'La bruja del bosque'

Galicia, año 1128 DC

Lo primero que vieron el Doctor y Donna Noble en cuanto salieron de la TARDIS fue un bosque de un verdor tan intenso que la vista tardaba unos segundos en acostumbrarse. Los helechos y los árboles cubiertos de musgo crecían imponentes, llenos de vida, tratando de alzarse sobre sus compañeros para poder acariciar algunos rayos del sol suave que iluminaba aquella zona alejada del mundo. El bosque era tan espeso que apenas llegaba luz al suelo, la poca que dejaban pasar las copas de los árboles se filtraba entre las hojas y creaba un hermoso juego de luces y sombras. Donna extendió las manos, maravillada, y acarició una planta. La sintió cubierta de rocío.

- Este sitio es precioso, Doctor, pero no es lo que me prometiste- comentó Donna, mirando a su amigo con cierto rencor -. ¡Se supone que íbamos a un spa!

- ¡Oh, vamos! ¿Dónde está tu sentido de la aventura? - exclamó el Doctor alegremente, saliendo de la TARDIS de un salto y bañándose en una marea de helechos y arbustos que resultaban esponjosos y húmedos al tacto -. Este bosque está pidiendo a gritos que lo exploremos, Donna, a gritos. ¿No los oyes?

Donna miró al Doctor y frunció el ceño. Con él nunca se sabía si estaba hablando o no literalmente. Se mordió el labio.

- Parece un buen plan, pero…

- ¡Venga, vámonos ya de paseo!

- ¡Ey, no te pongas así conmigo, que no soy un perro! ¡Me prometiste un spa!

- Y te llevaré a un spa, Donna, te llevaré al spa más fantástico del planeta más brillante y más maravilloso que te puedas imaginar.

Donna dejó de ponerse de morros y sonrió, muy a su pesar, con ilusión.

- ¿Me lo prometes?

El Doctor le devolvió una sonrisa franca y confiada.

- Te lo prometo.

Donna, sin excusas ya para seguir dando guerra, se animó a salir de la TARDIS y pisó por primera vez aquella exuberante vegetación. Era tan frondosa que no alcanzaba a ver un solo trozo de tierra.

- ¿Dónde estamos? - quiso saber Donna.

- Estamos en Galicia - explicó el Doctor mientras se abrían paso entre la maleza -, una tierra que un día muy, muy lejano, formará parte del país que tú conoces como España.

- ¡Yo estuve de vacaciones en España!

- Sí, Donna, todos hemos oído mil veces la historia de cómo buceabas en España mientras los Daleks invadían el mundo - murmuró el Doctor poniendo los ojos en blanco.

- ¡Hacía más cosas aparte de bucear! Me dieron masajes y comí paella, por no hablar de que conocí a un morenazo que también estaba para comérselo…

El Doctor se llevó los dedos a la boca y pidió silencio murmurando shhh.

- ¡Eh! ¡A mí no me chistes!

- Oigo algo, y esta vez es de verdad.

Donna miró alrededor. Trató de agudizar el oído, concentrada, pero lo único que podía escuchar era el rumor del viento zarandeando las ramas de los árboles.

- ¿Qué oyes?

- No acabo de identificarlo - respondió el Doctor, pasándose la lengua por los labios en ademán pensativo -. Pero no me gusta... Sigamos.

La eventual de Chiswick continuó caminando tras el Doctor, puesto que con aquella espesura no había manera de ir uno al lado del otro, pero lo hizo sintiéndose un tanto desencantada. El bosque que antes le había parecido radiante ahora se había tornado oscuro y aterrador, con más sombras que luces. Se había convertido en un lugar que ocultaba algo entre sus árboles, algo que les acechaba.

- Aguafiestas - murmuró Donna, molesta -. No podíamos dar un agradable paseo por el bosque sin que tú vinieras a decir que oyes algo que se esconde entre los árboles y nos metieras mal rollo en el cuerpo. Mal rollo, Doctor, mal rollo.

- ¿Qué has dicho?

- Ya me has oído.

- Desafortunadamente sí, te he oído.

Donna iba a darle una réplica mordaz a ese comentario, pero el Doctor se dio la vuelta inesperadamente y la dejó con la palabra en la boca.

- Pero, ¿y lo bien que te lo pasas conmigo?

Allí estaba, pensó Donna para sus adentros. Allí estaba esa sonrisa peligrosa y seductora a la que no había manera de resistirse…

No pudo evitar sonreírle.

- Sigamos adelante.

Poco tiempo después encontraron algo parecido a una senda, donde por fin se podía vislumbrar parte del suelo. La siguieron durante varios minutos hasta que fueron directos a parar a lo que sin duda debía ser el camino principal, si podía llamarse eso a un trecho de tierra de unos pocos metros de ancho al que apenas seguía sin llegar a iluminar la luz del sol. Donna se sentía como si estuviera en una selva.

- ¿A dónde nos llevará este camino?

- Todos los caminos conducen a Roma - respondió el Doctor enigmáticamente.

- O a Pompeya, más bien… ¿Sigues oyendo ese sonido tan extraño?

- No, ya no. Pero sigo sintiendo a esa criatura cerca.

- ¿Criatura?

- Por llamarla de alguna forma.

- ¿Estamos en peligro?

- ¿Acaso estamos alguna vez a salvo?

- No te me pongas chulo, Doctor. Espera, acabo de caer en la cuenta. No me has dicho en qué año estamos.

- Estamos en el año 1128.

- ¡Vaya! - exclamó Donna, entusiasmada, mirando a su alrededor con un renovado interés -. ¡Donna Noble en el año 1128! ¡Qué emocionante! - se paró a pensar en ello detenidamente, frunciendo el ceño -. ¿Y qué se nos ha perdido en el año 1128 en Galicia?

- No lo sé - respondió el Doctor con sinceridad -. Yo quería llevarte al mercado de Akhaten, pero la TARDIS decidió que debíamos venir a este lugar. ¡Ey! ¿Ves eso de allí?

El Doctor extendió el dedo, señalándola, pero Donna ya había visto la columna de humo que se elevaba en la distancia. Los dos amigos se miraron a los ojos, emocionados, y comenzaron a correr cogidos de la mano hacía aquello que desentonaba por completo en la hermosa monotonía verde y frondosa de Galicia. Donna miró al Doctor un instante durante la carrera, pensativa, y comprendió que lo que más disfrutaba de viajar con él no era conocer sitios nuevos, apasionantes y maravillosos. Lo que más disfrutaba era su compañía, su amistad y, sobre todo, la forma en que le pillaba mirándola de vez en cuando, como si se sintiera orgulloso de ella. Ese brillo apasionado de su mirada que habría bastado para encender un fuego era lo más asombroso que jamás había visto Donna. El Doctor, siguió pensando ella, habría hecho del sitio más aburrido del mundo algo maravilloso, porque eso es lo que hacía él. Hacía mejores a los lugares y a las personas. La hacía mejor a ella. Y, le gustaba pensar a Donna con timidez en el fondo de su corazón, ella le hacía a él mejor.

Finalmente llegaron a lo que se trataba de una cabaña de piedra muy modesta, pero de aspecto acogedor, que estaba construida entre los árboles. Daba la impresión de estar apretada, como si el bosque se la fuera a comer en cualquier instante. El Doctor y Donna se detuvieron a descansar y suspiraron, exhaustos. Él se pasó la mano por su pelo castaño, dejándolo revuelto. Sonrió.

- ¡Mira, Donna! - exclamó el Doctor, acercándose a un cartel que había clavado junto al camino -. Parece que esto es una posada.

- ¿Una posada? ¿Y quién se dejaría caer por este lugar?

- Quizá alguien que esté haciendo el camino de Santiago. ¿Qué más da? Nosotros estamos aquí - repuso él, sonriente -. ¡Vamos a ver qué encontramos!

- ¡Pero, Doctor! - exclamó Donna mientras él corría hacia la puerta -. ¿Tienes al menos dinero? ¿Dinero que puedan aceptar unos gallegos del año 1128…? Para qué me molesto.

Donna se dirigió al trote hacia la entrada de la posada. El Doctor estaba esperándola allí.

- Damas primero, por favor – dijo el Doctor galantemente, sosteniéndole la puerta.

- Gracias, caballerrro - respondió Donna con exquisitez, exagerando su acento inglés.

Los dos entraron riendo al interior de la posada, alegres, y llamaron inmediatamente la atención de todos los que estaban en su interior. El Doctor y Donna miraron a su alrededor con curiosidad.

Estaban en lo que era sin duda una especie de taberna. Una docena de viejas mesas de madera se extendían a lo largo de una sala relativamente grande de techo bajo. Las paredes de piedra estaban cubiertas de antorchas que emitían una débil luz que luchaba penosamente contra la penumbra del lugar. En la pared oriental de la sala había una chimenea donde crepitaba un alegre fuego, que era la fuente principal de iluminación de la estancia. Una decena de personas les miraban con tanta curiosidad como la que ellos mostraban, o quizá más.

- Hola, ¿qué tal? - les saludó el Doctor amistosamente.

Los clientes de la taberna les miraron con un sentimiento renovado: sorpresa. Antes de que ninguno pudiera decir nada, una mujer de mediana edad salió rápidamente del mostrador que había al fondo de la estancia y acudió a su encuentro.

- ¡Hola! - dijo, respondiendo al saludo. Llevaba el pelo rubio recogido en un moño, y sus ojos verdes les miraron con simpatía -. ¡No vienen muchos forasteros por aquí, y menos que sepan hablar tan bien gallego! Ni siquiera he tenido que llamar a mi marido, que es el único que habla castellano en la aldea…

La mujer hablaba veloz y nerviosamente. Parecía muy emocionada por la idea de tener clientes nuevos en su negocio, algo que sin duda no ocurría muy a menudo.

- Qué amables sois por aquí - repuso el Doctor, sonriente.

- ¡Por supuesto que lo somos! - exclamó ella, mostrándose casi ofendida -. Para lo que gusten, señores. ¿Desea una habitación para vos y para su mujer?

El Doctor y Donna cruzaron una rápida e incómoda mirada.

- No estamos casados - aclaró el Doctor.

- Ni en sueños - añadió Donna tajantemente.

- Nunca.

- Nunca, pero nunca, ¡nunca!

- Jamás.

- Yo, ¿casarme con este alien delgaducho y esmirriado? ¡Ni hablar!

La mujer les miró sin comprender, con suspicacia.

- Ya - respondió cortésmente -. En fin, no me he presentado, qué tonta. Me llamo Lucía. Si me siguen, por favor…

Lucía les condujo hasta el mostrador, mientras el resto de la clientela no les quitaba el ojo de encima. Justo cuando el Doctor y Donna estaban preguntándose qué demonios iban a hacer a continuación, una mujer de la taberna dio el paso por ellos.

- ¡Yo te conozco! - soltó de repente la señora. Se levantó de su silla y miró en dirección a ellos, emocionada -. ¡Has vuelto, has vuelto!

El Doctor sonrió con orgullo.

- Ya puedes verlo, Donna - comentó, encantado -. Tengo admiradores allá adonde voy, incluso en este rincón perdido de la Tierra…

- Quita de en medio - dijo la mujer con sequedad, apartando al Doctor de un empujón. La expresión de cómico asombro que se dibujó en su rostro bastó para que Donna estallase en carcajadas -. Eres tú, mi ángel. Has vuelto.

Donna dejó de reírse y la miró con sorpresa.

- No creo que frecuentemos los mismos sitios, créeme - respondió Donna con amabilidad, mirando a la mujer de treinta y pocos años, rostro bondadoso y pelo castaño que la observaba embelesada -. Te debes estar confundiendo.

- Jamás olvidaría una cara como la tuya - insistió ella -. Nunca pude agradecerte lo que hiciste por mí, te fuiste tan rápido que ni siquiera pude darte las gracias…

Antes de que la pelirroja pudiera reaccionar, la mujer se lanzó hacia ella. La abrazó con tanta fuerza y ternura que Donna se sintió conmovida. En cuanto se separaron Donna se dio cuenta de que ella estaba llorando, pero no tuvo tiempo de hablar, porque aquella mujer misteriosa se adelantó nuevamente a sus movimientos.

- ¡A la siguiente ronda invito yo, señores!

La ovación entusiasta que siguió a esa afirmación habría bastado para despertar a todas las criaturas del bosque.