I

Desde que era pequeña había conocido a miles de personas, tantas que no podría decir el nombre de algunas pues, con el tiempo, estas iban y venían.

Mi madre siempre había procurado que hubiera alguien cuidándome siempre, casi desde que tenía uso de razón, pero en ninguna ocasión sin ser ella quien me cuidara. Mi padre había fallecido cuando yo era apenas era una niña y eso había afectado mucho a la familia.

Había sido demasiado para mi madre cuando se enteró que su hermano y su esposa habían fallecido en un accidente, dejando huérfana a mi prima Rapunzel. Desde ese entonces ella había vivido con nosotras.

El día de hoy se cumplen 21 años desde mi nacimiento y mi madre ha organizado una cena majestuosa, o como ella suele llamarle, para celebrar aquí, en nuestra villa. La verdad es que a mí no me interesaba nada de eso.

No había nadie más a parte de ella y Rapunzel que se sintieran más emocionadas que yo.

Sinceramente me daba igual lo que sucediera.

Tenía en cuenta que todos estaban ocupados con el asunto de la cena que había decidido salir un momento. Algunas veces hay que despejar la mente de tantas cosas.

Y qué mejor que haciendo lo que te gusta.

Lo bueno de todo era que mi madre había decidido conservar el establo que alguna vez a mi padre se le había ocurrido mandar a construir, antes de que falleciera, pues le gustaba salir a cabalgar cuando quería sentirse libre, y bueno, creo que eso igual lo llevo en la sangre.

"Buen día, señorita Elsa" saludó el cuidador del establo, un señor que seguramente rondaba los cuarenta años, muy amable, pero de quien casi siempre olvidaba el nombre. "¿Cómo ha estado el día de hoy?"

"Bien a decir verdad, pero dígame, ¿está disponible algún caballo?" pregunté amablemente al hombre. Muchas veces las personas pensaban que yo era alguien de alma despiadada, que trataba como menos a las demás personas por el simple hecho de ser una más de la familia Winter. Pero algunas veces hay excepciones, hasta en la familia.

"Oh claro señorita, de hecho, su favorito está listo" el hombre se dirigió hasta el corral donde un gran caballo estaba pastando tranquilamente. Un hermoso andaluz blanco. Seguí el camino del hombre en silencio, hasta que ambos llegamos a la entrada del corral.

"Tranquilo" se dirigió al animal, quien al verlo había retrocedido. "Creo que aún no se acostumbra a mi presencia" bromeó.

"Ciertas veces me sucede lo mismo" seguí la conversación, "pero creo que poco a poco nos va reconociendo." Una vez que el gran animal entendió quiénes éramos se quedó en su lugar, fue entonces que posé una mano sobre él.

Hace tiempo que no te veía, viejo amigo.

"Sí, parece que así es" correspondió el cuidador a mi anterior comentario mientras cepillaba al gran animal, "por cierto, señorita" llamó él pero se detuvo al momento en que mi atención se dirigió a su posición.

"¿Sí?" lo miré extrañada por su cambio repentino.

"Felicidades por su cumpleaños" dijo sonriendo. "Y gracias por todo lo que ha hecho por nosotros" finalizó, estirando la mano hacia mí.

"No hay porqué agradecer" sonreí amablemente, estrechando ambas manos.

Estaba cansada. La mañana entera me la había pasado cabalgando y lo único que quería en ese instante era darme un baño. ¿Pero por qué no lo había logrado aún? Porque mi madre me había arrastrado hasta la parte trasera de la gran casa para que viera los arreglos que iba a poner en la noche.

"Elsa ¿estás prestando atención?" habló mirando hacia mi dirección mientras que yo estaba sentada en una de las tantas sillas que habían ahí, con mi cara apoyada en una de mis manos.

Mientras moría de aburrimiento... y calor.

"Supongamos que sí, pero la verdad me perdí hace diez arreglos florales atrás."

"Dios, ¿qué voy a hacer contigo?" se quejó, haciéndole un ademán a la joven que ahora sostenía un arreglo diferente al anterior, para que se retirara. Ahora ella se dirigió a mi dirección.

"¿Podrías hacer algo como dejarme ir y terminar con esto de una vez... quizá?" me levanté y sacudí el pantalón blanco que llevaba puesto, alisando los pliegues. "Sé que esto es importante para ti, blah, blah" puse una mano en su hombro, "pero enserio quiero ir a tomar un baño ahora." Dije seriamente, a lo que ella solamente sonrió con cansancio, seguidamente haciendo un ademán de que ya podía retirarme.

"Gracias amable mujer que se apiada de una pobre alma desamparada" bromee.

"Bien, ¿no que te querías ir?" siguió el juego, solamente reí por lo bajo y me dirigí hacia dentro de la mansión. No sé si era felicidad lo que sentía ahora pero enserio que podía estar de un buen humor todo el día.

Iba a paso veloz, dirigiéndome hacia las escaleras centrales que daban a la segunda planta, donde un rico baño me esperaba, esquivando a todos los que pasaban casi corriendo mientras llevaban montones de cosas que seguramente mi madre les había pedido.

Me distraje mirando cómo dos de los empleados de la casa intentaban llevar una fuente de algo, por lo que cuando dirigí mi mirada de nuevo hacia mi camino no pude evitar chocar contra algo, o mejor dicho alguien.

Ocasionando que ambas personas ahora estuviéramos en el suelo. Velozmente actué ante el accidente, levantándome y ofreciéndole ayuda a la joven señorita que había caído por mi culpa. "Lo siento mucho señorita."

"No se preocupe, fue mí culpa." contestó de inmediato, ahora yo fijándome de la chica pelirroja con quien había tropezado. Era quizá menor que yo. Mis palabras se habían esfumado de mi mente. El aliento, el sentido, el corazón, sentí que todo se me escapaba.

"Discúlpeme" fue lo último que escuché decirle mientras se levantaba lo más veloz que le fuera posible y evitando mirarme o tomarme la mano que le ofrecía para ponerse de pie.

Cabizbaja había tomado las cuantas servilletas de encaje que habían caído al suelo, olvidando una que había quedado a un lado de mí. La tomé y se la entregué, pasando por los segundos más largos de toda mi joven vida, hasta que finalmente lo tomó, automáticamente –y por primera vez- mirándome directamente.

Podría jurar que eran los ojos aguamarina más hermosos que había visto jamás.

Rápidamente tomó la que le hacía falta, casi arrebatándola de mi mano al igual rompiendo el contacto visual, para luego irse con la mirada agachada en su trayecto hacia la parte trasera de la casa.

Mientras que yo, bueno, me había quedado de pie en el mismo lugar, embelesada con su imagen.