N/A: Hola a todos! Bueno pues aqui me tienen fans de HP trayendoles una historia que espero les resulte interesante. Pero antes aclarare cuatro puntos que creo importantes.

1. Esta historia es una dupla con una escritora mejor conocida en estos mundos como Lara Potter, quienes hayan sido asiduos en su tiempo a fanautores seguro la recordaran.

2. Este fic es la primera parte de una saga de HP, la cual se basa 100% en los libros de JK sin contar el epilogo. Inicialmente se ubica en el sexto año de los Merodeadores; sin embargo no es una historia que se dedicque a narran las aventuras de ellos ni sus problemas amoroso tan a fondo como muchos estarian acostumbrados, aqui los protagonistas son otros, mas eso no quiere decir que no se relaciones con los que todos conocemos.

3. Este primer fic y parte del que sigue ya estan escritos (aunque algunso aun no han sido debisamente beteados) Por lo que la actualizacion sera periodica y no deberan esperar mucho, claro que si se reciben muchos reviews siempre se puede uno adelantar jejeje.

4. Lara Potter y un servidor, Auger, esperamos que esta historia sea de su agrado y aceptamos criticas constructivas asi como opiniones diversas, eso claro esta sin ofensas, despues de todo nadie les obliga a leer verdad?

Por esta unica ocasion se subiran los primeros dos capitulos.

QUE LO DISFRUTEN!

LA HISTORIA QUE NO SE CONTÓ I

"El Llamado de La Sangre"

1. El Protegido de Albus

El bosque era muy oscuro pese a ser medio día. Debido a la gran cantidad de árboles unos muy cerca de otros, que con su tupido follaje evitaban que cualquier rayo de luz tocara la tierra. Avanzando veloz por entre la maleza, se vislumbraba a una figura alta y que, por la falta de luz, sólo podía apreciarse que se dirigía a una parte extrañamente plana y pequeña entre tantos árboles, donde se detuvo al llegar.

Al cabo de unos momentos sacó un trozo de pergamino que leyó; después, con una lengua de fuego nacida de la nada, el mensaje se incineró. Frente al individuo, donde antes estaba la parte llana, ahora había una cabaña destartalada; con tan solo una puerta que tenía varias de las bisagras sueltas. La figura caminó y entró a la cabaña, tuvo suerte que la puerta no se viniera abajo al empujarla.

El interior del lugar era más oscuro que el mismo bosque; a excepción de una parte, donde gracias a la luz de una lámpara de aceite muy vieja; se vislumbraba un sillón, que a diferencia de esta, parecía nuevo y mullido, colocado de manera que la figura sólo veía la parte trasera del respaldar.

—¿Ahora a qué ha venido, Dumbledore?— habló una voz masculina dura y proveniente del sofá, mientras la luz de la lámpara alcanzaba al recién llegado que ya se acercaba al sillón. Éste mostraba unos penetrantes ojos azules detrás de unas gafas de media luna, una cabellera larga, blanca y una túnica de viaje color celeste llena de estrellas. —¿Qué se le olvidó ahora?

—Esperaba que fueras tan amable de invitarme a algo— dijo el director con su estilo despreocupado y natural, clásico en él.

—Vaya al grano ¿quiere?— le espetó la voz de forma molesta.

—La paciencia es una gran virtud mi querido muchacho— respondió Albus manteniendo la serenidad.

—Y si de verdad me conociera… sabría que esa es una virtud que no tengo cuando se trata de cosas importantes.

—Como quieras— agregó Dumbledore antes de usar su varita para aparecer una silla de la nada y sentarse— Vengo a decirte que prepares tus cosas, porque en un par de días me acompañas a la estación de King Cross…

—¿Para qué? Si el colegio queda tan cerca.

—Tengo mis razones…— respondió el director con algo de molestia en su voz— …pero me alegra saber que sepas cual será tu nuevo hogar— agregó recuperando su tono de costumbre.

—Sus razones —bufó la voz más para sí— Si eso era todo lo espero en dos días Dumbledore. Solo le advierto que si se sigue guardando "sus razones"— agregó en cierto tono amenazante—… terminará por acabar con la poca paciencia que aún le tengo.

—Todo a su tiempo —dijo Albus como única respuesta— Te veré en dos días justo al alba… me retiro— y acto seguido desapareció la silla y después él, acompañado de un sutil crack.

El sol bañaba con su luz todas y cada una de las tiendas del Callejón Diagon; hacía notar carteles de anuncios de productos, próximos festivales, ofertas especiales además de los nombres de cada uno de los establecimientos. Y para no variar, estaba aglomerado de gente que iba y venía de tienda en tienda, ya sea sólo para observar algunas cosas o para obtenerlas.

A través de todo aquel mar de gente, tres jóvenes se acercaban a una tienda cuyo cartel marcaba "Flourish y Blotts", la cual estaba a reventar como casi todas; esto en particular, se debía a que la mayoría de los compradores eran jóvenes, y niños con sus padres que adquirían los libros marcados en la lista de Hogwarts, la cual llegaba cada inicio de curso. Para los recién llegados resultó algo molesto, ya que al día siguiente sería 1 de Septiembre; día en que todos los alumnos estarían reunidos en el andén 9 ¾ para tomar el tren que cada año los llevaba a Hogsmeade.

—Vamos Remus, apúrate de una vez o nunca compraremos el resto de los materiales— apremiaban dos de los jóvenes a su amigo: un chico de ojos y cabellera dorados, delgado y con un aspecto algo decaído, como si estuviera constantemente enfermo; mas su carácter era amable y pasivo. Actuaba como la voz de la razón del grupo al ser el más tranquilo; aunque al igual que sus dos acompañantes, era bastante guapo, a ojos de muchas de las chicas del colegio. Pero la mayoría no sabían de su gran secreto: cada luna llena él sufría al transformarse en un licántropo.

—Igual soy yo el único de los tres que trajo la lista— respondió amable. De pronto se quedó quieto unos segundos para después tomar del brazo a uno de los chicos y arrastrarlo al interior de la tienda sin explicación aparente.

—¿Se puede saber qué te sucede, Remus?— reclamó al que ahora arrastraban; Sirius Black, un chico igual de guapo que sus amigos; de cabellera negra, ojos grises y una actitud rebelde.

—Tú quédate aquí y no salgas, Canuto. Déjalos a solas— le respondió Remus sin prestarle mucha atención, mientras sacaba la lista y se metía entre dos de los estantes. —Espero haberles ayudado… —suspiró mientras tomaba un libro titulado "DCAO Sexto Grado: Criaturas milenarias y Maldiciones imperdonables W.W."

—¿Y a Remus que le pasó?— se extrañó James Potter, sobre la repentina acción de su compañero al llevarse a Canuto dentro de "Flourish y Blotts" y dejarlo a él aparentemente solo con su alma.

—Supongo que pensaba en dejarnos "a solas", Potter— escuchó el chico tras de sí. Al instante idenfiticó a la dueña de aquella voz: Lily Evans; prefecta de Gryffindor. Era una chica pelirroja, poseedora del par de ojos esmeraldas más hermosos que James jamás hubiese visto desde su estancia en Hogwarts.

—Evans, uno no espera ver a alguien tan responsable comprando sus materiales justo el último día— replicó James con la misma actitud déspota de siempre; se acomodó pelo con la mano derecha en su típico movimiento de galán.

—Y yo tampoco esperaba que cambiaras de la noche a la mañana— contraatacó Lily, sin poder ocultar del todo la decepción que se había llevado al notar que James seguía igual de arrogante.

Una cortina de lluvia se cernía sobre Hogwarts y sus alrededores. Resguardada en el estadio de Quiditch, estaba Lily, ahogada en llanto y con un montón de sensaciones circulantes por todo el cuerpo. Decepción, rabia y dolor. Y es que el día anterior, tras haber vencido de nueva cuenta Gryffindor a Slytherin, James había acudido en plan conquista con ella como por quincuagésima vez. Contrario a la rutina de dicha escenita, Lily decidió dejar a un lado parte de su obstinación y darle al merodeador una esperanza que, por desgracia, acababa de tirar a la basura.

—Lily…— escuchó su voz, esa voz que con tanto trabajo lograba que no la volviera loca— Lily no es lo que crees…

—Calla Potter, sabía que no debía confiar en ti— interrumpió ella furiosa y le dio la espalda.

—Escucha, tú me gustas mucho, lo que paso hace un momento no significa nada para mí; esa chica no me importa, es solo que es muy insistente, y…

—¡He dicho que no quiero oír nada de ti, no quiero más mentiras!— gritó ella mientras trataba de salir del lugar, ya no le importaba volver a quedar bajo la lluvia.

—Te lo imploro…— la detuvo al aferrarla de una mano— Perdóname, deja que te demuestre…

Ella se soltó del agarre con brusquedad y se giro para mirarlo de frente.

Por tu bien— comenzó sin dejar de perderse en esos ojos que tanto había tratado de negar— Mejor no desperdicies tu siguiente año como lo hiciste hoy… James.

Y sin más, le dio un rápido beso en la mejilla y se fue del lugar. Sin sospechar que así, dejaba a un esperanzado y feliz James Potter…

—Yo… lo siento Lily…— se lamentó James al tiempo que parecía que le habían echado un balde de agua helada del Lago Negro— Es sólo que bueno, tú entenderás que me cuesta trabajo cambiar mi forma de ser de un día para otro— continuó y se acerco a la chica. La tomó de las manos para sentir la suavidad de su piel. —Pero por ti haría cualquier cosa… y lo sabes.— Ante esto un leve sonrojo apareció en ambos rostros.

—El año ni siquiera ha empezado James…— Para ella llamar al merodeador por su nombre, era algo tan nuevo y extraño como para James; y esta era la segunda vez que sucedía, provocando la misma sonrisa en él como en aquella ocasión, haciéndola también feliz a ella, aunque aún no lo aceptara del todo— Y no se tú, pero en lo personal yo prefiero prepararme académicamente para ello.— Terminó al tiempo que, muy a su pesar, rompía el contacto con las manos del chico, para comenzar a perderse entre el mar de gente. –Y te sugiero que dejes hacer a Remus las compras de los libros por los tres. Con tu permiso.

Luego de aquel encuentro con el merodeador, Lily terminó siendo arrastrada por los compradores que iban y venían. Parecía no estar plenamente consciente de sus movimientos o la dirección por la que sus piernas le llevaban. Al regresar a la realidad, se percató del lugar donde al que había llegado: una gran tienda de gruesos libros de profundización de estudios. Y en la vidriera, se exhibía un ejemplar de tapa negra y letras plateadas: "La Licantropía; cómo combatirla y vivir para contarlo". Eso hizo que un recuerdo estallara en su mente. Ella ya sabía lo que los merodeadores hacían a escondidas, dentro de aquella construcción abandonada; La Casa de los Gritos. Incluso había visto "la otra forma" de los chicos. Excepto de Remus. Pero se podía dar una idea.

El que a su corta edad fuesen animagos, era un hecho que sin duda le sorprendía mucho. Jamás pensó que el desinteresado y déspota James Potter fuera alguien tan talentoso. Claro que el sentimiento motivador era lo bastante fuerte como para animarlo a alcanzar tales niveles mágicos: la amistad. Aquello probaba que el chico, pese a su forma aparente de ser, tiene buenos sentimientos.

Sin embargo, ¿podía uno de los dos "don juanes" más famosos y aclamados de todo el colegio sentir amor hacia una sola chica y serle del todo fiel? Solo existía una forma de saber la respuesta a su mayor interrogante: corresponderlo. Pero era justo eso lo que no quería hacer; ya que si resultaba ser todo una mentira del chico, ella terminaría humillada y peor aún, dolida.

Era por esa razón que decidió darle una oportunidad a James a finales del curso pasado; misma que no le duro mucho luego de aquella escena en los terrenos. Sin embargo lo había aceptado de nuevo. "Tú entenderás que me cuesta trabajo cambiar mi forma de ser de un día para otro";dijo él, y ella no podía negar que tenía razón; los cambios se dan poco a poco y sin ser forzados, no de un día para otro. Pese a que se había dicho a si misma que no cometería el mismo error, cuando el merodeador le dijese estas palabras comenzó a dudar.

"Pero por ti haría cualquier cosa… y lo sabes". Al escuchar esto, tuvo que aceptar que su determinación fue vencida, siendo estas palabras lo que la llevaron a darle una segunda oportunidad… realmente quería creer en él.

—¡Qué difícil es esto!— exclamó la pelirroja, ante la mirada atónita de los pocos transeúntes de esa zona. Apenada solo atinó a correr rumbo al Caldero Chorreante, donde la esperaban sus padres.

Al inclinarse sobre la vasija de piedra observó un lugar con muchos objetos que no lograba identificar, en estantes alrededor de aquel cuarto. También vio un enorme escritorio, tras del cual se hallaba sentado Albus Dumbledore. Se inclinó todavía más con lo que su rostro tocó aquella sustancia plateada. A los instantes siguientes sintió un cambio brusco en su alrededor que lo hizo sufrir una caída aparatosa pero sin hacerse daño alguno, y dentro de la escena que momentos antes veía desde arriba.

Justo cuando pensaba que aquel no parecía un recuerdo importante, Albus se incorporó bruscamente, pero de inmediato recobró su tranquilidad característica.

—No puedo verte, pero siento tu presencia. –El director no mentía. En verdad no veía la esfera de luz blanca que tenía enfrente de él. —¿Qué es lo que deseas?

Como respuesta, se generó un segundo punto de luz sobre el escritorio que desapareció tan rápido como el flasheo del relámpago. Tras de sí dejó un pequeño bulto. Sin duda se trataba de un bebé recién nacido. Lo cual se confirmó cuando comenzó a llorar justo después de abrir los ojos, y observar a Dumbledore.

Después de un silencio, en el que el mago meditaba su peculiar situación; una melodiosa y dulce voz comenzó a salir de aquella esfera, que el director seguía sin ver.

—Dejo a este infante bajo sus cuidados, profesor Dumbledore. Es su deber criar y educar a este pequeño de la mejor manera posible.

—¿Puedo saber qué tiene de especial esta criatura?— preguntó el mago al aire, enternecido con aquel bebe.

—Es probable él sea El Prohibido— ante aquella respuesta, Albus dejó de mirar al pequeño para intentar visualizar al ente que había anunciado la más letal de las sentencias, que acabarían con el mundo tal y como se conoce. Al salir del shock volvió su ojos azules hacia el infante y lo miró como si no creyera que aquel indefenso ser pudiese tener algo que ver con algo tan siniestro.

—Por el bien de todos, esperemos que no sea él. –Fue la respuesta del mago, aceptando así la responsabilidad sobre aquel niño. Luego lo tomó en brazos y se encaminó hacia la puerta.

Solo alcanzó a ver como el director salía de su despacho, mientras aquella luz brillante se desvanecía en el aire. Por último, salió del recuerdo, que sin dudas le daba mucho que pensar.

Trataba de hacer oídos sordos a todo aquel barullo que no le dejaba dormir, pero terminó por despertar de golpe al notar que aquellos no eran sonidos muy naturales. Se incorporó presuroso y se dio cuenta que aquello no se parecía en nada al lugar donde antaño dormía.

Estaba en el interior de una construcción grande, muy al estilo de un lugar sagrado. Muros y techo de piedra, muy parecida al adoquín, pero de un color blanquecino. Detrás suyo había una gran puerta cerrada; bajo sus pies comenzaba una larga alfombra roja, sobre la que decidió seguir al notar que todo el ruido provenía del fondo de aquel santuario.

Luego de caminar un tramo bastante largo, vio que la alfombra terminaba justo frente a un elaborado pedestal, en cuya base se encontraban inscritas varias runas en un lenguaje que no podía identificar. Sobre aquella base, se encontraba una especie de placa rectangular y negra, con lo que parecían tres joyas de formas indescriptibles incrustadas en él, formando un triángulo, en cuyo centro vio la única figura que conocía a la perfección.

El sonido de una explosión le recordó que debía averiguar qué estaba pasando. Al ver detrás de la escultura con aquellas joyas, descubrió un pasaje, y al fondo de mismo luces de hechizos sin duda. Rodeó el pedestal y se internó en aquel túnel. Pronto los haces de colores se hicieron más notorios.

Llegó a una especie de cúpula enorme, y vio a dos magos en pleno duelo. En el suelo y paredes había grietas, sin dudas resultado de hechizos que no dieron en el blanco. Lo que más le inquietó fue ver a varias personas tendidas en el suelo, algunas incluso tenían rastros de sangre, no sabía si estaban muertos o sólo heridos. Pero pronto olvidó eso al notar que una varita caía justo a sus pies; volteó donde los dos magos, para ver que ya había un aparente vencedor.

—¿Lo ves? Ahora estas solo y vencido. —Afirmó el que aún tenia su varita en mano, vestido en ropa negra que no permitía distinguir nada de él. —Todos tus esfuerzos fueron inútiles.

—Aún sigo vivo…— respondió el otro, un joven de pelo negro y ojos verdes detrás de unas gafas de montura redonda y con una cicatriz muy curiosa en su frente. Parecía realmente cansado, su respiración era entrecortada. Apoyaba sus manos y rodillas en el suelo para no caer, mas miraba a su oponente con determinación.

Ahora notaba que estaban justo en el centro de la cúpula; veía un gran hexágono grabado en el suelo, con un símbolo circular distinto por cada vértice; que ocupaba al menos una tercera parte del lugar. Y en el centro del polígono, había una pequeña plataforma de seis lados sobre la cual estaba el joven pelinegro.

—¡Te he desarmado y no hay nadie quién te ayude! – señaló con su varita hacia donde estaban los caídos en batalla. Pero una cegadora luz le hizo volverse donde el joven mago, quien sostenía una varita dorada, que estaba incrustada en un pequeño bloque; en el centro de todo.

Ahora entendía que aquello era un altar creado única y exclusivamente para esa varita.

—¡Con esta varita al fin te venceré!— el joven entonces retiró la varita de su lugar de descanso. La luz que emanaba de misma lo cubría todo poco a poco.

—¡Has hecho justo lo que quería!— fue todo lo que escuchó antes de que aquella luz terminara por cegarlo.