Disclaimer: No, HSM no me pertenece.
Nota de la autora: Sí, se trata de una historia que algunos de vosotros ya conocéis. La quité tiempo atrás, pero la cuelgo de nuevo. ¡Espero que la disfrutarán!
Chocolatinas
× Capítulo 1 ×
Era una de esas simples mañanas, de aquellas que encantaban a Sharpay, pese a que fuera un lunes y que tendría que irse a clase. Las cortinas estaban todavía tiradas, denegando el acceso del sol a su cuarto de tonos rosas variados. Ya hacía rato que se había despertado pero la pereza de levantarse - y sobre todo de abandonar su cama, en la cual se encontraba increíblemente a gusto - no le animó a tener el coraje de quitarse la almohada de encima y poner los pies en el suelo. En vez de eso, se había quedado tranquilamente acostada sobre la cama, la cabeza bien acomodada sobre su cojín, su inseparable perro de peluche con el cual había dormido cada noche de su vida desde siempre junto a ella.
El despertador no tardó en sonar, pero su única reacción fue levantar el brazo y aplastarlo sobre el aparato, haciendo que se cayera y, menos mal, que el ruido cesara.
Sin embargo, su pereza no le permitió dormirse por completo ni tampoco no oír el ruido de los pasos que se acercaba animadamente hacia su cuarto. Sabiendo ya a lo que tenía que esperarse, Sharpay se incorporó aún más en su cama, cerró los ojos más fuertes e intentó concentrarse en su propia calma. En vano. Cuando la puerta se abrió, no tardó en reconocer aquella colonia que le caracterizaba. A lo mejor por esa misma razón se convenció aún más de hacerse la dormida, esperando impacientemente que se acercara para que ella se fuera, supuestamente, despertando.
- Sharpay... -susurró Troy, quedándose de pie a lado de su cama-. Anda, no te hagas la tonta y levanta. Que ya nos conocemos
La chica simplemente gruñó y escondió su cabeza bajo su cojín, como si nada. Pese a sus esfuerzos, la sonrisa que había esbozado no había pasado desapercibida a su hermano.
- No me hagas utilizar medidas drásticas, que luego te quejas y no quieres reconocer que lo hubieras podido evitar sin ningún problema. ¡Levanta!
- No -intentó decir sin alzar la cabeza. Déjame dormir todavía un poquitín... Cinco minutitos...
- Bien, no digas que te cogí desprevenida.
Sharpay se quedó inmóvil, al tanto del menor ruido que podría oír y que la hubiera podido prevenir de lo que le esperaba. Pasaron varios segundos y aún no había ocurrido nada. Alerta, se quitó el cojín de encima y miró a su alrededor pero no vio absolutamente nada, ni siquiera a Troy. Simplemente, se encogió de hombros, pensando que el mismo había de haberse desistido.
Se levantó y empezó a dirigirse hacia la puerta de su cuarto de baño, concediendo que iba siendo bastante tarde. Sin embargo, fue abrir la puerta y sintió agua helada chocarse contra su cuerpo, mientras una voz masculina se reía sin cesar. Sharpay chilló de todas su fuerzas y cuando Troy cerró el grifo, aún metido en la ducha donde se había escondido, la chica sólo pudo abrir la boca de indignación, mirándole con todo el odio que le era posible transmitir con sus ojos.
- Te lo había dicho -intentó disculparse su hermano, siguiendo sin poder parar sus carcajadas.
- ¡Esto no va a quedarse así, te lo juro! -amenazó Sharpay mientras andaba hacia el espejo y miró su reflejo- Pero por favor, ¡mira cómo me has dejado!
- De todas formas tenías que ducharte, ¿no? ¡Pues ya está!
- Qué gracioso eres, Troy. Me parto.
Troy salió de su escondite, riéndose más aún. Cuando pasó detrás de ella, depositó sobre su cabello mojado un beso sonoro y se fue, cerrando la puerta tras él. Por mucho rencor que sentía Sharpay en aquel momento, haberlo sentido tan cerca de ella y su beso le hizo olvidar por un corto instante los inimaginables escenarios de venganza que se había estado planeando durante estos últimos minutos. Por aquella misma razón, hasta llegaba a odiarse; odiarse por ser tan estúpidamente vulnerable.
Unos veinte minutos más tarde, salió de su cuarto de baño, totalmente arreglada y algo más calmada. Bajó a la cocina dónde se encontró a su madre, leyendo el periódico mientras bebía a sorbitos su café y a Troy, quién la miraba con una sonrisa discreta en los labios. Prefirió hacerse la tonta, por lo cual saludó a su madre como cada mañana y se sentó, comenzando a servirse su desayuno.
- No os creáis que no os he oído -dijo de repente Rosaline, sin mirar a ninguno de sus chicos-, y no, Troy. No creo que sorprender a tu hermana por la mañana en su cuarto de baño abriendo su ducha y enganchar el grifo con agua fría sea la mejor solución para empezar un día de buen pie.
- Gracias mamá -agradeció Sharpay, levantando la mirada para encontrarse con la de Troy. Alzó las cejas en signo de victoria, mientras una sonrisa pícara se dibujaba sobre sus labios.
- No te creas que te vas a salvar así como así -replicó Rosaline-. Tampoco me parece correcto que tardes tanto por la mañana, porque después, siempre te quejas que tienes retraso.
La sonrisa que había aparecido sobre la cara de la joven desapareció en una fracción de segundos y esta vez, no se sintió capaz de sostener la mirada de Troy, que sabía ahora fijada sobre sí, dispuesto a burlarse de ella.
Cuando llegó la hora de la pausa de la mañana, Sharpay se dirigió sola hacia el habitual sitio que compartía con sus amigos en el patio; eso tenía estar sola en clase de biología mientras todos los demás - excepto Gabriella y Taylor que estaban en clase de física - compartían clase de derecho, aunque eso no le impidió llegar una de las últimas, todos ya sentados e incluso comiendo para algunos.
Desde la primera vez que había entrado en East High, Sharpay siempre le había parecido pasar su recreación sentada sobre los escalones de la entrada. Al principio, sólo estaba allí junto a Gabriella pero el tiempo fue pasando y poco a poco, Taylor y Kelsi se acostumbraron a pasar esos quince minutos de descanso con ellas y desde el precedente año, tuvieron la suerte - o desgracia, según como se analizaba la situación y desde que punto de vista - de compartir sitio con tres otros chicos: Chad, Jason y Zeke, los tres haciendo parte del equipo de baloncesto de la escuela. Sharpay aún se acordaba cuando el año pasado, Taylor no paraba de criticarlos, diciendo que ellos hacían parte del "otro lado de la evolución". ¡En qué día acabaría pensando que llegaría el momento en el cual saldría con Chad! La segunda pareja del grupo no tardó en hacerse, ya que, un mes más tarde, Kelsi empezó a salir con Jason. Si os preguntáis si una última combinación juntando a Zeke y Gabriella existe, no os equivoquéis; Sharpay no se acuerda de muchos días de escuela en los cuales Zeke no le había dicho lo mucho que la quería o cuanto la admiraba, desde ahora casi un año. Gabriella nunca había parecido interesarse mucho por los chicos, aunque se le conocía algún que otro ligue, pero sin más.
- ¿Vendréis al partido de este viernes, verdad? -supuso Chad, un brazo enredando los hombros de su novia.
- Puede -respondió Gabriella-. Si no tengo nada más que hacer, por qué no.
- Yo tampoco, no lo sé -admitió Sharpay-. Ya sabéis que no me gusta todo ese rollo del baloncesto.
- Pero si no vienes, no será igual -continuó Zeke-. ¡Anda, ven! ¿Qué tienes que hacer que te impida venir?
- Pues... Estudiar...
- Por Dios, ¿desde cuándo Sharpay Evans estudia un viernes por la tarde? -se rió Taylor-. Bueno, que está decidido. Iremos todos -miró a Sharpay, quién estaba distraídamente jugando con sus dedos.
La rubia suspiró pero no se atrevió revocar la decisión. Sabía que de todas formas, todos la obligarían a ir, hasta Gabriella porque "¿qué voy a hacer con tantas parejas rodeándome?" y si no iba, sabía que su amiga se lo iba a restregar por mucho tiempo, experiencia ya vivida. Pero lo que había dicho era pura verdad; no le gustaba para nada todo lo que tenía que ver con el baloncesto. Siempre le había parecido increíble el culto que la gente de su instituto hacía a ese deporte y cómo adoraban a su equipo, quién, tenía que admitirlo, era bastante bueno, habiéndoles llevado ya varias veces a la victoria de varios campeonatos. Pero, aún así, Sharpay tenía el presentimiento que esta semana iba a ser muy larga.
Si Sharpay esperaba siempre con cierta ansiedad las clases de matemáticas, el día que más deseaba ver llegar era el miércoles. Desde muy pequeña - incluso antes de conocer a Gabriella - siempre le había gustado aquel mundo del teatro y del canto. Se pasaba los días canturreando por toda la casa, improvisando su propio show en frente de su familia o de los invitados y sólo soñaba con poder llegar a ser, algún día, una verdadera estrella conocida de todos. Para ser más concretos, sólo dos cosas le eran absolutamente vitales:
1) Tener toda la ropa de última moda, pero eso sí: nada de vestirse como Señorita-todo-el-mundo.
2) Los musicales.
Éste era su más grande orgullo. En los años que llevaba yendo a la escuela, ya había participado en diecisiete musicales, cosa que no tardaba en recordar a todos aquellos que preponían quitarle el protagonismo durante las audiciones. En la escuela, Sharpay era conocida por ser sin piedad frente a los novatos que entraban al club de arte dramático, si era que les dejaba entrar.
Desde los dos meses que llevaban ya de clase, el club había empezado a preparar su nueva comedia. Por supuesto, Sharpay era de nuevo protagonista. Si le gustaba lo de ser el centro de todos en lo que calificaba ser su "mundillo", lo que no podía soportar era tener que compartir escenario con el protagonista, por una parte porque ello conllevaba que deberían compartir todos los méritos y por otra, porque ensayar a dos no era lo que más le emocionaba, pese a que aquel chico, Scott Williams, era verdaderamente mono.
- Me importa un comino que sea guapo -suspiró Sharpay. Los ensayos venían de acabarse y al bajar las escaleras del escenario, se había encontrado con Gabriella, quién habían asistido a los diez últimos minutos.
- Sólo digo eso porque podría ser motivo bastante suficiente para hacer un esfuerzo y ser agradable con él, Pay. El pobre no te ha hecho nada.
- No me habrá hecho nada, pero tengo que soportar su incompetencia.
- Pay... No es incompetente, tú y yo lo sabemos perfectamente.
Mientras hablaban, se habían dirigido al asiento donde Sharpay había dejado su mochila y de la cual sacó una botella de agua. La única respuesta que dio a Gabriella fue una mirada llena de burla, las cejas alzadas y se llevó la botella a la boca, bebiendo a grandes sorbos. Sharpay sabía que su amiga la conocía demasiado bien y no era ahora el momento para que le dijese lo que ambas ya sabían; su egocentrismo, que nunca había querido admitir, no era un tema del cual le gustaba charlar.
En vez de eso, decidieron irse al centro comercial de Albuquerque al, sin ninguna duda, mejor heladero de todo el país - o por lo menos, de todo el condado. Desde que los habían probado, las dos chicas no podían pasarse ningún día sin irse allí a tomar sus helados, casi siempre de fresa para Gabriella y de chocolate para Sharpay. Simplemente, les sabían a cielo.
Pero lo que menos le gustó - de verdad, la tarde empezaba a parecerle demasiado cansina - fue que la mesa en la cual siempre se sentaban juntas, siendo una de los pocos sitios siempre vacantes, estaba ocupada y para empeorar la situación, no las ocupaban algunos pequeñajos que hubiera hecho muy rápido de echar fuera, Gabriella repitiéndole que no hacía falta ser tan dura. Los dos chicos que estaban allí sentados no eran nada más que, como no, Troy y su mejor amigo, Lucas.
- Siempre estorbando, ¿verdad? - se exclamó Sharpay, habiéndose acercado hacia él y sorprendiéndole, ya que se encontraba detrás de su espalda.
- Y tú, ¡siempre fuera de casa! ¿No va siendo un poco tarde para dos jovencitas?
- Si sólo son las seis -replicó Gabriella inocentemente, encogiéndose los hombres, sin haber comprendido que Troy se estaba quedando con ellas.
- Bri, no lo escuches, que es estúpido.
En vez de responder con palabras, Troy alborotó el poco pelo de Sharpay que le era accesible estando sentado. Ésta se rió, pasando sus brazos alrededor de su cuello y plantando un beso sobre su mejilla y saludó al amigo de Troy que se encontraba frente a ella.
Ser su hermana le costaba, y mucho, no tenía ninguna dificultad en convencerse de ello. Pero por otra parte, a veces, estaba casi más agradecida de ser su alumna y su hermana que tan sólo su hermana. Pese a que casi nadie sabía que hacían parte de la misma familia, tenía la facilidad que podía estar cerca de él más o menos cuando ella quisiera, compartir con él momentos de cariño fraternal como en el instante, lo cual hubiera sido probablemente muy complicado si él sólo hubiera sido su profesor.
La confirmación de que, en todo lo malo, siempre hay una parte buena, por muy pequeña que sea.
