Dicen que cuando te gusta un chico te comportas diferente, porque no te das cuenta de los cambios de actitud que tienes. Porque ves tantas cualidades en ése chico, que sientes que es alguien perfecto, y lo único que quieres hacer es complacerlo y llevarte cada vez mejor con él.
Incluso si eso te hace tomar decisiones estúpidas, con tal de quedar bien frente a tú crush.
Y eso es lo que le había sucedido a Marinette. Aunque claro, no era del todo su culpa, su madre también había interferido.
—Es que a mi suegro le dieron el alta, pero como estaba muy mal lo volvieron a hospitalizar —había comentado Adrien —. Quien más sufre es mi hijo, porque como Lila viaja, él tiene que viajar, o quedarse con su abuela.
—Si necesitas ayuda con él, yo puedo cuidarlo en mí casa —se ofreció Sabine.
—Es muy amable, pero nos gusta que esté en la casa, para que no sufra tanto. Aún es pequeño.
—Marinette es niñera, ella podría ir después de clases, aunque sea un día.
¡¿Qué?! ¡¿cuidar del hijo de mi crush?! ¿en qué mundo aquella idea tenía lógica? ¡en ningún mundo!
Además... es un niño pequeño, tiene tres años. ¡¿Qué se supone que hacen los niños de tres años?! ¿comer tierra?
—¿Eres niñera, Nenita? —Adrien la observaba con esa sonrisa que a ella la enloquecía. Casi se le escapaba una sonrisa, casi.
—En ocasiones cuidó a una niña de cinco años, es todo un torbellino, pero tiene su lado adorable —respondió con sinceridad.
Adrien sonrió y asintió para sí mismo. Le gustó esa respuesta.
—Mi hijo es independiente para su edad, no usa tete y tampoco mamadera, ya toma leche en taza —le comentó Adrien.
—¡Sí que es listo! —alabó Marinette.
—Este fin de semana me vendría muy bien una niñera. Lila está en otra región de París, debo ir a verla y los abuelos no lo pueden cuidar.
Oh, no. No, no, no. Todo menos eso.
¡¿Cuidar a un niño de tres años?! Eso sí que debía ser una tortura. Comen tierra, hacen popo, son inquietos.
Definitivamente, ¡no!
—¿Podrías cuidarlo durante el Sábado? A partir de la una de la tarde estará bien —dijo Adrien.
Tenía una mirada que denotaba orgullo, parecía que confiaba en ella. Y claro que estaba confiando en ella, le daba la oportunidad de cuidar a su hijo, ¿acaso esa no era suficiente prueba de confianza?
Se sintió tan feliz que por un momento todos sus pensamientos se fueron volando, se disiparon y solo fue capaz de decir que sí.
Estaba nerviosa.
Normalmente cuando cuidaba a Manon, era la pequeña quién iba a su casa y no al revés. Jamás había cuidado de un niño fuera de su casa, fuera de su zona de confort.
—¡Lo harás bien! Además, es él hijo de Adrien, no debe ser tan complicado —intentó animarse a sí misma.
—Sabes que me gustaría ir contigo, pero no puedo porque tengo que trabajar.
El día sábado había llegado. Marinette se levantó a las diez de la mañana, desayuno con su madre y después tomó un baño, y se arregló como normalmente hacía.
Por si acaso, en una mochila llevaba algunos muñecos, para que el pequeño se entretuviera. Junto con algunos libros, una toalla y libros para colorear.
Sabía que había niños de su edad que no hablaban, por lo que una larga tarde la esperaba.
—No te preocupes mamá, estaré bien. Es solo un niño, ¿qué es lo peor que podría suceder?
Que se ahogue con una moneda, que coma tierra, que haga popo, que rompa algo importante. Pero claro, ¿realmente podrían suceder todas esas cosas malas? Probablemente, no.
—Lo que me preocupa es que eres una niña y cuidaras de otro niño.
Marinette tenía catorce años, era una adolescente no una niña. Ella podía con él pequeño, no sería algo tan difícil.
Después de estar lista, decidió salir de casa e ir al paradero para esperar la micro que la dejaría cerca de la casa de Adrien.
Revisó el mensaje que él rubio le había enviado anoche, donde estaba la dirección y la locomoción que serviría para llegar.
Una vez que subió al transporte, apoyó su cabeza en la ventana y se puso a pensar en todas las posibilidades malas. Pero luego tuvo una brillante idea: estaría en la casa de su crush. ¿Por qué no investigar un poco el lugar?
Podría ver la habitación de Adrien, conocerlo aún más y saber sobre sus gustos. ¡Sí! Eso estaría genial, quizás no sería una tarde horrible de todas formas.
Después de un largo recorrido, llegó a las doce y media a la puerta de Adrien.
Con toda sinceridad: estaba un tanto asustada. Él vivía en un sector bastante alejado de su casa. Casas urbanas, llenas de roca y pasajes feos, llenos de gris.
Era un lugar bastante... feo. Siempre pensó que Adrien vivía en un mejor sector.
Tocó el timbre y a los pocos minutos vio a Adrien. Vestía un pantalón de jean y una camisa de color negra. Se veía hermoso, era genial verlo sin el uniforme.
—¡Nenita! ¡qué bueno que llegas! ¡adelante!
Adrien la hizo pasar. Ya dentro, le dio un beso en la mejilla y ella observó la casa con cuidado. Era pequeña, un solo piso, aunque desordenada.
—Ignacio ahora se encuentra dormido, cuando despierte por favor dale el almuerzo. En sí lo único que tienes que hacer es vigilarlo, no es tan inquieto como debes creer, pero es bueno echarle un ojo.
Adrien preparaba sus maletas mientras hablaba con ella.
—Y si quieren salir, puedes comprar helados, dejé dinero en la mesa del living. Le gusta andar en bicicleta, y cerca hay un parque —explicó ya tomando la maleta entre sus manos —. Cualquier inconveniente que tengas, solo escríbeme.
—No te preocupes, todo estará bien.
Él desordenó su cabello con ternura y ella le sonrió, eso se sintió tan bien.
Adrien se despidió de ella y se fue.
Marinette al estar sola observó el living con detenimiento. Había algunas prendas tiradas, junto con algunos juguetes. No se veía del todo ordenado, pero estaba bien.
—Veamos el almuerzo del torbellino.
Se dirigió a la cocina y vio que había una olla entera con fideos.
Luego se quedó con una enorme duda: ¿podría ella comer? Adrien en ningún momento mencionó que los fideos fueran para ambos, simplemente dijo que le diera almuerzo al niño, nada más.
—Creo que me quedaré sin almorzar...
Sintió un fuerte llanto y dio un salto. ¡¿Acaso él niño se había caído?
Corrió hacia el lugar en el que sintió que provenía el llanto, y llegó a una habitación de madera en la que en el centro se encontraba una cuna de color blanco. Dentro había un niño de tes blanca y cabello rubio, era la viva imagen de Adrien.
—Hola, pequeño.
Ella se acercó y lo tomó entre sus brazos, lo mecio suavemente y sintió como él se calmaba. Seguramente tenía hambre.
Se dirigió a la cocina con él niño aún entre sus brazos. Lo sentó en una silla especial para bebés, calentó un plato de fideos y se lo entregó.
Esperó para ver si él comía solito o no.
—¿Sabes comer? —le preguntó.
Él la miraba fijamente, con unos ojos verdes que la derretían de ternura.
—Comer... —ella movió su mano como si estuviera comiendo. Él rió gracias a aquello —, ¡solo tienes que enrollar los fideos en el tenedor! —se desespero pero él no le hizo caso.
¿Acaso los niños de tres años no comen por su cuenta?
Ella tomó la cuchara, la colocó en la mano del pequeño y con suavidad, lo ayudó a comer. Luego lo dejó hacerlo solito.
—¡Bien! Él Infante ha aprendido a comer. Podría decir que me siento orgullosa de...
De un momento a otro, Ignacio dejó caer la cuchara en el plato de fideos y provocó que la cara y ropa de Marinette se ensuciaran por completo. Sin contar la boca del niño y parte de su ropita.
—¡Vamos! —se quejó mientras él reía como un tonto —, me parece que no entiendes muchas cosas —se quejó.
Marinette se sacó su chaqueta negra y con ella limpió un poco su ropa y su rostro. Luego sacó una toalla de su cartera y limpió la cara del niño.
—Pequeño torbellino, termina el almuerzo y después buscaremos ropa para ti.
Esperó a que comenzará a comer de nuevo, pero como no lo intentaba, decidió ayudarlo.
Ella le daba los fideos.
—¿Sabe bien? —no obtuvo respuesta, ése niño no hablaba mucho —, nunca en mi vida había hablado tanto tiempo sola. Ya empiezo a dudar de mi salud mental.
Una vez que terminaron con el almuerzo, Marinette llevó al pequeño a su habitación. Cuidadosamente lo dejó en su cuna y buscó alguna polera que estuviera limpia. Encontró una de color rojo bastante linda. La sacó y después lo cambió.
—Dejemos algo en claro desde ahora: si necesitas ir al baño, irás solo. ¿Entendido?
Ignacio en vez de responder algo, jaló una de las coletas de Marinette. Ella gimió de dolor, pero lo dejó pasar.
Dejó a Ignacio en el suelo, y vio como éste se gateaba hasta una sección llena de legos.
Armó torres, de ese modo se entretuvo. Verlo así era bastante tierno.
Pasaron unos largos minutos hasta que empezó a llorar a mares. Marinette se asustó y se acercó a él, solo que él pequeño la empujó.
—¡Papi! —sollozo él.
—Papi no está, pero ya vendrá. Solo espera.
—¡Papi!
De pronto él niño se levantó en dos piernas y comenzó a correr. Marinette lo siguió asustada. ¿Y si se caía? ¿y si le pasaba algo malo? Lo siguió con toda la rapidez que sus piernas tenían.
Ingresaron a otra habitación de madera. Solo que está tenía una cama matrimonial. Marinette supo en ese momento que habían entrado a la habitación de Adrien.
—¡Papi!
Ignacio intentaba subirse a la cama, pero como no podía lloraba aún más. Marinette lo tomó entre sus brazos y lo ayudó a subir. Él se recosto en uno de los huecos.
Ella observó todo a su alrededor. Sintió un gran asombro cuando vio todos los cubos Rubiks que habían en la habitación, Adrien realmente tenía una colección impresionante.
De pronto el televisor se encendió, estaba puesto en Disney, salió una serie donde había una especie de momia y de inmediato él niño comenzó a llorar.
—¡Tranquilo! ¡solo es televisión!
Pero él seguía llorando. Marinette apagó la televisión, y salieron de ahí. Tenían que respetar la privacidad.
Al no saber qué hacer, durante las próximas horas jugaron a que eran Pokémons.
Por lo menos Adrien le había enseñado respecto a la serie a su hijo.
Jugaban a ataques y batallas. Ignacio siempre hacia el impac-Trueno, pero era tierno, así que no importaba.
De todas formas, su peor fobia se cumplió cuando tuvo que limpiar (y lavar el trasero) de Ignacio.
Él niño le pidió ir al parque, y Marinette accedió. Lo llevó de la mano, y tuvo que sentarse en un columpio con él niño entre sus piernas.
Jamás pensó hacer algo así.
Pasaron por distintos juegos, él pequeño era feliz.
Cuando volvieron a casa, él pedía leche. Ella le sirvió una taza, junto a unas cuatro galletas.
—¡Leche! —exclamaba él con su taza entre sus manitas.
—Ahí tienes leche.
—¡Leche!
Cuando Marinette comprendió las sucias intenciones de él pequeño, fue demasiado tarde. Había acercado la taza lo suficiente como para que ella tomará un gran trago de leche chocolatada.
Él aplaudió ante el acto, pero ella no.
—¡Leche! —Marinette corrió por el pasillo hasta que encontró un baño. Entre tantas arcadas que tenía, el vómito llegó de inmediato a ella.
Sucede que: Marinette es intolerante a la lactosa, y aparte de ello, la leche de chocolate es la leche que más odia. ¡Fue asqueroso!
Cuando regresó a la cocina, su corazón casi se le sale del pecho.
¡Ignacio no estaba en la silla de bebé!
Corrió al living y se quiso morir. ¡Ignacio había tomado un lápiz y había rayado la pared!
—Mami, papi —mostró su obra de arte.
Marinette sintió tanta desesperación que no pudo evitar llorar. En la cocina la leche estaba en el suelo, junto con el plato de galletas quebrado. ¡Y ahora esto! Esto era incluso peor que la popo.
—¡Ignacio! —exclamó con decepción.
—¿Llorar? —el tono inocente del niño no consiguió borrar su frustración.
Ella se dejó caer en el suelo y se abrazó a sí misma.
—Pensé que cuidar a un niño sería fácil, pero mamá tiene razón. ¡Solo soy una niña cuidando a otro niño! ¡esto es imposible! —ella seguía llorando, hasta que de un momento a otro, Ignacio le tiró un peluche de Pikachu encima.
—Pikachu —dijo Ignacio.
—¿Qué?
Ignacio no dijo nada más y abrazó a la azabache. Ella sintió una infinita ternura, y se dio cuenta de que solo lloraba porque estaba asustada, no había pasado nada malo.
Estaba en una casa ajena sola con un niño, lo único que necesitaba era calmarse.
—Ven, dormirás un rato.
Marinette llevó al pequeño a su cuna y ahí lo acostó.
Ya con más calma, arregló en desastre de la cocina y finalmente, pudo arreglar la pared.
Cuando fue a ver a Ignacio, él de nuevo quería ir a la habitación de su padre. Como era tarde, decidió que estaría bien.
Ambos fueron a la habitación, y se recostaron en la cama.
—¡Cuento!
—¿Quieres un cuento?
—¡Sí!
—Una vez una chica estaba enamorada de un chico hermoso, era rubio de ojos verdes y solo soñaba con que algún día, él pudiera verla con ojos de algo más que una simple amiga. ¿Pero sabes qué? Un día, ella fue a cuidar a su niño, y se dio cuenta de que él era muy afortunado de tenerlo como padre.
—¡Papi! —aplaudió.
—Así es, papi —sonrió ella —. ¿Te digo algo? Me encantaría ser tú hermana, eres un buen pequeño torbellino.
—¡Hedmana! —volvió a aplaudir.
Marinette puso la protección en la cama y fue por más galletas para Ignacio. Él le pidió poner una película de Pokémon, de las que su padre coleccionaba. Ella lo hizo, colocó "El poder de U-know" o algo así.
Le dio ternura ver cómo Ignacio cantaba y aplaudía, él no era tan malo en verdad.
Adrien se sentía bastante preocupado. Había ido a ver a su mujer, estuvo toda la tarde con ella, consolándola y cuidándola como siempre hacia.
Su suegro se encontraba muy mal, estaba claro que ella tendría pena.
Pero las horas pasaron volando. Había llamado a Marinette a las once y media, y nadie había respondido. ¡Eso lo tenía paranoico! ¿qué sucedía con Ignacio?
Ahora era casi la una de la mañana y recién regresaba a su hogar, solo, sin Lila.
Cuando ingresó, lo sorprendió el enorme silencio que había en el lugar. Algo malo había pasado.
Fue a inspeccionar la cuna de su hijo, y al no encontrarlo ahí, sintió pánico.
Fue a su habitación y la escena que vio lo enterneció por completo.
Ignacio y Marinette estaban durmiendo en su cama, muy abrazados.
—¡Awww! —susurró y sacó su celular de su bolsillo, les tomó una foto a ambos sin flash y se la envió a Sabine.
"Creo que tú niña se agotó, jajaja" —le envió a Sabine.
Más al ver que ya era la una de la mañana y darse cuenta de que él no poseía un vehículo, se dio cuenta de algo importante.
"No te preocupes, déjala aquí por hoy y mañana te la devuelvo apenas despierte" —volvió a enviar.
—¡Papi! —la voz de su hijo lo sobresalto.
Abrazó a su campeón y lo tomó entre sus brazos, para llevarlo a su cuna.
—Sh... ella duerme.
—¡Hedmana!
¿Hermana? Adrien lo observó con una infinita ternura y una sonrisa se escapó de sus labios.
Le agradó la idea de que su hijo y Marinette se comprendieran bien. Después de todo, Sabine era una de sus mejores amigas. Y Marinette era una niña muy tierna e inteligente.
Era bueno poder contar con ella en el futuro.
Volvió a su habitación y notó como la azabache temblaba un poco. La tapó con una bata, y de su armario sacó un pijama. Tendría que dormir en la habitación de huéspedes hoy.
—Gracias, Marinette... —susurró apenas audible. No quería despertarla.
Luego le dio un delicado besó en la mejilla, apagó la luz y salió de ahí con una sonrisa enmarcada en el rostro.
La historia es basada en mí, porque mi mamá le dijo a mi crush que cuando él lo necesitara, nosotras podríamos cuidar a su hijo. ¡Así nació éste fanfic! XD
Es todo imaginario, obviamente no me dejarían ir sola a la casa de un chico así como así. Pero me gustó el resultado.
