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ESPACIO PARA CHARLAR

Hola, mi nombre es Marlene, autora de ¿Amor?, ¿Amistad?; Una razón para vivir y Un momento que no se imaginaron, este no será un minific, ni tendrá un final triste, pero como todo en la vida tendrá momentos difíciles y amargos.

No soy una escritora, ni nada por el estilo, solo quiero compartir esta idea con ustedes. Para algunas tal vez la historia sea un poco repetitiva con respecto a otros fics, espero no causar molestia alguna por esta razón.

Algunos capítulos tendrán Flash Back, mientras que en otros aclararé que se habla del pasado únicamente.

Algunos lugares, serán descritos con la ayuda de algunas imágenes o libros.

Espero que se queden conmigo hasta el final.

NOTA: Este fic cambia el curso de la historia original de Candy Candy, lo empezaré desde el capítulo "Fiesta Blanca para dos"

Kitten Marlene...

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Capítulo 1: Se vuelve la mirada hacia el pasado

El Clyde había zarpado desde España, tres días atrás. Sobre la borda, contemplando el despertar del día, se encontraba un joven de 20 años, alto y con piel blanca, cabello largo, rubio cobrizo y ligeramente rizado. Sus ojos dos bosques verdes, su rostro bastante atractivo, con facciones finas, pero gestos duros. Su hermano dormitaba después de muchas horas de mareo.

El barco iba dejando una gran estela blanca en el mar, la máquina zumbaba en las entrañas del vapor, y salían de las chimeneas nubes de chispas.

Era al amanecer; la bruma que despegada de las aguas formaba una cubierta gris a pocos metros de altura. Brillaban a veces en la costa largas filas de focos eléctricos reflejados en el mar color de acero. Las gaviotas y los petreles lanzaban un grito estridente entre la niebla, jugueteaban sobre las olas espumosas y levantaban el vuelo hasta perderse de vista.

Tras de una hora de respirar el aire libre, bajó a la cámara a ver cómo seguía Kei Kun.

Vamos, anímate – le dijo viéndolo despierto –. Ya estamos cerca de la desembocadura del Támesis.

A mí me parece que no vamos a llegar nunca – contestó él con voz quejumbrosa.

Pues ya no nos debe faltar nada.

Pregunta a ver lo que nos queda todavía, y cuando ya estemos cerca, avísame.

¿Quién lo diría? La futura cabeza de los Andly no soporta viajar en barco – ironizó el joven rubio a su hermano de la misma edad, así es, gemelos no idénticos. Kei Kun tenía el mismo color de ojos que su padre, al igual que el cabello, si Zwei heredo las facciones de Terry, Kei Kun las de su madre, dulces y finas, pero al igual que su hermano, siempre fue muy atractivo.

¿Quién lo diría? El futuro duque de Granchester no soporta volar un avión – refutó Kei Kun y ambos se miraron a los ojos para después reír de buena gana.

Zwei volvió sobre la cubierta. Se deshacía la bruma; la costa avanzaba en el fondo de una lengua de tierra, y en ésta se veía un pueblo; un pueblo negro con una gran torre, en la niebla vaporosa de la mañana. La costa continuaba después en un acantilado liso y de color de cenizas; sobre las piedras amontonadas al pie, monstruos negruzcos dormidos en las aguas, las olas se rompían en espuma, y el mar sin color se confundía con el cielo, también incoloro.

El barco cambió de rumbo costeando, bailó de derecha a izquierda, el chico rubio sonrió pensando en el mareo de su hermano, oscilaron violentamente en el interior las lámparas eléctricas, y poco después el mar se quedo sereno y el barco avanzó suavemente sin balancearse.

Se veía ahora, al pasar, orillas planas, arenales en cuyo extremo se levantaba un gran faro; se divisó la desembocadura de un río que cortaba un banco de arena.

Luego, de pronto, se vio la entrada del Támesis, un brazo de mar, del cual no se advertía más que una orilla destacada como un línea muy tenue.

La vida esta llena de historias, algunas muy simples otras no tanto. Y la mía es complicada...

Lo mejor será comenzar desde el principio, es decir, con mi nombre: Zwei Granchester Andly, hijo de un famoso actor y una heredera; futuro duque de Granchester y hermano de la futura cabeza de los Andly.

Lo único normal en mi vida, antes de los 8 años, fue que fui un hijo del amor...

Al igual que Kei Kun, conozco cada detalle de la historia de mis padres, Terrence Greum Granchester y Candice White Andly, cómo se conocieron, enamoraron, declararon, casaron y, por supuesto, todos los obstáculos que vencieron para que mi hermano y yo naciéramos.

Clareaba, mientras el joven revivía sus recuerdos, el barco comenzó a remontar el Támesis; el río, de color de plomo, se iba abriendo y mostrando su ancha superficie bajo un cielo opaco y gris. En las orillas lejanas, envueltas en bruma, no se distinguía aún ni árboles ni casas. A cada momento pasaban haciendo sonar sus roncas sirenas grandes barcos negros, uno tras otro.

A medida que avanzaban, las filas de barcos eran más nutridas, las orillas iban estrechándose, se comenzaban a ver casa, edificios, parques con grandes árboles; se divisaban pueblecillos grises, praderas rectangulares divididas con ligeras valla y con carteles indicando los sitos sport. Un camino sinuoso, violáceo, en medio del verde de las heredades, corría hasta perderse en lo lejano.

Pasaron por delante de algunos pueblos ribereños. La vueltas del río producían una extraña ilusión, a la de ver una fila de barcos que avanzaban echando humo por entre las casas y los árboles.

El río se estrechaba más, el día clareaba, se veían ya con precisión los dos orillas, y seguían pasando barcos continuamente.

¿Hemos llegado? – preguntó a un marino.

Dentro de un momento. Todavía faltan nueve millas.

Avisó a Kei Kun y ambos subieron sobre cubierta. Estaba un poco pálido y desencajado.

El Clyde aminoraba la marcha. En el muelle de Greenwich, viejos marinos con traje azul y clásica sotabarba, apoyados en un varando que daba al río, contemplaban el ir y venir de los barcos.

Pronto llegaremos a Londres – le escuchó decir a Kei Kun.

Sí – suspiró el joven rubio - ¿nervioso?

¿Yo? – se apuntó con el dedo índice y sonrió, Zwei odiaba que hiciera esa mueca de burla – Hermano, no soy yo quien también se compromete – hubo unos momentos de silencio entre ambos hermanos - ¿nervioso?

No, amo a Sylphin, y... – dudó, sabía que el tema que estaba a punto de tocar era incómodo para Kei, como él le decía, - no sabes cuánto me alegro que ella y yo no pasemos por lo mismo que nuestros padres.

... – Kei Kun no dijo nada, – Sí, el tío Archie esta contento de que tú seas quien despose a su hermosa hija – agregó eludiendo el tema de sus padres.

La animación y el movimiento en el Támesis comenzaba a ser extraordinarios. La niebla y el humo iban espesándose a medida que el barco de acercaba a Londres, y en la atmósfera opaca y turbia apenas si se distinguían ya los edificios de las dos orillas. Lloviznaba. Las grandes chimeneas de las fábricas vomitaban humo denso y negro; el río amarillo manchado de vetas oscuras, arrastraba, al impulso de la marea, tablas, corchos, papeles y haces de paja.

A un lado y a otro se veían grandes almacenes simétricos, montones de carbón de piedra, pilas de barricas de distintos colores. Parecía que se iba pasando por delante de varios pueblos levantados en las orillas.

Por entre casas, como dentro de tierras, se alzaba un bosque de mástiles, cruzando por cuerdas, entre las que flameaban largos y descoloridos gallardetes. Eran los docks de las Indias.

Pasaban vapores, unos ya descargados, casi fuera del agua, con los fondos musgosos y verdes, otros hundidos por el peso del cargamento.

Kei – dijo el rubio - ¿puedes explicarme, de nuevo, por qué viajamos en un barco de carga?

Es más divertido, ¿no lo crees? – dijo Kei Kun mirando un quechemarín holandés, con las velas sucias y llenas de remiendos, marchaba despacio, llevado por la brisa, con la bandera desplegada, sobre la cubierta un perro ladraba estruendosamente – Por que el futuro duque de Granchester se quedo ¡dormido! Y perdimos el barco en el que deberíamos llegar a tiempo, esta era la única opción, pero... – no pudo continuar porque su hermano sabía lo que diría y lo interrumpió.

Papá nos retara, debíamos estar en Londres hace 5 días – dijo dando un suspiro y quitándose un mechón de cabello que caía sobre su cara.

Siguió el Clyde avanzando despacio. Se erguían en ambas orillas chimeneas cuadradas, altas como torres, pilas de madera suficientes para construir un pueblo.

En algunos sitios donde el río se ensanchaba, unas cuantas grúas gigantes se levantaban en medio del agua sobre inmensos pies de hierro, y estas máquinas formidables envueltas en niebla parecían titanes reunidos en un conciliábulo fantástico.

Al acercarse a la ciudad las casas eran ya más altas, la niebla se hacía más densa y más turbia. Los vapores entraban y salían de los docks, el horizonte se veía surcado por palos de barco, en el río se mezclaban gabarras y botes; cruzaban el aire chorros de vapor, silbaban las calderas de máquinas y en medio de la niebla y del humo subían suavemente, izados por las grúas que giraban con la caseta del maquinista, barricas de colores diversos, sacos y fardos.

Ya se veía destacándose en el cielo gris como una h gigantesca el puente de la Torre de Londres. Se acercó el Clyde; sonó una campana; los carros y los ómnibus quedaron detenidos a ambos lados del puente y éste partió por el centro y las dos mitades comenzaron a levantarse con una solemne majestad.

Pasó el Clyde. Se veía entre la niebla la cúpula del San Pablo.

Real Colegio San Pablo – dijeron a la vez Kei Kun y Zwei – donde creció el amor – terminó Kei Kun citando las palabras de su madre.

Sí...

Mi madre era una joven rubicunda de aspecto bello con una suave cabellera de color dorado y un cuerpo hermosísimo, rápida en sus movimientos y una plena energía fuera de lo común. Sus ojos aún son grandes y admirativos, su voz suavemente apacible. Su padre adoptivo, a los catorce años, la envió a Londres a estudiar en El Real Colegio San Pablo para convertirse en una dama. Y allí transcurrió un grato período de su vida. Vivía con muchas reglas, demasiadas para el gusto de mi madre, pero siempre conservó su buen humor.

Terrence Greum Granchester pertenecía a una clase más alta que mi madre, Candice. Él era un aristócrata. Su padre, mi abuelo Richard, era y sigue siendo, el duque de Granchester.

Expulsado de innumerables colegios, hasta que por ordenes del abuelo fue a parar en El Real Colegio San Pablo, donde tenía inmunidad gracias a las aportaciones del Duque Richard.

Mi padre, mejor criado que mi madre, odiaba a la sociedad en que creció, todo eso era ridículo para él. Por lo mismo, le fascino la suave seguridad de mi madre, ella era mucho más dueña de sí misma de lo que era él de sí en aquel caótico mundo de hipocresías.

A pesar de todo, fue un rebelde. O tal vez sea ésa una palabra demasiado fuerte, más que excesivamente fuerte. Simplemente se hallaba atrapado en el rechazo popular contra los convencionalismos y contra cualquier género de autoridad.

No obstante, a los dieciséis años Terrence se casó con Candice, y vinieron los problemas y enfrentamientos con ambas familias, la huída de ambos a América y el nacimiento de sus hijos, para después pasar por el las intrigas de dos almas tan oscuras como malvadas.

El barco se iba acercando al Puente de Londres, en el que hormigueaba la multitud y se amontonaban los coches.

El barco silbó varias veces, fue aproximándose a la orilla y se detuvo en el muelle, cerca de la Aduana. Echaron un puentecillo a un pontón y desembarcaron.

Salieron a una callejuela invadida por un sinnúmero de carros y de cargadores, en donde olía a pescado de una manera terrible; siguieron hasta una calle ancha, y allí tomaron un cab. El ligero cochecillo de dos ruedas, sobre gruesos neumáticos, comenzó a marchar de prisa por el suelo mojado por la lluvia.

Pronto llegaríamos a nuestro destino.

Terry se acostó; se encontraba, según le dijo a Candy, extenuado, y además tenía muy mal humor por la irresponsabilidad de sus dos hijos.

Presa de una impresión melancólica, Candy se metió en su sala de estar, se sentó cerca de la ventana y se puso a contemplar la calle. La niebla formaba una cortina gris delante de los cristales. El aire estaba húmedo y templado. Asomándose a la ventana se veía a un extremo y otro de la calle los grandes árboles frondosos y verdes de las plazas próximas.

Estaba pensativa, recordando sus primeras vacaciones en Escocia...

FLASH BACK

Comenzó un mal tiempo. A medida que avanzaba el día, la lluvia fue haciéndose más fuerte, produciendo un ambiente pesado y sofocante.

Pero dentro de esa villa el ambiente era tranquilo y conciliatorio. Un relámpago descargo su furia, pero ninguno de los dos ocupantes de ese cuarto se sobresalto.

La fiesta blanca empezó – rompió el silencio la rubia de pecas – Y aquí tenemos fuego... como si fuera Navidad – su acompañante miraba fijamente la chimenea, escuchando atentamente.

Eso mismo dijo "ella" – contestó sin inmutarse.

¿Ella? – cuestionó Candy, sorprendida. Terry asintió volviéndose a mirar la bata que Candy traía puesta - ¿Estas hablando de tu madre, verdad Terry? – dijo, más como afirmación que como interrogación, el chico regreso su mirada al fuego.

Recuerdo esa noche, hacía frío como ahora – el fuego crispaba mientras la imágenes de la noche que estuvo con su madre regresaban a su cabeza.

¿De qué hablaron?

Nada en especial – contestó con melancolía.

La viste después de 10 años – insistió Candy preocupada.

Nos sentamos al lado del fuego... nada más.

¡Es increíble! Después de un viaje tan largo para poder verte – exclamó, desilusionada. Terry tomó un leño apretándolo con fuerza.

Ella tampoco hablaba conmigo – guardo silencio un momento y arrogó el leño.

¿No hablaba? – Candy no salía de su asombro al pensar que madre e hijo estaban tan distanciados. Terry siguió mirando la chimenea.

Al lado del fuego, nos sentíamos como si fuera Navidad... y también sentí que nos entendíamos sin palabras – recuerdos, de esa noche, pasaban por su mente – Si hubiera pasado eso con mi padre... y su segunda mujer, me habría vuelto loco – el silencio se hizo presente entre esos dos jóvenes por unos momentos -. Ahora quisiera estar contigo Eleanor – pronunció Terry nostálgico – Esto es lo que los hijos quieren de sus padres y lo que deberían ser las madres, pero antes esto no lo sabía Candy – la rubia lo miro triste, después cerro sus ojos para evitar que salieran las lágrimas.

¿Qué es lo que te pasa, Candy? – preguntó Terry preocupado.

Quisiera tener una madre como la tuya – dijo tratando de controlarse.

¿Cómo la mía?

Tú lo sabes, nunca tuve una madre – se levantó mirando el fuego y sintiendo envidia de la suerte de algunos.

¿Te gustaría que nos sentáramos juntos a esperar el amanecer? – Terry odiaba ver a Candy triste. Ella no contestó, solo cerró los ojos. El chico de ojos azules la miraba admirado, deseoso de poder confesarle sus sentimientos, darle un abrazo para reconfrontarla y darle a entender que él siempre estaría a su lado. Sabía que él no le era indiferente, pero no soportaría su abierto rechazo. Al mirarla bien pudo darse cuenta de todo el sufrimiento de Candy, el corazón le gano a la razón.

Candy – la abrazó, ella lo miró sorprendida, pero no se alejó. En la mente de Terry se daba una lucha interna, sabía que al confesarle sus sentimientos estaría aprovechándose de la situación de ella, pero necesitaba hacerlo o explotaría. Candy se debatía entre lo bueno y lo malo de ese momento, era incorrecto estar con un chico a solas y más en esa posición, pero necesitaba tanto ese abrazo. ¿Quién rompería las barreras de lo bueno y lo malo, de lo incorrecto y lo correcto que la sociedad imponía para dar paso a las reglas del corazón? – Candy, yo... – la miró, era tan bella y se sentía tan frágil en ese instante – tú... – el miedo es uno de los enemigos más poderosos porque nos impide ser felices, son pocos aquellos que logran vencerlo y seguir el camino que su corazón ha elegido – Candy, tú me gustas – la chica lo empujo ligeramente para mirarlo a los ojos, en ellos se reflejaba los verdaderos sentimientos de Terry, bien dicen que los ojos son las ventanas del alma –. Quiero... estar contigo siempre...

Terry ¿qué dices? – ella moría por decir las mismas palabras, romper esa barrera de amistad y abrir nuevamente las puertas de su corazón.

¿Tú... – dudó - ... no me quieres, Candy?

¡No es eso! – gritó ella inmediatamente - ¡No es eso! – repitió más calmada y aferrándose a los brazos del muchacho – Terry, tú también me gustas mucho – ambos se sonrojaron, eran incapaces de mirarse a los ojos, pero se asían con más fuerza al abrazo sin ninguna muestra de querer separarse. El ambiente no era tenso, pero Terry comprendió que hablar de sentimientos era incomodo para ambos.

Pequeña pecosa – la llamo de la forma más dulce con el mote que le puso en el Mauritania, ella sonrió mirándolo a los ojos – yo nunca dije la palabra mucho – ella se soltó del abrazo molesta y él reía, con una alegría que pocas veces demostraba, ella lo imitó.

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Candy vio interrumpidos sus pensamientos, cuando dieron dos golpes a la puerta. Una criada con traje azul, delantal blanco y lazo en la cabeza, fue a avisarle que la cena estaría lista en poco tiempo. Candy le agradeció con un movimiento de cabeza y salió de la pequeña sala, subiendo a su habitación para despertar a Terry, quien seguía dormido y soñando con un pasado...

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Pronto terminarían las vacaciones de verano, el inicio de su noviazgo con Candy era la mejor experiencia que haya tenido la vida de ese chico rebelde.

Dos días antes de regresar a Londres, Candy vio el avión que el duque Granchester le regaló a Terry y le pidió a Stear que lo reparara. Durante la noche Terry y Archie discutieron de nuevo, pero cuando el primero le salvó la vida al segundo Stear tuvo dos excelentes ayudantes. Patty, Annie y Candy prepararon el desayuno para los jóvenes, un desayuno lleno de risas y armonía. Al terminar, volarían el biplano.

Hacía un día espléndido; el cielo estaba por excepción azul; el bosque inundado de sol.

Terry estaba muy contento; fue un muchacho que no había experimentado el verdadero amor, al encontrarse con Candy, que sentía por él un entusiasmo y una confianza extraordinarios, se hallaba absorto. Su filosofía escéptica iba transformándose en un optimismo infantil, cándido y risueño. Así como la desgracia hace discurrir más, la felicidad quita todo deseo de análisis; por eso es doblemente deseable. Candy no había puesto obstáculo alguno para ser la novia de Terry. Terry quería formalizar esa relación en cuanto llegarán a Londres y Candy agradeció esa delicada atención en el fondo de su alma, y tan satisfecha y feliz era, que había embellecido.

Sentados a lado de lago, despidiéndose de Escocia, Terry recostó su cabeza en las piernas de Candy, ella acarició su sedosa y larga cabellera castaña, mientras Terry estiraba su mano para quitar las dos cintas que ataban el cabello de la rubia.

La noche que te vi por primera vez – comenzó Terry – llevabas el cabello suelto – Candy lo miró sorprendida – Me gustas más así – Candy sonrió avergonzada, desde hace dos días que se confesaron sus sentimientos, Terry no dejaba de decirle que le gustaba en cada oportunidad que tenían de estar solos – Por cierto, no te agradecí el desayuno, estuvo muy rico, es el primero de muchos, ¿verdad?

Si quieres morir envenenado algún día, sí – sonrió y Terry la imitó.

Candy... – Terry se moría por besarla, pero no quería asustarla – puedo... me gustaría... claro si tú aceptas... – a Candy le sorprendía y a la vez le daba gracia ver cómo Terry se volvía un poco tímido cuando quería pedirle algo – besarte.

Candy lo miró, él se veía ansioso, pero sabía que si ella decía que no, él respetaría su decisión. Pero Candy no era ninguna niña, ella tenía deseos como todos los humanos, asintió con la cabeza y Terry se levantó, ayudándola a ella después, la abrazó. Candy estaba nerviosa no sabía donde poner sus manos, se limitó a mojarse los labios y cerrar los ojos. Terry sonrió ante ese gesto e internamente agradeció la invitación, se inclino cerro los ojos y empezó a besar la mejilla de la rubia. Ella se estremeció. Con pequeños besos fue dejando un camino de sensaciones deliciosas sobre la cara de Candy, hasta que llego a su destino, los labios ligeramente rojizos y delicados de ella, los beso, con ternura y delicadez. El mundo desapareció para ellos, Candy sentía que volaba y para no caer se aferró al cuerpo de Terry, quien se sobresalto ante el gesto. Fue separándose lentamente de ella, para después mirarla y decirle, sin emitir algún sonido, Te Quiero, de la misma forma ella contesto También Te Quiero.

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Candy encontró a Terry aún dormido con una sonrisa en los labios, lo beso para despertarlo y él la miró y abrazó.

¿Qué tal dormiste? – preguntó burlona, sabía que él no dormía, pero era una indirecta para decirle flojo.

No estaba dormido, solo descansaba – dijo él defendiéndose.

La cena esta lista, Zwei y Kei Kun llegarán pronto.

Mañana se compromete Zwei y también será presentado como el nuevo Duque de Granchester – dijo mirando a su esposa - ¿Crees que este listo para tales responsabilidades, sino puede con la de la puntualidad? – Candy sonrió, no cabe duda que para un inglés la puntualidad es muy importante.

Recuerda que ellos no son ingleses, son norteamericanos – contestó dándole pequeños golpes en el pecho con su dedo índice.

Pero fueron engendrados en Londres – dijo burlón.

¡Terry! – la rubia le dio un ligero empujón al castaño, él se hundió entre los cojines y ella se dirigió a la puerta.

Más vale que te apresures o llegarás TARDE a la cena – enfatizo la palabra tarde para ver el mohín de derrota de su esposo.

Un beso... pensar que ese beso y esa confesión nos traerían tantas dichas, pero también obstáculos.

Continuará...

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NOTA: Algunos diálogos pertenecen al capítulo "Fiesta Blanca Para Dos" de la serie Candy Candy©

02 – 06 – 2007

Ceshire…

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