GERALD LO SABE TODO
Ya había pasado más de un mes desde que el señor Sheck había intentado destruir el vecindario, y parecía como si todo estuviera mejor que nunca. Como el vecindario había sido declarado patrimonio histórico, las autoridades le tenían más cuidado que nunca: nuevas plazas, un hermoso centro comercial y una placa en el corazón de la cuidad que recordaba lo que fue y nunca debió haber sido. Gracias a esto, todos los niños disfrutaban de un verano a pleno sol y alegría. Todos, excepto Arnold, quien por alguna extraña razón no se encontraba igual que siempre.
Te amo. ¡Te amo! ¿Qué otra mujer te acosa de día y de noche, y hace altares en los armarios y escribe libros y libros de poemas en tu honor? ¡Te amo, Arnold! ¡Te amo desde la primera vez que vi tu cabeza de balón! A partir de ese momento cada segundo de mi vida había esperado tener la oportunidad de revelarte finalmente mi secreto, ¡abrazarte y besarte! Ay… ¡Ven aquí mi, gran amor!
Cuando escuchó el sonido de su reloj, Arnold despertó como lo venía haciendo últimamente: todo sudado, asustado y con una confusión de mil demonios. En ese mismo momento, alguien llamó al teléfono.
—¡Oye, Arnold!
—Ah, eres tú, Gerald. ¿Por qué llamas tan temprano?
—No me digas que lo olvidaste. Hoy tenemos día de campo, ¿recuerdas? Nos juntaremos todos en el parque a comer y luego jugaremos béisbol.
—Lo siento, se me habrá pasado. De todas formas no voy a poder ir; no me siento muy bien.
—Bromeas, ¿verdad?
—No, Gerald. En serio prefiero quedarme en casa hoy. Si quieres puedes venir a hacerme compañía y…
—Sí, voy a ir a tu casa, ¡pero para llevarte a rastras al parque!
Arnold no supo qué responder, por lo que, por un momento, se quedó en completo silencio.
—Vamos, compañero. Hace bastante que no sales a ningún lado. Te hará bien un poco de aire fresco.
—No lo sé, Gerald…
—No se hable más. Levanta tu cabezota de la cama que en media hora paso por tu casa. ¡Nos vemos!
Arnold colgó el teléfono y volvió a tirarse en su cama.
…
El parque estaba completamente repleto de chicos de todas las edades, muchos de los cuales eran totalmente desconocidos. En uno de los rincones más alejados se encontraba la pandilla de siempre riendo y corriendo ya que, al parecer, jugaban a algún juego. Rhonda, Harold, Phoebe, Helga, Sid, Stinky, Nadine, Yuyin y los demás estaban en plena faena. El verano pasaría rápido y un nuevo año escolar se aproximaba, por lo que había que aprovecharlo.
—¡Por fin llegan! ¡Díganme, por favor, que trajeron algo de comer! —dijo Harold, apenas Arnold y Gerald se les unieron.
—¿Nadie trajo nada? —inquirió Gerald.
—El "Barril Sin Fondo" ya acabó con todo —comentó Helga más que molesta, mientras se acercaba a los recién llegados.
—¿No trajeron nada? ¡¿NADA?! —preguntó Harold cuando les vio las manos vacías—. ¡No! ¡Tengo mucho, mucho hambre! —dijo lloriqueando.
—Ya, Harold —habló Rhonda en tono imperativo—. Lila no ha venido aún, quizá ella traiga algo más de comer.
—Y mientras esperamos… —irrumpió Yuyin con la mayor de las sonrisas—, ¡jugaremos al mejor juego del mundo!
—¿Y cuál es ese? —inquirió Sid.
—Prepárense para participar… ¡de la Búsqueda del Tesoro!
—Ay, no puede ser —se quejó Helga—. En serio, Yuyin, ¿la Búsqueda del Tesoro? ¿Cuántos años tienes, seis?
—Denme una oportunidad. Hoy, mientras todos dormían, escondí un maravilloso tesoro en algún lugar del parque —contó Yuyin con un aire misterioso—. ¡El primer equipo que lo encuentre puede quedárselo!
—¿Son chocolates? —preguntó Harold, esperanzado.
—¿Pero quién arma los grupos? —dijo Stinky.
Yuyin, con su mejor cara de felicidad, sacó de su mochila una cajita que contenía papeles con el nombre de todos los chicos. Él sacaría tres nombres, y esos tres nombres serían un equipo. Los tres primeros en salir fueron Shena, Lorenzo y Katrinka. Luego fue el turno de Rhonda, Nadine y Harold, seguidos de Sid, Stinky y Phoebe, y por último, Helga, Gerald y Arnold.
—Este juego no suena muy divertido —dijo Arnold, quien se había mantenido callado hasta ese momento—. ¿Y si mejor vamos al baldío a jugar béisbol?
—Oh, vamos, Arnold. Yuyin de seguro escondió algún dulce y, a decir verdad, muero de hambre —pidió Gerald, agarrándose el estómago.
—¿Y qué pasará con la linda Lila? —preguntó Stinky, preocupado porque ella aún no ha llegado.
—Se perderá el juego —respondió Helga de mala manera, pero luego se dirigió a Arnold—. Más vale que pongas empeño, Cabeza de Balón, porque quiero esos dulces para mí.
Arnold la miró desafiante y expresó:
—No voy a participar.
Yuyin hizo sonar un silbato y todos los equipos corrieron sin demoras a buscar el tesoro.
—Mira, Arnoldo, tú vas conseguirme esos dulces porque sino te las verás con mis puños.
—No tengo ganas de soportar esto. Nos vemos en la noche —respondió Arnold antes de girarse para hablar con Gerald, dejando a Helga atónita. Su amigo lo detuvo.
—Oye, oye, ¿adónde crees que vas? Podemos separarnos para encontrarlo más rápido y así no tendrán que verse las caras.
Los dos chicos parecieron de acuerdo con la propuesta y cada uno se fue por lugares separados. Luego de veinte minutos sin haber encontrado nada, Arnold estaba segurísimo de que lo mejor hubiera sido quedarse en su casa escuchando música, cuando vio a Helga peleando con un árbol. La observó un momento y luego de dudar un poco decidió ir a preguntarle qué era lo que intentaba hacer.
—¿Helga?
La chica se cayó por cuarta vez de la rama de la que intentaba sostenerse cuando volteó para ver quién la llamaba.
—¿Estás bien?
—¿Te parece que estoy bien, Cabeza de Balón? —respondió Helga mientras Arnold le tendía una mano para que se levantase.
—¿Qué querías hacer? —inquirió el chico mientras ella se limpiaba restos de hojas y ramitas que tenía sobre el vestido.
—¿Qué parece que hago? Hay una caja dentro de ese nido pero me es imposible alcanzar esa tonta rama.
Arnold levantó la vista hacia el nido y corroboró que, efectivamente, había algo allí.
—De seguro es la caja con dulces —aclaró Helga.
—Bien, ¿y qué sugieres que hagamos?
—Ven aquí y levántame para que pueda alcanzarla. Pon tus manos así, voy a pisarlas. No se te ocurra dejarme caer.
—No, Helga.
Arnold la sostenía firmemente, pero mientras lo hacía y la veía estirarse su mente le recordó todas las cosas que ella le había dicho semanas atrás, y no pudo evitar sentirse terriblemente incómodo. Sin proponérselo, su propio cuerpo había comenzado a temblar hasta que, finalmente, Helga se resbaló de sus manos, y cayó de bruces al suelo.
—¡Auch! ¡Arnold, cuando me levante más vale que empieces a correr!
Pero Arnold no esperó a que Helga se levantase, porque así de sorprendido como estaba, se lanzó a una carrera que lo llevó directamente a su casa. Gerald llegó a tiempo para verlo dimitir y, aunque le gritó para que regresara, ya era demasiado tarde.
—¡Ya verás, Arnoldo! —espetó Helga cuando Gerald se le acercó.
—¿Qué pasó? —preguntó él.
—No lo sé. Tu amigo tiene serios problemas. ¡Me soltó cuando intentaba alcanzar esa rama! ¡Casi me mato!
—No seas exagerada. ¿Podrías decirme qué demonios sucede entre ustedes dos?
Helga se asombró de la pregunta y no pudo responder porque no sabía a qué se estaba refiriendo Gerald.
—¿De qué demonios hablas? —dijo ella sinceramente.
—Me tienen harto. Que lo tortures es una cosa, pero no tengo idea de lo que le hiciste esta vez para traumarlo así.
Helga lo miró con la mayor incomprensión que sus ojos pudieron expresar.
—Nunca quiere salir y sé que es por tu culpa porque sólo dice que no cuando sabe que tú también estarás allí. Dime qué es lo que ha ocurrido, Helga.
—¡Na… nada!
Helga ahora sí que entendía. Fue por eso que los nervios la envolvieron súbitamente.
—Yo no le hice nada. Si no quiere salir debe ser por alguna otra cosa, porque yo no tengo nada que ver.
Gerald arqueó las cejas y se fue del lugar, dejando a Helga sola en el suelo.
…
Esa noche, Gerald decidió ir a dormir a la casa de su amigo Arnold para animarlo un poco y disfrutar de una noche a plena música. Pero la curiosidad era imperiosa y no pudo evitar preguntarle una y mil veces el porqué de ese comportamiento tan extraño que venía teniendo últimamente, aunque Arnold sólo se limitaba a encogerse de hombros.
Luego de jugar a los videojuegos por más de una hora, todo el tema parecía finalmente olvidado, por lo que ambos chicos se fueron a dormir. El problema se presentó cuando, a mitad de la noche, Arnold comenzó a tener la misma pesadilla de siempre, sólo que esta vez, no fue exactamente igual.
—¡Voz Ronca, se acabó! No haré nada hasta que sepa quién eres.
El hombre de la capa se tropieza y cae al suelo revelando que el hombre de la voz ronca no era nadie más que su compañera Helga.
—¿Helga? ¿Tú? ¿Tú eres Voz Ronca?
—Eso… parece.
—Pero no entiendo, ¿por qué no me dijiste lo que sabías y ya? ¿Por qué tuviste que inventar esta… extraña identidad secreta?
—No hay una razón.
—Pero, Helga, ¡arriesgaste todo para ayudarme a salvar el vecindario!
—¿Y? ¿Cuál es el punto?
—¡Que hiciste algo impresionante por una persona que dices odiar!
—Soy una persona impresionante, Cabeza de Balón.
—Pero creí que estabas de parte de tu papá. Creí que te volverías rica con todo esto.
—El dinero no lo es todo.
—Helga, ¿por qué lo hiciste?
—Eh… es mi deber ciudadano.
—Helga…
—Porque me encantan los misterios.
—Por favor, ¿cuál es la verdadera razón?
—¡No lo sé, Arnold! Supongo que me compadecí de ti y tus torpes amigos.
—Ah… ¿por qué?
—Eh… porque… pue… porque talvez no te odie tanto como pensé, ¿sí? Al parecer incluso… me agradas un poco. Es decir… podrías agradarme mucho.
—¿En serio lo hiciste por mi?
Helga revuelve sus manos totalmente nerviosa.
—No puedo creerlo, Helga… Siempre supe que no eras tan mala como pareces.
—¡Claro que soy mala! ¡Soy muy mala!
Arnold le sonríe y Helga lo mira sin comprender.
—No, no lo eres y esto lo demuestra —dice Arnold antes de tomarla de las manos y mirarla asombrado—. Helga, no puedo creer que hayas hecho esto por mí.
—¿Arnold? ¿Qué… qué estás haciendo?
—No lo sé, sólo creo que esto me confirmó la clase de persona que eres. Es decir, siempre supe cómo eras en verdad, pero nunca antes me lo habías demostrado.
Helga mira a Arnold sin entender, pero él la sigue observando como si fuera la primera vez que la viera.
—Creo que esta nueva Helga… me agrada —Helga se sorprende bruscamente—. Me agrada y mucho.
—¿Te agrado mucho? —pregunta ella sin poder creer lo que ocurría.
—Sí —Arnold se acerca a ella y le acaricia el rostro dulcemente.
—Arnold… yo… —Él la interrumpe y acerca su nariz a la de ella.
—Me agradas, Helga…
—¡Oye, Arnold!
Arnold se despertó de un sacudón porque Gerald lo había agitado con violencia por los hombros.
—¿Qué? ¿Eh? ¿Qué pasó?
—¿Estás bien? —preguntó Gerald al observarlo con detenimiento.
—Sí… ¿por qué me despiertas así?
—Estabas teniendo una pesadilla. Te movías constantemente y me despertaste porque hablabas dormido. Bueno, al menos al principio parecía una pesadilla —dijo el muchacho, sonriendo.
—No recuerdo nada —respondió Arnold, llevando una mano a su cabeza.
—Venga, sigamos durmiendo que aún tenemos todavía la mitad de la noche por delante. Pero esta vez, trata de no hablar entre sueños.
Los dos muchachos volvieron a recostarse con tranquilidad, con la diferencia de que, ahora, Gerald ya había descubierto los motivos que mantenían tan inquieto a su mejor amigo.
N/A
¡Hola! Para los que no me conocen, soy Mel, y esta es la primera historia que hago que no tiene nada que ver con Harry Potter. Me siento nerviosa y asustada, algo así estilo virgen, jaja.
Esta historia va a ser tipo serie de viñetas, donde cada viñeta sería un capítulo de Oye, Arnold! si hubieran continuado la serie... Voy a cambiar de PoV's seguido, tal como sucede en la animación, pero me voy a basar especialmente en la relación Arnold/Helga, aunque no siempre.
Si les copa, me gustaría saber su opinión acerca de este nuevo proyecto. ¡Espero que les guste! Y sino, se las verán con Betsy y los Cinco Vengadores :P Jajaj.
¡Gracias por leer!
PD: El dibujo de Helga lo hice moi :D
