DETRÁS DE LA PUERTA

Prologo.

El atardecer comenzaba a hacerse presente en el cielo, poco a poco las nubes que comenzaron luciendo un violento rojo se iban tiñendo de un cálido naranja dejando que el sol bajara lentamente permitiendo al sol recostarse en su lecho, cubriéndolo hasta que poco a poco el tono purpura que anunciaba la noche iba haciéndose presente junto con sus estrellas que una a una de manera tímida iban decorando el cielo haciendo de escolta a la luna que aun esperaba para salir.

Y mientras el astro hacía acto de presencia el sol aun con sus últimos rayos mortecinos alcanzaba a iluminar las ventanas y las habitaciones de la casa que se alzaba lejos del pueblo y que en ese momento se veía atacada por una horda de pueblerinos enfurecidos que cargaban toda arma rudimentaria como picas o palas, solo pocos llevaban armas más peligrosas, como los nobles que iban a la cabeza, los que iban vestidos con sedas y terciopelos y una espada en el cinto mientras golpeaban con furia la puerta principal para poder entrar.

-¡Feliciano corre!- gritaba un hermano mayor que intentaba trabar la puerta usando los muebles de la sala para evitar que la gente enfurecida de afuera entrara a su casa, su hermano menor corría dando traspiés para ir hasta el sótano, al lugar en el que solía esconderse cuando era más pequeño; sabía que su hermano mayor lo alcanzaría, tenía que alcanzarlo, se esconderían juntos y saldrían airosos de esa pesadilla.

Llegó a la puerta del sótano ¡Maldición, estaba cerrada! Corrió hasta la cocina, buscó desesperado entre los cajones la llave correspondiente mientras las lágrimas comenzaban a salir gracias a la desesperación de encontrarla. Por fin la bendita llave ahí estaba, entre los frascos que guardaban semillas y especias.

Salió de la cocina tropezando en el camino raspándose las manos pero sin soltar la llave, su hermano se acercaba a él corriendo y lo tomo de la muñeca levantándolo de un solo jalón para después correr con él al sótano, abrieron la puerta y el mayor empujó a su consanguíneo dentro cerrando con seguro tras de sí. Anduvieron a tientas por la obscura y polvosa habitación, afuera se escuchaban los esfuerzos de las personas por entrar, adentro tan solo los sollozos de Feliciano junto con la nerviosa y desacompasada respiración de Lovino, el mayor entre los dos.

-Ven aquí- le ordenó Lovino en susurros a Feliciano que tuvo que forzar la vista para identificar el lugar que le señalaba el otro: Era un enrome y espacioso armario de madera obscura y maciza, los dos se metieron procurando no hacer ruido.

Lovino abrazó al menor pegando la cara de este a su pecho para ahogar el sonido de su llanto mientras que con una mano acariciaba su cabello con la otra su espalda.

-Tranquilo, estoy contigo, no dejaré que nada te pase- le susurraba el mayor intentando esconder el temblor de su propio cuerpo al escuchar los pasos de algunas personas y como estos iban de un lado a otro al parecer buscándolos.

-Hermano, tengo miedo- dijo Feliciano aferrándose a su hermano.

-No tienes porque, yo te cuido- le contestó Lovino hablándole al oído forzando su voz para que se escuchara firme y no soltarse en llanto como hacía su mellizo.

Un estruendo se dejó escuchar desde la puerta… habían entrando… Lovino aguantó la respiración como si el solo sonido del aire al salir de su nariz fuera a alertar a los intrusos, sintió como las uñas de Feliciano se enterraban con tremenda fuerza en su espalda y el cuerpo de su hermano se tensaba al instante.

Las pesadas botas de quienes habían entrado se movían entre el sótano, inspeccionando cada rincón. La espalda de Lovino estaba a punto de sangrar por la fuerza que Feliciano estaba poniendo al presionar sus uñas contra ella, escucharon como los hombres hablaban entre murmullos haciendo inentendible lo que decían… parecía que se estaban alejando sin embargo un par de pies se acercaban cautelosamente a su escondite.

Los hermanos sintieron como si sus corazones se detuvieran por unos segundos cuando las puertas del armario se abrieron de par en par cegando a los chicos por la repentina luz, aturdiéndolos por los gritos guturales y victoriosos de quienes los habían encontrado y en ese instante los jalaban de las ropas sacándolos a la fuerza del armario apuntándoles con sus espadas y otras armas.

-¡Lárguense de aquí, nosotros no hemos hecho nada!- gritó Lovino tomando de nuevo a Feliciano entre sus brazos a modo de protección pero a cambio de su orden una risa comunal fue la respuesta, uno de los soldados lo tomó del brazo con tremenda fuerza arrancándolo de su hermano que gritó al sentirse desprotegido.

-¡Suéltenme!- gritó Feliciano a la hora de que otro hombre lo inmovilizó agarrándolo de los brazos también, viendo como a su hermano le pateaban las rodillas haciéndolo caer.

-¡Lovino! ¡Déjenlo en paz por favor!- seguía gritando tan fuerte como su garganta y pulmones le permitían.

-No toquen a mi hermano malditos hijos de puta- les espetó Lovino ganándose un brutal golpe en la boca con el pomo de la espada, el chico escupió sangre al mismo tiempo que alguien le echaba la cabeza hacia atrás al jalarle el cabello de la nuca.

-No te preocupes… a diferencia de ustedes, nosotros somos misericordiosos y no tendrás que ver a tu hermano sufrir- le dijo uno de los hombres ricos hablándole mientras arrastraba las palabras, Lovino percibía el olor del perfume y la textura suave de los guantes que rozaban con su nuca mientras el hombre aun le sostenía el cabello aunque eso no era lo que importaba ahora. Lovino intentaba bajar la mirada ¿Qué le harían a su hermano? ¿Qué querían decir con eso? Pero antes de formular la pregunta en voz alta, antes de siquiera poder procesar lo que estaba pasando, sintió la fría hoja de metal cruzándole la garganta, arrebatándole la vida en un solo corte.

-¡No! ¡Dios mío no, Lovino! ¡Hermano levántate! ¡Lovino por favor!- gritaba histérico Feliciano aun siendo sostenido por los otros hombres que miraban con desprecio la escena y no soltaban al chico

-¡Lovino, Lovino hermanito por favor no juegues así! ¡Lovino por favor te lo ruego!- aun gritaba fuera de sus casillas, moviéndose frenéticamente en medio del agarre del hombre, tratando de zafarse en vano viendo como el charco de sangre comenzaba a hacerse mas y mas grande en el piso hasta pronto alcanzar sus pies. Uno de los soldados solo dio un suspiro de cansancio y viendo con aburrimiento a Feliciano que gritaba y lloraba como un desquiciado, dio una orden a otro de los hombres con una mueca de fastidio.

Un dolor desgarrador atacó uno de los costados de Feliciano, cuando el chico agachó la cabeza vio una espada atravesándole el estomago; la hoja salió de su interior tan rápido como entró, Feliciano cayó al piso sintiendo el sabor metálico de su propia sangre agolpándose en su boca obligándolo a vomitar un chorro de líquido escarlata.

-Disfruten su castigo- dijo el hombre antes de salir de ahí junto con los otros dejando al par de hermanos ahí en medio de esa espantosa escena de muerte.

Feliciano arrodillado en el piso logró tomar fuerza suficiente para gatear hasta el cuerpo ya inerte de su hermano, se arrancó un pedazo de su camisa y con sus manos débiles y sus dedos adormecidos y fríos lo amarró alrededor del cuello de Lovino en un patético intento de detener la hemorragia manchándose de rojo en el acto… pero la sangre seguía saliendo ya fuera de la garganta del mayor o del vientre de Feliciano que poco a poco fue sintiendo como el frío le invadía, su vista fallaba y respirar parecía una tarea imposible.

-Levan… tate… herma… hermanito… levántate- decía entre balbuceos casi mudos meciendo con sus últimas fuerzas el cuerpo de Lovino que no contestaba…

Finalmente la pérdida de sangre hizo su trabajo y Feliciano cayó a un lado de su querido hermano con sus manos a pocos centímetros de poder entrelazarse… abandonados en el frío y soledad de un inmundo sótano, lejos del resguardo de la luna o del alguien que al menos pudiera hacerles cerrar sus ojos para poder ir al sueño eterno. Pero no, solo se quedaron ahí tirados cual gatos callejeros arrollados sin querer por una carreta, con sus cuerpos a merced de las alimañas que con el tiempo los devorarían… como un par de mártires juzgados como criminales, víctimas de la crueldad y por ultimo portadores del rencor que les brindaría la oportunidad de pretender tener la vida que acababan de perder.

Varios siglos y amaneceres pasaron, todos ellos fueron testigos de guerras y tiempos de paz como también del desgaste de la casa en donde el par de mellizos vieron su fin sin encontrar el camino al descanso eterno; ahora cerca de aquella abandonada residencia a la que nadie se atrevía a poner un pie dentro, un grupo de intrépidos estudiantes de preparatoria se habían impuesto el reto de pasar una noche entera en ese lugar.

-No sé porque acepté hacer esto- se quejó un rubio muchacho de ojos azul celeste mirando la verja oxidada frente a él.

-Solo será una noche West- le consoló su albino hermano mayor con una sonrisa que mostraba toda su autoconfianza, el rubio suspiró mirando a todos los demás que parecían tranquilos.

-Hermanito ¿Quiénes son esas personas?- preguntó un fallecido Feliciano mirando desde la ventana más alta de la casa al grupo de amigos

-No lo sé, seguro son esos tipos que siempre pasan por aquí en las mañanas- comentó su también occiso hermano mayor mirando desde el hombro de su consanguíneo

-Ve~ espero vengan a jugar, hemos estado algo solos- dijo el menor poniendo su mano en la polvosa ventana

-Tal vez podríamos entretenernos un rato- dijo su mellizo sonriendo de manera macabra acariciando el improvisado vendaje en su cuello.