Peter, la única forma que tiene el Señor Tenebroso de romper el hechizo de Fidelio puesto en la casa de James es enterarse del secreto, y éste…

—Sólo puede salir de la boca del guardián. ¡Pero esto es una locura! Ahora Quién-tu-sabes tendrá vía libre para llegar donde James ¿Por qué no informaste a Dumbledore de todo esto?

Sirius no alcanzó a contestar. Repentinamente se había hecho más frío, incluso más que cuando el molino apareció. Sirius sentía que esa era la señal… la señal de que Voldemort, el Señor Tenebroso, el mago más terrible que ha amenazado la tranquilidad de la comunidad mágica, y cuyo nombre pocos se atreven a mencionar, estaba preparado para ir en busca del pequeño Harry.

—Remus, ya te explicaré todo esto a su debido tiempo, todo saldrá bien, Fidelio no es el único hechizo que protege la casa de James.

Pero Remus parecía no escuchar a Sirius, estaba absorto observando el enorme granero que había aparecido en la granja de los Gardner. El frío seguía acentuándose, y Sirius sintió que esta vez le calaba hasta los huesos. En tanto, la neblina se hacía más y más densa, que ya apenas podía ver a su compañero que se encontraba a su lado. Dos relámpagos de color verde iluminaron el lugar.

—¿Qué ocurre? —preguntó Remus con preocupación— ¿Qué fue eso?

Sirius decidió no contestar. Apareció otro resplandor verde, pero en esta ocasión parecía haber sido más lejano, seguido de otro, y otro, aunque cada vez más y más lejos.

¡Se está moviendo! Pensó Sirius ¡Se dirige en busca de Harry!

—¿Sirius? ¿Estás ahí? —murmuraba Remus, con voz temblorosa—. ¿Esto será obra de…? ¿No quiero ni pensar qué…?

La niebla se empezó a disipar lentamente, y tal como había ocurrido anteriormente el molino desapareció junto con ella. Pero no tardaron en percatarse que no estaban solos. Para cuando pudieron ver la granja nuevamente, observaron cómo cinco sujetos encapuchados, con horrendas máscaras blancas como yeso, se les acercaban apuntándolos con varitas de madera, eran mortífagos.

—Con que aquí tenemos al desertor de la familia Black —dijo uno de los enmascarados, con voz burlona—. Te arrepentirás por aliarte con el lado equivocado, Lord Voldemort no perdona a quienes interfieren en su camino.

Los otros encapuchados lanzaban gritos de aprobación y consignas favorables a Lord Voldemort, mientras se acercaban con paso amenazador hacia Sirius y Remus.

Sirius sintió gotitas de lluvia golpear levemente su rostro. Era demasiado tarde para sacar la varita que tenía en su bolsillo trasero, y ni hablar de lo muy arriesgado que sería enfrentarse a cinco magos a la vez. Pero pese a ello, no parecía ni asustado, ni rendido, por el contrario, una pequeña mueca de risa triunfal apareció en su labio.

—¿Todavía tienes aquello? —susurró Sirius a Remus.

Remus asintió y sacó de debajo de su manga una pequeña bola azul, que empezó a apretujar hasta romperla. Aquel objeto, era una Bola Azulcongelante, un objeto mágico capaz de congelar, una vez rota, a todo ser humano en un radio de veinte metros. La única forma de evitar el hechizo es realizar una acción establecida previamente por el fabricante de la bola, las había desde realizar un exótico baile danés, hasta rascarse el costado izquierdo de la nariz.

Pero Sirius y Remus sabían muy bien cuál era la acción para anular el hechizo. Al momento que la pelota azul se rompió, emitiendo un ruido parecido a un petardo, fijaron su vista en los cordones de de sus zapatos, para ver si estaban bien atados. Un leve escalofrío sacudió sus cuerpos, y supieron que habían podido anular el efecto congelante. Al volver la vista hacia los cinco mortífagos, estos yacían paralizados como piedra, con sus varitas aún apuntando hacia ellos.

—Nos hemos salvado por poco, pero debemos apresurarnos en salir de aquí, permanecerán en ese estado sólo por cinco minutos —dijo Sirius, mientras volvía a fumar con tranquilidad su cigarrillo.

—Tienes razón, vamos a informar a Dumbledore sobre lo que ocurrió y… —pero al ver el rostro de Sirius, Remus se percató de que éste tenía otros planes—. ¿Irás hacia Godric's Hollow?

—Tengo que ir, si el plan resulta finalmente podremos… ya tú sabes —dijo Sirius como excusándose con su amigo—. De todas formas ve tú a por Dumbledore, cuéntale de la situación. Si la batalla llega a algún punto complicado, nos vendría bien su ayuda.

Sirius hizo un gesto de despedida con la cabeza, pero al momento que se disponía a desaparecer, Remus le tomó del brazo.

—Sirius sólo una cosa más —dijo Remus con voz cortada.

Sirius notó que por el tono de voz y mirada de Remus, se trataba de algo importante, por lo que guardó silencio para escuchar de qué se trataba.

—Le llegó una lechuza esta mañana a Dumbledore, una carta de Olivia.

Aquello cambió radicalmente el rostro de Sirius. Olivia Staunton, era una maga irlandesa, famosa por actuar en el grupo de teatro mágico "Chistera de papel", hace unos dos años que Sirius la había conocido y empezado un noviazgo, pero debido al conflicto con Voldemort, había preferido que se volviera a Irlanda, de eso hace seis meses, y no había tenido noticias de ellas… hasta ahora.

—¡¿Olivia…?! ¿Cómo está ella? ¿Qué dice la carta? —preguntó Sirius con nerviosismo, zamarreando el hombro de Remus.

—Olivia está bien. ¡Vamos! deberías saber mejor que nadie que esa chica se las puede apañar mejor que cualquiera, debe ser la maga más inteligente que he conocido. Pero no mandó una carta para contar que se encontraba bien, se trata de algo difícil de decir así por así, la verdad es que… —Remus intentaba encontrar las palabras adecuadas—. La verdad es que no sé cómo lo hizo, pero se las apañó para ocultarnos el hecho de que estaba esperando un bebé, ni el mismo Dumbledore se percató de aquello cuando la mandamos de vuelta a Irlanda.

—¿Qu…? —Sirius solo atinó a mirar con total perplejidad a su amigo, por un momento sintió que su cabeza se hacía un lío enorme.

—Debe haber estado desesperada porque lo supieras, arriesgarse a mandar una lechuza en estos tiempos es, francamente, una locura.

Aquello había sido como un batacazo en la cabeza de Sirius.

—Entonces eso quiere decir…

—Que tienes una hija, la pequeña Emily, nació en junio —tras aquello Remus frunció en entrecejo, parecía dispuesto a volver a reprender a su compañero—. Por eso te ruego que no hagas nada estúpido, no podría mirar la cara de Olivia si se enterase que tú… simplemente te pido que hagas lo que hagas, pienses en que hay una niña esperándote. Y déjame decirte que Dumbledore piensa lo mismo.

Sirius volvió en sí, y esbozó una sonrisa algo desencajada.

—No te preocupes, ahora tengo una razón más para no fracasar. ¡Pero en serio! Que me oculten que tengo una hija es algo tan propio de Olivia, debí de imaginar que algo así ocurriría —lanzó una última mirada a Remus, y tiró la colilla del cigarrillo al suelo—. ¿Algo más que quieras decir?

—Sólo una más ¿Desde cuándo tienes esos vicios muggles? —preguntó Remus recogiendo la colilla que Sirius había tirado.

—Desde que abandoné a mi familia.

Y tras esas palabras Sirius se desvaneció, con la imagen de Godric's Hollow en su mente.