Devil May Cry no es mío

^^ Yo sólo me divierto

^o^ Gracias a los que leen y dejan comentarios

La historia de Juan…

La tarde estaba fría, húmeda, las nubes no eran negras sino grises y distantes. La ciudad es sombría, a pesar de sus partes lindas y luminosas, siempre hay oscuridad, sombras que se deslizan incluso en los momentos felices, manchas que no se borran y permanecen implacables. Sus pasos pararon, sus botas negras se ensuciaron por las chispas que levantó un carro al pasar cerca de la banqueta, el viento mese su gabardina roja, sus ropas rojas con cintas de cuero negro, sus manos ocultas tras unos guantes y su espada guardada en un estuche de guitarra. Sus ojos azules miraban hacia el otro lado de la calle. Las personas comenzaron a pasar a su alrededor, pero permaneció inmóvil, su objetivo seguía al otro lado.

Dante no perdía de vista a una mujer alta, de cabello rubio, con anteojos, parece desaliñada, viste falda larga color rosa, tenis y un suéter ancho verde; pero es una trampa la imagen de esa persona. Ella se percata del hombre de cabello blanco que la mira con fijeza, comienza a correr como una doncella en desgracia.

El cazador la sigue sin apresurarse, con las manos en sus bolsillos. Ella da zancadas largas, mira hacia atrás con desesperación, trata de interponer obstáculos. Sin darse cuenta llega al muelle, muchas bodegas y edificios solitarios. Para su desgracia llega a un edificio abandonado. Se oculta en una esquina, tras unas máquinas polvorientas.

Dante abre la puerta con una patada, la luz de la farola del otro lado de la acera entra al lugar, pero la luz ámbar no ilumina más allá de la mitad de la estancia; para él no es un obstáculo, pues puede ver en la oscuridad. Se percata del olor a sangre que pulula en el ambiente. Dice al causar eco en ese lugar:

— Sal de tu escondite. Eres una gran actriz. — La mujer siente el filo de la espada sobre su nariz. Ella suelta un gran alarido, se arrastra hacia atrás. Mira con terror a aquel hombre. — Nena, ¿vamos a bailar? —

Ella comprende que de nada le servirá seguir mostrándose como una damisela en desgracia, ese caballero sabe que ella es la bruja y él no es un gentil noble. Ella sonríe, su rostro se distorsiona por una enorme sonrisa, hace a un lado la punta de la espada con su dedo índice, le dice al cazador:

— No voy a mostrarte mi verdadera forma, porque tú no lo harás. — Bajo sus pies aparece un círculo cubierto por signos oscuros, su cabello se levanta, al arremolinarse sobre su cabeza. — Disfruta la fiesta, hijo de Sparda. — Ella sólo demuestra desprecio al hijo del traidor, un indigno de mostrarse ante ella.

Demonios menores emergen de las paredes, sombras oscuras de garras afiladas saltan sobre Dante, se funden al chocar entre si, para convertir el piso en un gran abismo negro. El cazador le devuelve una sonrisa desdeñosa a la mujer, al lanzarle a Rebellion.

Ella siente una sacudida, un golpe en el pecho que le obliga a dar un paso atrás, levanta sus manos, mira a su pecho, la espada la atraviesa. No la vio venir, fue como un rayo, intenta sacarla, pero siente una mano que le agarra la frente, sus ojos sólo ven oscuridad, tiene temor, tanto miedo como nunca antes había sentido.

Dante la golpea contra el piso, pero ella no se azota contra el piso, sino cae al abismo. El cazador toma su espada al dejarla clavada en el suelo, la oscuridad se escapa por la punta de Rebellion, pronto aquella negrura se ha marchado. Dante se incorpora, sabe que aún quedan los otros demonios que rodean el lugar y algunos dentro, sonríe pues es hora de jugar. Pone a Rebellion tras su espalda, saca a Ebano y Marfil, una gran sonrisa se dibuja en su rostro, su sangre clama por muerte. Aguarda un instante, pero un desgarrador grito lo golpea por la espalda, voltea con premura, puede ver a un grupo de demonios acorralando a un niño, un pequeño humano. Se apresura a dispararles al correr hacia allá; de un salto sube a la segunda planta, se interpone entre las bestias y el pequeño. Mira con el rabillo de su ojo al chiquillo, lo ve harapiento, golpeado y delgado, le ordena:

— No mires. — Pero el chiquillo sólo tiembla, inmóvil, con los ojos saltando de sus cuencas, con una expresión de terror bien conocida por Dante. El cazador lanza a Rebellion al techo, junto a Ebano y Marfil, da media vuelta, al sacarse la gabardina, la deja caer sobre el chiquillo, le indica. — Aférrate a ella y no mires. —

Dante toma sus pistolas con las manos, Rebellion se acomoda en su espalda. Les dice a sus oponentes al dejarles caer una lluvia de balas:

— Come on! —

El cazador corre por el barandal de las escaleras, se desliza hacia abajo, sin dejar de disparar y destrozar a sus oponentes. Algunos los abate pedazo a pedazo y otros con un balazo en la cabeza. Al llegar abajo, le da una patada en la cara a uno de ellos, lo tira al suelo, se sube en la espalda, se impulsa con su pie derecho, da giros al disparar con gran alegría. Estrella su transporte contra otro oponente, ambos se convierten en oscuridad.

Guarda a Ebano y Marfil, saca a Rebellion, salta despedazando a los demonios. Recuerda como llegó ahí.

Esa mañana llegó a Devil May Cry Morrison acompañado de un detective, ambos parecían serios. Dante preguntó con una sonrisa, al quitar la revista que tenía sobre su rostro:

— ¿Por qué esas caras largas?… — El detective lanzó sobre el escritorio un folder. Dante vio al hombre, era un tipo de mediana estatura, no era fornido, pero tampoco gordo, tenia cabello negro y cano, un bigote bien recortado, su traje estaba impecable, tendría cerca de cincuenta años. El cazador tronó sus labios, bajó sus pies del escritorio, tomó el folder, dentro había un informe, fotos de niños muertos en un aparente ritual demoniaco. Morrison habló:

— La policía no puede lidiar con esto, están dispuestos a pagar por este caso. — Dante preguntó con sarcasmo:

— ¿No pueden o no quieren? — Esa pregunta fue como una punzada en el corazón para el detective, quien golpeó con sus manos el escritorio, había extraviado el temple para gritar:

— ¿Qué te pasa vago de pacotilla? — Dante arrojó el informe que cayó a los pies del detective, tomó la revista, la abrió, dijo con indiferencia:

— Los policías no se preocupan por los niños huérfanos. — Esta vez, eso fue una bofetada para el agente, quien se arrodilló para recoger el informe con desesperación.

Morrison se sorprendió por la actuación de su socio, Dante no solía comportarse así si había demonios involucrados, siempre parecía desinteresado, comprendió que había algo de personal en el asunto. Inhalo largamente su cigarrillo, lo retiró de su boca al dejar salir el humo, dijo al ver al detective irse:

— ¿Aceptarás el trabajo?… — Dante soltó la revista, la dejó caer de mala gana al escritorio, dio una fugaz mirada a la foto de su madre. Tomó a Rebellion al dirigirse a la salida, pasó junto al detective al decir:

— Voy para allá. —

Dante decidió ir a hablar con los testigos, estaba seguro que los policías no lo hicieron bien, pues en la calle la policía en ocasiones es un enemigo más. Todos los muchachos les dijeron lo mismo cada vez, una mujer alta, de cabello rubio, lentes, con libros estuvo cerca de los que desaparecían. No tardó en encontrarse con ella y la siguió.

El cazador ondea con ambas manos a Rebellion, le corta la cabeza al último. Toda esa horda de demonios, no fue capaz de acallar un poco sus ansias de asesinarlos. Mira hacia la bodega, no está seguro si entrar o irse. Observa el edificio hacia arriba, es oscuro, con partes del techo derribadas, llena de graffiti, con los vidrios rotos y restos de pintura le hacen saber que fue amarilla alguna vez. El viento infla su cabello, lo mese a pesar de tener mechones tiesos por la sangre que le salpica por todo el cuerpo.

El niño llora, tapa sus oídos con sus manos sin dejar de aferrarse a la prenda que le dejó el desconocido, ha dejado de escuchar disparos, rugidos, golpes y ruidos, ahora todo es silencio. Teme mirar y ver que ha sido abandonado de nuevo, más que ver uno de esos monstruos de frente. La oscuridad ahora parece menos, la luz de la farola ahora ilumina tenuemente casi todo el interior de la bodega. El chico descubre poco a poco su cuerpo, mira el piso, levanta un poco más la gabardina, para encontrarse con un par de botas negras; saca su cabeza, mira hacia arriba para encontrar a ese hombre alto, de cabello blanco, ojos azules con una sonrisa tenderle la mano.

Dante ve como el niño con premura le toma la mano, se aferrar a su antebrazo como si de eso dependiera su vida. Un impulso lleva al cazador a abrazarlo, tal vez una muestra de su debilidad como humano. Se quedan así un instante, hasta que el cazador pregunta:

— ¿Cómo te llamas niño? — El pequeño dice con la voz quebrada, entre sollozos:

— Jean. — Dante le sonríe al decirle:

— Hay que irnos. —

El cazador se separa del pequeño, toma su gabardina, comienza a caminar, pero escucha como el niño cae de golpe al suelo. Voltea para ver al pequeño inconsciente. Se aproxima, ve con más detenimiento los golpes del chiquillo los cuales son severos. Lo toma entre sus brazos, al llevarlo al hospital.

Al llegar la sanatorio se armó gran jaleo, pues él estaba cubierto de sangre, además llevaba al niño entre sus brazos. De inmediato pusieron al pequeño en una camilla, mientras un grupo de doctores lo atendía. El cazador dijo en al recepción que él cubriría todos los gastos, sacó de su chaleco una tarjeta de débito, la enfermera le dijo que se dirigiera a la caja, pero él pide ver al administrador del hospital; sin embargo, un hombre pequeño, menudo, de cabello lacio, de piel trigueña llega, saluda con efusividad al cazador. Dante sólo le dice de manera escueta que regresará después y le encarga al niño.

Dante se marcha con la gabardina sobre su hombro, el estuche de guitarra colgando sobre su espalda, deja desconcertado al administrador.

El cazador llega a Devil May Cry, su hogar solitario, oscuro y frío. Deja caer la gabardina a la mitad de la estancia, pone el estuche de guitarra a un lado de la puerta del baño, entra para asearse, no soporta la peste de la sangre de los demonios. Dante deja que el agua caiga sobre su cuerpo, no se quitó la ropa, sólo tenía ganas de sentarse y sentir las gotas de la ducha golpear su cabeza, espalda, hombros, recorrerlo y mojarlo. El recuerdo de aquel fatídico día lluvioso lo colma; mientras el agua teñida de carmesí se desliza por el piso para desplomarse en la coladera.

Horas después, el cazador entra de nuevo por las puertas de cristal del hospital. La recepcionista toma el teléfono al ver al hombre de rojo. Dante la mira con seriedad al verla con el auricular blanco sobre el oído. Ella le pide que espere. No tarda en llegar el administrador, saluda de mano a Dante, el cazador corresponde el gesto fugazmente. El administrador dice con seriedad:

— El niño que trajiste está muy mal, su estado es crítico. Si la hemorragia interna no cesa morirá. Tiene las costillas rotas, un brazo dislocado, además de fuertes contusiones. La adrenalina lo tenía aparentemente estable, ahora que se ha tranquilizado su cuerpo no puede con el daño. Si se salva será un milagro. —

Dante escuchó todo sin inmutarse, camina a la sala de espera. Se sienta al mirar sus manos, por sus venas corre la sangre de un demonio y la de un humano; por eso ha sobrevivido hasta ahora, pero no puede evitar pensar en qué hubiera pasado si no fuera así. Como demonio, puede regenerarse casi de inmediato, puede aceptar que esa tal vez sea la mejor herencia que le dejó su padre. Recuerda a Brad, el demonio que se casó con Angelina, ese hombre tiene poderes curativos. Busca en el bolsillo interno de su gabardina, ahí está la postal que encontró entre el correo antes de dirigirse al hospital, la tomó para leerla después.

Dante mira la fotografía, están Brad y Angelina sonrientes como siempre, ataviados con sus ajuares de bodas, ella con un vestido blanco, de encajes, con el velo sobre su cabeza; él con un traje sastre negro, camisa blanca y una fajilla roja. Una sonrisa fugaz se escapa, se desliza por los labios del cazador. Un grupo de doctores pasan corriendo, se dirigen a la habitación de niño al gritar:

— Código azul. —

El cazador se levanta de su asiento, va a la recepción, pide prestado el teléfono, marca el número que viene en la postal; intercambia unas escuetas palabras con quien le responde. Dante mira hacia el corredor, puede regresar, pasar sobre el piso reluciente y blanco, sentarse en una incomoda silla para esperar; o marcharse, avanzar por las calles oscuras, para seguir investigando el caso. Mete sus manos dentro de sus bolsillos, encoge los hombros, piensa en que si se marcha, cómo se presentaría Brad a ver a un niño moribundo; sólo le resta esperar.

Los minutos pasan, tamborilea sus dedos sobre su rodilla derecha, el tiempo le parece pasar lento, como si se arrastrara por el piso perezosamente. Observa con su mirada seria e implacable a los que desfilan, las camillas que pasan frente a él, familiares llorando, personas desesperadas para las cuales el reloj gira sus manecillas en una carrera.

Las puertas de cristal se abren, dejan pasar a un hombre alto, esbelto, atractivo, de cabello café y algo largo, con una camisola azul, pantalones negros, zapatos de vestir. Brad mira de inmediato a aquel inconfundible hombre vestido de rojo; avanza con pasos presurosos, pues juzga que es inconveniente correr en un hospital. El cazador se levanta, ambos se saludan con un ademán de sus manos. Antes de que crucen palabra, el administrador del hospital se aproxima, se dirige al cazador:

— Necesitamos que un familiar del niño firme un permiso. Requerimos hacerle una operación de urgencia, pero es muy riesgosa por el estado del menor. — Dante dice con severidad:

— Firmaré yo. — El administrador exclama al abrir más sus pequeños ojos:

— ¿Qué? — Dante prosigue al ignorar aquello:

— No hay nadie más. Quiero verlo antes de que lo operen. — Aquellas palabras fueron una orden, la cual el administrador no pudo desacatar, pues Dante lo miraba con fijeza y no podía desobedecer. El hombre sólo tartamudea:

— Bi…bbi… bien. —

Dante camina hacia el área de urgencias, el niño está en un cubículo. Brad comenta al seguir al cazador:

— No sabía que tú pudieras doblegar la voluntad de los humanos. — Dante le comenta, como si no fuera importante:

— Es algo que mi padre hacia a menudo. —

El cazador pone su mano sobre la manija recta, abre la puerta, al ordenarles a todos los doctores que salgan; los humanos los dejan a solas. Brad entra con premura. Dante cierra la puerta al recargarse sobre ella.

Brad mira al niño, ve el tubo que tiene dentro de la boca, la intravenosa que está en su brazo, las vendas llenas de sangre, las máquinas que tratan de mantenerle con vida, su primer diagnóstico es que el infante tiene el cuerpo destrozado. Volta a ver a Dante, una gota de sudor escurre por su rostro al sentir la autoritaria mirada del cazador. Regresa su atención a su pequeño paciente, posa sus manos sobre el crío, sin tocarlo, necesita toda su concentración; jamás había curado a alguien tan grave, ni el padre de Angelina estaba en ese estado crítico, cuando el mayordomo loco lo usó como sacrificio. Siente como su energía se agota, sin que pueda hacer gran cosa por ese humano. Dante pone su mano sobre el hombro de Brad, al pasarle algo de su energía.

El hombre siente como el enorme poder de Dante lo llena, decide concentrarse en curar los órganos vitales del niño, parar la hemorragia y hacer que el daño sea lo menor posible. Siente que llega a su límite cuando su vista comienza a nublarse, se arrodilla al recargarse en el borde de la camilla, se disculpa al esconder su rostro:

— Por hoy no puedo hacer nada más, lo siento. — Dante le dice al darle la espalda y dirigirse a la puerta:

— Los humanos son más frágiles de lo que ellos creen. Hay que dejar que los doctores trabajen también. — Brad voltea a ver al cazador, quien le sonríe al dejar pasar a los médicos.

Los doctores hacen a un lado a Brad, se dan órdenes al mirarse con seriedad, sacan al paciente al llevarlo a la sala de operaciones. Brad y Dante van a la sala de espera, ahora todo depende de la fuerza del niño y la destreza de los médicos. Brad aún siente su cuerpo temblar, su vista está borrosa, además del mareo y las nauseas, comenta con un hilillo de voz:

— Es agradable ver que el hijo de Sparda ame a los humanos, tanto como su padre lo hizo. — Dante le responde:

— No amo a los humanos, no soy tan bueno como lo fue Sparda. — Brad sonríe sin comentar nada, sólo mira al piso y sus zapatos. Dante se levanta, Brad voltea a verlo, comienza a caminar al informar. — Me voy, has lo mismo. — Levanta su mano en señal de despedida.

Brad deja su expresión de sorpresa, para volver a sonreír, no necesita que Dante le diga "gracias" pues esa es la manera de agradecer del cazador.

El cazador pasa las puertas del hospital, siente el viento frío acariciarle el rostro y mover su cabello. Escucha el sonido de su estómago gimiendo por comida. Él recuerda que no ha comido desde que salió de su casa y casi amanece; encoge los hombros, si quiere una pizza decente o un helado de fresa deberá esperar, o ir a una tienda a comprar algo. Camina hacia la derecha, avanza con calma, necesita hacer tiempo.

El hombre observa los árboles ondeándose, las nubes negras teñirse con un tímido tono rojizo, el color ambarino de las farolas, el entorno húmedo y pequeñas gotas de rocío resbalando por las hojas. La circulación vehicular comienza a incrementarse. La luz de los faros de un automóvil, hace que su sombra se vea más y más larga, hasta que el carro pasa junto a él a gran velocidad. Mira sobre su hombro derecho, ve una tienda de autoservicio rápido, no son lugares grandes, unos cuantos anaqueles, refrigeradores con refresco y bebías alcohólicas, comida chatarra, café y dulces.

Dante empuja las puertas, entra sin hacer caso de los dos hombres armados que están frente al mostrador, el que está al fondo metiendo cervezas a un carrito de súper mercado, ni a los empleados que están aterrorizados; él no trata con simples ladrones, no es un héroe metiche, que se inmiscuye en asuntos que no le conciernen, tampoco es policía. Camina al fondo, abre el refrigerador contiguo al de las bebidas, toma una lata de jugo de tomate, cierra la puerta de cristal y escucha un arma sonar cerca de su cabeza. Voltea a ver al hombre bajo, vestido con pantalones amplios, una playera sin mangas y tenis, brazos tatuados, nota que tiembla y ve la automática que sostiene. Con un movimiento rápido que quita la pistola, lo golpea en la cara dejándolo en el piso con la nariz rota, se gira al disparar a los otros dos hombres, suelta el arma junto a la lata, saca a Ebano y Marfil, dice con una sonrisa satisfecha y su pose socarrona:

— Si van a apuntarle a alguien, deben saber primero usar las armas. —

Los asaltantes se paralizan, mientras escuchan de fondo el sonido de los refrigeradores y los gritos de su compañero. Dante aparece frente a ellos, les pone los cañones entre las cejas. Ambos hombres cierran los ojos y uno hace un charquillo amarillo bajo sus pies. El cazador hace una mueca de asco al decir:

— Que desagradables. — Golpea a ambos maleantes en la nuca al dejarlos inconscientes.

Los empleados siguen aterrorizados, no saben si moverse o agradecer a ese hombre, el cual también usa armas. Dante guarda a Ebano y Marfil, regresa al fondo, abre de nuevo el refrigerador, saca otra lata de jugo de tomate, cierra, camina hacia el mostrador, deja el dinero, se encamina a la puerta al decir:

— Quédate con el cambio y llama a la policía. —

Dante abre la lata, la lleva a su boca sin dejar de caminar, saborea el sabor del tomate. No le gusta ir a las tiendas de noche, para evitar incidentes como este, que le dejan ganas de matar a alguien, no por furia o algo así, sólo le dejan el deseo de asesinar. Se detiene un momento, se recarga en una pared, pone su pie derecho sobre el muro, disfruta de su bebida mientras ve el firmamento teñirse de rojo al salir el sol, para irse volviendo azul.

El cazador observa unos minutos el resplandeciente día que ha nacido, hasta que tanta luz le hace sentir incomodo; por ello prefiere estar dentro de su casa, pero en este momento está trabajando. Reinicia su camino, mientras el aire ondea su gabardina, las hojas de los árboles se desploman gráciles al danzar unos instantes en el cielo, para después rodar por el asfalto hasta encontrar donde detenerse.

Dante arroja la lata, desde lejos, a un cesto de basura. Puede regresar a su casa, seguir investigando o regresar al hospital. Sus labios se vuelven una línea, se reprende al decirse que no tiene por qué regresar al hospital; decide ir a Devil May Cry y pasar por una pizza de camino.

El cazador abre la puerta, el edificio está oscuro como de costumbre, cajas de pizza y basura por todos lados, revistas sobre su escritorio; mira alrededor, todo sigue en su lugar. Desde que Patty se fue, las cosas permanecen en su lugar, sin que alguien trate de ordenarlas.

Se sienta en su silla, pone los pies sobre el escritorio, comienza a comer, intenta desviar sus pensamientos de sus recuerdos; sin embargo la dulce mirada de su madre, quien lo ve desde el marco de una fotografía, no ayuda mucho. Sus ojos azules contemplan los de la foto, recorre cada línea de esa mujer, su cabello dorado, su sonrisa carmín, la expresión dulce y amorosa, su ropa elegante. Su madre era una dama, su padre un caballero, ambos con exquisitos modales, su hermano también era elegante; mientras él, él tiene estilo y la entereza de no ser refinado, sino libre, lejos de todas esas normas de etiqueta que puede recitar al derecho y al revés, por eso sabe qué debe hacer para no acatarlas. Sonríe al pensar que su hermano diría que vive en un basurero, y ciertamente así lo ha querido.

El teléfono suena cuando ha terminado de disfrutar de su desayuno, con un golpe de su talón el auricular se eleva y lo toma en la caída, lo pone contra su oído al decir:

— Devil May Cry… — Escucha la voz del otro lado, es el administrador del hospital, quien suena muy animado; habla sin parar, le informa que el niño ha salido bien, que parece un milagro su recuperación, que sería bueno si estuviera cuando despertara. Dante lo escucha sin decir nada, cuando al fin la voz hace una pausa, el cazador le dice antes de colgar: — Encárgate. — Un leve gruñido sale de la garganta del hombre, después viene el silencio arrollador. Se levanta para poner algo de música en la rockola.

Piensa unos instantes antes de llamar a su doble, el cual emerge de su sombra. Le indica que lo cubra en lo que regresa. Dante toma de nuevo a Rebellion escondida dentro del estuche de guitarra, se dirige a la salida mientras la canción que eligió suena de fondón. Se aleja con las manos dentro de los bolsillos, sabe que duppelgänger, sólo tiene que dormir con una revista sobre el rostro, seguir la corriente si alguien llega y evitar salir a toda costa, sobre todo decir que no tiene dinero; de ese modo ha conseguido tener dinero, al escapar de sus acreedoras, además de cultivar su imagen de vago y desobligado, dormilón come pizza.

Llega al final de la ciudad, donde hay un grupo de edificios llenos de niños, los cuales se refugian ahí. Todos saben de ese lugar, pero nadie hace nada; y él no es un altruista con dinero de sobra, al cual le interese. Muchas miradas lo siguen, mientras camina por ahí, todos lo observan. Le sorprende ver que no hay niños jugando, tampoco ninguno le ha salido al paso, sino están a la expectativa. Ve una sombra, donde hay un marco, ahí podrá tomar una siesta y esperar a que algún ladroncillo se acerque, cierra los ojos, pone sus manos tras su cabeza, se pone cómodo. Pasan unos minutos para que algo se aproxime, pero no es un pequeño, sino una horda de demonios.

Dante salta cuando una afilada garra se clava en el marco. Una lluvia de balas cae sobre sus atacantes más próximos. Les dice al guardar sus armas:

— Deben estar desesperados para salir de día. Hagamos una gran fiesta entonces. —

Los niños se esconden para no ver a aquellas bestias aniquilar al hombre, algunos curiosos se asoman por los agujeros de las paredes. El cazador salta cortando con velocidad a sus oponentes, los cuales se transforman en oscuridad antes de desaparecer. Corre para ir por el más grande, le clava la espada en el cuello, pone el mango contra su rodilla al disparar a la mole. Sabe que eso es una distracción, pues otro grupo va por los niños.

Los chiquillos escuchan tras ellos un rugido y ven un grupo de monstruos, los cuales extienden sus manos para garrarlos. Dante corre al pasar cortándolos, nota que no hay más demonios, es como si quien los hubiera mandado hubiera desistido, le parece que ha sido demasiado fácil y aburrido.

Un joven, vestido con una sudadera amplia color negro, jeans y tenis desgastados se aproxima, su rostro es cubierto por una cachucha roja, inquiere en tono molesto:

— ¿Qué quieres? — Dante sonríe, responde de manera divertida:

— La pregunta es qué querían ellos. — Aparece tras el joven, con un movimiento rápido le levanta la sudadera, para dejar su abdomen descubierto, donde hay una gran cortada. Susurra al oído de esa persona. — Linda. — El aludido empuja al cazador, da unos pasos adelante, al sostener su estómago, le grita:

— ¡Pervertido! — Comienzan a ser rodeados por los otros chicos, que están más preocupados por la herida de su compañero. Dante cruza los brazos al comentar:

— Ellos regresarán, será mejor que se marchen de aquí. — Los niños parecen atemorizados de marcharse, ellos son su familia, ese es su hogar bien o mal; se abrazan unos a los otros. — Cerca de donde vivo hay un edificio, es grande, tal vez todos puedan quedarse un tiempo ahí. —

Dante nota que nadie lo escucha, pues todos están alrededor del chico herido, preocupados, tratando de ayudarle, de detener la hemorragia. El cazador se abre paso entre la multitud, toma entre sus brazos al joven, les dice que va a llevarle al hospital. La persona entre sus brazos pone resistencia, pero él le susurra:

— Linda, si te resistes les diré a todos que eres una mujer. — Ella le dice a sus compañeros:

— Está bien chicos. Vallan a donde él les dijo. — Hace una mueca de dolor. — Los alcanzaré después.

Dante toma su teléfono, habla al hospital para que venga una ambulancia; piensa que es lo mejor, de otro modo se seguirá haciendo un alboroto. Él le pregunta a la muchacha:

— ¿Cuál es tu nombre? — Ella responde al presionar su herida que ha comenzado a sangrar con mayor abundancia:

— Juan. —