Aunque duela
Besó la punta de sus dedos con ternura, notando aquella mano acariciándole gentilmente la cabeza mientras poco a poco sus labios recorrían con suavidad un sendero sobre su pecho, con pequeños besos como petalos rozando su piel pálida, sus músculos bien formados debajo estremeciéndose por el cosquilleo y el placer.
Cerró los ojos concentrándose en las caricias que le daba, sintiendo su corazón derretirse a cada latido, sintiendo más de lo que podía soportar.
—Te quiero, te quiero... —susurró lentamente, rozando con su boca los erectos pezones del chico que tenía debajo, escuchándole gemir y jadear cada vez con más intensidad—. Te quiero...
Las manos recorrían cada recoveco del otro, hundiéndose en su espalda y volviendo a resurgir para presionar las nalgas del más moreno, que ni se inmutó por aquel contacto más duro. Repetía como una cantinela palabras de amor en su lengua materna a su amado y le escuchaba responderle en aquella aspera lengua suya que tanto le excitaba.
Sus ojos fueron subiendo lentamente, hasta aquel momento no se había atrevido a mirarle con miedo a lo que se encontrarían... pero aquellas mejillas sonrojadas, sus labios entreabiertos respirando entrecortadamente por la excitación, aquella sonrisa confiada y segura de lo que hacía... Le agradeció tanto que estuviera convencido de lo que hacía. Lo estaba más que él, que no dejaba de repetirle que le amaba, como si aquello fuera una mentira que si la repetía mil veces se acabaría volviendo verdad.
Se incorporó un poco, avanzando a gatas sobre él, sus rostros ahora separados por escasos centímetros mientras se acomodaba sentándose encima de él, esbozando una sonrisa pequeña, con una lágrima en el borde de sus ojos.
—Te amo, Gilbert... —susurró antes de dejar caer su boca sobre la de él.
Su respuesta fue abrazar a España, sus cuerpos uniéndose de manera desesperada, como si fueran a morirse si alguien los separaba, sus labios sellados con firmeza mientras sus lenguas se removían inquietas en el interior de sus bocas.
Y aquella única cosa que los quería separar eran los sentimientos del propio Antonio, clavándose como dagas sobre él y su corazón, confundido y perdido mientras dejaba que el calor de Prusia le acunara y le tranquilizara.
Le amaba con locura, pero cuanto más le amaba y más se dejaba arrastrar por ese sentimiento, más sentía que le estaba engañando.
Lovino...
Las lágrimas cayeron por fin, amargas y asfixiándole. Les amaba a ambos, pero Gilbert le daba todo lo que necesitaba. Y tal vez lo que más le dolía no era el hecho de que sintiera eso por él, sino que notaba como ese amor que había sentido por el sur de Italia se iba apagando lentamente y que ese fuego al que ya no alimentaban, Gilbert se había convertido en el sustituto...
—Hazme el amor... —le pidió sin voz en el oído, recibiendo un beso en sus mejillas mojadas.
—Klar... —sus manos acabaron de recorrer ese estrecho camino bajo la ropa de Antonio, sacándola lentamente mientras le seguía besando el cuello.
Las silenciosas lágrimas siguieron fluyendo durante el placer del rozamiento mútuo y no terminaron hasta llegar al clímax y quedar dormido sobre el pecho de Gilbert, que acarició su pelo con ternura, mucha más de la que estaba acostumbrado a dar.
—Ich liebe dich auch, Antonio... —depositó un beso en su frente mientras lo acomodaba sobre su pecho y se dormía con él, totalmente consciente que aquellas lágrimas de tristeza acabarían por desaparecer algún día.
ENDE
Un poco OoC por parte de Gilbert, pero bueh~.
