No te vayas, por favor. No tienes que hacerlo.
En medio de una habitación azul cielo dos ventanas rosadas con espesas y oscuras cortinas se abrieron para dar paso a unos círculos cafés. Un muchacho de cabello castaño despertaba con la respiración agitada y la mente confusa. Recordaba lo que había soñado, cómo si no, esos sueños los tenía al menos dos veces por mes desde que tenía memoria. Se lo mencionó a sus padres, pero solo le dijeron 'Tooru ¿te sientes cómodo en esos sueños?' El había contestado que si, no sabía cómo explicarlo pero sentía que estaba a salvo, hasta que llegaba al final y la angustia lo embargaba 'Si es así no veo por qué preocuparse' esa fue la solución que le dieron.
Otro día probó a decirle a su hermana 'Tal vez sean recuerdos de tu otra vida' a diferencia de sus padres, su hermana lo tomaba desde la superstición. Para Tooru no había lugar para ese tipo de cosas, él prefería la ciencia, la lógica, la astronomía. Estaba realmente asombrado por la probabilidad de que hubiera vida en otras estrellas.
Ya no recordaba cuando había dejado de darle tanta importancia a esos sueños, pero siempre seguían un patrón. Para empezar la historia transcurría en primera persona; segundo, él no controlaba las acciones, era como si tuvieran un guión que seguir; tercero, cuando quería conocer más información no podía, el sueño tenía límites; cuarto, cada sueño era diferente, parecían fragmentos de una película; quinto, siempre había alguien recurrente, era un amigo cercano, pero por alguna razón nunca podía ver su rostro, este siempre se encontraba difuminado y su voz no era muy clara y sexto, cada vez que estaba en el final, el sueño se tornaba pesadilla y Tooru terminaba despertando.
El muchacho no hablaba del tema fuera de su familia, pensaba que lo verían raro y tal vez lo discriminarían, los niños podían ser crueles, excepto su mejor amigo, Hajime Iwaizumi. Él lo escuchaba, aunque le reprochara ciertas cosas. Le habló acerca de sus extraños sueños, nunca dijo exactamente el contenido, omitió algunas partes. Iwa le dio la idea de escribir lo que soñaba, así tal vez descargaría todas esas historias. Funcionó, pese a toda lógica, funcionó. Cada mañana, después de la práctica de voleybol, Tooru tomaba su libreta de sueños y escribía todo lo que recordaba como si fuera un diario. Los fragmentos nocturnos dejaban de aparecer cuando lo ponía todo en palabras. Había algunos que eran tercos en su mente, por más que lo escribiera no lo dejaban en paz, pero siguió con la escritura.
Algunos amigos de Oikawa se percataron de que escribía. Las chicas le pedían que les leyese, al parecer pensaban que era poesía, los varones trataban de robar esa libreta pensando quizá que era alguna especie de diario con el que podían avergonzarlo o un registro de las chicas por las que había pasado. Solo Iwaizumi conocía el objetivo de la libreta, aunque él mismo tenía curiosidad por las historias.
―Oye-. Le había dicho un día Iwaizumi con su tono de reclamo-. Nunca me has dicho de qué tratan tus sueños.
―Oh, Iwa-chan está curioso hoy-. Le contestó en tono burlón.
―Yo te di la idea de escribir todos esos sueños, tengo derecho a saber de que tratan-. Respondió molesto.
Oikawa lo pensó un momento antes de contestarle.
―Iwa-chan creo que no me verías de la misma manera si conoces lo que hay en la libreta-. Iwaizumi se quedó dubitativo-. Tu sabes, son de 'ese' tipo de sueños que un joven tiene cuando se siente...frustrado.
Iwaizumi le propinó un gran golpe en la espalda con la palma abierta.
―¡AH! ¡Eso dolió Iwa-chan!-. Dirigió sus manos a su espalda para atender el daño en vano.- ¡No soy un balón!
―Si vas a golpearlo, hazlo hasta que se rompa-. Caminó frente a él.- ¿No era así?
El sol se estaba poniendo y los últimos rayos de sol tornaban rojizo todo aquello que tocaban, era como una pequeña llama de fuego que se podía tocar sin ser lastimado. Iwa se giró para ver a su amigo. Lo miró atentamente para indicarle que hablaba en serio al querer saber sobre sus sueños. Oikawa se quedó admirando como el sol encendía a Iwa, mientras que él aguardaba en la sombra. Dirigió sus ojos al piso.
―Iwa-chan, si te dejara leerlo-. Hizo una breve pausa.-¿Prometes no juzgarme?
Hubo un silencio corto.
―¿Qué soy para ti?- preguntó Iwaizumi.
Oikawa lo miró a los ojos y lo pensó un momento antes de responder. Era su amigo, eso estaba claro, no, era su mejor amigo. Iban a la casa del otro a pasar la noche, regresaban juntos a casa, se veían siempre, incluso habían estado asistiendo a la misma escuela desde que eran niños, eso se llamaba amistad. Pensar en Iwaizumi cuando no estaba con él, oler su chamarra cuando tuviera la oportunidad, mandarle mensajes cada vez que lo extrañaba, sonreír cuando le respondiera aunque solo fueran repuestas gruñonas, ponerse celoso cuando las chicas se acercaban demasiado a él, eso rebasaba la relación de amistad.
―¿Y bien?- Iwaizumi seguía esperando la respuesta.
―Eres mi mejor amigo Iwa-chan-. Sonrió con travesura.
―Entonces no debes dudar-. Su tono no era serio, era sincero y dejaba una nota de dulzura. Casi sabía lo que seguía. Ese diálogo le recordaba a...-. Nunca debes dudar, no de mi-. Ahí estaba, eso era. La persona en su sueño se lo decía con frecuencia. No, Iwa no podía saber esas cosas. Se lo había mantenido oculto.
Oikawa lo miró con los ojos muy abiertos. Hajime siguió de frente y suspiró.
―Vamos a casa-.
―Te lo mostraré-. Dijo Oikawa antes de que su amigo caminara.-Ven a mi casa, te lo mostraré.
Iwa se detuvo y espero solo unos segundos.
―Entonces hazlo de prisa. Está oscureciendo-.
Ambos se encaminaron hasta la casa del castaño. El camino se sintió más largo que de costumbre, el ambiente estaba tenso y Oikawa se mostraba nervioso, tenía muchas dudas, así como su amigo, cuestionamientos que serían resueltos una vez que consultaran la libreta.
Ya en la habitación con el cuaderno en las manos Iwa se sentó en la cama y se recargó en la pared, Oikawa tomó la silla que estaba frente a su escritorio y observó a su amigo. El pelinegro observó el volumen, eran hojas unidas por una espiral de metal, las páginas estaban arrugadas por las orillas y algunas dobladas.
Hajime pasó sus dedos por el cuaderno antes de abrirlo, levantó la vista y vio a Tooru mordiéndose el labio y con un tic en la pierna.
―Si no estás tan seguro no me lo des.
―No- se apresuró a decirlo- Quiero que tu lo leas. Solo tu.
Antes de que Oikawa se arrepintiera, Iwa se apresuró a abrir el cuaderno y...
Hace tiempo en un lugar que ya no se puede encontrar, había un reino, un prado y un bosque.
En el reino habitaban los humanos, eran seres con vidas cortas y cuerpos delicados, pero eran capaces de crear cosas hermosas. El bosque era el hogar de hadas, espíritus de la naturaleza y criaturas con magia. La zona neutral en la que ambos vecinos convivían era el prado.
Pero la paz no duró por siempre.
El regente era ambicioso y nada diplomático. Creía que era más fácil conseguir lo que quería por la fuerza. Fue así como hizo la guerra contra el bosque de las hadas. Pasaron meses y las tropas del rey menguaban. Su desesperación crecía con cada día que pasaba. Un día un demonio se presentó a los pies de su cama. Le ofreció acabar con las hadas en tres días. Le otorgaría hierro maldito, ese elemento no se limitaba a lastimarlas, las desintegraba al tocarlas. El rey no le creyó, así que el demonio sacó una jaula con una pequeña pixie dentro y una daga hecha del metal maldito. Se tomó su tiempo aterrorizando a la pequeña hada. Cuando por fin se decidió a matarla, la tersa piel de la criatura se volvió polvo.
Los ojos del rey brillaban de asombro y codicia. Se acercó al demonio para tomar la daga pero no pudo alcanzarla. Toda magia tiene un precio, le advirtió el demonio. Todo trato trae consecuencias. El pago debía ser el primogénito del rey. Sin dudarlo un segundo el regente pactó con el demonio. Al poco tiempo la guerra terminó, la victoria fue de los hombres y las hadas fueron exterminadas.
Los años pasaron y el rey se olvidó del contrato. Se volvió aún más ambicioso y cayó en la locura. Ni siquiera se percataba de su hijo, un niño de cabello negro y ojos filosos pero amables. Al muchacho lo cuidaban las criadas del castillo, pues su madre murió de tristeza. Se sentía más un calabozo que un hogar para él, así que después de sus lecciones escapaba al bosque. A nadie se le ocurría buscarlo ahí.
A los 7 años ya conocía todo el bosque y a los 8 encontró el lugar más solitario y placentero. La entrada de una caverna rodeada de vids. Cargado con una lámpara de vela se aventuró dentro. Encontró un extraño jardín lleno de manzanos y en medio una cabaña pequeña hecha de madera. No era momento de que ese tipo de fruto creciera y la caverna no tenía los recursos para un espacio así, pero existía.
Las manzanas estaban maduras, eran de un color rojo brillante y parecía que fueran a caer con un soplo de aire. El estómago del chico gruñó, tal vez solo una manzana, el dueño tenía muchas, no creía que extrañara una. Extendió sus manos hacia la rama más baja de uno de los árboles, sus dedos se tensaron por alcanzar una dulce manzana. Solo un poco más...
Una ráfaga de viento hizo que la fruta cayera en su dirección, pero justo antes de tomarla una mano se interpuso en su trayectoria. La sostuvo con delicadeza entre sus dedos de uñas negras.
El niño miró a la figura frente a él. Alto, era tan alto que podía alcanzar las manzanas con facilidad. Cuernos que le sobresalían de la cabeza con orgullo. Negro, toda su vestimenta era de ese tono profundo. Castaño, eran su cabello y ojos que lo miraban con desdén.
"¿Nadie te enseñó a no tomar lo ajeno?" dijo el demonio.
Los pies del pequeño estaban calvados a la tierra. Su cuerpo temblaba pero su mente le decía que tuviera coraje. Había aprendido que nada ganaba con huir como un conejo. Se obligó a reaccionar. Tomó aire y lo miró directo a los ojos.
"No señor, nadie lo ha hecho" respondió el chico controlando lo mejor posible el temblor de su voz.
El demonio le mantuvo la mirada. Reconocía que el chico tenía agallas. Lo miró unos segundos más y le dijo "No toques ni comas éstas manzanas". El niño no respondió pero el demonio continuó "Estás lejos de casa muchacho" chasqueó los dedos y un ráfaga de aire negro envolvió al chico. Lo siguiente que supo era que estaba sobre su cama.
Al día siguiente la nana lo despertó de inmediato, debía presentarse ante su padre de inmediato. No recordaba cuando fue la última vez que su padre pidió verlo o siquiera ponerle atención. Solo podía suponer que estaba en problemas. Tocó la puerta y una voz alterada lo invitó a pasar. Su padre estaba parado cerca de la ventana, sus ojos inyectados en sangre, la barba enredada y la piel amarilla.
"Aquí lo tienes" dijo su padre y miró a la sombra que emitía la cortina. La figura alta y oscura que había visto en el bosque, el demonio, estaba ahí. "Ahora di ¿a qué has venido?" demandó el rey.
"Ya sabes a que he venido" habló el demonio con tono burlón. "Vengo por tu hijo".
