Future
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Miraba desconcertado su alrededor, analizando con sus pequeños ojos color chocolate el lugar donde se encontraba sin motivo alguno.
Era una habitación bastante amplia y lujosa, muy diferente a la que él tenía.
Estaba sentado en una mullida cama con sábanas anaranjadas que parecía digna de un rey, y que fácilmente mediría igual a la mitad del cuarto que él poseía.
Vio a su derecha un marco de fotos, ubicado encima de una mesilla de noche hecha de madera. Cogió el objeto, curioso por saber quién era el propietario de tanta riqueza.
Lastimosamente, era una fotografía grupal. Se veía a nueve personas en ella, posando con una sonrisa ante la cámara, excepto dos personas, y le llamó la atención que fueran tan diferentes entre ellos.
En primera instancia, había pensado que serían familiares del dueño del lugar, pero dados sus rasgos, parecía improbable. Prácticamente imposible.
Para empezar, había un hombre de cabello azul oscuro, con un extraño peinado de piña y ojos de dos colores diferentes. Miraba la cámara desde el fondo izquierdo, se podía ver sus brazos cruzados. Su mirada no emitía mucha empatía y su leve sonrisa trasmitía temor.
Después, alejado como el hombre-piña pero al fondo izquierdo, se encontraba uno de orbes grisáceos y corto cabello azabache con una mirada asesina, que le atemorizó aún en fotografía. En su cabeza se posaba un pequeño —y en su opinión, valiente— pajarillo de color amarillo.
Se fijó en la mujer que estaba delante y ligeramente a la izquierda del de ojos diferentes, la única que estaba ahí. Llevaba el mismo peinado frutal, sus cabellos eran violáceos y se veía un ojo del mismo color. El otro estaba cubierto por un parche, pero su mirada era agradable y sonreía tímidamente, nada que ver con los otros dos hombres.
A su lado derecho se encontraba uno de cabello azabache y orbes color café claro. Este sonreía afablemente, contento de estar ahí.
A la izquierda de la mujer-piña había un albino con orbes grisáceos, pero no tenía una mirada asesina, sino que estaba bastante alegre y mostraba sus puños con vendas.
Le llamó la atención un joven de la fotografía, que se encontraba delante del que daba miedo hasta en una imagen. El chico tenía el pelo negro y un ojo verde abierto, pero lo que atrajo su curiosidad eran esos cuernos que tenía en su cabeza, sumando su traje de estampado de vaca. ¿Estaría disfrazado?
Su mirada se desvió al más joven de la fotografía. No tendría más de doce años. Llevaba un sombrero negro con una franja naranja que ocultaba sus ojos, dándole un toque misterioso, pero el chico sonreía.
A su izquierda, se encontraba un hombre de cabello plateado y orbes verdes que sonreía también a la cámara, notablemente contento de tomar esa foto.
Finalmente, entre el de pelo plateado y el de mirada café alegre, en medio de todos los demás, se encontraba un castaño de orbes color chocolate, cuya sonrisa era la más amplia de todas y su mirada la más agradable.
Le recordaba a alguien... ¿pero a quién?
Se fijó en que todos vestían de etiqueta, un traje negro con una camisa blanca y corbata oscura. La única excepción era el chico del sombrero, que llevaba una camisa amarilla en vez de blanca.
Dejó el marco en su lugar cuidadosamente, tras fijarse unos segundos más en aquel castaño. Esperaba que fuera él quien poseyera todo aquello, tenía la sensación de que no le haría daño.
Y quizá pudiera ayudarlo a volver a casa.
Se bajó de aquella cama saltando debido a la altura, y se fijó en la puerta. Tendría que salir de ahí de alguna manera, pero el pomo estaba dispuesto para un adulto y él sólo tenía cinco años.
Tras mirar un rato a su alrededor, descubrió una silla con ruedas, la cual empujó y le sirvió para que pudiera subirse en ella con un esfuerzo y abrir finalmente la puerta.
Se halló en un pasillo con unos grandes ventanales que no parecía tener fin. Sin más remedio, empezó a caminar, rogando por encontrarse con alguien amable. De preferencia, el castaño de la fotografía.
Pero... ¿y si se encontraba con el malo de ojos grises de la foto?
No quería ni pensarlo.
—¡Dame-Tsuna! ¿Dónde te has metido?
Volteó al escuchar su tan popular apodo, ¿acaso alguien le conocía en aquel lugar?
Descubrió al joven de sombrero negro de la fotografía, acercándose a su posición.
Se ocultó detrás de una de las cortinas doradas que estaban recogidas en los laterales de los enormes ventanales.
—Dame-Tsuna, sé que estás ahí.
El pequeño castaño se asustó, pero no dijo nada. Contuvo la respiración para evitar hacer cualquier ruido. Fue inútil.
—¿No eres un poco mayorcito para esconderte en las cortinas, Dame...? —el chico corrió la tela que lo ocultaba, descubriéndole y mirándole con cierto asombro—. ¿Tsuna...?
Apuntaba una pistola contra él, y el niño se aterrorizó.
—¡Por favor, no me haga daño! ¡No era mi intención estar aquí! —suplicó el pequeño mientras temblaba de puro terror y pequeñas lágrimas aparecían en sus ojos.
Para su fortuna y alivio, el joven bajó la pistola y se arrodilló ante él, transformando el arma en un camaleón.
—Te llamas Tsuna, ¿verdad? —dijo, y el niño asintió. Aunque no se hubiera llamado así, lo hubiera hecho igual debido al miedo que tenía en el cuerpo.
—Tranquilo, ¿hace cuánto estás aquí? —por lo menos intentaba ser amable, se dijo el castaño, aunque no había nacido para ello.
—Unos... diez minutos —respondió dubitativo—. ¿Quién es usted?
—Me llamo Reborn —sonrió el chico—. Ven, acompañame. Vamos a ver a unas personas que pueden ayudarte a volver a casa.
El pequeño asintió y el joven se incorporó, tomándole de la mano. Tsuna vio como giraba en cada esquina con seguridad, y los sirvientes que se encontraban en los pasillos se veían asombrados por la presencia del niño pero ninguno se atrevió a preguntar a Reborn.
Debía imponer bastante.
—Ya hemos llegado.
Se encontraban frente a una puerta color caoba, que mediría veinte veces su altura. El del sombrero negro abrió la imponente puerta, y entraron en su interior.
El niño esperaba encontrar hombres tan elegantes como los que se había cruzado por el camino, o como el mismo Reborn, sentadas en una gran mesa y con mirada seria y atemorizante.
Quizá podría decirse que se decepcionó.
El panorama era caótico. Reconocía todos los presentes de la sala, eran los mismos que estaban en la fotografía de la habitación.
—Te morderé hasta la muerte, herbívoro de piña —el hombre atemorizante de los ojos grises estaba en una esquina de la habitación, con tonfas en sus manos, enfrentándose al hombre-piña, quien sostenia un tridente y sonreía.
—Kufufufu, pareces muy confiado, alondra —rió el hombre-piña, como lo había apodado. Se preguntó si era valiente por enfrentarlo o simplemente quería morir antes.
—¡Pelea al extremo! —el albino, lejos de querer evitar el combate, animaba a ambos.
—¡Estupidera! ¡Mis dulces! —el chico-vaca gritaba al de pelo plateado, quien no parecía muy contento con el joven.
—¡Ven aquí, vaca estúpida! —exclamó sacando de la nada... ¿bombas?
—Venga, venga, cálmate —el de ojos cafés parecía ser uno de los "normales" de la habitación, tratando de evitar que esta explotara.
—¡Déjame, friki del béisbol y la espada! —replicó el de las bombas—. ¡Hoy si que lo mato!
La única mujer de la sala estaba sentada en el sillón de la sala, tomando una taza de té. A juzgar por su expresión, ese tipo de panoramas era habitual.
Miró al chico que lo había acompañado, dudoso. ¿Podrían aquellas personas ayudarle a volver a casa?
La expresión del joven no era, ni mucho manos, la misma que le había dedicado a él cuando lo había encontrado. Si esa ya daba miedo de por sí, la que tenía ahora era mucho peor que la del hombre de ojos grises.
El camaleón se volvió a transformar en una pistola, y el niño optó por esconderse detrás de las piernas del chico, atemorizado por lo que fuera a suceder.
—¡Vosotros! —gritó y una bala se incrustó en el techo—. ¿Qué se supone que estáis haciendo?
El silencio se hizo inmediatamente, y todos miraron al de sombrero. Tsuna no estaba demasiado sorprendido, pues ya suponía que debía imponer bastante, pero eso no quitaba que tuviera miedo.
—Estábamos... bueno... —empezó el de cabello plateado, sin saber muy bien qué excusa poner.
—¿Y Tsuna? ¿Aún no está aquí? —preguntó el hombre de ojos cafés claros, cambiando de tema y provocando cierta tensión que desconcertó al niño.
Claro que él no sabía que su versión futura, cuando se enfadaba, podía ser tres veces peor que Reborn, algo de lo que este se sentía especialmente orgulloso.
—Está aquí mismo —anunció, y le obligó a ponerse delante, siendo el centro de atención de todos los presentes.
Le miraban sorprendidos, pero al ver que el malo de ojos grises también se centraba en él, empezó a llorar de puro miedo.
—¡No me hagáis daño, por favor! —se volvió a esconder detrás de Reborn, sorprendiendo más a todos. Si bien le había hecho gracia la situación, ahora ya no era tan divertida como antes, y el miedo volvía a él.
Entonces se dio cuenta de dos detalles. Uno, que el castaño de la fotografía no estaba ahí, y otro, que el de pelo negro le había llamado por su nombre y preguntado por él.
—No podéis culparlo —dijo el chico, esta vez sin obligarle a salir—. Después de todo, en su época, Dame-Tsuna era maltratado por todos.
—Tsuna —le llamó el de orbes cafés, y el niño se asomó tímidamente—. ¿Cuántos años tienes?
—Cinco... —respondió, aun tembloroso.
Se fijó que el ambiente era tenso. El hombre que parecía siempre alegre ya no sonreía, y sostenia con fuerza el mango de una espada de madera. El de pelo plateado tenía sus armas apretadas en los puños. La mujer había sacado un tridente de la nada, igual que el hombre-piña, y los presionaban, conteniendo su enfado. El chico-vaca emitía electricidad de sus cuernos y el albino apretaba sus puños. Incluso el que parecía más malo hacía presión en sus dos armas, que emitían unas llamas color violeta.
Se fijó en que la mano de Reborn también sostenía su arma con furia, tanto que hasta temblaba.
—Dinos, pequeño —el de la espada intentó sonar amable—. ¿Qué recuerdas antes de llegar aquí?
—Pues estaba huyendo de los chicos que siempre me pegan, como es normal —empezó, y la tensión en la sala aumentó. El pequeño trató de ignorarlo—. Y me choqué con un hombre que hablaba raro y tenía aspecto de malo. Entonces, cuando iba a disculparme, una cosa morada vino volando hacia mí y me atrapó. Cuando abrí los ojos, estaba aquí...
—Creo que era uno de los prototipos de la bazuca de los diez años —anunció el joven de sombrero—. Pero hay que devolverlo a su época y han pasado más de cinco minutos.
—Además de que han pasado veinte años, no diez —observó el de pelo plateado.
—Entonces... ¿no me van a hacer daño? —no entendía de qué hablaban, pero no parecían tener intención de hacerle algo.
—Claro que no, Tsuna —el hombre amable de pelo negro le sonrió en un intento de ser amable, pero se notaba la rabia en sus ojos—. No permitiríamos que nadie te hiciera daño.
—¿De... verdad? —preguntó, con un brillo en sus orbes castaños.
Los adultos se fijaron en sus heridas, hechas mientras huía de sus agresores. No dijeron nada para no asustar al niño, pero sentían que querían eliminar a aquellos que se atrevían a tocar al mismo castaño que les miraba con aquel brillo en sus achocolatados orbes.
¿Quién tendría el corazón para herirle con semejante mirada?
—De verdad —confirmó el espadachín.
Tsuna les dedicó una sonrisa amplia que no pudieron evitar recordar al adulto. Pese a los años, seguía siendo capaz de sonreír de aquella manera.
—¡Muchas gracias! —agradeció sinceramente, dejando de esconderse tras Reborn.
Era impresionante como aquel niño tembloroso ahora les sonreía con total confianza con solo unas palabras.
Después de todo, nadie aparte de su madre le había dicho palabras tan bonitas.
—Solo espéranos un poco más —dijo el de cabello platino con una sonrisa.
Antes de poder escuchar la respuesta del niño, un humo de color rojizo le envolvió y en su lugar apareció un hombre castaño de orbes color canela.
—¡Chicos! —sonrió—. Me alegro de estar de vuelta, empezaba a pensar que me quedaría en el pasado para siempre...
Calló al ver las auras asesinas que sus guardianes emanaban y que inundaban la habitación, incluso Lambo y Chrome daban miedo.
—Dame-Tsuna, haremos un viaje a Japón —anunció Reborn, y sus amigos asintieron.
—¿Y eso? ¿Ha sucedido algo? —preguntó curioso.
—Nada relevante —respondieron todos al unísono. Tsuna se encogió de hombros y accedió, aún confuso.
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Papeleo, papeleo y más papeleo. Por favor, ¡llevaba tres horas firmando y esa maldita montaña no bajaba!
Estaba tentado de hacer desaparecer aquellos papeles por medio de sus llamas, pero Reborn lo descubriría.
—Es la última vez que les dejo ir a Japón solos —murmuró, maldiciendo a sus guardianes por multiplicarle el trabajo ni bien volvieron de su viaje.
En Namimori, Hibari había destruido una propiedad privada, Mukuro un local comercial junto a Chrome. Lambo había incendiado medio bosque junto a Gokudera y Yamamoto, quien consideraba más sensato, había derruido un edificio entero, ayudado por su tutor.
Lo que no entendía era el propósito de todo ello. ¿Qué demonios estaban pensando? ¡Habían herido a muchas personas!
Miró las listas de nombres de los que habían resultado heridos graves, y estaban hospitalizados. Varios de ellos le sonaban, y no de forma muy agradable. Eran los que solían meterse con él cuando era niño, hacía ya demasiado tiempo.
—Voy a aclarar esto ahora mismo —dijo levantándose y saliendo de su despacho. Sabía que sus guardianes estarían reunidos en la sala de siempre, y no perdería oportunidad para exigir una explicación.
Entró en la habitación, y como bien había supuesto, todos se encontraban ahí, incluso su espartano tutor.
—¿Se puede saber que...? —fue interrumpido por sus amigos, quienes le abrazaron ni bien le vieron entrar. Bueno, su guardián de la nube y el de la niebla se mantenían alejados junto a Reborn, pero los tres sonreían.
Tsuna sonrió y trató de devolverles el abrazo grupal.
—¿A qué se debe tanto cariño de repente? —preguntó—. No os libraréis de una charla, eh.
Todos rieron, y los seis guardianes soltaron al castaño con una sonrisa. Después de todo, Tsuna era su cielo.
Y ellos, como sus guardianes, debían defenderlo y cobrar venganza de todo aquel que lo hubiera herido.
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Bueh, aqui traigo otra de mis locuras. A ver, por si no ha quedado claro, en la época de la que hablo, la Bazuca todavia no era definitiva, y pues como todo prototipo, pues no tiene un tiempo límite.
Me gustaba la idea de un Tsuna peque (kawaii, por cierto) que visitara un futuro donde si habia accedido a ser el jefe. Como sabemos que la infancia de Tsuna ha sido de todo menos bonita, pues quise poner la reacción de los guardianes y sería más o menos asi.
¿Me dais un review? ¿Tarta de chocolate? ¿Disparos?
Au revoir y nos leeremos n.n
