Granny's
La idea de ir a cenar donde la señora Lucas me había parecido buena. No estaría sola por una vez en aquella casa fría, decorada en blanco y negro. Como debía imaginarlo, no había sido mi idea más inteligente. Apenas dentro, había pedido y me había sentada al lado de la ventana. La tarde era lluviosa y me gustaba observar la lluvia caer. La ensalada y el trozo de pollo a la plancha me fueron servidos por la abuela que me lanzó una fría mirada. No es que me esperase otra cosa. Lo que me sorprendió fue ver a Mary Margaret sentarse en frente de mí. ¿Era idiota? ¿No veía que estaba sentada yo? ¿Quería hablar? ¿Pero de qué?
«El sitio está ocupado» solté sin mucha ceremonia. Mi mirada era gélida. Ella no me había dirigido aún ninguna señal. Se había quitado la chaqueta para quedarse en blusa beige y falda de franela blanca. Se pasó una mano por el cabello para recolocarlos y finalmente me miró.
«No, no lo estaba» respondió mirándome a los ojos. Ladeé la cabeza. No me esperaba aquella respuesta. Quizás un balbuceo, eso sí.
«Deseo que te levantes de esa silla» dije aún más dura
«Lo siento, pero esta noche comeremos juntas» continuó mientras ponía en orden los cubiertos
«¿Y eso, a qué se debe?» pregunté con mi tono más sarcástico
«Porque ninguna de las dos quiere estar sola» concluyó. Eso me hizo enmudecer. ¿Ella? ¿Sola? ¿La maestra preferida de Henry? ¿Sola?
«No estoy sola» añadí. El tono sonó involuntariamente suplicante.
No dijo nada, pero me miró profundamente. ¿Acaso buscaba algún sentimiento de bondad? No lo encontraría…no había quedado nada.
Pidió lo mismo que yo y la abuela la miró mal también a ella cuando le trajo la comida. Ok, podía comprender que me odiase a mí, pero ¿por qué a Mary Margaret?
Evidentemente la maestra sabía el motivo, pero ni siquiera intentó hablar. ¿Había hecho algo malo? ¿Herido a alguien? ¿Sencillamente no le había gustado la tarta que la abuela le había preparado con tanto amor? Sonreí gélida. Mary Margaret me miró, apretando la mandíbula.
«¿Qué es esa sonrisa?» me preguntó rabiosa. Me encogí de hombros y continué comiendo. Nunca había visto a la dulce maestra enfadada. Debajo de todo esto había algo, pero ¿qué?
Volvió a su plato. Decidí pedir el postre. ¿Me lo habría envenenado? No se podía estar seguro con aquella vieja. También mi compañera pidió el postre. Un trozo de tarta de manzana para mí y chocolate con nata para ella. Se repitió la escena precedente. La abuela me miró con desprecio y también a Mary Margaret.
Comimos en silencio. La miré durante un momento. Quería ver si se derrumbaba y así fue.
«¿Querrías dejar de mirarme? No consigo comer» dijo, dejando en la mesa la cucharita.
«Vale. Pero dígame una cosa, ¿qué está pasando entre usted y la abuela?» pregunté sin medias tintas.
«Complicaciones» respondió de forma vaga y yo entrecerré los ojos.
«¿Qué tipo de complicaciones?» pregunté
«No es asunto suyo» respondió rabiosa
«Muy bien» concluí y continué comiendo mi dulce. No se podía comparar con mi tarta de manzanas. Debía recordar evitar pedir la tarta de manzana de la abuela.
En ese momento entró la última persona que había pensado ver: Emma Swan, No estaba sola, obviamente. A su lado, estaba Ruby, quien a las claras se veía que había empinado el codo. Desprecio era todo lo que expresaba mi rostro. Ruby se lanzó a los labios de Emma que no la rechazó. Es más, hizo el beso más profundo. Eso me hizo hervir la sangre, pero logré controlarme. No podía hacer una escenita. No tenía el derecho. Ya no.
Delante de mí Mary Margaret miraba la escena con la misma incredulidad, dolor y desprecio. ¿Qué diablos está sucediendo? Acabé mi dulce, evitando cuidadosamente mirar a las dos que desaparecieron en la cocina de la abuela. Pagué la cuenta y con algo de prisa me dirigí hacia la salida. El destino quiso que la puerta de la cocina se abriese por una ráfaga de viento y me dejase asistir a un evento que nunca habría querido presenciar. Las manos de Emma estaban sobre el cuerpo de Ruby. Esta estaba sentada sobre una mesa donde habitualmente se cortaba la comida y había mágicamente perdido la camisa, quedándose solo con el sujetador. Emma se había lanzado a su cuello, llenándolo de besos, mordiscos y chupetones. Una mano había desaparecido entre las piernas de la poco púdica nieta de la abuela. Sus gritos de placer habían llamado la atención de muchas personas de la ciudad. Emma se separó un poco para observar quién había entrado. Me vio. Su mirada era ambigua. ¿Quizás dolor? ¿O simplemente indiferencia? Después sonrió y volvió a darle placer a Ruby. Me marché sin darme la vuelta. No quería llorar. No le daría esa satisfacción. Mary Margaret salió conmigo y tampoco ella estaba mucho mejor. Es más, estaba en un estado lamentable. Las lágrimas caían por sus mejillas. ¿Qué le había pasado?
«¿Todo bien?» le pregunté y ella sacudió la cabeza. Simplemente se alejó para volver a casa. No resistí más, y mientras conducía hacia casa, las lágrimas se derramaron de mis ojos.
«No deberíamos haberlo hecho…»comencé, asaltada por los recuerdos de la noche pasada. Sus fuertes manos me abrazaron por detrás.
«No lo sabrá, te lo prometo» susurró en mi oído
«No, ella siempre se entera de todo. Ha sido un error. Ahora me doy cuenta» continué. Lágrimas de dolor y culpa brotaban del corazón. ¿Qué había hecho?
Al día siguiente estaba prepara para afrontar cualquier desafío. Un buen desayuno y después me dirigí a la oficina. El papeleo me mantuvo ocupada buena parte de la mañana. Gobernar una ciudad no era sencillo, y aunque era pequeña, tenía sus problemas. De repente me acordé de qué día era. Tercer sábado del mes. Eso quería decir que la sheriff tenía que venir a darme el parte. Me había olvidado por completo. Había intentado eliminar de mi vida todo lo que tenía que ver con ella. No es que no quisiera tenerla nuevamente conmigo, sino que era demasiado doloroso. La culpa era demasiado pesada.
Tres golpes a la puerta anunciaron la llegada de Emma. Intenté calmarme. Tenía que parecer completamente segura de mí. Como la antigua Regina sabía hacer. Me estampé una sonrisa sarcástica en el rostro.
«Adelante» invité. Emma entró cerrando la puerta a sus espaldas. Llevaba como siempre la chaqueta roja sobre la camisa blanca y vaqueros azules. Caminó con seguridad hasta llegar delante de mi escritorio. Sus ojos claros miraban hacia algo por encima de mi cabeza. Ni siquiera quería mirarme.
«Alcaldesa Mills, el parte de este mes. He pensado que dárselo por escrito era mejor, de esa manera no habría tantos olvidos» me tendió una carpeta verde y se giró para marcharse. No resistí.
«De todas maneras, querría escucharlo de viva voz. No tengo tiempo de leer todos los papeles que recibo»
Se tensó.
«Bien. El mes ha transcurrido como el anterior. Los habituales borrachos han dormido la mona en las celdas y los gatos han sido salvados de los árboles en los que habían acabado. Eso es todo» la voz estaba vacía de emoción, aunque todo había sido dicho con evidente sarcasmo. La sonrisa era estirada. No me soportaba ni durante cinco minutos.
«¿Y el robo en casa de…Humbert?»
Aquel nombre no debería haberlo pronunciado, pero no podía contenerme. Quería que siguiera hablándome. Aunque fueran palabras odiosas.
«Caso resuelto, me parece. El señor Graham Humbert simplemente ha retirado la denuncia y se ha mudado de ciudad. No se le ha visto más»
Se giró de nuevo para marcharse.
«Espera…te lo ruego» aquellas palabras se me escaparon antes de que pudiera detenerlas. Se dio la vuelta hacia mí.
«¿Qué pasa ahora?» refunfuñó. Había perdido la calma.
«Quería hablar de lo que ha pasado» intenté y ella soltó una sonora carcajada. Me hirió.
«Está bastante claro para las dos lo que ha pasado. ¿Por qué quieres hablar de ello ahora? No queda nada de lo que hablar. Tuviste miedo e hiciste lo que hiciste, pero por lo menos, deja de poner esa mirada de perro apaleado. No eres tú la que fue herida»
«Si pudiera dar marcha atrás…» reintenté. Ella levantó una mano.
«Déjalo…de verdad no puedo hablar de ello»
Se giró y desapareció de la oficina con pasos veloces. Mi intento de retenerla había fracasado miserablemente.
La puerta se abrió improvisamente. Pensaba que la había cerrado con llave. Unas voces me golpearon. Una la conocía muy bien, mientras que la otra me dejó sorprendida.
«Ella siempre se entera de todo» estaba diciendo Regina. La puerta de la habitación estaba abierta. La escena que se me presentó delante me mató por dentro. Regina estaba en la cama junto con Graham. Comencé a jadear. La vi acercarse a mí buscando algo para ponerse encima. También el otro intentó lo mismo, pero para huir de la habitación. Las lágrimas me quemaban los ojos.
«¡Emma! Puedo explicarlo…te juro, ¡no es lo que parece!» estaba diciendo Regina, mientras se ponía el sujetador y las bragas
«¿ME TOMAS POR UNA ESTÚPIDA?» grité. Me alejé retrocediendo. No quería ver aquella asquerosidad. Me fui al baño a vomitar. Escuchaba a Regina gritarme explicaciones desde la puerta cerrada del baño. Lloré como nunca. ¿Cómo había podido traicionarme? ¿Cómo había podido? Después de todo este tiempo juntas. Dos años mandados a la mierda. Me levanté y abrí la puerta violentamente. Regina se me tiró encima, llorando. La hice separarse. Cayó al suelo. No me dio sino pena.
«Se acabó» pronuncié con la voz temblorosa por el dolor y la rabia.
Gritó de dolor, comenzando a arrastrase hacia mí. Dejé la habitación sin mirar atrás. Me había fiado de ella…la amaba. Me sentí morir.
