Disclaimer: Los personajes no me pertenecen. El mundo no me pertenece. La obra de Rowling no me pertenece. Si yo fuese Rowling estaría en otro sitio pasándomelo de puta madre.
Nota: Ésta es una historia narrada por Albus Severus Potter. Desde el inicio de su etapa en Hogwarts hasta el final de la misma. O sea, se narrarán los siete años del chaval en el colegio, desde su punto de vista. Cuantos capítulos durarán cada año es algo que no puedo decir así que... well, e ahí la cosa. En fin, espero que os guste o que, al menos, os pueda distraer un rato.
1- El Expreso de Hogwarts
Me temblaban las piernas, y no tenía muy claro si mi tembleque se debía al repiqueteo de la maquinaria del tren al circular por las vías o, tal y como yo me temía, se trataba de puro pavor. Fuera como fuese, tener a mi querido hermano mayor detrás de mí, cuchicheando a mis espaldas intencionadamente para incrementar mi nerviosismo, no contribuía en absoluto a calmar mis ánimos.
Tener once años y ser mago es complicado. Tener once años y ser el hijo del mago más famoso del siglo es un poco jodido. Tener once años y tener como hermano a James Potter es una putada.
Y que nadie me malinterprete, adoro a mi hermano, y por aquella época también, pero sus demostraciones de amor fraternal se asemejaban más a la tortura psicológica utilizada por los aurores contra los criminales más peligrosos que al afecto entre hermanos. Y que justamente aumentase el nivel de sus bromas justo el día en que yo asistía a Hogwarts por primera vez, con aquel mal presentimiento que me había acompañado prácticamente durante toda mi existencia, no ayudaba a que yo renovase mi cariño hacia él, sino todo lo contrario.
—No le hagas caso, si lo ignoras te dejará en paz.
Rose era la única que parecía entender mi sufrimiento de aquellos instantes. Creo que se trataba más bien de empatía femenina, pero por aquel tiempo yo ni siquiera tenía muy claro el concepto de la palabra empatía, así que simplemente pensé que Rose era la única que me quería de verdad dentro de mi familia. A excepción de mis padres, claro.
Ella estaba tranquila, pero era normal. Rose era una Weasley, y como tal seguramente acabaría en Gryffindor, aunque solo fuese porque era pelirroja y portaba aquel apellido. Además era muy inteligente, y si por alguna de aquellas el destino le jugaba una mala pasada, lo más seguro es que terminase en Ravenclaw. Así que, de todas formas, no salía perdiendo.
Pero lo mío era peor. Yo sabía desde hacía tiempo que mi carácter no era el de un Gryffindor. No, estaba totalmente seguro. Bien sabía que no todos los Gryffindors eran como mi hermano James, solo había que ver a la tía Hermione para darse cuenta de eso. Pero yo no me refería al afán desproporcionado por atormentar a los hermanos pequeños, ni a la impulsividad desmedida que llevaba a la gente de aquella casa —y, por tanto, de mi familia— a cometer verdaderas locuras en defensa del valor. ¿Veis? Eso mismo me preocupaba, el cinismo que muchas veces turbaba mi mente al pensar en lo poco racionales que resultaban los Gryffindors a la hora de organizarse, porque ellos no se organizan, ellos se guían por sus impulsos. ¿Veis? Otra vez.
Aquel tipo de pensamientos, la percepción de que era más factible tener los movimientos calculados, la convicción de que el cementerio estaba lleno de valientes pero desprovisto de astutos hacía que mi estómago se encogiese al pensar que, escasas horas más tarde, un sombrero hecho trizas dictaminaría mi futuro en Hogwarts y, por tanto, el resto de mi vida.
Y yo sabía que no iba a ir a Gryffindor. Lo sabía, y tenía unas ganas tremendas por desaparecer del mapa.
—Hermanito, pareces una culebrilla asustada -me susurró James al oído.
Me sobresalté. Todavía estábamos en los pasillos y no había forma de encontrar un vagón libre. Además a cada paso que daba intentando zafarme de él, James se me pegaba como una lapa y me soltaba tonterías que solo ayudaban a mis nervios para exaltarse más todavía.
—¡Qué te calles! —Le grité. Suficiente tenía con mi patético monólogo interior, no necesitaba a la vocecilla de la conciencia encima de mi hombro tocándome las narices.
Rose, que estaba a mi lado, rodó los ojos con exasperación. Me colocó una mano sobre el brazo y luego miró a James, agarrándolo de la manga de su camisa -todavía no nos había dado tiempo a ponernos las túnicas- y arrastrándolo hacia el lado opuesto al mío.
—Ven conmigo, que a éste paso lograrás que a Albus le de algo —le reprendió Rose, frunciendo el ceño.
El considerado de mi hermano soltó una carcajada.
—Anda primita, no seas aguafiestas.
Rose se paró en seco, estaban a escasos cuatro metros de mí. Fulminó con la mirada a mi hermano y le espetó:
—Le diré a la tía Ginny que no has parado de fastidiar a Albus —lo amenazó— ¡Haré que te mande un vociferador!
Apenas un año más tarde, una amenaza tan pobre como aquella haría que a James se le saltasen las lágrimas de la risa. Pero cuando mi hermano todavía tenía doce años recién cumplidos, la sola idea de que su madre le pusiese en evidencia delante de toda la mesa de Gryffindor mediante una carta parlante lograba disuadirlo de hacer maldades.
—Vale, vale —asintió, con las cejas juntas—. Ya te vale, eres una chantagista asquerosa.
Rose sonrió, satisfecha consigo misma, y cogió a James nuevamente del brazo para alejarlo de mí. Se volteó a mirarme mientras lo arrastraba, y me guiñó un ojo, gesticulando con los labios una frase que entendí como "luego nos vemos" o algo así.
Suspiré, aliviado. No habían diezmado mis nervios, y mi angustia todavía estaba patente, pero perder a James y su acoso mortuorio de vista me había quitado un gran peso de encima.
Comencé a caminar hacia el final del pasillo, necesitaba encontrar algún vagón vacío, o al menos con poca gente. Al borde de la desesperación al ver que todos estaban llenos, la suerte pareció sonreírme por primera vez en todo el día al toparme con uno totalmente vacío. Sonreí de oreja a oreja y corrí a sentarme al lado de la ventana.
Necesitaba relajarme, poder evadirme del mundo durante unos momentos. Cerré los ojos. En poco tiempo estaría en el colegio, Hogwarts, el sueño de todo mago inglés. Hogwarts, el paso del niño al adulto, todo una proeza, todo un cambio en la vida. Pero primero debía pasar por aquel estúpido sombrero, y ese estúpido sombrero iba a jugarme una mala pasada. Lo sabía, lo sabía perfectamente.
—Ojalá no existiesen las malditas casas —susurré para mi mismo, con los ojos todavía cerrados.
Y, entonces, escuché por primera vez aquella voz.
—¿Padeces algún tipo de inestabilidad mental? Lo digo por tu hábito de hablar solo.
Y también me ofendí por primera vez ante aquel tipo de sarcasmo.
Abrí los ojos totalmente sobresaltado. Me había dado un susto de muerte. Al centrarme un poco, me encontré con un muchacho delante de mí. Era un chico rubio platino, de piel muy pálida y bien vestido. Rasgos afilados y ojos grises. Su cara me sonaba, fruncí el ceño intentando hacer memoria y entonces lo recordé.
—¡Tu eres el hijo de los Malfoy! —Exclamé en voz alta. Aunque realmente había sido una cabilación personal.
Recordé que lo había visto de pasada en King Cross, y que el tío Ron le había comentado algo sobre él a Rose. Pero no me acordaba exactamente qué. Sabía que los Malfoy no se llevaban muy bien con mi familia, y había oído decir al tío Ron que eran... bueno, prefiero no reproducir sus palabras exactas, dejemoslo en que habían sido mortifagos.
Fuera de eso no sabía mucho más, y la verdad era que tampoco me interesaba mucho. Yo pertenecía a una generación que había nacido fuera de la guerra, y aunque los rencores todavía permanecían, y a mi me sabía mal decirlo, no había sido mi lucha. Seguramente sonará egoísta e incluso insensible, pero no fue algo que yo viviese y, lamentablemente, nunca he podido tomármelo tan a pecho.
El muchacho tenía una caja gigante de Grageas de Todos los Sabores. Estaba sacando las susodichas y las apoyaba sobre sus piernas, dividiéndolas en pequeños montoncitos agrupados por colores. Cuando escuchó mi exclamación alzó sus ojos grises, y me dirigió una mirada de total indiferencia acompañada de un alzamiento de cejas.
—Y tu eres el hijo de los Potter —me contestó, como si lo que yo hubiese dicho fuese la mayor obviedad del universo.
Me sentí un tanto avergonazdo.
—¿Desde cuando estás aquí? —Inquirí.
Él bajó la vista, y siguió con su trabajo de separar las grageas por colores.
—Desde hace bastante —me contestó con frialdad.
Me quedé en silencio durante unos instantes. No sabía bien que decirle. En primer lugar, no sabía que dirían mis padres si se enteraban de que estaba ahí, compartiendo vagón con el hijo de los Malfoy como si nada. Y en segundo lugar, no sabía si aquel chaval estaba dispuesto a entablar conversación conmigo o simplemente se había sentado ahí por pura necesidad desesperada.
Así que ante mi incertidumbre, pregunté lo que todo niño de once años debía preguntar:
—¿Por qué las separas por colores?
Él no alzó la vista para responderme.
—Las verdes pueden ser de vómitos, mocos o cosas más asquerosas. Las rojas tienen más posibilidades de ser picantes. Las naranjas pueden ser dulces, un dulce asqueroso, pero dulce —alzó la vista y se encogió de hombros—. Simplemente intento reducir posibilidades. Si escojo bien el color tengo menos probabilidades de acabar vomitando por culpa de un sabor demasiado horrible.
Abrí los ojos, y asentí. Claro, aquello tenía mucho sentido.
—¿Por qué decías que odias las casas? —Me preguntó entonces, sin mirarme.
—¿Cómo?
El tono que utilizó para responderme era totalmente indiferente. Como si la pregunta que me estaba haciendo fuese mera rutina, y no hubiese ningún interés oculto en ella.
—Tú me has preguntado algo y yo te he contestado —dijo—, lo justo es que me contestes tu ahora.
Por muy justo que fuese, no estaba seguro de querer contarle nada. Y mi reticencia no era por prejuicio hacia su familia, sino porque lo había conocido diez minutos atrás, y por muy sociable que yo sea a veces -y más siendo un niño- todos tenemos unos límites. No obstante, tenía ganas de desahogarme, al menos con alguien que no fuese de mi familia. Necesitaba una opinión objetiva acerca de mi problema, y en aquellos instantes él era la única persona que podía dármela.
—Tengo la sensación de que no voy a ir a Gryffindor —le dije. Creo que capté su interés, porque alzó la vista y me miró, algo perplejo, lo que me instó a proseguir—. Creo que voy a ir a Slytherin. Y tengo miedo, porque ya sabes lo que dicen de los magos de Slytherin, y de como son las cosas en esa casa. Además que a mi familia no le hará ninguna gracia y...
Me percaté de que Malfoy volvía a mirarme con aburrimiento. Aunque más que aburrimiento, su mirada parecía un poco incrédula. Era una mezcla de cinismo y aburrimiento, o al menos eso capté yo. Me miraba como miraba mi tía Hermione a su marido cuando éste afirmaba que, a pesar de todo, su conducta en Hogwarts siempre había sido intachable.
—¿Por qué te dejas llevar por puros tópicos clásicos y poco fundamentados? —Me preguntó—. Es como si yo ahora te dijese que todos los Hufflepuff son una panda de memos que no encajan en ningún otro lado. O que los Ravenclaws son unos pelmazos que solo saben dormir entre libros. O que los Gryffindor...
—¡Vale, vale, vale! —Exclamé. Estaba irritado, aunque no sabía si era por el tono irónico de Malfoy o porque, realmente, él tenía razón—. Lo que intentaba decir es que...
—Se perfectamente lo que querías decir —me cortó—. Pero ha sido entretenido desacreditarte. Etiéndeme, me lo has puesto muy fácil.
Creí que sonreíría con sorna, como cuando James lograba el éxito con una de sus jugarretas, pero no lo hizo. Se mantuvo serio, con los párpados caídos en una mirada de total indiferencia que, os aseguro, se haría habitual en su expresión diaria en un futuro no muy lejano.
Me crucé de brazos, enfurruñado. No me gustaba que se rieran de mí, y menos en una situación tan delicada.
—No tiene gracia.
—Evidentemente, para ti no la tiene —asintió—, pero yo no tengo nada mejor que hacer, ya he clasificado todas las grageas.
Rodé los ojos. Yo buscaba tranquilidad en un vagón, y me había topado con un auténtico idiota que se dedicaba a seguir la estela de James, aunque con un humor mucho más retorcido.
—No tienes que preocuparte de esa forma —dijo entonces. Cuando lo miré, estaba intentando elegir una de las grageas, midiendo cuidadosamente cual escogía, seguramente para no toparse con el sabor equivocado—. Si te toca Slytherin no será para tanto; solo tendrás que lidiar con, aproximadamente, unos trescientos alumnos rencorosos con varios familiares Azkaban gracias a alguno de los miembros de tu estirpe.
—Eres único dando ánimos...
Me acomodé en el asiento del vagón, cada vez estábamos mas cerca de nuestro destino, y yo me encontraba a cada segundo más inquieto. Además la presencia de Malfoy no ayudaba en absoluto, y menos con sus consideradas y alegres expresiones de ánimo. Era verdad aquello que decía el tío Ron, que las serpientes sueltan el veneno en pequeñas dosis realmente dolorosas. Sin duda, tuve claro desde un primer momento que Malfoy acabaría luciendo el uniforme verde, aunque mi desconocimiento sobre el pasado hizo que no supiese, hasta mucho tiempo después, lo alejado que estaba del parecido psicológico respecto a otros miembros de su familia,
—¿Sabes? A mi familia no le caéis muy bien —le dije de repente. No tenía intención de ofenderle, o fastidiarle.
Cuando tienes once años, por muy alumno de Hogwarts que seas, sigues siendo un niño. Creo que fue mi inocencia infantil la que me llevó a decirle aquello sin pensar en las posibles consecuencias. Malfo alzó la vista otra vez, no se había atrevido a coger ninguna de las grageas. Me miró de hito en hito.
—¿Y eso? —Inquirió— ¿Es que envidian nuestro dinero o, simplemente, todavía guardan rencor a mis padres y abuelos por haber ayudado a que un fanático de la pureza de sangre intentase dominar el mundo mágico?
Dijo aquello con tal nivel de frialdad e indiferencia, que casi se me hiela la sangre. Estaba demasiado distraído con sus adoradas grageas que ni tan siquiera se tomó el comentario en serio.
Malfoy era raro, eso dictaminé en aquel momento. Tuve la impresión de que, como mi prima Rose, era mucho más listo de lo normal, y también estaba mucho más espabilado en relación a la edad que tenía. En aquel primer encuentro con él, su humor negro y el sardonismo que se dirigía hacia sí mismo me dejaron bastante sorprendido. No esperaba una contestación así, y me temo que tardaría algún tiempo en acostumbrarme a ellas. No obstante, el hecho de que, de alguna forma, supiese tratar con humor -por más rebuscado, cruel y retorcido que fuese- cosas aparentemente tan trascendentes como aquella, hizo que yo le cogiese una especie de simpatía, por así decirlo.
Sonreí, divertido.
—No deberías decir esas cosas tan a la ligera.
—Cualquiera es libre de taparse los oídos para no escucharme —me respondió con su habitual tono parsimonioso—. Yo no obligo a nadie a que me escuche, de la misma forma que nadie puede obligarme a que calle. A quien no le guste, que se aguante.
Se encogió de hombros, y seguimos en silencio durante todo el trayecto. Observé como se metía un par de grageas en la boca, su método parecía obtener resultados, puesto que ninguna de las dos pareció producirle repugnancia. Al cabo de, aproximadamente, una hora llegamos a la última parada. El estómago se me subió a la garganta mientras los prefectos informaban de que ya debíamos salir de nuestros vagones. Abrí mucho los ojos, aquello ya era cuestión de minutos.
Malfoy se levantó antes que yo, colocándose las grageas perféctamente ordenadas en uno de sus bolsillos, desordenándolas de nuevo, y se alisó la túnica. Bostezó con aburrimiento y me dirigió una última mirada. Yo me levanté para ponerme a su altura, pero las piernas volvían a temblarme de nuevo.
—No nos hemos presentado —me dijo, tendiéndome la mano—. Scorpius Malfoy
Aspiré profundamente para contener los nervios de los acontecimientos que estaban por sucederse, estiré mi brazo y le estreché la mano.
—Albus Severus Potter —me presenté.
Por primera vez desde que lo conocía, vi sonreír a Malfoy. Sonrió de forma maliciosa —una forma que me recordó a James— y asintió levemente mientras retiraba su mano.
—Tus padres no tenían mucha idea a la hora de combinar nombres ¿eh?
Negó con la cabeza y me dio la espalda, encaminándose hacia la puerta, llevándose una mano al bolsillo de su túnica para sacar una de las grageas y metérsela en la boca. Fui a protestar por su último comentario, pero me fue imposible.
—¡Arrg que asco! —Le escuché exclamar—. Tío, sabe a vómito.
Siempre recordaré aquel preciso instante, porque fue la primera vez que, indirectamente, le metí un tanto a Malfoy, aunque ni siquiera fuese cosa mía. Supongo que hay dos momentos clave que marcan la vida de cualquier alumno de Hogwarts y creo que tu primer momento en el tren es, sin duda, uno de esas experiencias significativas que, directa o indirectamente, marcarán tu futuro en el colegio para siempre. Supongo que para mí aquella lo fue, aunque en aquellos instantes yo no supiese verlo, porque en mi mente solo cabía una preocupación que aumentaba por momentos.
¿Tomates? ¿Críticas? ¿Derivados?
¿Un review aunque sea?
