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San Valentín siempre ha sido su fecha favorita por una simple razón: el chocolate.

Si había algo en que Mello superaba a Near, sin duda alguna eso era en socializar. Puede que el rubio no fuera la persona más mentalmente estable, pero era vivaz y ruidoso y eso atraía a la gente. Personas como Near, en cambio, la repelían.

Por las mismas razones, a Mello siempre le llovían chocolates de todos sus amigos. Y siempre se lo echaba en cara a Near, quien, inexpresivo como siempre, lo dejaba alardear. Al final a veces hasta lo felicitaba. Aquello irritaba a Mello.

Pero ese 13 de febrero Mello no podía dormir y no sabía por qué. Dando vueltas en la cama, su mente divagó. ¿Cuántos chocolates recibiría al siguiente día? Se le hacía agua la boca de solo imaginarlo, y le dolían los dientes de solo pensar en que Roger le asignaría una cita con el dentista unas semanas después, para asegurarse de que no tuviera caries.

Mello suspiró. Le dolía la idea de tener que compartirlo, pero, ¿y si lo hacía? Solo para que Roger no lo regañara por comer en exceso...

Aunque, ¿con quién? A Matt no le gustaba el dulce.

Near nunca recibe chocolates.

Oh no. Eso sí que no.

No.

No, ¡jamás!

"Maldito albino," se quejó Mello. Siempre se adueñaba de todo. Hasta de sus pensamientos.


Patético. Sencillamente patético.

Así se sentía Mello después de dejar unas cuantas barras de chocolate en la cama de Near, mientras este no estaba en su habitación.

Era solo para que Roger no le regañara. No es que sintiera lástima de que Near no recibiera nada, que no tuviera amigos, porque Mello definitivamente no lo consideraba uno. Definitivamente, el chocolate no era para demostrar afecto.

¡Para nada!

¡Jamás en la vida!

Mello maldijo y salió del cuarto, sonrojado.

Estuvo de mal humor todo lo que restaba del día.


Near entró a su habitación.

Sonrió.