Dividido

—¿Estás seguro...? —le salió la voz entrecortada, con dudas, demasiadas para su propio gusto.

—Cállate la boca y sigue.

Estaba desesperado. Hacía meses que tenía que lidiar con él cada día. Siempre estaba en su casa, aunque por su hermano menor, y ese odio que sentía por él no fue más que en aumento hasta que un día desapareció y le besó desesperadamente.

Le necesitaba, ahora él era lo único que le hacía falta, no ese atontado de España siempre sonriendo, siempre feliz, siempre capaz de hacer cualquier cosa por él... Ludwig había conseguido que tuvieran una relación más dinámica, más activa. Le odiaba y le pegaba, y él, aunque al principio siempre fue paciente, fue capaz de regañarle y hasta devolvérsela en alguna ocasión, cosa que Antonio jamás había hecho.

Y eso le gustaba.

Tal vez era un masoquista y ese lado oscuro que de vez en cuando Alemania le demostraba le atraía, esos gritos que le aterraban y le hacían huir pero acto seguido volvía corriendo a por más.

Se sentía retorcido en su interior y un fracaso como persona por estar engañando y lastimando tanto a su hermano como a Antonio. Pero estar roto en los brazos fuertes y musculosos de Ludwig, al que siempre tanto había odiado, ahora le producía un placer mayor del que podía expresar.

Baciami, stronzo—gruñó sin dejar de fruncir el ceño, aferrándose al cuello de su camisa mientras pegaba fuertemente sus pechos juntos, alzaba el mentón para que él lo cogiera y cumpliera sus deseos. Y Alemania era alguien muy complaciente, besándole con dureza y con dulzura, apretándose sus lenguas y empujándose mútuamente tratando de expulsarla de la boca del otro.

La imagen sonriente de Antonio se cruzó por la mente de Lovino, cerrando los ojos con fuerza y mordiendo el labio inferior del rubio.

Sal de mi cabeza... yo ya no te amo... pensó una y otra vez, sintiendo las lágrimas acumularse en sus ojos cerrados y un dolor atenazar su garganta, volviendo más violento el beso y clavando las uñas en los brazos de Ludwig. Yo ya no te amo...

Separaron sus labios y el sur de Italia escondió la cabeza en su hombro, reprimiendo con todas sus fuerzas las ganas de gritar. Alemania dejó que apretara cuanto quisiera y le hiciera daño, estaba acostumbrado y le gustaban ese tipo de cosas, además... también debía decir que ese hombre, con mucho más carácter que Feliciano, le había ido robando lentamente el corazón con su fragilidad, siempre oculta tras los insultos y palabras de odio.

Ich liebe dich... —le susurró con sensualidad lamiendo su oído. Romano se estremeció, aferrándose un poco más fuerte todavía, haciéndose daño a sí mismo.

Se sentía dividido... amaba a Ludwig, ese hombre al que siempre había odiado. Y odiaba a Antonio, ese hombre que siempre se lo había dado todo. Estaba confuso y la sensación de estar perdido era demasiado grande. Tanto que le asfixiaba.

Ojalá algún día pudiera saber con certeza a quién amaba y a quién odiaba realmente...

Ti amo... macho patates...

FIN