Al fin les puedo traer esta pequeña historia~
Ya la tenía rondando un tiempo en mi cabeza. ¿Han escuchado "Night Butterfly" de un dúo de SNH48? ¡Es una gran canción! Y el video me sirvió como guía e inspiración para crear esta historia con Chika y Riko. Así que quizá pueda considerarse un songfic (aunque no tiene partes de la canción intercaladas, pues aun no sé chino). Pero esto no es todo lo que leamos de "Mariposa negra", vendrá en el transcurso de la semana un pequeño extra de la historia uwu.
Actualización del 03/08/2018:
Bueno, lo leí de nuevo y me di cuenta de que podría hacer algo más para el final, así que aquí está, actualizado. Espero les guste uwu.
— Las hadas negras son malvadas Chika— decía su abuela mientras mostraba un libro de ilustraciones a una joven pequeña de cabello que semejaba el color de las mandarinas.
— ¿Por qué? — preguntó la infanta — Realmente parecen tristes, quizá solo necesitan un abrazo como esos que me daba mamá.
— No Chika, no debes confiar nunca en una— recalcó la señora, negando fervientemente con la cabeza —. Puede parecer que quieren ser tus amigas, pero no te dejes engañar, un hada oscura no puede querer ni amar.
— Eso… Es algo triste— dijo Chika con la mirada baja, vencida. Sabía que no podía ir en contra de lo que su abuela decía, pero realmente no creía que las hadas oscuras fueran tan malas como se las pintaban los relatos. De alguna manera, una extraña atracción la atrapaba cuando se trataba de los libros prohibidos de magia que se suponía no debía leer.
— Es su destino, ellas han cedido a toda clase de sentimientos negativos, cegadas por otra desafortunada alma transformada en hada oscura, o peor aún, incitadas por la mismísima reina del abismo.
— ¿Y qué pasa si la reina del abismo te atrapa? — los ojos rojizos de la niña se abrieron en señal de intriga, ávidos por más información de la sabia boca de su abuela.
— No volverás a ser quién eras… Nunca más.
Chika despertó en medio de la noche, de nuevo tenía ese extraño calor en el cuerpo y un aroma a flores de cerezo inundaba la habitación. Últimamente le estaba pasando cada vez con más y más frecuencia, pero cuando buscaba una posible explicación, se acordaba de lo que su padre siempre le decía: "Eres una niña con mucha imaginación". Se levantó de la cama y se calzó con unas pantuflas blancas, el suelo estaba frío. Se notaba que octubre había llegado al lugar.
El paisaje nocturno la recibió, claramente aún era de noche y el sol no saldría pronto; en su lugar, la luna en cuarto menguante brillaba con galantería, invitándola a tomar un paseo, pero en esa ocasión no podía atender al llamado, sus piernas la llevaron de nuevo a la cama y se cubrió con las cobijas.
"Duerme mi amor, el cielo ya oscureció, tus pensamientos el sueño se los llevó, quiero ver tu rostro durmiendo, sonriendo al tener una aventura, que las nubes guardarán con premura. A la luna, pediré que mengüe para arrullarte, al padre viento, una brisa cálida para abrazarte, quédate aquí, y yo estaré junto a ti cuando abras los ojos, esos hermosos claveles rojos…"
A primera hora de la mañana, Chika ya se encontraba en el jardín trasero de su casa: Era un lugar realmente hermoso, adornado de rosas, claveles, orquídeas, frondosos arbustos y un árbol de tipo desconocido que se erguía en la pared izquierda. La joven de ojos rojizos se había dado a la tarea de colgar un columpio de una de las ramas más fuertes del árbol, todos los días se le podía encontrar columpiándose con gracia y una enorme sonrisa en la cara, se notaba que amaba ese lugar, así que los empleados de la casa Takami no se paseaban por ahí hasta que veían a la menor de la familia salir del jardín, solo entonces entraban a darle mantenimiento al columpio de la entusiasta amante de las mandarinas y cuidar de las flores, cortando las rosas y claveles que ya estuvieran en su punto máximo de belleza, así como regando y quitando los protectores solares a las blancas orquídeas.
Un par de pinos la recibían al entrar por la puerta tallada de madera, era una linda escena siempre que entraba en ese lugar. Se sentó en su columpio y comenzó a balancearse hacia adelante y hacia atrás. Mientras miraba al mundo moverse bajo sus pies, pudo ver un pequeño destello rojizo de entre los arbustos, cosa que la hizo frenar su movimiento e ir a averiguar qué era esa extraña figura; entre más se acercaba, podía sentir su corazón palpitar con más y más fuerza. Puso la mano en las hojas del arbusto para mirar lo que se ocultaba detrás de el, pero no tuvo suerte, pues no había nada. Sin embargo, Chika no se daría por vencida, ella investigaría ese extraño suceso, ¡una nueva aventura esperaba por ella! Y definitivamente iría tras la pista de algún nuevo secreto o un mero invento de su imaginación. Fuera cual fuera, cualquier cosa era mejor que pensar en las estrictas clases de la profesora Sonoda y la señorita Ohara. Aunque la última tendía a ser un poco más risueña y bromista, no quitaba que fuera implacable cuando se trataba de arte, y para su mala suerte, eso era lo que le enseñaba: Arte en todas sus expresiones y formas.
De alguna manera no podía quejarse, tenía un talento casi natural para pintar y cantar, incluso para actuar, pero su mejor pasatiempo era disecar y coleccionar mariposas de todos los colores y diseños; le intrigaban sus colores tan vívidos o tan opacos, de igual manera se maravillaba por los diseños exactos e irrepetibles de la naturaleza. Le gustaban especialmente aquellas mariposas que parecían haberse pegado la mitad de las alas de la otra, aunque no solía encontrar muchos especímenes que tuvieran tal característica, era algo romántico de alguna manera, y lo sería aún más si la causa de tales colores fuera el mero hecho de compartir tus alas con alguien más. Chika suspiró mientras terminaba de colocar una de sus nuevas adquisiciones sobre la tela del cuadro.
Dio un día más por terminado, miró el sol esconderse en el horizonte, dejando su habitación en completa oscuridad. Cerró los ojos y llamó al sueño para que invadiera sus pensamientos.
"Duerme mi amor, el cielo ya oscureció, tus pensamientos el sueño se los llevó, quiero ver tu rostro durmiendo, sonriendo al tener una aventura, que las nubes guardarán con premura. A la luna, pediré que mengüe para arrullarte, al padre viento, una brisa cálida para abrazarte, quédate aquí, y yo estaré junto a ti cuando abras los ojos, esos hermosos claveles rojos…"
Abrió los ojos rápidamente, de nuevo ese calor, esa voz, notas suaves… Y ese aroma a flores de cerezo. Esta vez se decidió a encender una vela y buscar en todos los rincones de la habitación, pero cada vez que intentaba acercar la llama al pabilo, el fuego se apagaba por una extraña brisa, haciendo que tuviera que repetir la acción varias veces. La luz de la luna estaba bien, pero no le permitía ver completamente lo que estaba a su alrededor. Tras repetir la misma acción como por décima vez soltó un bufido de frustración, le pareció escuchar una risita detrás de ella, por lo cual volvió la vista a la ventana, la cual estaba cubierta por una cortina color mandarina. La silueta delicada de una chica iluminada por la luna se marcaba detrás de la tela, hipnotizando a Chika, quien no dudó en comenzar a avanzar hacia el balcón. El aroma a flor de cerezo se hizo más fuerte, y el corazón de la joven se aceleró un poco más a cada paso que daba; tomó el borde de la cortina y lo recorrió, sin embargo, ya no había nada.
¿Estaría dormida? Si era así, el sueño se sentía demasiado real.
Regresó a su cama y cerró los ojos, en algún punto de la noche volvió a escuchar la misma voz que le cantaba: "… A la luna, pediré que mengüe para arrullarte, al padre viento, una brisa cálida para abrazarte, quédate aquí, y yo estaré junto a ti cuando abras los ojos, esos hermosos claveles rojos…". Pensó en abrir sus párpados, pero las caricias en su cabello eran tan agradables que solo se acomodó en la cama y respiró profundamente.
— ¿Cómo te llamas? — susurró. Como respuesta recibió una caricia en la mejilla — ¿Quién eres? — volvió a preguntar, y esta vez un cálido beso se posó en su frente.
"Quizá no quiere hablar" pensó Chika, suspiró y por fin, dejó que el sueño la venciera.
Al día siguiente, como acostumbraba después de sus lecciones de las mañanas, se dirigió a su jardín y comenzó a mecerse lentamente en su columpio. El mismo destello rojizo volvió a aparecer por el rabillo de su ojo, pero en esta ocasión no volteó, solo miró hacia el frente y sonrió.
— ¿Saldrás a verme esta vez? — preguntó, y de nuevo no hubo una contestación, aunque realmente no la esperaba — El viento se siente realmente bien hoy— inhaló y exhaló mientras cerraba los ojos. De nuevo olió ese aroma que ya se estaba haciendo familiar para ella después de tantos meses siendo presa de el — ¿Puedo verte? — se aventuró a decir.
— No— al escuchar esa voz se exaltó un poco, pues esperaba algo diferente, quizá algo más agresivo, una respuesta temerosa, pero en cambio, la voz de lo que fuera que estuviera detrás de ella, fuera humano o no, era dulce, melodioso, como una delicada canción de piano.
— ¿Por qué? Tú me miras cuando duermo, ¿no es así?
Una risa salió de los labios de la criatura. El aroma a flores de cerezo dejó de ser perceptible a su alrededor y comprendió que ya no se encontraba con ella.
Abrió los ojos y miró el cielo, la tarde estaba llegando y el matiz rojizo del cielo era prueba de ello. Se dirigió a su cuarto y comenzó a limpiar sus cuadros y pequeñas láminas de cristal donde ponía a las mariposas que atrapaba: Todas iban desde los más vivos colores hasta las mezclas más extrañas, aunque pudo notar algo curioso. Tenía mariposas de todos los colores y diseños, pero no tenía una completamente negra. Ciertamente el negro era un color macabro, sobre todo para alguien como ella que vivía rodeada de luz y colores brillantes, vaya, hasta su cabello tenía un color vistoso, pero había algo en ese color oscuro que llamaba su atención, tal como esas ilustraciones de hadas negras que estaban retratadas en los libros de su abuela.
Esa noche no sintió las habituales caricias en su cabello, mucho menos ese tierno calor o el embriagante aroma a flores de cerezo, se levantó una y otra vez de su cama, intentando buscar a la chica, ente, lo que fuera, que la arrullaba todas las noches, pero era obvio que no iba a atender a su llamado. El corazón de Chika se sintió extrañamente pesado, como si presionara contra su pecho, no le gustaba esa sensación. Volvió a su cama y se enrolló en las mantas. En algún punto de la noche se quedó dormida, sus ojos solo se abrieron una vez que la luz que entraba por su ventana fue lo suficiente como para avisarle que ya había amanecido.
Se ganó un buen regaño de parte de su profesora de historia y matemáticas (si Sonoda Umi no era el demonio, no sabía qué otra cosa podría ser), así como una pequeña plática acerca de sus emociones con la profesora Mari. Ambas la habían notado dispersa, distraída, incluso un poco triste en palabras de la mujer de cabello rubio.
Una vez se vio libre, se dirigió al jardín trasero, algo en ella le decía que podría encontrarla ahí, así que una vez atravesó la puerta, se dirigió al columpio y se sentó. Esta vez no disimuló, volteó a todos los rincones y lugares del jardín, pero no vio nada.
— Oye…— comenzó a decir — ¿Estás bien? — miró el cielo — Esta noche no viniste a mi habitación.
— ¿Querías que fuera? — escuchó una voz detrás de ella y rápidamente volteó. No, no había nada ni nadie.
— Sí…— susurró. Su corazón estaba pesado, pero escuchar esa dulce voz lo había acelerado sobremanera.
Continuó columpiándose un rato hasta que fue hora de comer. Entró y se sentó en la mesa junto a los empleados de la casa. El padre de Chika casi no llegaba a su hogar, la mayoría del tiempo se encontraba de viaje o trabajando en el delegado del pueblo, así que la pequeña de la residencia dio permiso a la servidumbre de tomar sus alimentos junto a ella en el comedor principal; esto en un principio fue tomado mal por el mismo servicio, pues Chika Takami era una persona importante, y ellos, eran simples trabajadores a su servicio, pero la joven les dio la confianza para sentarse codo a codo con ella y agradecer por su comida. La amante de las mandarinas se sentía mejor con ellos comiendo a su lado que sola, y no faltaban los días llenos de risas y ocurrencias de sus mayordomos, la servidumbre de la cocina o la de limpieza. Sin embargo, ese día ella estaba notablemente apagada y todos lo sabían, por lo cual no pudieron evitar preguntar qué era lo que ocurría; Chika tampoco lo entendía, así que no pudo explicarlo de una manera concreta.
— ¿Ha conocido usted a alguien señorita? — preguntó una de las empleadas de limpieza.
— No realmente…— y tampoco era como si la chica de ojos rojizos pudiera explicar que alguien se metía en su habitación por las noches. Seguro causarían un gran alboroto.
— Parece que tuvo una pelea con su bien amado o amada— inquirió un joven mozo mayordomo.
— No, no tengo a nadie— negó de nuevo — Aunque… Quizá podría ser que alguien me interese… Pero no sé si sea de esa forma— rascó su mejilla, su cara se había puesto caliente.
— Ánimo señorita, es usted muy bonita, definitivamente podrá alcanzar el corazón de esa persona— animó un chico de cabello blanco y ojos verdes.
— Gracias, perdonen si está siendo un mal rato.
Todos negaron y se dedicaron a contarle algunas anécdotas divertidas a la joven ama, pues sabían que amaba las historias, aún tenía el alma de una niña inocente y eso los hacía querer protegerla y casi tratarla como su hija para algunos, o su hermana para los más jóvenes.
La noche volvió a dominar la tierra y Chika ya estaba en su cama, esperando una señal que le dijera que ella estaba ahí, pero nada. Derrotada, volvió a enrollarse en las mantas y cerró los ojos, se durmió imaginando cómo sería la portadora de esa voz tan hermosa.
Al fin estaba libre de sus clases, al menos por lo que quedaba de la semana, así que decidió ir ese día a los campos en busca de mariposas para su colección. Las había estudiado ya tan de cerca, que podía reconocerlas con solo ver el largo de sus alas o los patrones que presentaban; y para su desgracia, los reconocía en todas las mariposas, lo cual significaba que no había ningún nuevo espécimen por ahí. Continuó caminando un poco más hasta que vio una hermosa mariposa blanca con bordes negros: Ahí estaba su nuevo objetivo.
La siguió con sigilo, la vio posarse en una mata de frambuesas. Sacó una red de su mochila y con un rápido movimiento la capturó; se aseguró de ser lo suficientemente delicada como para no dañar sus alas. Estuvo algunas horas más ahí, aprovechó para visitar el pueblo y saludar a su padre, sin embargo, él no se encontrada en el edificio del delegado, le informaron que había salido a Eylstadt el día anterior. Volvió a su casa un poco decaída, ya haría un mes que no lo veía.
Subió a su habitación y dejó sus cosas sobre la mesa, incluida la mariposa en el frasco de cristal; eso no le preocupaba, la tapa tenía hoyos. Bajó al jardín y se sentó en su columpio, la brisa cálida acarició su rostro y suspiró, comenzando a moverse hacia adelante y hacia atrás mientras sonreía, había recordado cómo una chica había chocado con ella y la manera en cómo reaccionó cuando le dijo que su apellido era Takami, creyó que en cualquier momento se lanzaría sobre ella y le pediría perdón, pero afortunadamente logró tranquilizarla. Su padre era un hombre muy respetado y lo que más sobresalía en su personalidad era ese carácter fuerte que seguro todos pensaban que ella también poseía, pero nada más alejado de la realidad.
Una mariposa negra pasó frente a sus ojos y ella extendió su mano para tocarla. Se posó un momento sobre su dedo para después continuar su vuelo. Chika la siguió, pero recordó que no tenía con qué capturarla y desechó la idea de añadirla a su colección, infló sus mejillas y suspiró. Intentó mirarla de nuevo, pero ya había desaparecido.
Fue entonces cuando sintió que unas manos se posaban en sus hombros, dio un pequeño saltito por la sorpresa, pero el olor a flores de cerezo le permitió saber quién era.
— Ho-Hola…
— Hola.
Decidió tentar a su suerte y ladeó su cabeza para mirar finalmente a la dueña de sus últimos dos desvelos. Se encontró unos ojos ambarinos que la miraban con intensidad, un hermoso cabello rojizo que le recordó al color del vino cosechado 100 años cuando lo mueves en la copa, una piel que parecía suave… Una preciosa chica a lado de ella, sin duda.
— E-Eh…
— Hola Chika— le sonrió con dulzura y un toque de picardía.
— Hola…— repitió, perdida en esos ojos dorados.
— ¿Me extrañaste?
El rostro de Chika tomó color, y aún más al sentir como la mano de la pelirroja acariciaba la línea de su clavícula. Sus piernas temblaron y un cosquilleo recorrió sus mejillas.
— ¿Eres humana?
— Lo fui una vez.
— ¿Fuiste?
— Soy un hada oscura— susurró mientras levantaba el mentón de la joven con sus dedos. Chika contuvo la respiración y miró sorprendida a la chica delante de ella.
"Las hadas negras son malvadas Chika. No debes confiar nunca en una. Puede parecer que quieren ser tus amigas, pero no te dejes engañar, un hada oscura no puede querer ni amar".
Su abuela había dicho eso hacía muchos años.
— Un hada oscura…— la pelimandarina se apartó con recelo.
— ¿Qué ocurre?
— Aléjate.
— ¿De verdad quieres eso? — volvió a acercarse a Chika — Te he visto llamarme por las noches cuando te quedas dormida.
— P-Pero yo no sé tu nombre.
— Lo sabes, pero solo te lo he dicho cuando estás dormida.
— ¿Cuál es…?
— Riko.
— Riko…— repitió. Ese nombre le era extrañamente familiar.
— ¿Me tienes miedo?
Chika miró al hada frente a ella. Quizá Riko no pudiera querer ni amar, pero… Ella sí podía, y para su desgracia, su corazón le avisaba que el peligro se encontraba justo en frente, disfrazado como una hermosa chica de vestido de encaje negro y vuelo de lisa tela oscura.
— No… Pero no se supone que me acerque a ti.
— ¿Por qué?
— Las hadas oscuras… Son malas…— citó.
— No todas lo son— Chika no cedió —, vayamos paso por paso— extendió su mano hacia Chika y le sonrió.
La joven Takami miró la mano extendida hacia ella y apretó los labios ligeramente. Estaba en una encrucijada en donde debía elegir si seguir lo que su abuela le había enseñado, o ignorarlo, y ceder ante la hermosa hada frente a ella. Bueno… Su abuela una vez le dijo que las chicas que aman a otras chicas eran repugnantes y que nadie las aceptaría, pero Chika no era desagradable en absoluto, y había muchas más personas así, y tampoco lo eran, además de que todos la aceptaban tal y como era. Kaguya Takami ya se había equivocado una vez, ¿qué le aseguraba que sus prejuicios a las hadas negras no eran otra de sus equivocaciones?
Miró los hermosos orbes que resplandecían en un color ámbar que la dejó sin aliento. Lentamente acercó su mano a la de Riko y la tomó, ganándose una amplia sonrisa de parte de la pelirroja.
— Ven— susurró mientras comenzaba a caminar con la joven Takami, elevando su agarre sobre su hombro.
— ¿A dónde vamos?
— ¿No quieres a esa mariposa negra? Sé dónde hay muchas.
— Oh, pero… Necesito ir por mi red o por un frasco.
— Tranquila, no será necesario— Riko se acercó a ella y acarició la mejilla de la ojicarmín —, confía en mí.
— Sí…— respondió, presa de un dulce letargo.
Se dejó guiar por el hada oscura hasta llegar a un claro en el bosque donde había un arbusto de Amabilis Kolkwitzia. Tan pronto como entraron en el lugar, lo que parecieron decenas de mariposas negras volaron hacia Riko, posándose algunas en ella o revoloteando a su alrededor.
— Elige la que quieras— sonrió.
— Umm…— Chika se acercó e intentó ver alguna de las mariposas que rodeaban al hada — ¿Puedo elegir ésta? — apuntó a una de ellas.
— Esa será, ¿ya quieres regresar?
— Pues…— la joven Takami lo pensó un momento, era divertido y todo, pero no debía olvidar que de alguna manera estaba en peligro, o al menos eso creía, ahora la culpa de haber ignorado las enseñanzas de su abuela llenaba su cabeza — Sí…
— Bien, regresemos— extendió su mano a Chika, pero ella comenzó a caminar primero.
Estar con Riko era extrañamente cómodo, de alguna forma sabía qué decirle, cómo hacerla sonrojar y acelerar su corazón. Ahora no podía creer todas las cosas terribles que su abuela le había contado de las hadas negras, ¡Riko no era para nada malvada! Quizá sí un poco coqueta, pero eso no era malo, al contrario, era lindo. La escuchó atentamente hablarle de herbolaria, cultivo, tipos de mariposas, arte y música; jamás se quejó ni mostró signos de estar aburrida, al contrario, preguntaba y pedía que contara más, y claro, Chika aclaraba cualquier cosa con gusto.
— Es extraño estar en mi cuarto hasta que llega el atardecer, generalmente estoy jugando en el jardín trasero— dijo Chika mientras miraba al balcón.
— Lo he notado— sonrió —, te gusta mucho ese columpio.
— Sí… Es divertido estar en el, ¿tú qué haces para divertirte?
— ¿Divertirme…? — Riko pensó un momento — Como el alma de las personas que me dejan entrar en su casa.
La pelirroja no pudo evitar reír sonoramente al mirar cómo el color en la cara de la joven Takami bajaba hasta ponerse pálida. Era divertido bromear con ella.
— ¿D-De verdad?
— Claro que no— sonrió — Pero sí es divertido verte, molestarte…
— ¿Molestarme es divertido? Espero que no te aproveches mucho de eso.
— No lo haré— guiñó un ojo —, me gusta más verte sonreír.
Ahí estaba de nuevo, ese calor en sus mejillas y su corazón acelerándose. Chika bajó la mirada y sonrió ligeramente ante el halago: Le gustaba verla sonreír, qué tierno.
— B-Bueno, es hora de que vaya a dormir.
— Claro.
— ¿P-Podrías voltearte? Voy a cambiarme.
— ¿Por qué? Ya te he visto desnuda muchas veces.
— ¡¿Eh?!— eso ya era demasiado — ¡Fuera! — gritó con el rostro completamente rojo.
— Espera, espera, era una broma…
— ¡Fuera! — comenzó a empujar a la chica fuera de la habitación y cerró la puerta. Riko sonrió y esperó fuera de la habitación.
— Es todo un caso— se dijo mientras cerraba los ojos, recordando el rostro sonrojado de Chika.
— Disculpe, ¿quién es usted? — preguntó un chico de cabello blanquizco y ojos verdes.
— Me llamo Riko, ¿y tú?
— Yo soy Eduardo— sonrió galante y besó la mano del hada.
— ¿De verdad era una broma? — preguntó Chika, cubriendo sus mejillas bajo las mantas.
— ¿Qué cosa?
— Eso de que… me has visto desnuda.
— Era broma, procuro respetar tu espacio.
— Bien… gracias…. y perdón.
— ¿Por qué?
— Por sacarte a empujones de mi habitación.
— Tranquila, creo que te entiendo— sonrió—, no confías en mí, lo sé.
— Y-Yo no…— iba a decir algo más pero mejor cerró la boca, porque era verdad que una parte de ella no confiaba en el hada.
— Tranquila, está bien— sonrió, decepcionada.
— Riko…
— ¿Sí?
— ¿Te acuestas conmigo?
— ¿Eh?
La amante de las mandarinas se recorrió para hacerle espacio en el colchón a Riko, quien miraba la escena confundida para después sonreír con dulzura y recostarse a lado de Chika.
— Gracias.
— No es nada.
Riko vio a Chika cerrar los ojos y sonrió ligeramente.
Las visitas del hada negra a la joven Takami se hicieron cada vez más frecuentes. Las tardes en el jardín trasero de la residencia se tiñeron de risas y bromas que Riko hacía a Chika y de dulces canciones que la amante de las mandarinas dedicaba en silencio a la pelirroja. El miedo de la ojicarmín amainó con el paso de los días; comenzaba a confiar en el hada oscura, comenzaba a quererla… A dejarla entrar en su corazón aun más de lo que ya lo había hecho.
— ¿Q-Qué ocurre? — preguntó Chika, nerviosa.
— Me estabas mirando demasiado, pensé que querías que te mirara también— sonrió Riko con suficiencia.
— Eso no es cierto…
— ¿No quieres que te mire entonces? A mí me encanta mirarte, eres hermosa.
— No juegues Riko— pidió la joven de tiernas facciones con el rostro ligeramente sonrojado. El hada oscura jamás se cansaría de esa cara.
— No estoy jugando— la pelirroja dejó el tenedor de lado, pidiendo a la deliciosa pasta que comían que la esperara un poco y fijó sus orbes ambarinos en su chica —, eres hermosa Chika Takami.
La joven doncella no pudo decir nada, solo pudo contener el aliento por un momento y zambullirse en el brillo de los ojos del hada, un cosquilleo subió por su rostro y una sensación cálida la invadió; iba a decir algo, cuando uno de sus sirvientes entró en el salón.
— ¿Se les ofrece algo señoritas?
— … No…— casi susurró, aun no salía de su ensoñación. En cambio, Riko estaba completamente lúcida.
— No, muchas gracias Eduardo.
El joven de cabello blanco dirigió una mirada intensa a la pelirroja y Chika pudo ver cómo su hada oscura le guiñaba el ojo y le sonreía. Se levantó de la mesa con visible molestia y corrió a su habitación. Sabía que quizá Riko ya había llegado ahí, pues lo único que puede frenar a un hada oscura es la seda, y mientras tal no la atara, podían moverse más rápido que la luz. Sin embargo, grande fue su sorpresa al ver que Riko no la había recibido una vez entró. Se sentó en la cama y abrazó una de las suaves almohadas forradas de lino dorado.
El aroma a flores de cerezo le hizo percatarse de la presencia del hada, pero no levantó la vista, al contrario, hundió aun más su rostro en esa suave nube esponjosa.
— ¿Chika? — su nombre de los labios de Riko era el sonido más hermoso del mundo, pero en ese momento abrió una herida en su corazón que la hizo derramar algunas lágrimas — Chika…
— ¿Qué ocurre? — habló, sin despegar la almohada de su rostro.
— ¿Estás celosa?
— No.
— ¿Entonces?
— No es nada.
— Ven— Riko la tomó de la muñeca y el cuerpo de la joven Takami se tensó — No tengas miedo— dijo dulcemente, pero no era miedo… Era quizá, ¿felicidad? ¿Sorpresa?
Chika se rindió y se sentó en la cama, dejando ver al hada sus ojos llorosos. Riko limpió el camino que dejaban las lágrimas que aún seguían cayendo y tomó su mano; sintió deseos de abrazarla, pero sabía que la amante de las mandarinas no le había dado su consentimiento para hacerlo, así que simplemente se arrodilló ante ella y sonrió con amabilidad.
— ¿Él te gusta? — preguntó la ojicarmín.
— ¿Eduardo? Bueno… No realmente.
— Pero sí te gusta un poco…— respondió de nuevo.
— ¿Tienes algún problema con eso?
— Que sí…— Chika bufó en señal de indignación — ¡Claro que sí! — retiró el agarre del hada y frunció el ceño — Primero me dices que soy hermosa, me intentaste besar una vez, acaricias mi cabello… Buscas abrazarme… Y después coqueteas con él frente a mi…— las lágrimas bajaron por los ojos de Chika, quién intentaba mantener su voz firme para seguir hablando — No sé si solo estás jugando conmigo o…— mordió su labio inferior, no quería decir nada innecesario.
— ¿O…? ¿Qué es lo que quieres decir?
— No es nada— Chika iba a tomar de nuevo la almohada de lino, pero Riko la detuvo de hacerlo. El hada se acercó a ella y la joven Takami por un momento pudo ver los ojos de la chica refulgir en dorado; de nuevo ese magnetismo la atraía, pero esta vez, no creía poder resistir. Sintió cómo caía en la cama y el cuerpo de Riko se posicionaba sobre el suyo. La admiró, parecía asustada, contrariada… Su actitud segura parecía ahora una total falacia.
— Chika… Yo… — no la dejó terminar la oración, acarició su mejilla con suavidad; su piel estaba caliente y era suave. El hada comenzó a acercarse con una lentitud tortuosa, cuando estuvo a escasos milímetros de la boca de Chika, rozó con parsimonia sus labios contra los de la ojicarmín, dejando que sintiera su aliento caliente. La piel de la joven Takami se erizó y el rubor en sus mejillas se hizo más notable.
— Riko…— susurró, mientras miraba al hada con anhelo — Bésame…
No necesitó más. La pelirroja finalmente unió sus labios en un tierno y cándido beso en el cual ambas no pudieron evitar suspirar al sentirse tan cerca al fin. Se separaron un tiempo después, Chika casi podía escuchar su corazón acelerado, retumbaba en todo su pecho; Riko no era la excepción, sus mejillas estaban rojas y sus orbes ambarinos brillaban mientras se volvía a acercar a la joven bajo su dominio y la volvía a besar, pero esta vez, con un poco más de ansia, con unas ganas ocultas que hicieron jadear a Chika entre la danza de sus lenguas. La mano libre de Riko comenzó a acariciar una de las piernas de la ojicarmín, quien la abrazó con ellas mientras rodeaba su cuello, pidiendo más del hada.
Tres movimientos y sintió su vestido ser removido. Dos minutos, y el aire acariciaba su piel desnuda. Llegó el anochecer y el calor que la invadía al sentir el cuerpo de la pelirroja contra el suyo la estaban ahogando de una manera placentera y completamente nueva. Los besos de Riko la volvían loca, sus caricias la hacían gemir tan alto que se preocupó de que alguien pudiera escucharlas, pero esa preocupación se vio disipada cuando la pelirroja entró en su interior y comenzó a moverse mezclando rapidez y lentitud. No le quedó más que arquear su espalda al sentir esas descargas de placer extenderse por todo su cuerpo, y dejar que Riko escuchara esa melodía erótica que solo la boca de Chika podía hacer. Una melodía sin la cual ya no podría vivir. Si es que había estado viva hasta ese momento.
Esa noche, la mariposa negra y la mariposa blanca se unieron.
La mañana recibió a la joven Takami, quien al abrir los ojos se encontró con dos hermosos orbes dorados que la miraban con una sonrisa, pero que también lucían contrariados y tristes.
— ¿Qué pasa? — preguntó mientras se acurrucaba junto a ella.
— Nada…
— ¿Segura?
— Sí…
— Riko…— Chika alzó la vista para enfocar el rostro de su hada — Te amo.
La sonrisa de la amante de las mandarinas era tan grande que hicieron sentir a la pelirroja rabia por haber arrebatado la inocencia de alguien tan buena, alguien que se suponía no debía tener, pero que aun así marcó como suya la noche anterior.
— Te amo Chika Takami— respondió antes de besarla.
La ausencia de Riko era normal para la ojicarmín, pero una semana era más de lo que podía soportar. Quería besarla, quería abrazarla, quería decirle que la extrañaba… Quería cantarle… La quería; la amaba.
Escuchó risas entrar por el jardín, le pareció distinguir la voz de su hada, así que se levantó del columpio, dispuesta a lanzarse sobre ella para abrazarla. Pero se detuvo… Había alguien más con Riko.
Se escondió tras uno de los pinos para poder descubrir lo que ocurría. Vio entrar al hada oscura del brazo con Eduardo, uno de sus sirvientes. Frunció el ceño, seguro debía tener una buena explicación para eso… Riko la amaba, y ella amaba a Riko, no era posible que lo que pensaba su mente fuera lo que pasaba en la realidad. No quería que fuera posible.
— Creo que la señorita Takami ha salido— apuntó el platinado.
— Yo igual lo creo, pero entonces quiere decir que tenemos un cuarto libre.
— ¿Eh? ¿En la cama de la señorita?
— ¿Por qué no? ¿No dices que quieres que tu primera vez sea especial? La habitación de Chika es muy bonita.
— Pero, ¿qué no ustedes dos son novias?
— No— el puñal llegó directo al corazón de la joven Takami — No somos nada.
Los ojos ambarinos de Riko enfocaron a Chika; el hada sonrió con suficiencia.
Salieron del jardín y se dirigieron a la habitación de la joven ama, quien lo seguía de lejos, viendo cómo Riko dejaba que ese hombre la tomara por la cintura. Entraron en el pasillo que llevaba a la habitación que habían elegido. Dentro de su corazón, Chika aun deseaba que fuera una broma, pero cuando vio al hada oscura arrinconar a Eduardo, acariciar su rostro y después darle una ligera bofetada, solo para, acto seguido, guiarlo dentro de la habitación. Ya fue demasiado.
Intentó entrar, pero la puerta estaba cerrada. Se asomó por el cerrojo y vio al hada guiando a Eduardo a su cama. La cama en la que se había unido a Riko…
Golpeó la puerta, gritando que se detuvieran, pero no la escuchaban, o quizá fingían no hacerlo. Lloró y rogó a la pelirroja que no se entregara a otra persona, pero los sonidos de la cama moviéndose le dijeron que ya estaba hecho; se resignó a dejarse caer al suelo mientras las lágrimas seguían cayendo de sus ojos. Todo lo que vivió con Riko llenó su cabeza, a su vez que un dolor punzante oprimía su corazón.
El dolor en su corazón quemaba su pecho y lo perforaba, como si mil agujas lo atravesaran, las lágrimas no dejaban de caer de sus mejillas, lo único que se había agotado era su voz. Los sonidos lascivos que salían del otro lado de la puerta eran insoportables, ¿por qué Riko le había hecho eso? ¿Ya no la amaba?
No, ella se lo había dicho, la amaba, pero entonces… ¿Por qué?
Salió corriendo, perdiéndose en la luz del atardecer, y cuando llegó a su destino, cerró la puerta del jardín tras de sí. No sabía por qué había corrido a ese lugar, si era el que más recuerdos de su amor a Riko le traía, se maldijo, por primera vez, pensó en desearle a alguien el más terrible de los dolores, que su madre lo rechazara, que sus hermanas lo pisotearan, que su padre lo despidiera del servicio, aunque bien eso lo podía hacer ella.
… Ella podría despedirlo.
Ella podía hacerlo sufrir tanto como él la había hecho sufrir.
— … Me duele el pecho.
Chika haría que a él también le doliera, que sufriera, que lo último que viera… fueran sus ojos rojizos, llenos de rencor y celos.
No quería que volviera a mirar a Riko siquiera, lo mandaría a otro país como esclavo, ¡pero eso no cambiaría nada! El bastardo iba a seguir jactándose de haber tenido a la mujer de Chika, se iba a reír en su cara mientras siguiera viviendo.
Se miró en el agua de la pequeña fuente que estaba en su jardín. Parecía una niña haciendo un berrinche, no una mujer a la que le acababan de robar al amor de su vida, ¿cómo Riko la iba a tomar en serio así? Por supuesto, ella la veía como una niña que aún no sabía nada de la vida. Apretó la mandíbula, porque, aunque no quisiera admitirlo, era cierto, no sabía nada, y gracias a eso, ahora, su amada yacía con alguien más en su cama. Se dirigió a la habitación donde su padre guardaba las pertenencias de su madre, buscó entre su ropa algo que le quedara, encontrando un vestido negro, perfecto para representar cómo se sentía por dentro. El negro era un color macabro para alguien que vivía rodeada de tanta luz, pero ella ya no podía ser bañada por ese radiante milagro, no lo quería, alejaría la luz del sol para darle paso a una noche eterna con la luna como guardián, donde Riko sólo le pertenecería a ella.
Sabía lo que tenía que hacer.
Entró en la habitación, Riko estaba acurrucada en el brazo de aquel hombre… Tomaría lo que era suyo, Riko era su novia, su amor, su hada oscura, y no la dejaría ir, aunque tuviera que aprisionarla como a las mariposas en su habitación.
Miró las tijeras que sostenía, ardían en su palma y tenían un solo objetivo: El pecho de Eduardo. Se acercó con seguridad y una vez estuvo a su lado, lo apuñaló en el corazón, hundiendo la punta con ambas manos. Los ojos del joven mozo se abrieron cuando sintió el dolor y se clavaron en esos orbes ardientes color rojo. Llevó sus manos a las de su ama para que se detuviera, parecía suplicar mientras abría y cerraba la boca, pero las sangre salía a borbotones desde su garganta.
El rostro de Chika no mostraba ninguna emoción, pero en sus ojos se podía notar una gran satisfacción al poder ser lo último que ese traidor viera antes de irse al infierno.
Movió la punta de las tijeras, buscando destrozar su corazón, y cuando finalmente el agarre del joven se aflojó y sus ojos se oscurecieron con el manto de la muerte, fue cuando sacó la punta del arma del interior de Eduardo.
Sonrió, pero una lágrima también cayó por su rostro.
Cargó a Riko cariñosamente y la sentó en el sofá, atando las extremidades de su amada a la seda negra que había llevado a su habitación. Miró su rostro, era hermosa, y era suya, completamente suya.
Se sentó en la mesa donde solía disecar a las mariposas que cazaba, en espera a que Riko despertara. Tomó una mariposa negra y una blanca. Una vez las tuvo listas, cortó las alas de ambas, tomando un ala de cada insecto; las unió sobre la tela. La mariposa perfecta, justo como ella, ya que puro y sincero era su amor a Riko, pero también sabía que algo se había quebrado dentro de ella, y las lágrimas aún no se detenían.
¿Felicidad? ¿Tristeza? ¿Un adiós a su antigua yo?
Ya no importaba.
Ya nada importaba.
Sólo Riko y ella, viviendo su amor, su deseo, su historia.
Riko comenzó a despertar. Intentó moverse, pero notó que estaba atada por lo único que podía aprisionarla, era la única razón por la que no podría liberarse. Por un momento, la incertidumbre la llenó, no podía ver nada, el negro predominaba, sólo podía percibir el ruido de los grillos, los árboles moviéndose por el viento, y un par de tacones que parecían acercarse a ella. Sintió a alguien sentarse a su lado, aquellas manos amables que la hacían temblar se colocaron tras su cabeza y deshicieron el nudo de la tela que cubría su mirada. Sus ojos se encontraron con los de Chika, y no pudo evitar abrirlos más de la cuenta en señal de sorpresa.
Chika, inexpresiva, contorneó su rostro, Riko pudo sentir la humedad en sus manos, junto a un olor metálico. La joven Takami la abrazó con cariño, continuó acariciando su cabello con delicadeza y atención, fue entonces cuando el hada oscura al fin vio al joven mozo, tirado en el suelo, con una puñalada profunda y sangrante en el pecho. No era una herida normal, le habían clavado algo con tanta saña, que su herida parecía más un picadillo de carne.
— ¿Chika…?
— ¿Me amas?
— ¿Qué?
— Eres mía, Riko, no puedo entregarte a alguien más, no perdonaré a nadie que intente arrebatarte de mi lado, acabaré con esa persona… ¿Me amas? Dímelo, necesito escucharlo de tus labios.
— Pero… tú no eres así…
Chika deshizo el abrazo y la hizo mirarla a los ojos.
— Ya no soy una niña… Fue por eso, ¿verdad? Por eso me traicionaste, porque era inmadura y crédula, pero ya no más, quédate a mi lado, quiero que estés a mi lado — los orbes rojizos de Chika refulgieron en contraste con la tenue luz de luna. Riko tembló.
— Chika…
— Te amo Riko…— la pelirroja miró el cuello de su amada, una marca en forma de mariposa se había formado en el, la marca de las hadas corrompidas. Había caído ante ella, cedió los sentimientos que habían nacido en su corazón al verla con alguien más, se perdió en el hechizo que todas las noches recitó para tenerla a su lado. Se había convertido en el mismo monstruo que ella.
Sonrió, complacida.
— Te amo Chika.
