Oh sí. Un fic largo; jodidamente largo. Lo tengo guardado en mis archivos desde hace seis meses pero, como soy vaga, apenas lo retomé y debo admitir que no sé de donde saco tanta cosa extraña (?). En fin. Como supondrán, el fic estará LLENO de OC (Original Character) debido a la temática del fic y shalala, aún así no olvido a los canon y tendrán su considerable participación en el asunto :). Antes de seguir, advierto que al menos los dos, inclusive tres, primeros capítulos serán algo sosos o pesados, dado que empieza con una rutina NORMAL a toda regla. Igualmente, si así lo quieren ustedes (si alguien me lee) o si quiero yo, podría meter temática yaoi o yuri.

¡Gracias a Miru .Mangetsu por betearme el fic! :3

Aclaraciones del capítulo: La línea de tiempo está en 24 años en el futuro (sí, lo edité). Procuren no ignorar los pequeños detalles, que ya sabré yo sacarles provecho. Y no. No planeo liar a Tsuna con Kyoko porque los amores a los 15 años NO resultan en matrimonio, joder (?). Aún así estoy abierta a sugerencias sobre parejas y tal :)

Edit
POSIBLEMENTE lo de Kyoko cambie. Todo depende del rumbo que tome el manga, pero estoy casi segura que tendrá un final abierto. Aún así, la posibilidad de editar es posible (aunque sea sólo en lo mínimo).

Disclaimer: La propiedad intelectual de Katekyo Hitman Reborn, su argumento y personajes le pertenecen a Akira Amano y no a mi. Sin embargo, los personajes originales de este fanfiction son entera y completamente de mi propiedad al igual que la idea global del fic. Cualquier parecido es mera casualidad.


Un nuovo cielo

I

Un día normal


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—¿Estás completamente seguro de esto? —El mayor gruñó, dedicándole una mirada aguda al obstinado hombre que no dejaba de insistir con la misma perorata. La jaqueca comenzó aflorar en su cabeza luego de que la misma pregunta se repitiera por cuarta ocasión.

—Calla de una vez. —Gruñó con severidad, aflojando un poco más su corbata. A pesar de la ventilación, el lugar tenía una temperatura casi bochornosa para estar en plena primavera. El moreno supuso que era debido a todas ésas máquinas extrañas que les rodeaban.

El otro estuvo a punto de responder, pero el 'clic' de la puerta contigua al abrirse interrumpió cualquier intento de réplica. El recién llegado apenas se dignó a alzar sus orbes ébano por sobre los anteojos, revisando insistentemente los datos que tenía en sus manos.

—Está todo listo —Anunció casi con apatía, aunque bien aquel experimento podría ser uno de los pocos a los cuales les había prestado especial ahínco y, por supuesto, uno de los que más habían despertado su completo interés. Una de las mejores apuestas de su carrera; no todos los días podías experimentar con uno de los mejores del mundo. Se permitió una pequeña y maquiavélica sonrisa ladeada, tan típica en él.

El trajeado hombre torció su gesto en una mueca ácida al notar la curvatura de labios en el sujeto al cual le confiaba tan deliberadamente su integridad física.

—No perdamos más tiempo. —Comentó secamente.

A su lado, el castaño suspiró cansinamente mientras una pequeña chispa de incertidumbre se sembraba en su pecho.


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El sonido de la alarma, insistente y chillón, hizo refunfuñar al joven durmiente quien se limitó a buscar a tientas aquel aparato que emitía tal escándalo perturbando su preciado e invaluable sueño. Tiró un par de cosas mientras intentaba presionar el endemoniado botoncillo antes de finalmente sumir a la alcoba en un silencio soporífero característico de los lunes por la mañana.

El joven se removió entre las cobijas, volviendo a acurrucarse en su almohada luego de hallar la posición perfecta para continuar durmiendo.

O al menos ése era su plan hasta que escuchó la puerta de su habitación abriéndose con el estrépito reglamentario; Shinju gimió debajo de las colchas luego de saltar cómicamente en su posición. Su corazón había triplicado con facilidad el ritmo de sus anteriormente pacíficos latidos. Esa sicótica mujer terminaría por matarle de un paro cardiaco o, en todo caso, derribar su preciada portilla en uno de sus tantos y desgraciadamente comunes malos despertares.

—Levántate —Estuchó la voz amodorrada de su hermana. Algo básicamente innecesario, teniendo en cuenta que cualquier ser humano con su sentido del oído más o menos funcional se habría despertado ipso facto luego de tal sutileza para ingresar a una habitación.

En su mente se dijo que eso era más cercano a un gruñido gutural de una leonesa desperezándose.

—Ya voy, ya voy… —Gimoteó lastimosamente, girándose con dolor para poder proseguir a sentarse casi autistamente sobre el colchón, rascando sus desordenados cabellos mientras soltaba un sonoro bostezo. Por unos momentos pensó en pedir unos cinco minutos más de sueño, pero lo descartó al instante al notar el rostro de malas pulgas que cargaba su melliza (quien ahora se deslizaba en modo zombi por el pasillo).

Un suspiro de resignación escapó de sus labios, antes de ponerse de pie e iniciar el ritual matutino. Bostezó pesadamente y se estiró hasta sentir sus huesos crujir indoloramente, dejando la conocida sensación de agradable distensión muscular.

Avanzó arrastrando sus pies descalzos mientras rascaba perezosamente su estómago. Aún tenía los ojos legañosos e hinchados como para poder abrirlos con propiedad y podía percibir la saliva seca en las comisuras de sus labios creándole una sensación desagradable. Así pues, tomó del clóset su uniforme del instituto (medio planchado) y se enfundó en él aún en estado de 'automático', haciendo tiempo hasta escuchar la puerta del baño siendo desocupado por su melliza.

—¡El baño está listo! —Y ahí estaba el grito reglamentario de la muchacha desapareciendo detrás de la puerta de la habitación contigua.

La vida en Japón era la representación pura de la monotonía, especialmente desde que su padre había decidido que la estadía de sus hijos en el país nipón sería fija mientras que él atendía sus asuntos en alguna parte incierta de Italia (lugar en el que alguna vez habían residido). Todo gracias a no sé qué incidente del cual no tenía ni la más mínima noción.

Shinju suspiró.

—Voy~ —Contestó el muchacho con aire de desgana.

Y así se deslizó cual autista hasta el lavabo; entero sólo por intervención divina puesto que ya había chocado contra el marco de la puerta y tropezado con un par de zapatos que él mismo había dejado tirados en pleno pasillo. El muchacho maldijo entre refunfuños inconexos hasta llegar al baño prometido. En una pieza.

Mojó su rostro con el agua helada necesaria para despabilarse por completo, y de paso limpiarse la baba seca del rostro junto a las molestas lagañas. Un escalofrío le recorrió la espalda luego del cambio radical de temperatura al cual nunca terminaría por acostumbrarse pese a que era parte de la rutina matutina.

La maldita rutina matutina.

Buscó a tientas la toalla antes de secarse el rostro sin imprimir prisa en ello. Luego de refrescarse, sus neuronas parecían más funcionales y ahora existía sólo un 20% de probabilidad de que terminara por quebrarse algo importante antes de salir de casa gracias a sus descuidos constantes, además de brutalmente peligrosos a su integridad física.

Se recargó parcialmente en la pieza de porcelana, encontrándose con su reflejo a unos palmos de la nariz. Un simple muchacho de indomables cabellos castaños, impresionantes orbes chocolate bordeados por una hilera de densas pestañas, finas pero angulosas facciones y una tez apiñonada clara con faz somnolienta le saludaba al otro lado del espejo con las marcas de las cobijas aún pintadas en el rostro. Era la estampa que cualquiera encontraría en un diccionario justo al lado de la palabra "común".

Shinju hizo una mueca de levísimo disgusto. Vida común, apariencia común, familia común, con comunes calificaciones y un comúnmente espléndido futuro esperándole a la vuelta de la esquina. ¡Yuju!, era tan interesante que se deprimía de solo pensarlo.

A veces era imposible el desear que por inexplicable e injustificada intervención divina llegase un duendecillo celestial llamando a su ventana, revoloteando cual hada madrina diciéndole felizmente '¡Ey! Eres la persona más vomitivamente común del planeta y por razones ilógicas a partir de ahora te esperan grandes cosas humanamente imposibles ¡Wii~!'. Sí, así como tan seguido ocurría en los mangas que tanto gustaba de leer.

Y…

—Hey, deja de hacer el idiota y sal de una vez… —Escuchó a Seiki bostezar sonoramente a sus espaldas.

Y, por supuesto, era cuando su queridísima hermana se encargaba de reventar su burbuja de infantil irrealidad en sonoro e imaginario 'plop!' que le estrellaba salvajemente contra el piso. El muchacho giró los ojos. Ella siempre tan sutil. Tanto como una patada en los bajos, se acotó mentalmente.

—Voy, voy… —Refunfuñó quedamente al salir de sus cavilaciones. Dio una última mirada al espejo, mojó sus manos y humedeció un poco su indomable cabellera marrón en un vano intento por darle algo de forma.

El cabello no cooperó, como era de esperar. Así pues, con su nido de pájaros justo como debe estarlo (caótico, irreverente y perfectamente revuelto), el muchacho salió del pequeño cubículo para dar espacio a la pelirroja que acapararía el lugar un buen rato como toda adolescente quinceañera en plena titánica tarea mañanera de poner sus encrespados rulos en el lugar indicado.

Shinju regresó a su habitación para tomar las cosas indispensables antes de bajar a la primera planta: su mochila y el reproductor de música de la mesita de noche que se encontraba justo al lado de su cama. Dio una mirada rápida a su alrededor como si no supiera qué encontraría (ropa tirada, zapatos regados por el piso y la cama revuelta; un digno escenario de guerra), se encogió de hombros y giró sobre sus talones para disponerse a seguir con la rutina.

Bajó las escaleras de dos en dos, tarareando alguna canción de moda en su fuero interno. Giró por el pasillo e ingresó a la cocina donde un apetecible aroma le saludaba. Miró la hora en el reloj de pared junto a la alacena. Aún le quedaba el tiempo suficiente para comer con tranquilidad.

Sonrió al notar aquella esbelta figura que conocía tan bien, pegada a la estufa friendo un par de huevos.

—Buenos días, tía. —Saludó vagamente, tomando asiento en una de las sillas más cercanas a la mujer. Recargó la barbilla en el dorso de su mano, observando a la mayor cocinar.

Ella giró su rostro, dedicándole una sonrisa resuelta que marcaba sus hoyuelos y las finas líneas de expresión que se formaban en las comisuras de sus labios. Llevaba el cabello sujeto en una sencilla coleta baja, dejando su rostro con forma de corazón despejado salvo uno que otro cabellito rebelde. Sus naturales bucles rojizos caían cual cascada hasta poco más allá de la mitad de su espalda.

—Buenos días, bicho. —Respondió jovialmente haciendo uso de aquel peculiar mote cariñoso, con un tono maternal y armonioso en su voz de contralto. Frunció un poco el cejo al examinar rápidamente a su sobrino antes de poner los ojos en blanco y regresar su atención al par de huevos estrellados sobre la sartén. —Querido… —Shiju se resistió a bufar. Ahí iba otra vez— de verdad, de verdad, deberías hacer algo con ésa mata de cabello. Pareces un vago.

El aludido hizo un ademán desinteresado con la mano.

—Después lo haré tía. Después.

Miwa Hisae, femenina que no era conocida precisamente por su paciencia, optó por no seguir con el tema y así evitar una batalla campal en su preciosa cocina. Ya después se encargaría de ése asuntito que no dejaba de provocar uno que otro encontronazo entre ambos.

—Algún día conseguiré que te veas decente. —Contestó la mujer en una implícita advertencia entre líneas sirviendo el desayuno a su desaliñado sobrino.

El castaño chasqueó la lengua. Sí, algún día, pero por lo pronto así estaba perfectamente bien

—Buenos días… —

Hisae y Shinju giraron la cabeza para así observar a la recién llegada: Seiki, quien ahora parecía menos… salvaje, por decirlo de algún modo. Con sus rizos crespos más domados ya sujetos en una media cola de caballo, bien empaquetada en el uniforme del instituto Nami y con la mirada ligeramente menos letal en sus felinos y expresivos ojos ámbar, la muchacha se dirigió en silencio hasta dejarse caer poco femeninamente en la silla que quedaba justo frente a su hermano.

—Buen día, enana —Hisae negó suavemente con la cabeza ante la nula delicadeza de su queridísima y única sobrina. Lo único bueno era que el lapsus de brutalidad de la pelirroja duraba hasta poco después de las ocho y media de la mañana.

—Hola —Saludó escuetamente el muchacho, con la boca llena de tocino y huevo. La mayor hizo una mueca de disgusto ante los nulos modales del chico en la mesa.

La menor rascó su nuca; prosiguió a tomar la caja de cereal para vaciar una moderada cantidad del mismo en un tazón de porcelana y después un generoso volumen de leche para empezar a desayunar perezosamente, dando una única mirada a las manecillas que indicaban el poco tiempo que les quedaba para así partir a clases.

Hisae dejó los utensilios en el fregadero, secó sus manos con una toallita de cocina y retiró el delantal que traía puesto para evitar salpicaduras de aceite en sus ropas; colgándolo en el minúsculo perchero de pared que había justo al lado del frigorífico, la mujer tomó rumbo lentamente hacia las escaleras. Los dos adolescentes seguían comiendo lo que restaba de sus respectivos desayunos, demasiado ensimismados como para percatarse de la hora que era.

—Hoy hay reunión en el trabajo, llegaré tarde. En el refrigerador hay comida para calentar y preparar. No dejen trastos sucios. —Recitó, deteniéndose en el marco de la puerta. Antes de continuar les dedicó una discreta sonrisa de diversión. —y se les hace tarde, de nuevo.

La última oración fue suficiente para que los Sawada se levantaran cual resortes de sus lugares. La mujer hizo espacio para que ambos jóvenes pasaran cual cohetes por el umbral y evitar ser arrollada. Seiki, con el bolso atiborrado de libros firmemente asido por el brazo, fue lo suficientemente rápida como para ganar el medio baño que había en la primera planta y así cepillar sus dientes. El castaño gruñó disconforme y saltó los escalones de dos en dos para hacer lo mismo, únicamente que en el baño de arriba, trastabillando más de una vez en el trayecto.

Y tan pronto ingresaron, salieron rápidamente de la casa para recuperar el tiempo perdido.

—¡Adiós tía! —Gritó Shinju, batallando contra los zapatos que se negaban a colocarse apropiadamente.

—¡Suerte con la junta! —Esta vez fue la muchacha, saltando en un solo pie e intentando colocarse el calzado al tiempo que avanzaba de una forma penosa.

Y así, la residencia Miwa quedaba en el más absoluto silencio. La dueña de la casa negó con la cabeza y subió tranquilamente hasta la segunda planta. Le esperaba un día pesado. Apostaba el sueldo de todo el año a que su jefe estaría insoportable.


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La pelirroja suspiró cansinamente, ya a un par de cuadras lejos de casa. Ambos hermanos caminaban a grandes zancadas y paso apresurado. Era tarde, pero no lo suficiente como para hacer una épica maratón hasta el portón metálico del Instituto de Namimori.

—No lo entiendo —Se quejó infantilmente, rompiendo el silencio sepulcral en que estaban sumidos. —¿Cómo es que siempre salimos tarde? —Un puchero apenas visible afloró en sus labios. Odiaba las prisas, e irónicamente siempre parecía que el tiempo le odiaba.

Su acompañante se encogió resueltamente de hombros, sin ponerle mucha atención a las quejas del mayor.

—¿Eso quiere decir que quieres que te despierte más temprano? —Preguntó con descuido, sabiendo de antemano la respuesta. Su mano derecha jugueteaba vagamente con uno de sus rizos, enroscándolo y desenredándolo en el dedo índice. Una conocida manía suya que demostraba su aburrimiento, o ansiedad en todo caso.

—Por supuesto que no —Bufó, mirándola como si hubiese dicho la blasfemia más grande del mundo. Sus horas de sueño eran sagradas. —Eh, mira. Ya nos está esperando…

Y allá, justo en la esquina, Yamamoto les esperaba con una afable sonrisa en el rostro y las manos en los bolsillos con aquel aire despreocupado que le caracterizaba. El muchacho rozaba al 1.75, sacándole casi una cabeza a los Sawada, con facciones ya bien definidas, complexión fibrosa y poseedor una corta y estrambótica cabellera castaña obscura que iba en todas direcciones, tez apiñonada y unos imposibles orbes ébano Hideki parecía más un joven a punto de ingresar a la universidad que un puberto de casi dieciséis años.

—Se habrá caído de la cama —Comentó Seiki, alzando ambas cejas al notar a su amigo esperándoles. Generalmente era al contrario y eran ellos quienes tenían que esperar al deportista. —…o definitivamente es más tarde de lo que pensábamos.

—Yo' Shinju, Seiki. —Saludó amigablemente, comenzando a caminar a la par de los mellizos sin mover un ápice su cómoda postura de vago.

Y así, los tres se encaminaron con paso presuroso entre comentarios esporádicos, risitas y las típicas charlas características de un inicio de semana como cualquier otro.


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Haciendo guardia diligentemente en la entrada principal del plantel educativo, Katô Ryoga miró por última vez su puntual reloj de muñeca con gesto parco antes de alzar la vista y posar sus orbes plomo sobre los dos miembros del comité que le acompañaban en su trabajo como prefecto escolar.

—Terminaron los cinco minutos de tolerancia. Cierren. —Ordenó con firmeza, ignorando deliberadamente a los pobres alumnos que se corrían cuanto dieran sus pies para alcanzar a ingresar a la escuela y evitar las temidas sanciones de la comisión más temida del lugar. Los demás miembros asintieron secamente sin dar réplica alguna, encargándose cada uno de una portezuela metálica y así proseguir con la orden de su superior.

A unos quince metros, el trío hizo una mueca. Mierda. Demasiado tarde. Habían corrido como desquiciados por nada a menos que…

Los dos miraron entre ellos en una muda complicidad antes de observar furtivamente a la única femenina del grupo con una sonrisita tamborileándoles en los labios. Hideki rió entre dientes, de una forma casi pícara que no agradó nada a la pelirroja.

—Te toca, Sei… —Le guiñó el más alto. La nombrada, jadeante, no pareció comprender a qué se refería el joven.

—S-suerte con t-tu amor… —Farfulló el otro, completamente agitado y medio moribundo por exceso de esfuerzo físico como para añadir algo más. Hubo un corto momento de silencio antes de que finalmente pudiese reaccionar.

—¿¡Q-qué! ¡Ni lo sueñen! —Chilló con algo parecido al pánico, en vano.

Y así, entre ambos, empujaron no muy discretamente a la muchacha hacia el cancel metálico ya cerrado mientras que ellos giraban rápidamente; en tanto, Seiki trastabillaba torpemente peleando por mantener el equilibrio hasta finalmente asirse a los barrotes metálicos de la portezuela. Ella maldijo mentalmente.

El cabecilla supremo de la 'inquisición local' giró ante el ruido tintineante que emitió el suave impacto de la adolescente al chocar contra la contrapuerta con aire intimidatorio y mortífero, cejo profundamente fruncido y una amenaza en la punta de la lengua. La intención asesina podría sentirse a kilómetros.

…intensión que desapareció en el aire tan pronto se percató de quién se trataba. A su costado, sus dos subordinados suspiraron imperceptiblemente. Katô Ryoga estaba perdido para el mundo hasta que la muchachita desapareciera de su campo visual.

—Seiki-san… —Murmuró para sí mismo. Las severas facciones del moreno se suavizaron al instante, reducido de badass por defecto a un monigote de algodón azucarado color rosa chicle que transpira miel por sus poros; todo en menos de cinco segundos. Sus labios se habían curveado en una sonrisita discreta pero jocosa y ella podría jurar que tenía un aura casi soñadora, con todo y los famosos brillitos shojo de bajo presupuesto.

Un escalofrío reptó por la espalda de la Sawada.

Para cuando ella quiso escaparse por la tangente (sí, su hermano y Hideki eran su tangente), los dos muchachos habían desaparecido por arte de magia. Seiki quiso gruñir ante las actitudes infantiles del par, pero le fue imposible considerando su situación actual.

Eran un par de malditos oportunistas. Y traidores.

—K-Katô-san, buen día… —La ceja de la taheña tembló y su estómago se retorció en nerviosismo al notar la mirada idiotizada de el jefe del Comité Disciplinario, ésa que le hacía dudar realmente de la dignidad que presumía y la presunta fama como la persona más peligrosa en la historia de Nami (lugar justo después del legendario Hibari Kyoya). Era una reacción jodidamente perturbadora a su parecer, pese a que el mayor era por demás atractivo.

Y cómo no. Con su buen metro con setenta y siete, contando con 18 años, pulcro como ningún otro, los obscuros cabellos un poco ensortijados bien acomodados naturalmente dejando su pálido y anguloso rostro despejado salvo por un mechón ondulado que caía hacia un costado de su pálida cara, postura elegante e intimidante y unos fríos y afilados orbes mercurio centelleando con vida propia. Un buen partido para cualquiera si no tratara del ente más temido del lugar y con la personalidad más dictadora después de Hitler con complejo por el absoluto orden.

—Buen día —Saludó con tono cordial que en él bien podría considerarse galante. Mandó una mirada fría al par que tenía bajo su mando y no necesitó palabras para que los dos mastodontes abrieran nuevamente y así dejar libre el paso para la privilegiada del jefe. —Adelante Sawada-san, no queremos que llegue tarde a sus clases. —Dijo amablemente.

Tampoco es como si fuera un cambio brutal al extremo de personalidad (aunque sí, era brutal). Pero no podía dejar de sentirse tremendamente incómoda ante esa mirada cautivada y esos 'mimos' indirectos que le permitía. Esa era la razón principal por la cual era odiada por al menos el 80% de la población femenina estudiantil.

—G-gracias como siempre, Katô-san —Murmuró con diplomacia, mirando el interesantísimo piso de cemento con tal de rehuirle lo más posible mientras caminaba, el "crash" del hierro forjado se escuchó detrás de sí. —No debería tomarse tantas molestias…

Al mirar a un costado, notó a Shinju bajar con ayuda de Hideki del cercado de concreto aprovechando la distracción de los prefectos. Su labio tembló peligrosamente. La habían echado como carnada, los muy desgraciados.

El joven amplió levemente su sonrisa y negó con la cabeza, como restándole importancia.

—"Ah, ella siempre tan linda…" —Pensó bobaliconamente. Era una suerte que estuviese tan acostumbrado a mantener su faz neutra que apenas eran evidentes sus pensamientos. Para suerte del mundo, porque si no habría más de uno en un estado profundo e irreversible de shock.

—Gracias de nuevo. —Agradeció, inclinando su cabeza respetuosamente antes de seguir con su camino. Estando unos metros lejos de él, respiró algo más tranquila. Era la incomodidad a un nivel estratosférico.

Y como si un hechizo hubiese sido retirado del moreno, su gesto imperturbable regresó a él al escuchar los cuchicheos disconformes de tres alumnos que esperaban fuera de la reja evidentemente molestos por el para nada disimulado favoritismo del prefecto.

Bastó la helada mirada de Ryoga para que los chicos se quedaran congelados en su lugar y tragaran en seco. Eso solo auguraba sufrimiento por tal osadía. Nadie le reclama a Kato Ryoga, nadie.


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Par de cabrones… me las pagarán… —Rumiaba la menor de los Sawada, subiendo las escaleras con pasos de gigante (pesados, sonoros y excesivamente poco femeninos). Sus orbes felinos refulgían en indignación, clamando por venganza. Giró hacia la derecha; su aula le esperaba a un par de metros y podría soltarles un buen tortazo a ése par de seudo larvas humanas.

Tan ensimismada estaba que chocó contra el brazo alguien, por lo menos, una cabeza más alto que ella. Estuvo a punto de gruñirle algo, únicamente para descargar su frustración en alguien, pero aquel individuo fue más rápido al hablar que ella.

—Oh, lo siento —Se disculpó con tono apacible.

A Seiki le llamó la atención el acento tan peculiar del muchacho. O quizá sólo era la voz tan parecida a un ronroneo que poseía. Así que finalmente alzó la mirada, encontrándose con un joven que conocía de algo pero no lograba recordar de dónde pese a que sus rasgos eran por demás distintivos.

Guapo. Era la mejor palabra para describirlo.

—Culpa mía, no te preocupes. —Contestó, sintiendo su molestia desinflándose lentamente por alguna razón ajena a su comprensión. El muchacho le sonrió imperceptiblemente antes de seguir con su trayecto. Y ella siguió su ejemplo, ingresando al primer salón; el 1° B.

Prácticamente ya todos estaban en sus asientos, salvo uno que otro grupito que platicaba animadamente sobre su fin de semana aprovechando que el profesor de historia contemporánea brillaba por su ausencia. Se dirigió rápidamente hasta donde su mejor amiga, Tahakashi Megumi, se encontraba. Casualmente al lado de su par de zánganos favoritos.

—Hola, Meg… —Saludó escuetamente a su amiga.

Ella le sonrió abiertamente, percatándose del mal humor de la pelirroja al instante (y el por qué de ello, siendo más concreta). La chica colocó correctamente sus anteojos ovalados con ayuda de su dedo índice, dándole una mirada condescendiente.

—¿Mala mañana, Sei? —Preguntó Megumi, tanteando terreno. Ella era una muchacha rolliza y un par de centímetros más bajita que la aludida, con rostro redondo, facciones angelicales, negros cabellos cortos y lacios y rasgados ojos del mismo tono; era una típica mujer japonesa que poco o nada tenía para sobresalir entre las demás.

—Katô de nuevo —Murmuró con desgane, como si el simple hecho de nombrarlo explicara su pesar.

—¡Sei! ¿Qué tal te fue? —Hideki le saludó desvergonzadamente, con una deslumbrante sonrisa de promotor de pasta dental.

—No me hables. —Gruñó la pelirroja, provocando la contagiosa risa del deportista. —ni tú, pedazo de freak subnormal… —Fulminó con la mirada a ambos adolescentes. Megu tuvo que reprimir su risa para evitar también salir perjudicada.

No hubo respuesta por parte de Shinju, quien se encontraba demasiado perdido en sus fantasías mirando fijamente a la única rubia del grupo, su amor frustrado desde la secundaria, como para prestar la más mínima atención a la recién llegada o la mirada de pistola que le taladraba justo en medio de los ojos.

—Ahorita Shinju no está en la Tierra. —Yamamoto comentó jovialmente con tintes bien disimulados de burla, recargando su codo en el pupitre y a la vez la barbilla sobre la palma de su mano. El otro brazo lo tenía colgando despreocupadamente sobre el respaldo de la silla, una postura extrañamente más cómoda de lo que parecería en primera instancia.

—Caso perdido… —Suspiró la de cabellos cobrizos, tomando asiento con resignación. Sintió su nuca picar, y ni siquiera tuvo la necesidad de girar la cabeza para saber de quién se trataba. Al menos no cuando su hermano mayor ahora se encontraba aparentemente muy entretenido mirando quién sabe qué en su celular, con las mejillas arreboladas y la nariz prácticamente pegada a la pantalla del móvil (Sí. Shinju era tan tímido como para ni siquiera ser capaz de disimular de una forma medianamente decente).

Ella, la rubia de bote, le observaba. Seguramente de forma poco amigable, para variar. La bermeja arrugó la nariz ante la despistada mirada de sus dos amigos quienes no se percataron de ese peculiar hecho. No hubo tiempo de decir nada más porque el docente había ingresado al aula, impartiendo orden con su sola presencia.

Y aún así, siguió sintiendo los ojos pardos de la otra chica clavándose en su nuca.


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Las horas que siguieron transcurrieron aburridas y tediosas, especialmente después del receso del medio día. Química había sido tan densa que por un momento el grupo en general parecía sumido en un letargo insoportable, dedicándose a simplemente apuntar como posesos o solo mirar hacia la pizarra con la mente en algún lugar de El Congo o las lunas de Júpiter. Aritmética no había sido la excepción.

El profesor de matemáticas miró exasperado e indignado a partes iguales a su adormecido grupo. Decidido a despertarlos, golpeó firmemente la pizarra con el borrador, haciendo que más de uno saltara cómicamente.

—Sawada, responde el problema número 15 —Espetó el hombre ya entrado en edad.

—¿Ah? —Dijeron los mellizos a la vez, pestañeando graciosamente. Internamente, Seiki deseó que se tratara de su hermano. Al menos él era bueno en la materia y no tendría problema en resolver el problema con un vistazo que diera al pizarrón.

—Sawada Seiki —Puntualizó, mirando a la susodicha por sobre sus anteojos bifocales.

—Uhm… —La nombrada mordió su labio inferior a la par que jugaba con uno de sus rizos. Para ella, esa materia era como estar en clases de hindi. —¿35? —Murmuró, contrariada. Vivan los números al azar.

—Incorrecto. —Cortó severamente. Seiki pudo escuchar claramente una risilla con retintín a unos asientos delante de ella y su cejo se crispó en molestia sin poder, ni querer, evitarlo. Luego de ello suspiró, restándole importancia —Sawada Shinju, ¿la respuesta?

El castaño alzó la mirada y respondió con simpleza. —230 —Y habiendo respondido, siguió perdiéndose en su mundo de fantasías.

—Muy bien. —Apremió. —Ahora, Kimishita, lee el problema dieciséis…

Shinju tarareó en mudo la canción que reproducía su mp4. Miró hacia un costado: Yamamoto estaba perdido en el mundo de los sueños desde hacía quién sabe cuánto (interiormente se preguntó cómo es que lo hacía sin que lo atraparan in fraganti), después viró su atención hacia el lado contrario, encontrándose con una Megu bien concentrada en la lección del día y a su pariente haciendo un conteo mental de las baldosas del piso.

Hizo una mueca. Su vida era tan patéticamente aburrida…

Observó a la blonda, ensimismada mandando un mensaje de texto en su black berry. Rayos, que hasta su historia de amor no correspondido era asquerosamente cliché, pensó con consternación.

Ella era bonita, como una muñeca de porcelana. Sus ondulados cabellos color caramelo caían hasta casi su cintura a pesar de estar sujetos en una pulcra coleta alta y su frente despejada con ayuda de un par de broches que mantenían su flequillo fuera de su rostro. Poseedora de unos grandes y expresivos robes pardos de forma almendrada con unas imposiblemente largas y gruesas pestañas. Labios carnosos, suave barbilla, mejillas ruborizadas y posiblemente el rasgo más característico de la joven: pechos grandes.

Sí, Fujishima Yuri era una de las más bonitas de la escuela y la estrella del instituto en cuanto a salto con pértiga. Su simple porte gritaba "popular" e implícitamente "inalcanzable" a los cuatro vientos.

Y…

El Sawada suspiró con pesadez, siguiendo con el hilo de sus pensamientos mientras que la voz del docente sonaba lejana y susurrante. Y ella, además de todo, estaba perdidamente enamorada de Yamamoto Hideki. Bravo por él y su desdicha, se dijo con pesadumbre, recostándose sobre sus brazos cruzados sobre el pupitre.

Jodidos clichés que le perseguirían hasta que los gusanos devoraran sus ojos y su cuerpo frío se hallara seis metros bajo tierra sirviendo de abono a las plantas.


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—Ya era hora —Bostezó el más alto, estirándose cual felino. Hideki les dedicó una de sus famosas sonrisas deslumbrantes. —¿Nos vamos?

—¿No tienes práctica con el club de voleibol? —Inquirió la corpulenta joven, alzando ambas cejas mientras terminaba por recoger sus útiles escolares.

Yamamoto se encogió de hombros, sin borrar su sonrisa despreocupada de la vida.

—Tengo otras cosas de hacer.

—¿Qué? —Las definidas cejas de Shinju también se alzaron cómicamente, incrédulo. —Viejo, ¿estás enfermo?

—Quizá es un indicio del fin del mundo. —Comentó vagamente la otra femenina, echando su pesado bolso al hombro. Tampoco es como si se viera muy interesada en el asunto. Chasqueó la lengua. —Andemos, siempre podemos continuar con el tema de la aparente locura de Hideki mientras caminamos.

Siguiendo el consejo de su amiga, los cuatro se encaminaron casi con pereza hacia el exterior, charlando vagamente sobre diversos temas que distaban abismalmente de ser una plática medianamente profunda. Tampoco es como si quisieran hablar de los misterios del universo a esas alturas de la vida.


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Para cuando los mellizos llegaron a casa ya pasaban de las tres de la tarde. Se habían entretenido a último minuto con el siempre incansable hijo mayor de los Sasagawa y, para qué negarlo, tampoco es como si se hubiesen negado mucho a perder un poco más de tiempo con él. Después de todo, hoy nadie les esperaba en casa. No había apuro por llegar.

La residencia Miwa estaba sumida en un pétreo silencio, únicamente roto por el incesante tic tac del reloj, el ruido de la televisión y el sonido del microondas al recalentar la comida que Hisae les había dejado para subsistir en su ausencia.

El castaño, en espera de su plato con comida caliente, no pudo evitar fijarse en el portarretrato que se encontraba sobre la cajonera. Un brillo nostálgico colmó sus orbes chocolate. Ahí se encontraba una foto de los cuatro. Su padre, madre, hermana y él mismo, ambos de no más de dos años, con el bello fondo de la incansable capital italiana.

—Hace tiempo que no lo vemos. —Comentó al aire. No esperaba a que la otra le contestara, sinceramente. De hecho, ellos casi nunca hablaban. Quizá porque no tenían de qué hacerlo, pero el punto es que su comunicación era básicamente nula.

La de ojos ámbar, con ambos platos en mano, se sentó en su lugar habitual posicionando los alimentos en el lugar correspondiente en la mesa. Ella también se fijó en la fotografía que ahora se sentía tan lejana, como un vago sueño.

—Es verdad. —Murmuró, tomando sus palillos y tomando una moderada porción de arroz. —Son casi cinco meses de que papá vino a visitarnos.

Shinju asintió. Y luego de ello, no hubo más charla entre ellos. Ambos se dirigieron a sus respectivas habitaciones y no volvieron a salir por algo más que no fuera para ir a la cocina o el baño.


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Cuando finalmente Hisae llegó, rayaban las nueve de la noche. La mujer suspiró, medio muerta después del trabajo. Había sido un día por demás pesado y sus sienes palpitaban dolorosamente después del estrés y la locura que conllevaba encontrarse con los más altos mandos (Por demás el hecho de las horas extra. Cuatro malnacidas horas extra).

En especial ése hombre. Estaba demente; no sabía cómo demonios había terminado en la respetada organización. De no haber sido porque seguramente terminaría perjudicada, con mucho gusto lo hubiese lanzado desde un feliz 95° piso (que no tenían, pero bien pudo haberlo conseguido). Por obvias razones tuvo que abstenerse de hacerlo, para su desgracia personal.

La pelirroja arrojó las llaves de su auto sobre la mesa, botó su bolso y desabrochó los primeros botones de su blusa. Dio una rápida mirada a su cocina para comprobar que estaba tan limpia como siempre y se arrastró, literalmente, hasta su habitación.

Mañana sería mucho más pesado. Y con el pensamiento en mente, calló en brazos de Morfeo antes de que tuviese la fuerza de voluntad para ducharse o siquiera cambiarse por una ropa más cómoda.


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Sí, tengo una macetita con marihuana en casa; se llama Bob (?). Intenté iniciar el fic distinto porque el cliché abunda y yo me aburro mucho en mi tiempo libre. Insisto. Denme sujerencias si es que alguien lee y veré si puedo añadir algunos de sus deseos/fantasías/delirios en el fic.

Por si no lo notaron, Kato Ryoga es hijo de Kato Julie y Suzuki Adelheid. Amé a ese muchacho y eso que me lo saqué de la manga último momento ¿verdad que es una bola de algodón azucarado? (?). Y JA, porque adivinen... No, no podré a ningún Hibari como miembros de comité disciplinario. ¿También notaron que los hijos de Tsuna sirven aparentemente sirven de algo? Sí, soy piadosa con ellos. ¿Y que mini Yamamoto tiene pinta de que terminará siendo bad ass? Es porque es mi propia fantasía (?). Y porque es una onceava generación, no una parodia de KHR, espero que no les moleste el que decida cambiar el prototipo general que hay de los fics de esta temática (al menos los dos que he leído así son, creo que solo uno es distinto).

Si hay reviews, ¡hay continuación! :B