Lo escuchaba en el piso de abajo, la televisión a un volumen mucho más alto del que podría haber estado permitido bajo las reglas de buena convivencia del edificio junto a algo que parecía una discusión que intentaba ser acallada o a golpes o bajo el ruidoso escándalo del programa nocturno, no le importaba; tomó otro sorbo de su café e intentó controlar el movimiento involuntario en su pierna, apretando con fuerza la taza entre sus manos, evitando completamente a la persona que tenía al otro lado de la mesa.
De vez en cuando dirigía una mirada a su acompañante, descubriendo cada vez que le miraba y no paraba de hablar, o quizás solo lo hacía cuando él miraba, no lo sabía bien, no estaba escuchando, no estaba sintiendo mucho más allá que esa mirada… la misma que detestaba, la que le hacía sentir la sensación de querer vomitar, querer sacarlo todo, pero eso podría atraer más problemas de los que ya tenía con ese hombre. Tembló al ser tocado por la mano ajena, sintiendo como la temperatura en su cuerpo descendía aún más y experimentando el contacto que le asqueaba aún más, balbuceó una línea que no supo si fue audible.
Necesitaba estar solo… Debía alejarse, no podía mantenerse ahí. Abrió la boca para decir algo, pero solo tiritó su labio provocando que volviera a morderlo con tanta fuerza que el café de mezclaba con un sabor metálico ¿Por qué a él? Presionó con más fuerza el contenedor de cerámica entre sus manos y su mirada se perdió entre los ríos escarlatas y el ardor que traía un poco de tranquilidad.
Aún si deseaba gritar o desaparecer, estaba en ese limbo que no le permitía tener paz y sentía como el otro se burlaba de su situación, cómo la cara se le deformaba en el placer que le traía el verlo en la lucha por tener un día de paz. No dejó que lo tocara otra vez y corrió a su cuarto, sintiendo la soledad como su compañía. Tardó unos minutos en darse cuenta.
¿Por qué olía a incienso?
