Título: Pequeña, gran despedida.
Prompt: (Hechizo) Obliviate
Rating: K

Disclaimer: Los personajes que forman parte del Canon Holmesiano le pertenecen a Sir Arthur Conan Doyle. La versión moderna de dichos personajes pertenece a la BBC, a Mark Gattis y a Steven Moffat. El universo Potterico/mágico le pertenece a nuestra amada reina, J. y asociados. Yo no poseo ninguna ganancia monetaria por escribir y publicar esta historia. Todo lo hago por amor al arte .-.

Advertencias: Sad thing. Magic World of Harry Potter AU. Post First Magic World War. SLASH (hombre x hombre).

Este drabble participa en la actividad "3er Aniversario: ¡Escribe si puedes!" del foro I am Sherlocked.


El tren botaba un denso humo gris a espaldas de Sherlock, rugiendo con suavidad e instándolo a partir, pero esperándolo pacientemente de todos modos. Los nudillos de John se volvieron blancos ante la presión que ejercía sobre el agarre de su varita, intentando con todas sus fuerzas contener el pequeño temblor que rápidamente se apoderaba de su mano. A lo largo de los años (aunque muy poco desde que conoció a Sherlock Holmes), ese tedioso tic le había estado molestado desde que fue relevado de su cargo en el cuerpo de Aurores, pero nunca con tanta intensidad como ahora. Después de todo, nunca se había enfrentado a una situación tan angustiante y sobrecogedora como la que ahora se encontraba. No en la guerra, no en sus aventuras con Holmes; mucho menos en algún otro momento de su mera y mundana existencia.

–¿Qué hacemos ahora? –preguntó el ex-Auror, con una voz quebrada apenas audible por encima del rugido de la locomotora.

–No hay nada que hacer –sentenció el otro; las manos sujetas detrás de su espalda, intentando permanecer estoico.

John miró a otro lado, incapaz de sostenerle la mirada por más tiempo, y riendo secamente a su pesar, demasiado abrumado por la situación actual. Sherlock simplemente observó en silencio todas sus expresiones y movimientos.

–Sólo dímelo, Sherlock –suplicó John, apenas con suficiente aire en sus pulmones–. Sólo dime una palabra y yo huiré contigo hasta el final de la tierra. Hasta el fin de los tiempos.

El mago sonrió con tristeza. Sería en vano; no había esperanza para ellos dos. En tan sólo minutos, Sherlock tomaría un tren con rumbo directo hacia Azkaban para cumplir una condena de dos años. Su crimen; utilizar dos de las tres maldiciones imperdonables en un hombre que había atentado contra la integridad física y mental de John. En tiempos de guerra, tales acciones por parte de un civil tan especial y condecorado como lo era Sherlock podían ignorarse fácilmente; en tiempos de paz, en cambio, no podían hacerse de la vista gorda por más tiempo.

No existía justificación alguna para lo que hizo y él lo sabía bien. Sabía que el proteger o vengar a John Watson sólo era una prioridad para su persona, no para el Ministerio. No había salvación. Sherlock estaba de camino a una prisión llena de dementores y desalmados magos oscuros que fueron encarcelados gracias al mismísimo Holmes y confinados y torturados por sus propios pensamientos hasta alcanzar un punto crítico de quiebre y demencia. Su propia mente, por muy inteligente y extraordinaria que fuese, estaba llena de malos recuerdos y remordimientos, capaces de llevarlo tan fácilmente al desquicio que Mycroft aseguraba que no lograría resistir más de seis meses… Seis meses para que su mente sucumbiera a la demencia, o seis meses para que su cuerpo sucumbiera ante las manos de aquellos que juraron venganza contra él. Lo que ocurriese primero.

–El juego acabó, John.

–El juego nunca acaba, Sherlock.

Holmes contuvo una pequeña sonrisa que intentó escapar a sus labios. Su querido compañero había aprendido bien y no estaba seguro si se sentía alegre o triste al respecto.

El extraordinario mago se quitó los guantes que lo protegían del frío del invierno y estuvo por un segundo tentado a deshacer también su bufanda y dársela como último obsequio a su amado. Sin embargo, recordando lo qué haría a continuación, decidió que sería mucho más sensato el no hacerlo, pues podría romper su hechizo en algún momento.

Utilizando ambas manos, Sherlock acercó el rostro de John al suyo y juntó sus labios con delicadeza en un suave y casto beso, lleno de amargura, tristeza y despedida. John lo correspondió casi sin aliento, aferrándose a las muñecas del otro como temiendo que al separarse, éste desapareciera.

Aún así, al romper el beso ninguno desapareció, y en su lugar, ambos permanecieron a escasos centímetros del otro. Sherlock observó con cariño el rostro de su pareja antes de que éste no lo soportase más y se aferrase a él en un sentido y desesperado abrazo. Holmes lo apretó con fuerza en contra de su pecho y hundió el rostro en su cabello, aspirando su embriagador aroma al tiempo que depositaba suaves besos sobre su cabellera y cerca de su sien. John estaba demasiado inmerso en su pesar como para notar que el otro mago tenía su varita entre las manos, oculta gracias al abrazo.

–Te extrañaré, John –dijo Sherlock, justo antes de comenzar a agitar su varita y sentir cálidas lágrimas recorrer su rostro. No podía permitir que John sufriera por su pérdida. No podía permitir que se quedase esperando su regreso cuando él sabía muy bien que no regresaría. No quería eso para John, así que debía hacer algo al respecto…

Y él conocía exactamente el hechizo necesario para eso.

¡Obliviate!