Hola! Esta es mi primera adaptación, les ruego no sean muy duros con sus críticas y espero de verdad que no sean muy malos conmigo y disfruten esto tanto como yo disfruté escribirlo ^^ En fin, ¡ojalá y les guste!

Summary: La desesperación de Candy White por conseguir un marido rico parece llegar a su fin cuando tropieza con una copia de Cómo casarse con un Marqués en la biblioteca de Lady Elroy, para quien trabaja. Se trata de una tentadora guía de seducción que explica justo lo que la joven necesita: casarse con un hombre acaudalado. Adaptación.

Disclaimer: Los personajes son propiedad de Kyoko Mizuki y Yumiko Igarashi, la historia pertenece a Julia Quinn. Yo solo juego con ellos.


Capítulo Uno.

Surrey, England.

Agosto de 1815.

Cuatro, más seis, más ocho, más siete, más uno, más uno, veintinueve, pongo nueve y me llevo dos...

Candice White repasó desde el principio la columna de números por cuarta vez, consiguiendo la misma suma que las tres veces anteriores, y gruñó.

Cuando levantó la vista, tres sombríos rostros la miraban; los rostros de sus tres hermanos pequeños.

—¿Qué es eso, Candy? —preguntó Milly*, de nueve años.

Candy sonrió débilmente mientras intentaba calcular cómo conseguiría dinero suficiente para comprar combustible para calentar su pequeña cabaña ese invierno.

—Nosotros, ah... No tenemos mucho dinero, me temo.

Flammy, que sólo tenía catorce meses menos menos que Candy, frunció el ceño.

—¿Estás segura? Debemos tener algo. Cuando papá vivía, siempre...

Candy la silenció clavándole una mirada urgente. Había muchas cosas que tenían cuando su padre vivía, pero él los había abandonado sin nada a que asirse excepto una pequeña cuenta bancaria. Ninguna renta, ninguna propiedad. Nada, excepto recuerdos. Y esos -al menos, los que Candy conservaba- no eran de los que caldeaban el corazón.

—Las cosas son diferentes ahora —dijo con firmeza, esperando poner fin al tema—. No puedes compararlas.

Milly hizo una mueca. —Podemos usar el dinero que Anthony ha estado guardando en su caja de soldados de juguete.

Anthony, el único chico del clan White, gruñó. —¿Qué hacías fisgando en mis cosas? —se giró hacia Candy con lo que se podía denominar "mirada hosca", la cual no favorecía el rostro de un niño de ocho años—. ¿Es que no hay privacidad en esta familia?

—Aparentemente no —dijo Candy con tono ausente, mirando fijamente hacia los números delante de ella. Hizo algunas marcas con el lápiz, mientras intentaba idear nuevos métodos de economizar.

—¡Hermanas!— se exasperó Anthony, pareciendo excesivamente sofocad—. Estoy plagado de ellas.

Flammy miró con fijeza el libro de cuentas de Candy.

—¿No tenemos ni un poco de dinero?¿Algo que podamos estirar un poco?

—No hay nada que estirar. Gracias a Dios, la renta de la cabaña está pagada, o nos echarían a patadas.

—¿De verdad estamos tan mal?— susurró Flammy. Candy asintió

—Tenemos suficiente para el resto del mes, y después un poco más cuando reciba mi salario de Lady Elroy, y entonces...—Su voz se fue apagando y desvió la mirada, no quería que Anthony y Milly vieran las lágrimas que le escocían en los ojos. Ella los había cuidado durante cinco años, desde que tenía dieciocho. Dependían de ella para el alimento, el abrigo y, lo más importante, la estabilidad. Milly dio un codazo a Anthony, y cuando no reaccionó, lo pellizcó en el sensible punto entre el cuello y los hombros.

—¿Qué?— preguntó bruscamente—. Eso duele.

—Qué no es cortés— lo corrigió Candy automáticamente—. Es preferible perdón.

La pequeña boca de Anthony se abrió ultrajada.

—No es cortés pellizcarme como ella lo ha hecho.Y te aseguro que no voy a pedir su perdón.

Milly puso los ojos en blanco y suspiró.

—Debes recordar que sólo tiene ocho años.

—Anthony sonrió falsamente tras ella—. Tú sólo tienes nueve.

—Siempre seré mayor que tú.

—Sí, pero pronto yo seré más grande, y lo sentirás.

Los labios de Candy se curvaron en una agridulce sonrisa, mientras los oía discutir. Había visto la misma discusión un millón de veces antes, pero también había visto a Milly deslizarse de puntillas hasta la habitación de Anthony para darle un beso de buenas noches en la frente.

Podían no ser la típica familia -sólo estaban ellos cuatro, después de todo, y habían sido huérfanos durante años- pero el clan White era especial. Candy se las había arreglado para mantener la familia unida desde hacía cinco años, cuando su padre falleció, y maldita fuera, si dejaba que su actual escasez de fondos los separara cruzó los brazos.

—Deberías darle a Candy tu dinero, Anthony. No está bien que lo escondas.

Él afirmó solemnemente y abandonó la habitación, su pequeña y rubia cabeza inclinada humildemente. Candy echó un vistazo a Flammy y Milly. También eran rubias, y con los brillantes ojos verdes de su madre. Y Candy era como el resto de ellos; un pequeño ejército rubio, sin dinero para comida.

Suspiró de nuevo y miró fija y seriamente a sus hermanas. —Voy a tener que casarme. No puedo hacer otra cosa.

—¡Oh, no, Candy! —chilló Milly, saltando de su silla y prácticamente trepando por la mesa hasta el regazo de su hermana—. ¡Eso no! ¡Cualquier cosa menos eso!

Candy miraba a Flammy con expresión confusa, preguntándole silenciosamente si sabía porqué Milly se había puesto así. Flammy sólo sacudió la cabeza y se encogió de hombros.

—No es tan malo —dijo Candy, revolviendo el pelo de Milly—. Si me caso, entonces probablemente tenga un bebe, y tú podrás ser una tiíta. ¿No sería bonito?

—Pero la única persona que te lo ha propuesto es el hacendado Leagan. ¡Y es horrible!¡Simplemente horrible!

Candy sonrió poco convincentemente. —Estoy segura de que podremos encontrar a alguien más, aparte del hacendado Leagan. Alguien menos, ah... horroroso.

—No quiero vivir con él— dijo Milly, cruzándose amotinadamente de brazos—. No quiero. Prefiero ir a un orfanato. O a una de esas horribles casas de trabajo.

Candy no la culpaba. El hacendado Legan era viejo, gordo y mezquino. Y siempre había mirado a Candy de una forma que le provocaba sudores fríos. Y la verdad sea dicha, tampoco le gustaba demasiado cómo miraba a Flammy, además. O a Milly, si reflexionaba sobre ello. No, no podía casarse con el hacendado Leagan.

Anthony regresó a la cocina trayendo una pequeña caja de metal. Se la tendió a Candy. —He ahorrado una libra y cuarenta peniques —dijo—. Pensaba utilizarlo para...—se detuvo y tragó—. No importa. Quiero que lo tengas tú. Para la familia.

Candy tomó silenciosamente la caja y miró en su interior. Allí estaban la libra y cuarenta peniques de Anthony, casi todo en peniques y medios peniques.

—Anthony, cariño —le dijo suavemente—, estos son tus ahorros. Te ha llevado años juntar todos estos peniques.

El labio inferior de Anthony tembló, pero de alguna manera se las arregló para enderezar su pequeño pecho hasta que quedó firme como el de uno de sus soldados de juguete.—Ahora soy el hombre de la casa. Tengo que proveer para ti.

Candy asintió solemnemente y traspasó el dinero a la caja donde ella guardaba los fondos familiares.

—Muy bien. Podemos usarlo para comprar comida. Quizás quieras acompañarme a comprar la próxima semana, y puedas escoger algo que te guste.

—Mi huerto de la cocina debe empezar a producir verduras pronto— dijo Flammy esperanzadamente—. Suficientes para alimentarnos, y, quizás sobre algo que podamos vender en la aldea o intercambiar.

Milly empezó a retorcerse en el regazo de Candy. —Por favor, dime que no has plantado más nabos. Odio los nabos.

—Todos odiamos los nabos— replicó Flammy—, pero son muy fáciles de cultivar.

—Pero no tan fáciles de comer— refunfuñó Anthony.

Candy exhaló con fuerza y cerró los ojos. ¿Cómo habían llegado a esto? Ellos eran una antigua y honorable familia –¡el pequeño Anthony incluso era baronet!- Y, sin embargo, se veían reducidos a cultivar nabos –los cuales todos detestaban—en un huerto.

Había fallado. Pensó que podía criar a su hermano y hermanas. Cuando su padre falleció, fue la época más espantosa de toda su vida, y lo único que la había mantenido en pie fue el pensamiento deque tenía que proteger a sus hermanos, mantenerlos felices y cuidados. Juntos.

Se enfrentó a tías, tíos y primos, todos los cuales ofrecieron hacerse cargo de uno de los niños White, generalmente Anthony, quien con su título de baronet, eventualmente podían esperar casar con una muchacha de considerable dote. Pero Candy rehusó. Incluso cuando sus amigos y vecinos la habían urgido a dejarlo ir.

Ella quería mantener a su familia unida, les dijo. ¿Era eso mucho pedir?

Pero había fallado. No había dinero para lecciones de música, o tutores, ni para ninguna de las cosas que Candy había dado por sentadas cuando ella era pequeña. Sólo Dios sabía como se las iba a arreglar para enviar a Anthony al San Pablo.

Y tenía que ir. Todos los varones White , durante cuatrocientos años, habían estudiado en el Real Colegio San Pablo. No todos se habían graduado, pero todos habían a tener que casarse. Y su marido iba a tener que ser muy rico. Era tan simple como eso.


El primer capítulo! Espero y les haya gustado, este fic lo actualizaré cuando pueda (es decir, con bastante frecuencia, xD). En fin... ¡Nos vemos en el próximo capítulo!

*Milly: Una de las niñas del Hogar de Pony, frecuentemente se le ve con John, Sam (el niño de azul, con pelo negro) y otros niños. Tiene el pelo corto y castaño (aunque aquí tiene que ser rubio) y en cap 2, "La aventura de Candy y Annie", ella es la que estornuda cuando John está en el árbol (por si no la han reconocido ^^).