Allí estaban frente a frente al fin. Luego de tantos años en un juego endemoniado del gato y el ratón, Voldemort le acorralaba en el viejo patio del colegio ya totalmente destruido por el fuego y los hechizos.

Se sentía agotado. Los huesos le dolían al punto que casi no se podía mantener en pie. Su pecho respiraba agitado a causa de los latidos incontrolables del corazón. Las manos le temblaban y casi podía sentir que la varita se le resbalaba.

El eterno enemigo le miraba con odio y en sus labios reinaba la más horrenda sonrisa de burla que el muchacho había visto jamás. Se podía ver que el viejo mago estaba tan desfallecido como él, pero que demostraba la seguridad absoluta en su próximo triunfo.

-Tú no puedes hacer nada contra mí, mocoso. Admite que he ganado. Que nada ni nadie puede ser más poderoso que yo-

-Nunca podrás entenderlo ¿Verdad? No puedes ganar, pues careces de un poder máximo del cual yo estoy impregnado. Un poder que me protegió de la muerte siendo un bebé. El amor. El amor de mi madre que me protegió de ti por tanto tiempo. El amor de mi padre que se sacrificó para que yo pudiera vivir. El amor de todos los que me han criado y protegido en contra de tu voluntad. El amor del hombre que me enseño a ser lo que soy y que me protegió por años. El propio amor que siento por una mujer y que me anima a seguir respirando. Ese poder… tú no lo tienes. A ti nadie te ama, Tú no amas a nadie. Y ese poder me va a dar la victoria-

-Estupideces de niño iluso. El amor no es un poder, es una debilidad. Te deja vulnerable y te empuja a hacer tonterías. Tu padre murió por idiota, por tratar de salvar algo que no tenía salvación. Tu madre murió por no dar un paso al costado y permitir que se hiciera mi voluntad. Trató de interponerse cuando ni siquiera tenía una varita para defender al bastardo. Estúpida. Y todos me quisieron engañar… ya me rendirá cuentas ese malnacido por esconderme la verdad por tanto tiempo. Lo mataré lentamente para que tenga conciencia de su tormento hasta el último minuto-

-¡No! ¡No vas a tocarle! ¡Ni a él ni a nadie más! Tú fin ha llegado. Tu reino de crueldad terminó. Ya no puedes lastimar a nadie más-

-¿Y Quien lo dice? ¿Tú? No tienes la fuerza para llegar a mi altura. Yo tengo el poder máximo. La varita de Sauco, y con ella soy el mago más poderoso que existió jamás. Tú y tu tonta profecía no me tocan ya. Voy a matarte como maté a tu padre y voy a doblegar de una vez por todas a todo aquel que osó desafiarme.-

-No. Tom. Ya no puedes-

-Mi nombre es Voldemort. Amo y señor de la magia más oscura. Dueño del mayor poder. Me debes respeto ¡Inclínate ante mí antes que te de la muerte!-

No pudo evitar la sonrisa en los labios. Ahora que él sabía toda la verdad le parecía irónico que Voldemort le exigiera a él darle sus respetos.

-La varita que usas no te pertenece. Nunca te perteneció. Mataste al hombre equivocado. No fue Snape quién le arrebató la varita Dumbledore esa lejana noche en la torre de Astronomía. Fue Draco Malfoy quién lo hizo.-

-Si fue así, ya arreglaré cuentas con él-

-Ya es tarde… porqué ahora el dueño de la varita… soy Yo-

Y diciendo esto el muchacho alzo la vieja varita que perteneció a su madre y lanzó un Experlliamus contra su enemigo.

Voldemort le respondió de inmediato lanzando su contra hechizo. Rojo y verde los rayos de luz se enfrentaron en el viejo patio. Todos les miraban mientras se enfrentaban en esta pelea que era definitiva. El joven fue derrochando toda esa magia que reinaba en sus venas. Magia verdadera, magia ancestral. Todo el poder de su padre, Toda la fuerza furiosa de su madre. Todo el cariño del hombre que le criara. Todo el amor que su amada le profesara.

Por qué se entregaría por completo en esa lucha para salvar al mundo mágico y también al muggle de ese oscuro mal que había dominado por tanto tiempo. Y sabía que en esa lucha solo uno de los dos quedaría con vida.

Y de pronto una energía de la que solo él era dueño se expandió por todo su cuerpo y le hizo irradiar llamas furibundas.

Todos le miraron con asombro y con los corazones en las manos. La profecía se cumplía por fin. El hijo del fuego había llegado y doblegaría al propio Voldemort.

Neville le miraba con lágrimas en los ojos y una emoción que le había dejado sin habla. Draco Malfoy se apoyó en un pilar roto sin poder dar crédito al inmenso poder que el muchacho derrochaba en ese instante.

Alice le miraba con las manos en la boca llorando de desesperación. Estaba aterrada y verlo así en medio de la lucha final le masacraba el corazón. Le amaba más que a su vida y si él moría ella no tendría ya razones para seguir viviendo.

Y el muchacho desplegó su energía y en un momento repentino lanzó al cielo una piedra. Era una piedra pequeña y casi partida a la mitad. Y el chico alzó ante ella su mano y lanzó sobre ella una luz dorada.

El fin era inevitable. Y el joven lo sabía a pesar que en ese momento actuara en la más plena inconsciencia. Lo que tenía que hacer era claro y sabía que la muerte era parte del trato. Pero ya todo estaba dicho y la última página de esa historia empezaba a escribirse.

Y cuando sintió el terrible dolor en su cuerpo el chico trató de volver a sus años infantiles en los que jugaba y reía bajo la mirada y el amor sobre protector de su querido papá… Ron Weasley.