Disclaimer: Los personajes de Harry Potter no me pertenecen.


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.::El Tejón y la Serpiente::.

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Capítulo I

Loco

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—Que tengas un buen año— murmuró el joven Teddy Lupin, terminando de subir el pesado baúl al vagón del Expreso, pasándose una mano por la nuca con nerviosismo. Y Victoire Weasley le sonrió, subiendo al tren mientras un ligero sonrojo adornaba sus pálidas mejillas.

—Gracias, Teddy— musitó, dudando un segundo antes de besar la mejilla del chico, ampliando su sonrisa después de eso— Buena suerte en tu primer día de trabajo. Te…Umm… Te veré en Navidad.

—Claro —Ted le sonrió de regreso, moviendo la mano a modo de despedida—. Disfruta tu último año en Hogwarts.

Ella le sonrió por última vez, volteando para arrastrar su baúl dentro del vagón, saludándolo también con la mano desde la ventanilla, y luego a sus padres, haciendo que Edward Remus Lupin notara la presencia de Bill y su esposa, sonrojándose levemente. No obstante, éstos sólo le sonrieron con simpatía.

Ted sintió una agradable sensación de alivio recorrer su cuerpo al comprobar que sus suegros aprobaban la relación que había comenzado con su hija, y deseó más que nunca formar parte de una familia. Quería mucho a Victoire; ella era hermosa, inteligente y amable, y le había gustado desde que eran niños, ¿cómo no hacerlo cuando medio Mundo Mágico había caído ante sus brillantes ojos azules? Victoire poseía el tipo de belleza inocente y pura que era capaz de envolver a cualquiera, pero él la quería más allá de todo eso; se habían criado juntos, él la había protegido desde pequeña, y, como Ronald Weasley había dicho una vez, lo más normal era que acabaran juntos algún día.

Sonrió, satisfecho, imaginándose la cara de su mejor amigo cuando le contara que la había besado, y un ligero rubor cubrió sus mejillas al recordarlo. Aunque Higgs, su amigo, insistiera en que era sólo un amor de niños, Ted estaba seguro de que la quería mucho; tal vez no con esa pasión ciega y desenfrenada que siempre se describía en las revistas (Teddy estaba muy distante de ese tipo de extraño sentimiento), pues su cariño hacia ella era más bien del tipo tierno, pero sabía que eso no importaba.

Quizá el haber sido criado por su abuela había inculcado en él mucha más madurez que la mayoría de los chicos de su edad poseía, y por eso no era de los que siempre corrían tras la falda más corta o los pechos más grande, pero agradecía eso. Tal vez nunca sentiría la pasión en carne propia, pero sabía que no la necesitaba para saber que quería estar con alguien. Estaba seguro de ello.

—Quítate —de repente, Teddy se tambaleó y perdió el hilo de sus pensamientos al ser empujado con brusquedad por un chico grosero que le pisó el pie con su baúl antes de subir al tren, sin siquiera voltearse a verlo o disculparse. El ahijado de Harry Potter protestó y miró al niño con odio, y para cuando volvió a voltear, los señores Weasley ya no estaban, así que soltó un suspiro, preparándose para buscar a su padrino cuando, una vez más, sintió que otra persona chocaba con él.

—¡James, hijo! — exclamó la mujer antes de que Teddy volteara y sus cuerpos chocaran. Ted se tambaleó una vez más, y, haciendo gala de sus reflejos de auror, alcanzó a sujetar por la cintura a la mujer que lo había arrollado, impidiendo que ella cayera. Y de pronto, el tiempo pareció detenerse cuando sus ojos se cruzaron con dos brillantes zafiros que lo miraban con confusión. Automáticamente sintió sus mejillas arder con intensidad, y sin ningún pudor su mirada se centró en las finas facciones y el lacio y brillante cabello oscuro, bajando por el delicado cuello hasta posarse en los firmes redondos pechos . En ese momento, Ted sintió como su corazón se aceleraba, pues sostenía a la mujer más hermosa que había visto en la vida entre sus brazos, muy cerca de su cuerpo, sintiendo el ligero aroma a rosas que desprendía— Disculpa…— habló al fin aquella diosa de la mitología, sacándolo de sus pensamientos. Teddy se sonrojó hasta las orejas al notar que no la había soltado durante todo su descarado escrutinio.

—¡Lo siento! — se apresuró a exclamar, soltándola con urgencia. La mujer acomodó sus ropas y sonrió.

—Descuida. Yo no estaba fijándome por donde iba por…

—¿Mamá?

Ambos adultos voltearon, mirando al ceñudo niño de ojos azules y revuelto cabello negro que se asomaba desde el tren, arqueando las cejas. Ted también frunció el ceño al reconocer al chiquillo que lo había arrollado segundos antes.

—Disculpa — le dijo la hermosa extraña a Ted, acercándose al niño para decirle algo. Mientras tanto, el joven Lupin se permitió observarla, contemplar su escultural cuerpo envuelto en un ajustado atuendo de terciopelo que se veía muy costoso. Era una mujer bellísima, y parecía ser bastante joven; tal vez unos años mayor que él, pero eso no le restaba belleza. Después de un rato reparó en que el niño grosero la había llamada mamá, por lo que no había duda de que ella era su madre. Y eso, por alguna extraña razón, lo hizo sentirse desanimado.

Volteando, ignoró el silbido que anunciaba la partida del Expreso de Hogwarts, comenzando a caminar hacia la salida, pero deteniéndose al reparar en su 'prima' favorita, la pequeña Lily Potter, y su madre, Ginevra.

—¡Teddy! — exclamó la niña, corriendo hacia él para abrazarlo por la cintura.

—¡Hey, Lily!

—Hola, Teddy— saludó Ginny con una sonrisa, acercándose a él detrás de su hija.

—Hola, Ginny. Justamente iba a buscarlos…

—Oye, Teddy. Me alegro de que ahora seas novio de Victoire— comentó la niña, mirándolo desde abajo— Si te casas con ella, serás por fin un miembro oficial de nuestra familia— sonrió. Ted sólo se sonrojó hasta las orejas, cambiando el color de su cabello oscuro por un rojo fuego. Ginny sonrió.

—Lily, ¡no incomodes a Ted!

— ¡Yo no lo hago!— se defendió ella, riendo— Pero no quiero que se tarden en casarse.

—Eh… ¿Y mi padrino?— el chico cambió de tema rápidamente, regresando su cabello a la normalidad.

—Dijo que saludaría a algunos amigos y luego iría al Ministerio— Ginny alzó la vista por sobre su hombro— No sé bien por dónde se fue. Nosotras ahora íbamos a ir con Ron y Hermione al callejón Diagon, ¿quieres acompañarnos?

—No, gracias. Creo que lo buscaré. Quisiera hacerle algunas preguntas sobre mañana.

—Ah, está bien —Ginny volvió a sonreírle antes de besar su mejilla— Buena suerte mañana. Y pasa a visitarnos uno de estos días, ¿sí?

—Sí, Teddy. ¡Ven a visitarnos!— secundó la niña.

—De acuerdo. Gracias Ginny. Saluda a Ron y a Hermione de mi parte— acarició los cabellos pelirrojos de Lily con una mano— No te preocupes, Lil. Iré a jugar contigo en estos días, ¿de acuerdo?

Lily asintió, radiante, antes de alejarse caminando con su madre mientras él las observaba irse hasta que las perdió de vista; después volteó, esquivando a las últimas personas que intantaban salir del andén mientras buscaba a su padrino con la mirada.

Cuando lo halló, encaramado sobre el suelo al otro lado de la estación, caminó hacia él, deteniéndose al notar al pequeño niño de cabello rubio que lo acompañaba. El metamorfomago se detuvo y los observó. Harry sonreía mientras le decía algo al niño, que también estaba riendo. Eso le pareció extraño. Después, alzó la vista y se paralizó al notar a la mujer que les hacia compañía: la misma que había chocado con él; la hermosa diosa, la madre del mocoso grosero.

—Hola— saludó, haciéndose notar por su padrino y el niño. Ted pasó saliva al notar esos dos pares de ojos verdes observándolo con curiosidad, sobre todo, al alzar la mirada y encontrarse con los ojos azules de la mujer.

—Teddy— respondió Harry, irguiéndose de inmediato— ¿Cómo estás?

—Bien— Ted lo miró, y después a las personas que le hacían compañía, cosa que Harry notó.

—Ah, ellos son Madame Parkinson y su hijo… emm, Evan.

El joven Lupin alzó las cejas, mirando a su padrino con duda.

—Hola, Evan— saludó. El pequeño sólo se escondió entre las faldas de su madre.

—Es algo tímido— le sonrió la hermosa Pansy Parkinson, extendiendo el dorso de la mano con tanta elegancia que Ted se sintió como un trol sin modales junto a ella— Ya nos conocimos, pero lamento no haberme presentado antes; Pansy Parkinson, editora de la revista Corazón de Bruja y jefa de Relaciones Públicas del Ministerio de Magia— se presentó. El chico tomó su mano con tanta delicadeza como pudo, procurando no perder el control de sus poderes.

—Edward Lupin… pero todos me dicen Ted— contestó con simpleza, ligeramente avergonzado por sus escasos títulos— Acabo de recibirme como auror.

—Que bien— Pansy le sonrió de manera amable, pero, para decepción de Ted, no parecía en absoluto interesada en sus palabras— De casualidad, ¿eres algo del profesor Remus Lupin?

—Es su hijo. Desde mañana Ted trabajará en el Ministerio; será asignado a la escolta del Ministro de Magia— comentó Harry a Pansy— Así que tal vez lo veas rondando por la oficina de McLaggen si alguna vez te pasas por allí.

—¡Oh, pues en verdad de compadezco, Ted! — rió la mujer, maravillándolo con su risa musical y, por alguna razón, haciéndolo sentirse emocionado por haber oído su nombre de sus labios— Cormac suele disfrutar molestando a sus nuevos guardaespaldas para disimular el hecho de que le aterra cuidar de sí mismo —volvió a reír, al igual que Harry.

—Mami…— Ted parpadeó, viendo como el niño tiraba de la falda de Pansy— Dijiste que iríamos por un helado— le recordó en voz baja, mirando a Ted por el rabillo del ojo.

—Sí, lo sé cariño— respondió ella, besando su cabeza— Bueno, tenemos que irnos. Ted, fue un gusto conocerte— le sonrió, y Teddy volvió a sentir aquella estúpida emoción sin sentido— Harry…

—Los acompañaré a la salida— dijo su padrino— Voy para el mismo lado— se apresuró a añadir, mirando a Ted— Te veré mañana en mi oficina. Ocho en punto.

—Sí— el joven Lupin volteó, ya no quedaba nadie sobre el andén, pero no llegó a dar el segundo paso antes de recordar algo y volver a voltear— ¡Harry…!— exclamó, bajando la voz hasta apagarla por completo al ver como su padrino se alejaba de la mano del pequeño hijo de Pansy Parkinson.

"Extraño", pensó, entornando la mirada. Sin embargo, no le dio demasiada importancia al asunto; caminó hacia el lado opuesto y se dirigió a la salida principal, sacudiendo la cabeza para deshacerse de la imagen de Pansy Parkinson que, sin saber porqué, amenazaba con instalarse en sus pensamientos.

oOo

Tosió un poco para expulsar los restos de polvos flu de sus pulmones, y disipó el resto con una mano perezosa, saliendo de la chimenea con pasos cansados.

—¿Ted?

Teddy giró la cabeza y caminó hacia la sala, alzando una ceja al notar al joven sólo vestido con unos calzoncillos con dibujos de diminutas Snitch que estaba cómodamente repantigado sobre el sillón de terciopelo verde.

—¿Qué haces ahí echado, Tadeus? Se supone que era tu turno de limpiar la sala — reprochó; el otro chico frunció las cejas rubias y alzó la revista que tenía entre las manos.

—Leo— informó— Y no me llamos Tadeus, idiota.

—Pues ése es tu nombre, estrellita— rió Ted, quitando sus pies de encima del mueble para dejarse caer él en su lugar— Por cierto, ¿cuándo es el próximo partido?

—El viernes. ¿Vas a ir, no?

— ¿Y perderme el reproche semanal de tu padre y tu hermano sobre como malgastas tu vida? ¡Claro que iré!

Tadeus Higgs gruñó por lo bajo y regresó la atención a su revista.

—¿Qué crees? El anciano de Krum se retirará al fin, y adivina quien ocupará su lugar como el mejor Buscador del próximo Campeonato…

—No lo sé… ¿Norton?

—Qué gracioso— bufó Tadeus, pateándolo desde su asiento— Ah, y no te preocupes por la limpieza. Mi madre enviará a uno de sus elfos domésticos en la tarde.

—¡Eres un maldito consentido, Higgs! —exclamó Ted con falso enfado, arrojándole un almohadón sobre la cabeza— Acordamos que si viviríamos solos nos encargaríamos nosotros mismos de todas las cosas de la casa y la despensa. ¡No tenías que pedirle ayuda a tu madre!

—¡Ella la ofreció! —se excusó Higgs— No es mi culpa que quieras comportarte tan ridículamente muggle.

—¡No me comporto como un muggle! — bufó Ted, cruzándose de brazos— Soy realista. No es bueno que dependamos de la magia hasta para lavar una estúpida copa.

—Ya, ya. Lavaré una taza la próxima semana, ¿contento? — Higgs rió de lado. Ted suspiró y se hundió en el sillón— Por cierto, ¿cómo te fue con Victoire? ¿Ya cerraron el trato?— inquirió, alzando las cejas con gesto sugerente. Teddy lo miró de lado, entornando la mirada.

—Eres un idiota.

—Un idiota que vale millones de Galeons— señaló su amigo, riendo brevemente antes de cambiar la página— Como sea, ¿siquiera la besaste?

Ted no respondió; sus ojos estaban fijos en la portada de Corazón de Bruja, cuyo protagonista era el mismo Higgs, pero eso no era lo que había llamado su atención, sino el recuerdo de Pansy Parkinson regresando a su mente.

— ¡Oye! ¡Te estoy hablando!

— ¡¿Qué?! Ya te oí— Ted frunció el ceño, desviando la mirada— Sí, la besé, deja de fastidiar— ladró, pasándose una mano por el rostro.

—A ti te pasó algo— discurrió Higgs, bajando su revista a la vez que entornaba la mirada con suspicacia.

—No me pasó nada.

— ¿No? Hasta ayer sólo era 'Victoire esto…Victoire lo otro…', y ahora me dices que la besaste, pero sin esa cara de imbécil que ponías cada vez que hablabas de ella.

—No ponía cara de imbécil…

—El punto es— lo cortó su amigo, flexionando la pierna que mantenía sobre el sillón para sentarse erguido junto a él—, ¿qué pudo haber cambiado de ayer a hoy?— se llevó una mano al rostro y se frotó el mentón, pensativo— ¿Besa tan mal?

—¡Eso no te incumbe! — se alborotó Ted, intentando por todos los medios no perder el control.

—Entonces no fue el beso— razonó su amigo— Umm… Una persona no cambia tanto de la noche a la mañana— murmuró, estrechando los ojos grises con perspicacia— A menos…— la mirada de acero de Higgs se llenó de sagacidad, y una sonrisa malévola afloró en su rostro— ¡Conociste a otra chica!

El rostro de Ted se llenó de un terror que no pudo ocultar.

— ¡No!

—¿Quién es? ¿Cómo se llama? ¿La conozco?

—¡No conocí a nadie!

—¿Y por qué tu cabello es rosa? — Ted palideció, balbuceando cosas sin sentido mientras intentaba recuperar su color castaño habitual, haciendo reír a su amigo— ¡Merlín! ¡Sí hay otra chica! ¡Eres un maldito Casanovas, Lupino!

— ¡Cállate!— exclamó el hijo de Remus y Tonks, cubriéndose la cabeza con ambas manos. Higgs dejó de reír y endureció su expresión hasta adquirir cierta seriedad impropia de él.

—Lupin, nos conocemos hace ¿cuánto? ¿Quince años?

Ted dejó de aplastarse el cabello con las manos y lo miró, ceñudo.

—Desde que arrojaste tinta de calamar sobre mi cabeza en la tienda de Sortilegios Weasley —bufó— Teníamos cuatro años.

Higgs ahogó una carcajada.

—Sí… Fue muy gracioso.

—No, en realidad no lo fue.

—Eso da igual. A lo que voy es que hemos sido amigos desde siempre; yo estuve ahí cuando se te cayó tu primer diente, y tú estuviste conmigo cuando volé mi primera escoba…

—Es cierto —aceptó Teddy— Estabas ahí porque me tiraste mi primer diente con una Bludger, y me rompiste el brazo al usarme como amortiguador cuando te caíste de tu primer escoba.

—Sí. Eso también fue muy gracioso.

—Eso fue lo menos gracioso de todo.

—Lo que quiero decir con todo esto es que te conozco tanto como tú a mí. Eres como el hermano pobre que siempre quise tener…—Ted entornó la vista con molestia, pero Higgs no le dio tiempo a protestar— Por eso sé que algo pasa contigo, y no tiene caso que sigas tratando de ocultarlo. Te conozco como a mi varita, y esa cara de idiota es distinta a las demás— rió; Teddy lo fulminó con la mirada, pero recapacitó las palabras de su amigo en silencio.

—Bien; si eso quieres— suspiró, resignado— Creo que conocí a la mujer más hermosa del mundo hoy, ¿feliz?— confesó después de un rato. Higgs enderezó la espalda, abriendo los ojos con sorpresa.

—¿Mujer? ¿Es mayor? — Ted asintió— Esto se pone cada vez más interesante —sonrió Higgs— Conque mayor, eh… ¿qué tanto?

Ted volvió a suspirar.

—Creo que tiene la edad de mi padrino…— murmuró; la boca de su amigo se abrió con sorpresa.

— ¡Vaya! Estamos hablando de las grandes ligas.

—Y eso no es todo— Ted se encogió de hombros y bufó, rindiéndose al fin a las especulaciones de su mejor amigo— Tiene dos hijos, y uno es adolescente.

—De acuerdo, ya no es gracioso… ¡Oh, Santos Lynch*! ¡Estás hablando en serio!

— ¿Por qué mentiría?

—No, es que…No importa. ¿Y cómo la conociste?

—Mi padrino nos presentó, pero antes su hijo me pasó por encima con su baúl.

— ¿Sólo la conociste y ya?

—Cruzamos algunas palabras. Es una mujer sumamente fascinate…La más hermosa que he visto en mi vida— suspiró de nueva cuenta, volviendo a recostarse en el sillón.

— ¿Qué? ¡Despierta, Lupino! ¡Es una anciana!

—No dirías lo mismo si la vieras.

Higgs abrió los ojos, impactado.

—De acuerdo… Entonces es muy linda.

—Sí.

— ¿Y es sexy?

—Oh, sí.

—Y además es una persona fascinante y tiene dos hijos…— rió— Sea quien sea definitivamente está fuera de tu alcance, amigo— aseveró Higgs, blandiendo su varita para aparecer dos cervezas de mantequilla.

—¿Crees que no lo sé? — resopló Ted, tomando el vaso que flotaba delante de su rostro— Es sólo que… No sé Higgs, me impresionó de una manera que no puedo explicar…— tomó un trago de su bebida y guardó silencio por un rato.

—Esas cosas pasan a veces— resolvió su amigo, vaciando su propio vaso— Pero, seamos justos, una mujer tan espectacular como la que me describes debe tener esposo, o cientos de pretendientes…A menos que sea un adefesio que te lanzó un hechizo de lujuria.

—Por lo que Harry me dijo tuve la impresión de que era soltera, pero no sé…— suspiró el metamorfomago, terminándose su bebida e ignorando los comentarios de su amigo— Y ella es en verdad muy hermosa.

—Umm… ¿Y crees que le gusten las estrellas jóvenes de Quidditch? ¡Auch! Ya, ya, me portaré bien— aseguró su mejor amigo, alzando las manos con inocencia.

—Eres un idiota— Ted sonrió mientras negaba en silencio, moviendo su varita en el aire para volver a llenar sus vasos.

—Y… ¿Qué vas a hacer con Victoire?— inquirió Higgs tras una prudente pausa; Ted lo miró por el rabillo del ojo y se encogió de hombros.

—Victoire es mi novia, y eso no va a cambiar.

—¿Y esa mujer tan hermosa qué?

—Como tú dijiste: está fuera de mi alcance; además no es muy probable que vuelva a verla.

—Hum… ¿Sabes? Las mujeres maduras adoran a los veiteañeros; las hace sentirse más jóvenes, como si bebieran su sangre joven y fresca o algo así… Quizás si tengas oportunidad.

—No creo que sea de esas mujeres.

—Oh, vamos. Todas las mujeres guardan consigo una faceta de asalta cunas, amigo mío… Pero bien, ¿cómo se llama tu nuevo objet de amour? Quizá y la conozca.

—Su nombre es Pansy Parkinson— contestó, acariciando cada sílaba sin darse cuenta.

—¿Pansy Parkinson? Me suena de algún lado…

—De seguro; es la editora de Corazón de Bruja, y tú saliste en su portada este mes.

—No, no es de ahí que me suena— resolvió Higgs, con gesto pensativo—; además no conocí a la editora, la entrevista fue aquí en casa.

—¿Entonces?

—No lo sé. Tal vez es amiga de Terence; si tiene la edad de tu padrino debieron coincidir unos años en Hogwarts.

—Podría ser— suspiró el joven Lupin, perdiendo la mirada en algún punto a través de su vaso de cerveza— Pero mejor olvidemos eso. ¿No tienes que ir a entrenar hoy?

—¡Diablos, sí!— Higgs se paró de un salto y conjuró toda su ropa con la varita, al igual que su bolso de entrenamiento— Por cierto, Lupin, se me había olvidado decirte que me iré tres días a los Alpes con el equipo para entrenar en la montaña. Regresaré el jueves por la mañana, así que… suerte en tu nuevo trabajo como empleado del sistema.

—¿Gracias?— Ted enarcó una ceja— Ah, y trae queso de cabra cuando regreses, ¿quieres? A mi abuela le gusta.

—¡Claro, cariño! Y también traeré unos chocolates para que comamos mientras nos trenzamos el cabello— refutó Higgs, irónico, lanzándole un beso con la mano antes de desvanecerse en el aire, haciendo que Ted sonriera.

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Su tan esperado primer trabajo en el Ministerio no era para nada para lo que Ted había sido entrenado.

Había pasado dos años en la academia para Aurores sólo para terminar trabajando como el asistente del Ministro de Magia, Cormac McLaggen; separar su periódico, conseguirle café, recoger su ropa y resumir los papeles que él no quería leer. Dos años de intenso entrenamiento físico, teoría y práctica de miles de hechizos de ataque y defensa sólo para terminar siendo un sirviente; vaya suerte la suya.

Nunca había tratado a McLaggen antes; lo único que sabía de él era que no tenía esposa, gustaba de salir con muchas mujeres muy bellas y había obtenido su puesto como Ministro de Magia más joven de la historia gracias a todos los contactos que su familia tenía. Era un hombre de aspecto fuerte y muy apuesto desde el punto de vista femenino; carismático, pero un idiota de primera, en su opinión, la de su padrino y la de Ronald Weasley.

—¡Rolf, ven aquí! — Teddy bufó por lo bajo, tomó una libreta y una pluma y se levantó de su asiento, entrando en la oficina del Ministro McLaggen con pasos pesados.

—Disculpe, señor Ministro, pero mi nombre es Ted, señor— lo corrigió por, ¿centésima vez?, intentando ser educado.

—Sí, lo que sea, Ned— Cormac movió la mano sin alzar la vista de los documentos que leía, desestimando la situación— Necesito que hagas reservaciones para dos en un buen restaurante para hoy a las ocho, que vayas a Madame Malkin por mi nueva túnica y que liberes tu agenda para esta noche.

—¿Disculpe? — Ted dejó de anotar, frunciendo levemente el ceño— Señor, usted me había dado la noche libre para cenar con mi padrino y su familia, ¿recuerda?— el Ministro dejó sus documentos y lo miró, frunciendo los labios.

—Ah, sí…— Ted asintió, regresando a sus notas— Cancélalo. Te necesito aquí.

—Pero…

—Es todo, Mark— lo cortó Cormac, silenciándolo con una seña— Por si se te olvida, yo soy el Ministro de Magia— dijo, soltando una sonrisa ladeada— Ah, y también consigue una flores y algunos chocolates antes de las siete. Y cancela mis citas por el resto del día. Tengo que ir a arreglarme, así que nos iremos a las tres.

—¿Irnos? Pero tengo que…

—Puedes retirarte, Greg. Gracias. Y cierra al salir.

Ted ahogó un bufido y salió de la oficina, cerrando la puerta tras de sí. Caminó hacia su escritorio (que no era más que una mesa de café en donde el Ministro dejaba los papeles que no quería leer), y se dejó caer sobre la vieja silla de madera que crujió bajo su peso. No le extrañaba que McLaggen no tuviera asistente si podía usar a los Aurores que debían protegerlo como tales.

—No te quejes, Teddy— resopló, haciendo la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos a la vez que soltaba un suspiro cansado— Sólo serán seis meses y luego podrás cazar a todos los Mortífagos que quieras…Seis meses lustrando los zapatos del Ministro, limpiando su departamento y buscando su ropa…— volvió a suspirar, pasándose una mano por el rostro sin abrir los ojos— Estás viviendo el sueño de todo Auror— escupió con ironía, sujetándose el puente de la nariz— Y la abuela se preocupaba por mi seguridad. Creo que estar muerto sería el menor de mis males ahora…

—Sí… Esa es la expresión del asistente de Cormac.

El joven se sobresaltó, casi cayendo de la destartalada silla por la impresión de saberse acompañado. Sin embargo, el desbocado latido de su corazón se detuvo abruptamente cuando sus ojos se encontraron con aquel par tan bello y seductor que desde hacía días no salía de su cabeza, pero rápidamente se obligó a sí mismo a recobrar el control.

—¡Señora Parkinson! — musitó con rapidez, enderezando dolorosamente la espalda mientras ponía toda su atención en fingir que revisaba unos documentos de la mesa— En verdad lo siento mucho… No quise decir todo eso, no era mi intención pensar en voz alta. Lo siento tanto…— la turbación que Pansy Parkinson provocaba en él no era tanta como el miedo de perder su pésimo empleo por su lengua tan larga después del favor que Harry le había hecho al aceptarlo como su aprendíz.

Y justo cuando comenzaba a creer que su cabeza rodaría en cualquier momento escuchó aquella risa divertida y risueña que le hizo sonrojarse hasta la raíz de su cabello (el cual esperaba siguiera siendo castaño).

—¡Querido, la señora Parkinson era mi madre! — rió la bruja, peinándose la cascada de brillante cabello negro sobre el hombro derecho; Ted sintió que se le cortaba la respiración— Sólo soy la señorita Parkinson— le sonrió, enfocando su penetrante mirada en él una vez más— Oh, eres el ahijado de Harry, ¿verdad? ¿Ed?

Ted se irguió una vez más, carraspeando sonoramente para intentar disimular las estúpidas que ganas de reír que lo invadieron al comprobar que ella lo recordaba.

—Me…Me llamo Edward, pero todos me dicen Ted— balbuceó tímidamente, bajando la mirada para intentar disipar el calor de sus mejillas.

—Bien…— con sorpresa vio como ella se recargaba contra la mesa, con aires distraídos, y apoyaba las manos tras su cuerpo, sobre la madera, haciendo que sus firmes y generosos pechos resaltaran mucho más gracias al corte del ajustado vestido de lana que infructuosamente intentaba esconderlos— Veo que Cormac ya ha empezado a torturarte— rió, y Ted tuvo la impresión de que podía pasarse el resto de su vida escuchándola reír— Pero no debes hacerle caso; le gusta molestar a los nuevos. Sobre todo si son jóvenes y están bajo sus órdenes— Pansy le guiño un ojo, y, con horror, el joven Lupin notó como las puntas de su flequillo comenzaban a pintarse de verde— Y bien, ¿él está dentro?— ella volteó a verlo justo a tiempo para vislumbrar el mechón de cabello verde saliendo de su cabeza, paralizando nuevamente a Ted— Vaya, no había visto que tenías un mechón pintado de verde— lo escudriñó la bruja, estrechando la mirada un momento— Te queda genial— acabó por sonreírle— Además, el verde es el mejor color del mundo…

Ted sintió la boca seca y su corazón a punto del infarto. Su cabello había empezado a volverse rosa cuando escuchó la puerta de la oficina del Ministro abrirse, y por ella vio asomándose la cabeza castaña-clara de Cormac McLaggen.

— ¡Pansy, cariño!— exclamó el fornido hombre, abriendo los brazos como una invitación; Pansy sonrió con elegancia y sólo le extendió una mano.

—Cormac, querido— le dijo,aceptando el beso del Ministro en el dorso de su mano.

—Te dije que iría por ti a las ocho, ¿acaso pasó algo?— el hombre deslizó una mano por la pequeña cintura ante los incrédulos ojos de Ted, quien esperó que Pansy lo alejara con bochorno y negara que saldría con él esa noche, pero ella sólo acentuó su sonrisa, dejándolo atónito.

—Lo sé, lo sé, pero no es por eso que he venido— le dijo con voz dulce, separándose con lentitud— Asuntos oficiales del Ministerio. ¿Estás muy ocupado ahora?

—Para ti jamás, preciosa— contestó el Ministro en tono seductor, sorprendiendo al joven Auror. Por días, Ted había sido pisoteado, humillado y fastidiado por él, pero nunca había sentido tantos deseos de golpearlo como en ése momento, viéndolo colocar una mano en la espalda baja de la señorita Parkinson mientras la conducía hacia su oficina, no sin antes ordenarle no ser molestado.

Sí, definitivamente algo pasaba con él.

Quizás al fin estaba volviéndose loco.

oOo


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Continuará...

oOo


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N del A:

Bien, gracias por leer otra de mis locas historias.

Saludos!

H.S.