Hola chicas. Comenzamos con este fic de Sedgie, se titula Love Boat, y como dije es muy ligero, sin grandes dramas, y con mucho romance. Es corto, solo tiene 12 capítulos, pero estos son bastante largos. Espero que os guste.

Introducción

«Comandante, el barco está listo. Estamos todos en la sala de espectáculos»

«Bien, ya voy»

Regina Mills era la comandante de abordo…Pero no de cualquier navío: tenía bajo su mando un crucero «The Love Boat»: más de 160 metros de eslora, un peso de algo más de 15.000 toneladas, que podía albergar a 600 pasajeros. Una sala de espectáculo de más de 600 plazas, un inmenso casino, un enorme salón comedor, siete puentes de pasajeros con 414 camarotes y más de ocho puentes con otras 355 cabinas, una piscina y cuatro jacuzzis, una sala de cine…

El Love Boat era una verdadera villa flotante, orgullo de Regina Mills. Ella vagaba por las olas desde hacía más de 15 años. Y si el mundo marítimo era claramente un mundo de hombres, había sabido hacerse su sitio y conquistar cierta notoriedad y cuando se había convertido en comandante de un barco de dimensiones más modestas, su deseo de dirigir un navío más grande siempre existió.

Se acordaba de sus numerosos cruceros con sus padres, solo tenía buenos recuerdos a bordo, y en gran parte fue eso lo que le había abierto el gusanillo más tarde de dedicarse a los barcos.

En ese momento, estaba bajo los mandos de ese monstruo marítimo para su gran felicidad. Dedicaba su vida entera a ese barco, solo ponía pie en tierra unos pocos días al año. Prefería la compañía de su navío, al que conocía de memoria: el mínimo color, la mínima pieza, incluido la sala de máquinas.

Había surcado todos los mares, visitado centenares de islas, archipiélagos, países, embarcándose en más de cien travesías.

Y bajo sus órdenes, más de 300 personas diseminadas por todo el barco: desde cocineros pasando por los técnicos y los maquinistas, los camareros, animadores, bármanes, asistentes y muchos más. Todos sentían un profundo respeto por su comandante que, aunque era amable, llevaba con mano de hierro toda esa pequeña ciudad.

Pues el Love Boat no era un barco como los otros…El Love Boat era un barco especializado en cruceros para solteros. ¿El fin? Que personas solas se conozcan en un mismo sitio, a kilómetros de cualquier tierra, durante unos diez días, disfrutando de las alegrías que podía ofrecerles el Love Boat, todo aderezado por visitas a tierra. Regina Mills jamás había obligado a nadie, pero bajo sus ojos, en su navío, había visto nacer centenares de parejas, ayudadas por su flota de abordo.

Regina Mills era soltera, pero tenía fe en el amor y creía firmemente en el flechazo a primera vista. Eterna romántica, sabía que un cuadro tan idílico como un crucero por el Caribe o hacia Hawái solo podía favorecer los acercamientos. La gente que se embarcaba en ese crucero sabía a lo que iba: encontrar el amor, terminar con su soltería. No se trataba para nada de un crucero al que se iba para encadenar conquistas o solo tener historias de una noche. Ese tipo de parásitos estaban proscritos, y muchas veces Regina Mills había echado a gente que creía que el Love Boat no era sino un puticlub sobre olas.

Y por eso los viajes del Love Boat eran igual de célebres como seguros: de esa forma, lo solteros sabían que no serían asediados por gente que solo buscaba sexo. No, esos cruceros estaban hechos para que todos encontraran su alma gemela en un ambiente paradisiaco donde todo se hacía para animarlos a hablar, a interactuar y, por qué no, a encontrar el gran amor.

Regina podía enorgullecerse de haber reunido a más de un centenar de parejas, que acabaron casándose, teniendo hijos, algunos mantenían el contacto con Regina, enviándole fotos de boda o de sus bebés. Fotos que ella tenía colgadas en su camarote, como trofeos de los que estaba muy orgullosa.

En ese día, otra vez, Regina Mills comandaría su enésimo crucero, esta vez con destino Hawái. Ningún viaje era igual a otro, y eso era lo que le daba el encanto a ese trabajo. Así que, como antes de cada embarque de pasajeros, reunía a toda su plantilla en la sala de espectáculos para darles los últimos consejos, las últimas recomendaciones, los últimos trucos, y sobre todo las últimas palabras de aliento, recordándoles el fin primero de esos cruceros y de quienes en ellos participaban.

Entonces, como siempre, se ponía su uniforme de comandante de a bordo y subía a escena, tras el micrófono. Carraspeó antes de endosarse su seguridad tan orgullosamente como su uniforme.

«Buenos días a todos. Hoy partimos para Hawái, transportando con nosotros a cientos y cientos de personas que buscan una cierta forma de evasión, junto con un deseo de otra cosa, un deseo de cambio en sus vidas. Aquí, llevamos con orgullo no ver a esas personas como desesperados. Son personas que quieren cambiar sus vidas de manera original. Estamos aquí a su servicio, estamos aquí para facilitarles su estancia, para responder a sus expectativas, con la discreción, eficacia y disponibilidad total. Nuestros cruceros son famosos por sus éxitos, pero también por su impecable servicio, y nada sería posible sin vosotros. Somos una máquina y cada uno de nosotros, un eslabón eficaz que participa en la fama de nuestros cruceros. Cada uno de ustedes cuenta aquí, todos y cada uno de ustedes, ya sea a la sombra o al lado de los pasajeros, todos tenéis vuestra importancia y la consciencia de ese hecho es lo que conlleva nuestro éxito. No sabría agradeceros por estar aquí y dar lo mejor de vosotros mismos durante los días que estemos navegando. Hoy, volvemos a comenzar, pero como siempre, no hay que caer en la rutina, cada viaje es diferente, así como aquellos que llenarán el Love Boat. Estamos aquí porque creemos en los beneficios de estos cruceros, hemos sido testigos más de una vez. Esperemos que la magia opere una nueva vez. ¡Todos a sus puestos!»

Y tras los aplausos fervorosos, Regina se eclipsó, con el corazón henchido de esperanza ante esa nueva aventura que esperaba que, una vez más, fuera un enorme suceso.


«¡Estáis locos!»

«Claro que no»

«¡Sí! ¡No deberías haberlo hecho!»

Cuando Emma Swan abrió el sobre que sus amigos, David y Mary Margaret, acababan de entregarle, no pudo creer lo que veía: un billete para un crucero por Hawái.

«Pero, ¿acaso tenéis dinero para esto?»

«Normalmente no se habla de dinero cuando te hacen un regalo» sermoneó David, con una expresión divertida en el rostro

«Digamos que es tu regalo de cumpleaños y el de Navidad…por los próximos tres años» rio Mary Margaret

«Pero…¿y mi trabajo? ¡Este crucero dura diez días!»

«Bueno…Dado que soy tu jefe, colega y amigo…Te concedo tus días de vacaciones por adelantado»

Emma los fusiló con una mirada sospechosa.

«Ok, ¿cuál es el truco?»

«¿Qué truco?»

«No lo sé. Encuentro extraño que me regaléis un crucero así como así, por nada. Mi cumpleaños es dentro de cinco meses, Navidad, en ocho…¿Por qué razón me ofrecéis este regalo?»

David y Mary Margaret intercambiaron una mirada antes de que la joven se encogiera de hombros. David entonces se lanzó a hablar

«Nosotros…nos preocupamos por ti»

«¿Por mí?»

«Emma…¿Desde cuándo no sales? Quiero decir aparte de salir para ir a trabajar, hacer las compras o sacar a tu perro»

«Bueno…Yo…No tengo tiempo»

«Has cedido tus vacaciones, todas las vacaciones desde que entraste en la policía»

«Es porque no las necesito. David, me gusta estar en el terreno, soy una mujer de acción»

«Y sin embargo pasas tus fines de semana encerrada en tu casa, seguramente en pijama, en el sofá jugando a los videojuegos y pegándote maratones de series»

«¿Y? Es mi idea de felicidad» sonrió ella «Me gusta mi cotidianidad, mi casa, mi perros y mis pizzas. Es así como me siento feliz, ¿por qué querer que eso cambie? ¿Y quién va a cuidar de mi perro?»

«¡Pues nosotros!» soltó la pareja

«¿Vas a aceptar este regalo? ¿Sí o no?» rezongó Mary Margaret, ligeramente irritada

Emma, entonces, miró el billete que acarició con la punta de los dedos: después de todo, ¿por qué no?

«¿Qué pierdo? Después de todo, habéis gastado vuestro dinero, no el mío»

Sus amigos sonrieron, satisfechos.

Y cuando ella regresó a su casa esa noche, fue recibida como todas las noches por un gran Gold Retriever.

«¡Hey, hey, calma Henry! ¡Ok, salimos!»

Ella le enganchó su correa de cuero rojo antes de bajar y dar un paseo por un cuarto de hora con su perro. Cuando él terminó de hacer lo que tenía que hacer, volvieron al apartamento de Emma. Esta última se echó en su sofá y encendió la tele. Al cabo de una buena media hora haciendo zapping, su vientre gruñó de hambre. Y como siempre que abría la nevera, esta estaba casi vacía. Rezongó antes de coger el teléfono y marcar el número de su pizzería preferida. Y como de costumbre, pidió una cuatro quesos que le habría de ser entregada en los diez minutos siguientes.

Mientras, se desvistió, dejando la ropa esparcida por todos lados, y se dio una rápida ducha antes de ponerse su ropa de estar por casa favorita: un pantalón de pijama y una camiseta que databa de la universidad, mucho más grande de su talla.

Emma se definía a sí misma como una chica caótica y poco inclinada a las tareas de casa, que odiaba cocinar, pero que confesaba un devoto amor por las pizzas y la comida china. Hacía la limpieza una vez a la semana, iba a la lavandería todos los meses, pero sacaba a su perro todos los días, incluso los días de nieve o lluvia. Eterna soltera, se deleitaba en su soledad, prefiriendo con mucho la compañía de su perro que la de los seres humanos. Oh, había tenido algunas relaciones por aquí, por allá, pero nada serio, en todo caso nada por lo que valiera la pena dar un vuelco a sus costumbres.

Emma era una soltera convencida, una mujer que no se definía por una relación, que no se sentía revivir con su media naranja al lado. Estaba sola y eso le iba perfectamente, aunque sus amigos la empujaban, a veces, a algunos speed-dating, que acababan generalmente en un profundo fracaso o con aventuras de una noche.

Era feliz: su trabajo la llenaba, su vida cotidiana también, no podía esperar nada mejor, de verdad. No creía en el Amor con mayúscula. Para ella, todo eso era un cuento de hadas que solo se leía en viejos libros polvorientos. Las almas gemelas, el flechazo…Todo eso le era extraño y en absoluto sentía el deseo de compartir su vida en ese momento.

«Ok Henry…¡Pizza esta noche!»

El perro, sobre el sofá, ladró antes de bajar la mirada: estaba acostumbrado a que su dueña le diera los restos, también a dormir a sus pies, sobre el sofá, y muchas veces, su dueña se quedaba dormida y pasaba la noche ahí, dejando la tele encendida. Y, como muchas noches, cuando la pizza llegó, Emma se acurrucó en su sofá, sus rodillas cubiertas con una manta, su mando a distancia no muy lejos, Netflix funcionando a pleno ritmo.

Después su mirada fue captada por el sobre que había dejado sobre la mesa. Entonces suspiró

«Voy a tener que abandonarte diez días, Henry…»

El perro alzó su cabeza y la inclinó ligeramente hacia un lado ladrando.

«Un crucero…¿Te lo puedes creer? ¡Yo en un crucero! Sabes que los voy a amargar cuando vuelva. Y cuento contigo para que les comas su sofá, les hagas pis en la alfombra y muerdas a su pequeño…Bueno, no, al niño no. No tiene la culpa de que sus padres sean unos toca pelotas…»

El perro continuó mirándola, como si comprendiera todo lo que ella le decía. Ella mordisqueó un trozo de pizza mientras protestaba y juraba que se vengaría de los dos a la vuelta.


Si había algo que odiaba hacer era su maleta. Emma había tenido muchas veces la obligación de hacerlo, ya que siendo niña, de familia de acogida en familia de acogida, vivía en la angustia de tener que partir de un día para otro. Hasta muy tarde en su vida, Emma dormía con la ropa puesta, lista a abandonar la cama y el techo bajo el que vivía al momento, con una maleta siempre bajo su cama, también preparada.

De repente, una vez instalada en Nueva York, Emma había dejado sus maletas en ese apartamento y no se había vuelto a mover. También había guardado una bolsa de viaje, solo por si las moscas. Pero ahora, tenía que obligarse a llenar esa bolsa. Pero, ¿por dónde comenzar? Seguramente un neceser con lo mínimo en su interior: un cepillo de dientes, pasta de dientes, cepillo para el cabello y algunas lociones…No era de las de meter maquillaje, no veía la utilidad ni en su día a día, ni en su trabajo.

Después, pensó en el crucero…Rápidamente pensó en todo lo que un barco de ese tipo podía ofrecer: una piscina, necesitaría entonces un bañador; un restaurante, tendría que meter un vestido de noche; un gimnasio, tendría que coger un short y un top deportivo, sin contar con lo que podría hacer a bordo: libros, MP3, tableta…y además, al final de ese viaje, estaba Hawái.

Al cabo de una larga reflexión y de tres horas de cuestionamientos, logró acabar su maleta. Miró su reloj: sus amigos pasarían a buscarla en algo menos de hora. Aún tenía tiempo de escribir esas últimas instrucciones con respecto a Henry.

Y al final, sin darse cuenta, ya estaba en el coche que la llevaba al aeropuerto. Pues, evidentemente, antes de embarcarse para Hawái, tenía que dirigirse a San Francisco desde donde zarparía, lo que le encantaba hasta un punto inimaginable.

Y mientras sus amigos no dejaban de hacer elogios sobre el crucero y sobre lo bien que le vendría, Emma se colocó sus auriculares y se cerró como una ostra, con la cabeza de su perro reposando en sus rodillas.

Y tras una hora de viaje, de cálidas caricias dedicadas a Henry y abrazos a sus amigos, Emma subió en el avión. Una vez más, poco acostumbrada a eso, estaba algo tensa. Pero el estrés y la fatiga la vencieron durante las tres horas de vuelo y al final una azafata, bastante atractiva, pensó Emma, fue la que la despertó.

Nunca había estado en San Francisco, pero su visita iba a ser corta: en menos de dos horas debería embarcar. De todas maneras se concedió el lujo de visitar un Starbucks, verdadera droga para ella, antes de dirigirse al puerto donde la visión del inmenso barco le cortó el aliento.

«Bueno amigo…» resopló ella «Y dices que esto es un barco…»

Ella agarró su mochila, se colocó sus gafas de sol y se dirigió hacia el muelle para registrarse.

«Buenos días, ¿puedo ayudarla?»

«Sí, eh…Tengo un billete. Emma Swan»

La joven miró el billete, después buscó en la lista de pasajeros.

«¡Ah! Aquí está, la he encontrado. Firme aquí, por favor»

Emma obedeció y firmó antes de que la joven le diera algunas hojas informativas.

«¿Qué es esto?»

«Oh nada malo: el reglamento del barco, la información sobre su camarote, las diversas opiniones dadas sobre el barco, un cuestionario de satisfacción que entregará a su vuelta y alguna información sobre el viaje»

«Oh, ok»

«Le deseo un buen viaje, y buena suerte»

Emma se quedó quieta

«¿Buena suerte?»

«Sí, en su búsqueda»

Emma, entonces, hizo una mueca, sin comprender absolutamente de qué hablaba la bella pelirroja. Prefirió dejarlo estar y asintió antes de dirigirse hacia el puente de embarque. Apenas hubo puesto el pie en la pasarela, un hombre de uniforme, fue a su encuentro.

«¿La puedo ayudar con su equipaje, señorita?»

«Hm, no, gracias»

Si había algo que detestaba Emma en los demás, y sobre todo en los hombres, era que la tomaran por una pobre chica que necesitaba ayuda. Ella quería ser fuerte, parecer fuerte, y debía serlo. Así que, ella sola subió a bordo con su mochila al hombro. Pero, ¿cuál no fue su sorpresa cuando al traspasar el puente fue acogida por un montón de globos rojos y rosados en forma de corazón? Frunció el ceño al ver ramos de flores desperdigados por el puente y visiblemente en diferentes sitios del barco.

«Pero, ¿qué…?» suspiró Emma, completamente aturdida por esa decoración bastante particular, como si fuera San Valentín. Arqueó las cejas, y dejó su mochila en el suelo antes de mirar una vez más el folleto que le habían dado al registrarse. Tras haberlo recorrido rápidamente con la mirada, se detuvo en algunas palabras claves que la hicieron estremecerse. Las palabras «crucero para solteros» se repetían mucho para su gusto, y entonces comprendió realmente el objetivo de ese barco.

«No, pero…¡no puede ser verdad!» gruñó entonces «¡Los voy a matar!»

¡Ni hablar que parta en crucero para solteros! ¡Ni hablar de tener a un centenar de hombres muertos de hambre que no dejarían de molestarla! Ese barco estaría seguramente lleno, en pocos minutos, de solteros…Tenía que marcharse lo más rápidamente posible. Y cuando dio media vuelta, su mirada se cruzó con un grupo de jóvenes mujeres, todas en uniforme, charlando con fervor. Entonces se detuvo y esbozó una sonrisa pícara

«Ok, quizás debería pensármelo»

Y mientras estaba inmersa en sus pensamientos, totalmente absorta, echándole un ojo al trasero bien ceñido en su falda a una de las azafatas, la pasarela de embarque se desenganchó y pronto un sonido sordo, como una sirena de niebla, resonó.

Emma se tapó los oídos y se dio cuenta de que ya era demasiado tarde: estaba encerrada en ese maldito barco durante diez días.

Y mientras la plantilla invitaba a los nuevos pasajeros a reunirse en el salón de espectáculos, Regina, desde lo alto de su puesto de comandante, se disponía a partir hacia una nueva aventura…que la llevaría mucho más lejos de lo que ella podía imaginarse.


¿Cómo pinta? ¿Bien, no? Espero que sí, y que os unáis a este crucero hacia Hawái y hacia el amor de estas dos mujeres.