Disclaimer: nada de esto es mío, todo es de J.K.Rowling y yo no lo utilizo con ningún ánimo de lucro.
Sin poder despertar.
Hay veces en las que te despiertas a mitad de la noche con el rostro empapado en sudor frío y las mantas de la cama pegadas a tu cuerpo como una segunda piel. Entonces cierras los ojos sin pensarlo, giras un poco el rostro y en tu fuero interno deseas con todas tus fuerzas que todo hubiera sido un mal sueño y que al despertar lo encuentres durmiendo a tu lado; pero al abrir los ojos solo ves un colchón vacío y una habitación en penumbras que te devuelve la mirada, oprimiéndote el pecho con una fuerza inhumana.
Dejas caer la cabeza en tu almohada y tanteas con las manos húmedas un terreno imaginario que flota en tu cabeza y que te ayuda, de alguna manera u otra, a aferrarte al recuerdo de aquella tarde de verano cuando, a la sombra de aquel gran árbol, con los pies sucios de arena y los ojos oscuros llenos de ilusión, juraste por las pecas de tu mano izquierda que morirías para protegerlo.
Por aquel entonces solo tenías trece años y una sonrisa traviesa que iluminaba tu rostro, no tenías conciencia alguna de lo que se avecinaba ni de lo que perderías años después, cuando la guerra los involucrara a todos, inclusive a ti y a tu hermano.
Solo querías jugar a ser otra persona, a soñar despierto que en algún lugar, no muy lejos de ahí, existía algo nuevo que explorar junto a aquel que te sonreía mientras tu madre los castigaba a ambos por decirles a la pequeña Ginny que los gnomos del jardín jugarían con ella si les daba un poco de chocolate, al mismo tiempo que preparaba la cena.
Pero ahora que ya no puedes decir tu edad con los dedos de tus manos, todos aquellos sueños se desvanecen como la niebla a tu alrededor y dejan espacio solo para el sabor amargo de la muerte, acompañado por el peor dolor del mundo.
Y es ahí cuando recuerdas que los ojos de Fred dejaron de brillar hace mucho tiempo, que a pesar de que para ti aún siguen siendo Fred y George, para los demás eres solo tú. Solo George.
Y nadie sabe que te duele.
En realidad, nadie puede darse cuenta que en el cuarto piso de La Madriguera, tras una puerta de madera, en una habitación de la cual ya no se escucha ninguna misteriosa explosión, hay un chico de pelo rojo y ojos vacíos que ha perdido la mitad de su alma. Un muchacho que por las noches se lastima los labios al morderlos con fuerza, intentando en vano no derramar ninguna lágrima y culpándose por no cumplir su promesa.
Después de todo, guardas nuevamente el recuerdo del que te habías aferrado con maña y dedos escurridizos, le das la espalda a la cama de tu hermano y antes de susurrar un lo siento mucho, Fred con voz temblorosa y un nudo en la garganta, dejas caer los párpados como cada noche e intentas dormir con el leve presentimiento de que al próximo día, cuando la luna se vuelva a ver desde tu ventana, volverás a cerrar los ojos con fuerza y a desear que todo hubiera sido un muy mal sueño del que aún no has despertado.
Y a pesar de no poder evitarlo, sabes que nunca podrás hacerlo.
Ya sabes, George, despertar.
