Una afortunada coincidencia


Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son creación de Rumiko Takahashi. FF creado sin fines de lucro.


(Universo AU)

|Kagome|

Nuestra relación siempre tuvo fallas y justo antes de romper todo lazo que nos uniera, yo pensaba que las cosas sólo mejorarían; que la gráfica de dolor descendería hasta llega algo menos.

—Estás tardando.

Pero ahora, en el presente, puedo asegurar que nada de eso está ocurriendo y que el futuro plasmado en mi espejo de baño sólo confirmaba el ascenso de tal gráfica hasta los cielos.

Estaba mal, me sentía terrible—. Voy, voy —repetía mientras cubría con la base de maquillaje el amoratado golpe en mi mejilla. Debía apresurarme a terminar de verme medianamente aceptable para los colegas de mi pareja, porque hoy sería la noche de la dichosa fiesta empresarial. Una fiesta donde estaría expuesta y sería presumida con falsas aptitudes y/o hazañas.

—¿A qué esperas, Kagome? No tengo tu tiempo. —Lo sentí dentro de la habitación y me estremecí. Sus dedos, cálidos y suaves al tacto, recorrieron mis hombros desnudos mientras su rostro se paseaba por mi nuca lentamente. La caliente exhalación que dejó ir golpeó mi espalda, consiguiendo alertar mis sentidos y subir mi guardia al máximo nivel.

Le temía, ese era un hecho asegurado.

—Yo… Ya terminé —sonreí, porque de lo contrario notaría mi pavor—. ¿Cómo me veo?

—Te ves bien, ¿nos podemos ir ya? —asentí.

A pesar de su extrovertida y espontánea personalidad, en el interior de mi compañero descansa un demonio sádico y maniaco; dispuesto a hacer lo que en sus manos cupiera por saciar la sed de superioridad. Lo que yo no terminaba de comprender era con qué había comprado a todos mis conocidos como para decir que yo sólo exageraba, que imaginaba cosas y que, poco a poco, me estaba volviendo loca… Nada de eso era verdad, de prueba estaban las marcas de su maltrato.

La puerta del copiloto se abrió ante mí y subí al auto; era un nuevo modelo color azul marino: regalo de la empresa por su buen desempeño laboral. "Quizá la gente confía en él por ser tan sociable y simpático… O sólo son muy idiotas y se dejan cegar por el fajo de billetes que hay en su bolsillo", pensaba.

Estaba abandonada, sola en medio de un acelerado y violento mar de emociones; ahogándome entre gruesas lágrimas llenas de agonía.

Es por eso que me arrepiento de haberte dejado, de no haber podido tolerar esa actitud tan insensible y frívola que te cargas (recalcando que de esta misma me enamoré). Porque tu falta de tacto e indiferencia era muchísimo mejor que el martirio sufrido en estos últimos meses, semanas y días. Y yo me pregunto: ¿Hace cuánto no te veo? Siento que ha sido una eternidad. ¿Me recordarás? Probablemente, pero de muy mala manera. Y, sobre todo, ¿aún habrá algo de cariño hacia esta dolida y arrepentida mujer? Sin comentarios…

Las luces al otro lado de la ventana alumbran la ciudad, pero no mi mundo. Siento que caigo por un agujero sin fondo, donde me persigue el fantasma del hombre a mi lado. ¿Tan miserable puedo ser? ¿Cuál es el límite? Los expertos dicen que eso lo decide uno mismo; mas parece ser que este derecho me fue negado al haber aceptado compartir parte de mi vida con tal demonio.

Suspiré.

No suelo pedirles milagros a los dioses, pero creo que no me vendría mal uno en estos momentos.

|Narrador|

La construcción se presentaba imponente, como era de esperarse en cualquier empresa de tal calibre. El local privado de la misma, por su parte, era un poco más discreto; pero sin dejar de lado una inminente suntuosidad. Todas y cada una de las cabezas ahí parecían sumamente costosas; aparentemente sus simples, duras y críticas miradas estaban valoradas en miles de dólares—. Que ambiente —susurró la joven azabache al tiempo que bajaba del automóvil con la ayuda de su pareja.

Por unos segundos fueron el centro de atención, mismos que terminaron en cuanto el siguiente carro aparcó frente a la entrada.

Siseos de bocas venenosas era lo único audible dentro y fuera del lugar, demostrando la legítima atmósfera en el interior de la alta sociedad. Kagome odiaba eso, odiaba a los grandes magnates y sus esclavos engreídos que se sentían la octava maravilla sólo por tener numerosas cuentas en diferentes bancos y un futuro hecho y derecho; bueno… no tan derecho. La verdad era que todos ahí era igual o peor que aquél abusivo junto a ella.

—Por aquí —la encaminó él posando su mano sobre la diminuta cintura, atrayéndola en el proceso sólo un poco hacia si—, quiero presentarte a unas personas.

Sin mayor interés, la muchacha se limitó a seguirlo con aburrimiento.

Su mirada recorrió las mesas en busca de algún conocido; pero sólo consiguió uno que otro desprecio e hipócritas sonrisas. Estaba tensa, estresada y un poco intimidada por toda aquella gente presuntamente perfecta y rebosante de dicha. Y es que ella parecía ser el otro lado de la moneda: pobre, carente de una buena autovaloración y de familia con un estatus económico medio bajo. Eran dos dimensiones completamente diferentes, donde el simple hecho de que Kagome cruzara la puerta crearía un agujero negro que terminaría por tragarse a todo y todos—. Eso no suena tan mal —pensó en voz alta.

A lo mejor estaba exagerado.

—¿Qué cosa? —inquirió el de cabellos negros con intriga.

—Oh, nada. —Le restó importancia—. ¿Dónde están tus compañeros?

—¿Por qué tan interesada en ellos? —Con más fuerza de la debida, apretó su cadera.

—Dijiste que querías presentarlos… —Tembló. ¿En verdad él era capaz de hacer una de sus escenas en medio de tantas personas? Su piel se tornó blanca al percatarse de que la respuesta terminaría siendo positiva—. Me lastimas —se quejó.

—¿En verdad? Kagome, a pesar de que te mostraré a mis amigos, no quiero ver que hables con nadie aquí —ordenó—. Hay muchas envidias y estoy seguro de que lo primero que buscarán será aprovecharse de una niña ingenua. —Su mano dejó libre aquella mallugada parte del cuerpo para aprisionar una de las muñecas—… No quiero que te hagan daño, ¿sí?

Bajó su mirada con impotencia y algo de indignación. Fue cuestión de nanosegundos para que la lluvia salada cubriera el par de zafiros e hiciera quebrar su dulce voz con uno pequeño trueno lleno fobia.

Él la soltó.

Ella acarició su mano.

La tranquilidad le dio una abofeteada cuando vio y escuchó los pasos del inicuo alejarse—. Iré por algo de beber, ya vuelvo —informó antes de perderse entre la muchedumbre. Una oleada de satisfacción la abrazó con fuerza, mientras las yemas de sus dedos esparcían los lagos cristalinos por sus pómulos, llevándose una mínima cantidad de maquillaje en el camino—. Rayos… —Se había corrido.

Sus moretes estaban al aire.

El pánico entró en escena cuando sintió unos cuantos pares de ojos encima suyo, quemando su espalda; suponiendo y teorizando cada cosa descabellada, mas no menos falsa. Debía salir de ahí, necesitaba retocar su rostro y hacer ver que en su vida no pasaba nada malo, que era tan maravillosa como la de los demás.

Las zapatillas resonaban fuertemente entre el ruidoso silencio, colmando la paciencia de algunos y haciéndola quedar en ridículo frente a otros. "¿Hasta cuando vas a seguir soportando esto, Kagome?" se preguntó mientras cruzaba el centro del salón—. Baño, baño, baño… ¿Dónde está? —Leía los carteles, pero no conseguía dar con el que buscaba.

Sin otra opción, la necesidad de solicitar ayuda se plantó en su mente y no tuvo mayor problema en encontrar a alguien que estuviese dispuesto a saltar en su rescate, puesto que, a sólo unos pequeños pasos, al lado del escenario donde probablemente se presentaría algún otro regordete adinerado, se hallaban tres hombres conversando. Respiró, afinó su garganta, juntó algo de valor que tenía muy bien guardado y picó con su dedo una de las anchas espaldas trajeadas.

Entonces se dio cuenta de que esos largos cabellos plateados le eran bien conocidos, al igual que la altura, postura y delicadas facciones faciales que pintaban tanta sorpresa como la que su corazón bombeaba.

Zafiro y dorado brillaron con intensidad, diciéndose miles de cosas sin recurrir a las palabras—. ¿Kagome? —Él habló primero.

—Sesshomaru… —"¿Qué está haciendo aquí?".

Ya no hubo vocablos; no estaba dispuesta a compartir ni uno más, ni uno menos con él por el miedo que le producía ser vista a su lado o, más bien, el que su pareja los viera juntos. ¿Hasta qué grado InuYasha podía llegar en esas circunstancias? No lo sabía y no quería saber, era preferible dejar que su imaginación jugara con la pregunta y vivir en ignorancia a descubrirlo por su cuenta.

Sus pies giraron sobre si, dispuestos a retomar el camino e irse lo más lejos posible; sin embargo, la mano del conocido tomó su antebrazo—. ¿Te vas de nuevo? —preguntó.

Por segunda vez en la noche las miradas se cruzaron, pero ahora la sorpresa era remplazada por una pura y amarga angustia melancólica—. Suéltame —pidió después de forcejear.

—¿Por qué?

"¿Por qué? No lo sé, en realidad es lo último que quiero que hagas… No me dejes ir"—. Sólo déjame —replicó en cambio a sus deseos.

—¿Así como tú lo hiciste? —La espesa risa de él le heló la sangre. A veces, Sesshomaru podía ser algo… terrorífico—. De acuerdo —accedió después de unos segundos en silencio—, supongo que debes ir y complacer a uno de estos peces gordos, ¿no?

—Eres un idiota.

Le dolía que tuviera razón, aunque después de todo siempre la tenía.

Hubo un corto lapso de tiempo en el que el albino se detuvo para apreciarla como era debido; fue justo cuando notó el feo golpe al lado de su rostro que arrugó el entrecejo con molestia. Reforzó el agarre y la atrajo tomándola del mentón con su mano sobrante, evitando que ella se ocultara entre las hebras negras del cabello—. ¿Qué te ocurrió?

—Eso no te incumbe.

—No lo volveré a repetir.

—¿Por qué tantas preguntas? —Rápidamente se lo quitó de encima—. Parece que el gato te devolvió tu lengua… Aunque me gustaba más cuando no la tenías.

—Entonces sí te gustaba —a pesar de que aquella afirmación sonara seria, el brillo en sus ojos sólo indicaba que se estaba burlando; ella, en cambio, los puso en blanco.

Sesshomaru era amante de voltear las cosas.

—Disculpa, lamento interrumpir —uno de los hombres que acompañaba al mayor intervino—; pero ya es hora.

—¿Hora?

—Disfruta del espectáculo, Higurashi. —Y con estas últimas palabras el de ropas negras subió los escalones traseros del escenario.

"… Que extraño".

|InuYasha|

Las bebidas se miraban bien pese a que yo no sabía nada sobre ellas. Escuchar como los demás las calificaban por su sabor, olor y textura para mi resultaba irrelevante—. Todas saben igual… —Por lo menos yo no lograba captar lo que ellos discutían con tanta emoción.

Desde mi lugar, justo al lado de la mesa principal, observaba atento la "linda" escena que Kagome y otro idiota compartían. Mi vino daba vueltas dentro de su copa, esperando junto conmigo el momento preciso para entrar en acción y reclamar lo que era mío y de nadie más. ¿Cuántas veces se lo tenía que explicar? ¡No tenía el permiso de compartir palabras con alguien que no fuera yo!

Mucho menos ser tocada…

Mis pensamientos de disiparon cuando sentí que algo tronó en mi mano—. ¡Señor! ¿Está usted bien?

—Genial, lo que faltaba —tomé una de las servilletas para limpiarme y le di el resto de los vidrios al mesero.

Alguien pagaría muy caro por su atrevimiento y me aseguraría personalmente de que ella recordara de dónde es y a quién le debe todo. Sonreí y bufé, Kagome siempre había sido la chica de mis sueños: hermosa, inteligente, educada; sin embargo, su rebeldía y libertad era algo que colmaba mi paciencia. Tenía el estúpido pensamiento de que podía hacer lo que quisiera y cuando quisiera, sin importar lo que los demás pensaran. Hasta hora, me había encargado por mis propios medios de remediar sus erróneas ideologías, llegando al extremo de acudir a una mínima violencia física y al máximo de la verbal. ¿Estaba orgulloso de eso? Sí, había conseguido que me temiera y respetara por partes iguales.

En ocasiones eso era mucho mejor que un aburrido romance convencional.

—Por fin. —El otro subió al escenario y dejó a mi mujer a solas

Caminé lentamente, con una propia naturalidad hasta posarme detrás de ella; pasando totalmente desapercibido—. Que extraño… —escuché que susurró.

—¿El qué? —Alcé mi voz y se crispó. Tomé sus hombros con fuerza, apretando un punto en específico para conseguir inmovilizarla los momentos que fueran necesarios y así tener algo de control sobre sus acciones—. ¿No vas a presentarme a tu amigo, cariño?

—¿Amigo? No, no es lo que parece.

—¡¿Quieres verme la cara de idiota?! —Me alteré, llamé demasiado la atención. Tenía que recobrar la postura, por lo cual respiré profundamente—. Vamos. —Tomé su mano aprisa y con potencia; debía ser astuto y calcular bien mis jugadas si quería la victoria en mis manos.

Tenía que mantener la decencia a raya frente a mis superiores, debía transmitir esa imagen de control y dominio que tanto valoraban los de allá arriba: los poderosos y ricos rechonchos bañados en oro y extravagancia—. InuYasha, por favor…

—Silencio.

Sin delicadeza alguna le hice que tomara asiento y pedí una copa más. No volvería a dejarla sola. No con tantas personas alrededor.

|Narrado|

—¡¿Están listos?! —reiteraba el energético caballero con nervios mientras daba pequeños aplausos. Estaba sudando, pero su eufórico estado no era para menos. Sólo hacía falta escasos 5 minutos para que las luces mermaran y el pesado telón rojo se abrieran, inaugurando el comienzo del famoso espectáculo que definiría gran parte de su futuro artístico—. Necesito que le den una última revisión al micrófono y el audio. ¡Todo debe estar perfecto, chicos!

—Jakotsu.

—Dime —personas corrían y tropezaban con la utilería, mientras el pálido simplemente esperaba su llamado.

Sesshomaru señaló el cuello de su camisa negra, destacando que hacía falta un botón—. Debió caerse cuando me la coloqué.

—¡Dios mío! Cariño, tenemos que arreglar esto. ¡Alerta roja, esto no es un simulacro! —El tiempo se detuvo y como si la situación dependiera de una vida, todas las personas ahí presentes comenzaron a buscar algo que pudiera tapar la alba piel del muchacho. Moños, parches y hasta bufandas rodearon su garganta, pasando a segundo plano al no ser lo suficientemente buenos o demasiado para la ocasión—. ¡Esto —chilló el afeminado— es perfecto!

Una corbata guinda fue la ganadora en el concurso "Cubre el desnudo".

Él decidió que se miraba apropiado—Hmp.

—Bien, ahora… —Con un poco más de polvo traslucido, la estrella del espectáculo se encontraba lista para salir—. Recuerda: toma aire y más aire.

—Lo sé.

—¡Suerte! —Dramáticamente, la mano de su representante se movía en el aire sosteniendo fuertemente uno de los pañuelos que guardaban entre los materiales de sobra.

—No la necesito —aseguró después de haber atravesado la pesada cortina.

Pasos cruzados que causaron eco, espalda recta y mirada al frente; nunca abajo. Irradiaba sensualidad y deseo, era el adonis que hacía babear a las espectadoras; cargándolas con pesados y candentes suspiros.

Su rostro era el paraíso y su mirada un fruto prohibido, el pecado dentro del pecado, la entrada directa a una imperiosa perdición…

… O el infierno mismo.

La oscuridad fue opacando el lugar, dejando sólo una luz encendida y en dirección suya. Era el centro de atención y se encargaría de seguir siéndolo hasta terminar su acto. Su mano derecha tomó la parte larga del pie del micrófono y la izquierda se cerró en el último mencionado. Cogió aire como tantas veces en los ensayos y preparó finalmente su garganta.

La canción comenzó lenta, las notas del piano eran sublimes y se acomodaban adecuadamente a su disponibilidad. En un impulso incontrolable buscó con sus fríos frutos a la mujer que los había probado, esa que los había tomado para mancharse con el jugo de su atención; dominando las llamas del inframundo y encadenando su corazón a una ruina celda de sentimientos desmedidos.

Te vas otra vez

y yo sigo aquí…

Esperando,

esperando ver que des media vuelta

En sus planes no cabía la idea de despegar su vista de la chica por la única razón de que esa canción en particular encajaba perfectamente con ella.

Como si en la dedicatoria al final de la letra estuviera su nombre escrito.

"Que oportuna eres", pensó.

Estoy cansado,

aguantado un poco más,

aferrándome a tu recuerdo

aunque me hayas olvidado.

No hacía falta tener los sentidos muy desarrollados para darse cuenta de que la que un día fue su compañera de cama estaba llorando en silencio.

Es tan difícil,

muy difícil

me caigo

yo caigo por ti

Los presentes comenzaron a ponerse de pie, llevando a sus cortejos de la mano para comenzar el baile. La canción tenía un tono hechizante que hipnotizaba hasta el más seco y desganado hombre de edad, logrando no sólo levantarlo de su asiento, sino también sincronizarse con los demás hasta dejar un espacio medido y completo para tantos quisieran unírseles—. Kagome…

Con recelo, la mujer respondió a su llamado limpiando disimuladamente sus ojos—. ¿Sí?

—¿Quieres bailar?

El mar buscó el oro; pero al no encontrarlo se resignó a mover su cabeza de arriba a abajo, brindando el consentimiento para que su acompañante tomara su brazo y la llevara a compartir la pista.

Sesshomaru apretó el micrófono y se preguntó: "¿Quién es ese tipo?".

No podemos detenernos,

porque nos amamos

muy fuerte,

muy fuerte,

tan fuerte.

Regresa…

Mientras las noches pasan

y mi cama se enfría,

tu sueñas con anhelo

que yo ya no existo.

Quisiera que sintieras mi dolor,

el único producto de tu amor.

Te vas,

te esfumas como el humo

para desaparecer frente a mis ojos.

Estoy parado aquí,

esterando por ti.

No te veo,

¿dónde estás?

Regresa…

Sus mentes se leían como cartas sin ningún mensaje oculto. Los brazos de Kagome estaban cruzados por el cuello de InuYasha y las manos de este apretaban su cintura. A pesar de la apariencia tan calmada que fingía el hombre, dentro suyo un volcán de ira estaba por explotar.

El sólo acto de ver ese par de orbes azules sobre el cantante con tanta devoción lo estaba volviendo loco.

"Pero me las va a pagar muy caro… Ambos", amenazaba él mentalmente.

Casi en un arrebato de vesania, rasgó apenas una pequeña parte del vestido rojo con su dedo índice—. Auch —se quejó la chica al sentir las pulidas uñas masculinas enterrarse en su piel.

Uno, dos, tres… Uno, dos tres. InuYasha era un buen bailarín.

Entiende que te necesito aquí,

que no puedo vivir sin ti.

¿Me miras?

¿Me escuchas?

¿Me oyes?

No me ignores…

Sesshomaru cerró sus ojos, porque si tenía que escoger una parte de la canción: esa era su favorita.

Estoy colapsando de nuevo,

cayendo muy dentro de tu juego.

Hoy brillan tus ojos,

en manos de otro.

Soy como una idea,

olvidada en una hoja.

Un punto en blanco,

en este espacio.

Yo caigo…

El final se acercaba pausado, sin prisa. Todos disfrutaban de la desolada pieza y por esto misma les molestaba el hecho de que tuviera que acabar tan pronto. Era una lástima no poder decir lo mismo de la desgraciada mujer.

Kagome se encontraba en un estado de shock sin poder dejar de apreciar o deleitarse con la gruesa, pero afinada voz de su ex. Las notas entraban por sus oídos para grabarse en su cerebro; justamente en sus recuerdos más preciados y traumáticos.

Sí, traumáticos.

Porque en ese conciso santiamén su rostro fue tomado fuertemente por las manos de su novio, para después acariciar levemente sus labios con los suyos.

—InuYasha…

La música tomó un ritmo más acelerado. La voz de Sesshomaru se alzó con agudeza para, en el momento preciso y con la sincronización perfecta, dejar el salón en silencio y posteriormente replicar la melodía desde el inicio.

En el momento que abrió nuevamente sus lingotes los volvió a cerrar… Había visto demasiado, aunque en el fondo se lo esperaba. Si ella venía tan bien acompañada debía suponer que sería besada en cualquier momento, incluso mientras él recitaba su obra.

Te vas otra vez

y yo sigo aquí.

Esperando...

Esperando...

Por ti.

Todos detuvieron sus pasos al dar por terminada la participación del frío joven en el aniversario número 50 de la empresa I.N.T; los aplausos llegaron tan rápido como los gritos de algunas solteras, mientras él hacía una leve reverencia antes de retirarse.

La imagen de la chica con el pelinegro le robaría el sueño esa noche y quizás la siguiente también—. Patético —se reprimió.

Laboralmente había sido una maravillosa noche; sentimentalmente todo se había ido a la mierda.

Parecía ser que esas habituales y extensas pláticas consigo mismo en busca de la superación hacia quien lo había abandonado como perro en la calle solamente desaparecieron de su memoria; ella consiguió desvanecer en una noche el trabajo de él en 8 meses, en pocas palabras.

Bufó y tomó algo de agua, su garganta se había secado. Sin embargo, la momentánea "tranquilidad" que consiguió al saciar su lengua con el líquido hidratante fue interrumpida abruptamente ante un fuerte golpe, y después, mucho después, múltiples y sonoros murmullos. La intriga emanó desde lo más profundo de su ser, consiguiendo mover sus piernas casi de manera automática cuando las preguntas se alzaron a su alrededor.

Tenía un mal presentimiento y la sensación no le gustaba para nada.

Por otro lado, en el salón, la gente observaba atónita la escena que interpretaba aquella dramática pareja. Valorando la gravedad del asunto, quisieron pensar que no sería necesario intervenir; a parte ¿qué podían hacer ellos ante una pelea? ¿Separarlos? Por dios, tenían asuntos más importantes en sus onerosas cabezas como para cargar con un berrinche de chiquillos. Inmediatamente quitaron su atención de ellos para volver a compartir comentarios entre si.

La inesperada contienda se había desencadenado en el instante en que Kagome apartó a InuYasha, haciéndolo chocar con unas cuantas personas y, lo más importante, dejándolo en ridículo y rechazado. Él no pudo contenerse más, sus actos fueron un impulso incontrolable de su enojo y el razonamiento desapareció al ver la puerta abierta. Había golpeado su rostro… de nuevo.

No era el mejor día de Kagome, ese era un segundo hecho asegurado.

—¿Ya estás contenta? —pronunciaba el chico mientras tomaba disimuladamente sus cabellos y la jalaba hacia arriba—. Te has comportado como una malagradecida.

—¿Qué fue lo que hice ahora? —Quiso saber.

Sus intenciones claramente no eran seguir escarbando en busca de sacar aún más de sus casillas al opresivo varón, pero ¿desde cuándo él comprendía eso?

—No te hagas la tonta, porque de eso nada tienes —prosiguió cuando comenzó a caminar aún con sus pelos entre los dedos—. Te lo advertí.

¿Advertir qué? Ella no había hecho nada malo. Muy por el contrario, se había contenido enormemente en pedir auxilio ¿y aun así consiguió liberar el descontento en él? No comprendía, no le parecía justo; pero, de nuevo, ¿desde cuánto él comprendía eso?

Se vio atrapada y temió por su seguridad mucho más que las veces anteriores. El arrepentimiento le llegó de inmediato por haber derramado las lágrimas y, por supuesto, por no haber podido encontrar el bendito baño por si sola. Intentó zafarse del agarre ya que su cuero cabelludo no podría aguantar más tiempo los tirones; ergo, como todo en esa noche, algo salió mal. Sintió sus pies despegarse unos segundos del suelo, para después estamparse contra algo o alguien. Su corazón latía desmesurado y el sudor en su cuerpo le hacía sentir fuertes escalofríos cada tanto gracias al aire acondicionado—. ¿Esto fue lo mejor que pudiste conseguir? —la ronca voz de él le hizo sentirse protegida por unos momentos, hasta que volvió a la realidad. "Sesshomaru…", llamó mentalmentecon temor, no por él, sino por el espectador. InuYasha seguía parado ahí, analizando a su conveniencia la situación.

Su sonrisa no fue más gratificante. Se tenía algo entre manos y no podía ser nada bueno.

|Sesshomaru|

—¿Qué es todo ese escándalo? —preguntaba uno de los ayudantes mientras asomaba su cabeza por la orilla de la puerta.

El golpe bofo que restalló hace escasos minutos había desconcertado a varios.

—Creo que una pelea —contestó un segundo curioso cuando se le unió—. Demonios, hay tanta gente que no logro ver nada...

Le di un largo y último trago a mi botella con agua para después dejarla sobre una pequeña mesa negra. "Así que está en una relación… Debe ser bastante formal como para que la haya traído a una fiesta como esta", indagaba en mi mente. Parecía que le daba muchas vueltas al asunto, pero ¿cómo no hacerlo? Se trataba de ella después de todo. "¿Por qué hoy? ¿Por qué aquí?".

Necesitaba aire e, irónicamente, fumar un cigarrillo después de tres años en abstinencia—. ¿Tienes fuego? —El guardia me observó dudoso, pero accedió después de unos segundos.

—Su participación hoy fue de las mejores desde que se inauguró este sector, señor —alagó cuando saqué de mi pantalón un DunHill.

—Hmp.

—Es una lástima que ciertas personas no sepan disfrutar de estos momentos, ¿no lo cree? —Accioné la chispa del encendedor y acerqué la llama al cilindro empapelado que sostenía en mi boca. No le tomó mucho tiempo al fuego hacer su trabajo.

—Cada quién tiene sus gustos —atiné a agregar sin mayor interés antes de succionar. Aspiré profundamente, respirando el seco, pero adictivo sabor del tabaco. Había olvidado por completo como se sentían los pulmones después de que el humo recorriera su área: pesados, pero extrañamente suaves.

—No me refiero a eso… ¿No se enteró? Los rumores suelen correr muy rápido entre estas personas.

—¿De qué? —inquirí por pura cortesía, después de todo me había ayudado a retomar mi vicio.

—Parece que hubo una discusión entre pareja donde el hombre levantó la mano —sus palabras salieron con total naturalidad, como si fuera cosa de todos los días.

Sentí molestia hacia él. Si lo que dijo era verdad, ¿entonces qué hacía ahí parado?

—¿No lo arrestaron?

—Oh no, eso no existe aquí. De cierta forma tienen inmunidad, así es el mundo. —Guardé silencio ante sus palabras. No era que desconociera la realidad entre esa gente, tampoco me sorprendía su actitud; mas sin embargo, mi fastidio hacia estas constantes debía ser obvia, inherente—. A nadie le gusta que esto funcione así, pero no hay mucho que hacer… ¡Oh, mire! Por allá van —seguí con su dedo el punto señalado, encontrándome con una imagen para nada agradable. Comencé a sentir el espacio muy pequeño, pude percatarme de la sangre corriendo por mis venas y a elevadas temperaturas; a pesar de que allí adentro estaba helado. Le extendí el cigarrillo al guardia, apagándolo con la placa que colgaba de su pecho. Me estaba dando asco tanto él como aquel palillo de hojas secas—. ¡Oye!

—Ellos no hacen el mundo de esta forma, son ustedes al aceptar sus sobornos —dije antes de irme.

No podían negar que tenía razón.

Caminé a zancadas hasta estar lo suficientemente cerca. Él la tomaba del cabello y ella no ponía resistencia en lo absoluto. Evitar relacionar el acto con un dueño y su perro reprendido era inevitable, tan inevitable como mi imposición en su camino.

Parecía ser que el tipo me conocía, pues su mirada demostraba rencor añejado—. ¿Tú de nuevo? —habló de una vez, pero yo no podía apartar mi vista de Kagome que, a pesar de tener sus ojos abiertos, parecía mantenerse en un estado ausente. Él comprendió en poco tiempo cuál era mi objetivo, por lo que siguió con su cuestionario—. ¿La quieres? —Tratarla como un objeto era algo tan digno de cualquiera en ese lugar. Zarandeó su cabeza como si fuera una clase de juguete, lo cual sólo logró alterar un poco más mi presencia. La necesidad de golpearle la cara tan fuerte hasta reventar su cráneo pareció muy tentadora por unos segundos—. Estoy seguro de que sí… Pues tómala a ver de qué te sirve.

Justo cuando su cuerpo colisionó conmigo la quité de su camino. No lo admitiría, pero temía que le hiciera algo más—. Mujer —le llamé sin obtener reacción alguna.

Sentir la impotencia de ser el único actuando entre cientos de personas era algo que no estaba dispuesto a mantener, por lo que, muy a mi pesar pues sabía que las consecuencias caerían sobre mí (y probablemente sobre mi trabajo también), tomé su hombro para voltearlo y, por fin, darle lo que tanto se merecía. No suficiente con eso, mi cuerpo cayó sobre él para seguir golpeando su rostro y cuando me alejaron, continuar con algunas patadas—. ¡¿Qué demonios te pasa?! —berreó él cuando se incorporó con notoria dificultad—. Vas a arrepentirte de esto… y tú —apuntó a la chica— ven conmigo.

La miré de reojo mientras tiraba para que me soltaran—… —No dijo nada.

—Ven —repitió.

Los guardias comenzaron a halarme hasta la puerta de salida, donde aparentemente ya esperaba el auto de policías—. ¡Suéltenlo! —Escuché a Jakotsu desde adentro—. Cariño, voy a solucionar esto, no te preocupes.

—Llévate a la mujer —ordené antes de que me esposaran.

—Pe… pero.

—Haz lo que te digo o te despido. —Las sirenas sonaron y el auto comenzó el recorrido de regreso a la estación—. Maldición…

|Kagome|

¿Qué había ocurrido? Sabía que las cosas pasaban frente a mí como balas y que en algún momento intervino Sesshomaru; sin embargo, eso no ayudaba mucho más a terminar de comprender lo que sucedía al alrededor mío. Mi cabeza dolía, pero más me molestaba la insistente presión en mi pecho. InuYasha parecía querer llevarme a la fuerza y seguramente lo habría hecho de no ser por un segundo hombre que me mantenía alejada de él.

Inapelablemente aquel ambiente se había vuelto sumamente incómodo. Las personas permanecían sumidas en sus ocupaciones, sí, pero eso no quería decir que no me dirigieran la mirada de cuando en cuando. Sus caras, airadas, insistían en estudiarme con mero morbo antes que preocupación. Consiente estaba de lo que vivía en esos instantes, mas todavía me hallaba en estado perdido—. Señorita, ¿gusta que la lleve a alguna parte? —lo escuché hablar una vez estuvimos lejos de todos.

A diferencia de cualquiera, su voz sonaba melosa y amanerada—. ¿Quién eres? —Sonrió pícaramente.

—El amante de Sesshomaru. —Mis ojos se abrieron con sorpresa. "No sabía que Sesshomaru tuviera… esos gustos", pensé—. Sólo estoy bromeando.

Bueno, por lo menos alguien se divertía esa noche.

¿A dónde tenía a dónde ir? No quería que mi madre me viera en esas fachas tan desastrosas, mucho menos quería llegar a mi casa por razones obvias: InuYasha estaría ahí—. ¿Dónde está?

—¿Sesshomaru? Oh, querida, se lo llevaron a la comandancia… Supongo que no le vendría mal pasar la noche ahí, es un desconsiderado —contestó dejando lo último en un susurro.

—¿Podrías llevarme con él? —Lo más correcto sería ir a arreglar las cosas con la policía y, si la suerte estaba de mi lado (que lo veía difícil), conseguir que se hicieran cargo de mi problema.

Las puertas traseras del local se abrieron para nosotros, permitiéndonos salir y respirar la dulce brisa nocturna—. Aggh, huele horrible —bueno, quizá no tan dulce—. ¿Para qué quieres ir? Estará bien. Vamos, te llevaré a tu casa.

—¡No! —chillé—. Si vuelvo, InuYasha…

—Oh, ya entiendo… Siendo así, creo que lo mejor será llevarte conmigo a pagar su fianza.

Suspiré. Por primera vez en la noche algo salía bien.

El viaje fue extrañamente cómodo, el "amigo" de Sesshomaru había resultado ser de lo más simpático y gracioso, sin mencionar su lado divino y burlesco. Consiguió calmarme y se lo agradecía infinitamente—. Lo que pasó allá… Bueno.

—Tranquila —me interrumpió una vez hubo aparcado el auto en el estacionamiento—. No me debes nada; sin embargo, espero tengas listo un buen discurso para el iceberg enjaulado.

Sonreí ante la comparación—. Tengo algo parecido.

—Andando entonces.

Seguí sus pasos de cerca, siempre alerta a cualquier cosa. Por alguna razón el estar en aquel lugar me ponía incluso más de nervios que el local I.N.T. ¿Qué pasaría cuando lo viera? ¿Debía simplemente decir: "Gracias"? Miles de preguntas rondaban mi cabeza, pero las dispersé con mis manos al querer asegurar que todo fluiría en cuando lo tuviera enfrente.

Gran error.

—¡Cariño! —gritó Jakotsu mientras se adelantaba.

No muy lejos, Sesshomaru se encontraba sentado frente a un agente. Parecía descontento, pero ¿cómo no estarlo? Por mi culpa se había metido en un problema legal. De repente me cruzó el pensamiento de que el haber acompañado a recogerlo podría no haber sido la mejor idea… Debía estar enojado conmigo. Me quedé estática en mi lugar a la espera de que el tiempo pasara y mi existencia no fuera percibida por nadie, aun sabiendo que sería imposible. Apreté mis manos y me di cuenta de que había algo de sangre—. Señorita, ¿se encuentra bien? —El oficial también se percató de esto. Yo me limité a levantar mis hombros sin una respuesta—. Su boca está sangrando, tomé.

Abrió la caja rosada que tenía en manos y sacó algunas servilletas. De repente me dio hambre, esas rosquillas se miraban deliciosas—. Gracias… —Hice una reverencia.

Supuse que el golpe de InuYasha habría sido el causante.

—Golpe… —¡Era verdad! Tenía que denunciarlo, ahora era mi momento. Caminé a prisa hasta donde estaban aquellos dos con mucho esfuerzo, pues el vestido limitaba mucho mis movimientos. "Parezco un jodido pingüino"—. Quiero hacer una denuncia —articulé una vez frente al señor.

—Ya la he hecho —intervino el ambarino—. Vuelve al auto.

—P… pero.

—No lo repetiré, Higurashi.

Bufé.

A pesar de todo, seguía siendo un idiota.

|Narrador|

—Señor, no tenemos evidencias como para arrestar a ese tal InuYasha… Lamento decirle que, sin ellas, su denuncia será revocada.

—Se llevará a juicio —soltó con firmeza el aludido sin importarle la información de aquel obeso—. De prueba está la joven, ya la vio con sus propios ojos.

—Necesitaríamos su testimonio, no es suficiente con un análisis superficial —el de placa acomodaba sus papeles mientras hablaba—. Tendrá que esperar como todos los demás a que el jurado esté disponible. —Por último, alineo las hojas y les colocó un clip para que no se revolvieran.

—Acudiremos mañana.

—¿Qué no entiende? Hasta que esté dispo. —Sus palabras quedaron en el aire cuando, al alzar la vista, notó que el asiento estaba vacío—. ¿Y el albino? —le preguntó al acompañante.

—Se fue hace unos segundos.

Mientras el iracundo hombre de cabellera plateada caminaba sin prisa aparente, en su mente exploraba las posibles soluciones que pudiera darle al problema, y de repente, de la nada, una cuestión terminó por comerse a todo dentro de su cabeza: ¿Por qué la había ayudado? Miró sus manos unos segundos, notando que en los nudillos había raspones ensangrentados. Quizá fue por la presión social. "Sí, claro", pensó. Tanto él como los demás sabían que eso estaba muy lejos de ser la respuesta correcta. Entonces, si era consiente de tal hecho, ¿por qué lo negaba? ¿Acaso tenía miedo? Y si era así, ¿miedo de qué? ¿A otro rechazo?—. Tonterías. —Jamás lo admitiría, pero tal idea le provocaba mareos.

Sus ojos recorrieron la recepción olfateando el empalagoso aroma a masa aceitosa cubierta por caramelo. "Rosquillas".

Kagome las adoraba.

—¿Puedo ayudarle en algo? —inquirió la recepcionista que sostenía una de esas bolas grasientas. Sin permiso, su mano viajó hasta a la caja que descansaba junto al computador para tomar el pan con ayuda de una servilleta. A falta de palabras, la chica sólo pudo a abrir y cerrar la boca mientras contemplaba la espalda del hombre cruzar por el umbral de la puerta y, posteriormente, perderse entre los autos; llevando en su mano la distinguida rueda rosada cubierta por pequeñas chispas de chocolate.

Se puso de pie dispuesta a seguirle y reclamar sus acciones, mas una segunda persona llegó deprisa para arrebatarle la que ya tenía en manos—. Gracias —dijo Jakotsu antes de salir corriendo—. ¡Cariño, espérame! —Al parecer Sesshomaru le había olvidado… O eso quería creer—. Sessh… No me hagas correr así… —con la voz entrecortada él se quejaba.

—Vuelve a casa en taxi —fueron las palabras que tuvo como respuesta.

—¡¿Qué?! ¡No tengo dinero!

Sesshomaru subió al auto—. No es mi problema.

—¡No juegues! —Colocó su cuerpo frente al carro, pero al ver que el cantante seguía avanzando tuvo que quitarse de su camino.

Lo último que vio fuere el direccional marcando el lado derecho, indicando no sólo su trayecto, sino también el final de su aventura. Ahora estaba solo en medio de una estación de policías, con un pan en mano y su dignidad en la otra. Le dio un mordisco a la rosquilla—. ¡¿Vainilla?! —sollozó con asco.

La cosa no podía empeorar.

O eso aseguraba hasta que vio a la dueña del circulo azucarado con los brazos cruzados y cara de pocos amigos.

El ambiente en el auto no era mucho más ameno, las evasiones de miradas se convertían en algo que cada segundo pasaba y la escases de palabras era sólo otra variable—. ¿A dónde me llevas? —Kagome rompió el silencio.

—…

—¿Ya no vas a hablar? —Por alguna razón le hizo gracia que hacía unas horas él era quién no paraba de hacer preguntas.

—No estoy de humor —escuchó después de un rato.

¿Hablaba enserio?

—¡¿Y tú crees que yo sí?! —enfatizó molesta.

—Silencio.

—Sólo quiero saber a dónde me llevas, ¿es mucho pedir? —Deseaba verse comprensiva, tranquila; pero ese hombre en verdad que le hacía perder la cordura.

En muchos aspectos.

—¿No confías en mí?

La pregunta le tomó por sorpresa. Estaba claro que lo hacía, después de todo la había ayudado—. Yo no dije eso… —Recargó su cabeza en el vidrio, para después cerrar los ojos. ¿Qué debía hacer? Todo estaba sucediendo demasiado rápido para ella. Incluso el tener dos simples palabras en la mente le retumbaba como terremoto, consiguiendo aumentar el dolor. Encima cargaba con aquel joven a su lado… Simplemente eran muchas cosas para un día, o más bien, una noche. Infló sus cachetes al retomar la pregunta anterior, ¿a dónde tenía planeado llevarla? No sabía dónde vivía, así que descartó inmediatamente su casa. La posibilidad de que la dejara en medio de la nada como a su manager le inundó los pensamientos.

El auto no iba demasiado rápido, así que si lograba abrir la puerta…

—Kagome.

Se detuvo en seco.

—Dime.

A pesar del llamado, el silencio fue el único que habló.

—¿Por qué te fuiste? —soltó sin más.

Sus ojos azules buscaron los ajenos, mas este no despegaba la vista de la carretera. Sintiendo que le faltaba el aire, bajó la cabeza para mirar como sus dedos jugaban entre si con nerviosismo—. Las cosas no funcionaron.

—¿Qué te hizo pensar eso?

Eso sí la fastidió, tenía más de una respuesta con la que contestar esa pregunta—. Nunca estabas en casa y el poco tiempo que pasabas conmigo era cuando dormíamos. —Tomó aire—. Discutíamos mucho, teníamos pensamientos y planes diferentes. Tú querías trabajar, yo quería una pareja.

Él guardó silencio—. Hmp. —"¿Sólo eso va a decir? ¡Ni siquiera es una palabra!". La cara de ella se tornó roja por el coraje, dándole algo de gracia al conductor—. Llegamos.

Kagome palideció aún más.

Era su casa... Su antigua casa.

Cuando ella y Sesshomaru decidieron mudarse al mismo lugar, no hubo mayor problema puesto que el ambarino ya tenía residencia. Allí había ocurrido la magia. Fue justo en ese lugar donde Kagome pasó los mejores días de su vida, pero no los peores; esos se los ganaba InuYasha.

"InuYasha…". La imagen del hombre flasheó sus ojos con intensidad, desorientándola por unos instantes. ¿Y si la buscaba? O peor aún, ¿qué pasaría si la encontraba?

El mayor rodeó el auto y cuando ella se dispuso a bajar el cinturón de seguridad le negó la salida. Su puerta se abrió repentinamente después de que sus manos, torpes y temblorosas, lograran quitar el seguro. Bufó, más tarde se encargaría de ponerse al corriente con el asunto de la demanda—. Andando.

El lugar parecía haberse detenido en el tiempo. Cada cosa en su respectivo sitio, ningún mueble estaba fuera del lugar donde lo recordara e incluso algunas fotos seguían enmarcadas. Sonrió inmensamente al escuchar las patas de Yako bajar las escaleras—. ¡Perro tonto! —gritó cuando por fin lo tomó en brazos—. Mi pequeño, ¡estás enorme! —La lengua del can empapó el rostro de la chica casi de manera inmediata. En definitiva, la había extrañado mucho.

Casi tanto como su dueño.

—Puedes usar la habitación.

Y, una vez más, Sesshomaru desaparecía escaleras arriba—. Es un amargado, ¿verdad, Yako? —El animal ladró mientras saltaba de sus brazos al suelo. Algo no estaba bien. Se sentía extrañamente vacía, literalmente hablando—. ¡Pero claro! No he cenado nada —fue en el momento que terminó de hablar que su estómago emitió esos crujidos tan característicos de una llamada desesperante por alimento. Yako, intrigado; pero comprendiendo la situación comenzó a buscar con su nariz algo que pudiera ayudar a la chica frente a él. ¡Bingo! —. ¿Qué tienes ahí? —La voz de ella estaba muy cerca de él, por lo que comenzó a gruñir. En los pensamientos del can se debatía si devorar la rueda dulce o entregársela. La baba comenzaba a caer de su hocico al lado de la mesa mientras sus patas se esforzaban dando saltitos para alcanzar su objetivo. Al diablo su dueña, eso se miraba delicioso—. ¡Mi dios, una rosquilla! —En un movimiento veloz, la mano de la humana le arrebató en el preciso momento la comida de sus fauces al cuadrúpedo y este sollozó al verse derrotado.

Yako se alejó con la cola entre las patas, esa tampoco era su noche—. Mmm, deliciosa…

Sus dientes masticaban con sumo cuidado la blanda y jugosa masa acaramelada, degustando con sosiego todos y cada uno de los sabores ahí presentes. Dulce, suave, ligera… Sin duda alguna era el mejor postre de todos—. ¿Hn? —Asustada, giró su rostro mientras tragaba uno de los últimos pedazos que le quedaban. Por otro lado, el causante de sus nervios se encontraba observándola detenidamente tras el sofá. Sus ojos acusadores, envidiosos y vengativos la taladraban duramente al mismo tiempo que su lengua saboreaba el glaseado del trozo huérfano.

Kagome sonrió y se levantó de su asiento.

—¿Lo quieres? —preguntó una vez cerca del perro. A pesar de que su mirada demostrara desconfianza, la cola siempre delataba esa felicidad dentro suyo. Su nariz seguía los movimientos en la mano de la joven, volteando de un lado a otro sin dejar de ver el pedazo chorreante de delicia. De nueva cuenta, la baba corrió por su boca para mojar su blanco pelaje y caer en forma de gotas al cuero del sillón—. Di "A"

Imitando las acciones de la mujer, el hambriento extendió su mandíbula; acercándose cada vez más a su presa.

Tan cera…

—Kagome.

Ambos voltearon hacia el hombre expectante, manteniéndose estáticos. Sin embargo, los ojos del menor miraron de soslayo la aún intacta pieza para luego sacar su legua y enrollarla entre los dedos de la aludida. Ante esto, ella se alejó con una mueca de fingido asco—. ¿Qué pasa? —habló mientras limpiaba su mano.

—Es tarde.

—¿Y?

—Ve a dormir —ordenó como si tratara con una pequeña.

—Pero no me he duchado.

Algo se removió dentro de su pecho al notar un extraño brillo en la vista del ambarino—. ¿Esperas que también te ayude en eso?

Kagome cerró su boca fuertemente tratando de no empeorar las cosas e, inmediatamente, desvió su sonrojada cara hacia un lado—. Ya hiciste demasiado por mí.

—Hmp —sonrió apenas—. La ropa sigue donde mismo.

Ella había olvidado que el día de su partida había dejado parte de sus pertenencias en ese lugar, debido que en su mochila pocas cosas se acomodaban. Sí, tenía lo suficiente como para completar un cambio de ropa y pasar una "buena" noche. Seguramente la mañana siguiente partiría a donde su madre, ya recuperada y maquillada, por supuesto.

Su habitación aparentemente no había cambiado mucho más que el resto de la casa; sólo faltaban sus pertenencias que, aunque costara creer, eran las que abarcaban más espacio allí. Recorrió las paredes en busca de algún detalle menos o uno de más. Nada—. Supongo que no ha tenido tiempo para remodelar… —Abrió el closet de ropa para tomar una de las toallas y se sorprendió al ver la simpleza en aquel guardarropa cuando antes estaba repleto a tope. Lentamente y cuidando no tropezarse con el vestido, entró al baño—. Estas malditas zapatillas… —se quejó cuando por fin sacó el par de sus pies y después aventarlos a algún lugar del pequeño cuarto.

Quitarse el vestido no fue menos satisfactorio, ergo sí más difícil. Le había costado un inmenso trabajo alcanzar el cierre en la espalda, pero después de estirar sus brazos de una manera poco natural y maldecir a los cuatro vientos, pudo deshacerse de él. Prendas y tacones se esparcieron por el suelo sin cuidado alguno, porque después de todo ellos le habían hecho la noche imposible (a parte de los acontecimientos ocurridos). Orgullosa de haber podido resistir tal castigo, se adentró a las tibias aguas de la tina totalmente desnuda. Las ondas en el líquido incoloro deformaban su figura mientras tallaba fuertemente con la esponja de baño, sintiendo que esta simple acción eliminaría todos sus males; que el agua los borraría y terminaría llevándoselos a las profundidades de las alcantarillas. Enjuagó su cuerpo una última vez y se envolvió en la blanca toalla.

Cambiada y seca, dejó la ropa sucia en el cesto y salió tarareando una canción aleatoria. Se sentía nueva, renovada—. Mujer.

—¡Ahh! —Saltó hacia atrás al notar la figura del dueño de la casa en la oscuridad—. Dios, ¿por qué haces eso? Casi me matas del susto.

—Hmp… —La mirada del hombre recorrió su rostro. Sin maquillaje, los hematomas eran mucho más obvios que antes; aun así, la belleza de ella no bajaba ni un poco. Suspiró y se golpeó mentalmente al pensar que pudo haber evitado todo eso—. ¿Cómo estás?

—¿Cómo debería estar? —contestó ella algo a la defensiva, cosa de la cual se arrepintió después. Bufó—. Sólo necesito descansar un poco.

A pesar de la escasa luz, Kagome podía contemplar sin problemas la figura de su compañero: alto, fornido, atractivo entre muchas otras cosas; casi perfecto, de no ser por su actitud y gran boca, que, aunque no la abría muchas veces, cuando lo hacía sólo lograba sacar su mal humor. Varios recuerdos la embargaron de un momento a otro. Haber vivido con ese frío joven había sido una experiencia muy interesante; a pesar de que la mayor parte del tiempo peleaban, estaba segura de que al reír y pasar el rato en un agradable silencio superaban las adversidades. Desprendió un aire melancólico que Sesshomaru pudo percibir instantáneamente—. Entonces hazlo —dijo él. Dispuesto a retirarse, dio media vuelta; pero antes siquiera diera el primer paso fue detenido por los brazos de la muchacha.

Kagome se aferró fuertemente del peliplata, hundiendo la cabeza en su espalda, tratando de no derramar más lágrimas y queriendo deshacer el nudo que se formaba en su garganta—. Espera —pidió una vez recobrada la compostura.

Él guardó silencio esperando escuchar lo que fuese que tuviera que decir aquella; sin embargo, la afasia en la azabache se prolongó más tiempo.

La tenía tan cerca, tan unida a si que las ganas de devolverle el abrazo se hacían más y más grandes a medida que los segundos pasaba. Cuando sintió la tela de su camisa húmeda dejó de lado su orgullo para girarse, hacerle frente y oprimirla contra su pecho. El cariño era necesitado por ambos lados. Tanto tiempo de espera y sufrimiento sólo hacía que el estrujón se intensificara, que todos los problemas que tuvieron y que tenían quedaran en el olvido.

Ambos concordaban en que la espera había valido totalmente la pena.

—Sesshomaru… —murmuró—. Yo no me quise ir, te lo juro. No pensé bien las cosas.

—Silencio.

—No, escúchame —sin soltarlo por completo, se separó un poco de él—. Me arrepentí; pero cuando quise volver pensé que tú ya no me recibirías… Tuve miedo.

Una de sus manos se posó sobre la lastimada mejilla, borrando con su dedo pulgar las pequeñas líneas saladas sobre su piel rosada. Dudando de sus actos, descendió hasta estar a la altura de la chica, dejando que el vaho de sus respiraciones colisionara; creando una pequeña pared que fue rota de manera casi inmediatamente por los labios de la fémina. Los toques del albino bajaron de su rostro hasta sus hombros y de ahí a su cintura para acercarla en un movimiento a su cuerpo; ocasionando un suspiro excitado en medio de la acción. Ella, a diferencia, subió sus manos por su abdomen, pecho y cuello, teniendo como destino su rostro y la nuca.

La intromisión de una lengua hizo gruñir al más alto y divertir a la atrevida.

El mundo pareció detenerse para aquellos dos que se creían en algún paraíso o sueño fantástico. Pensando que en cualquier momento se terminaría, decidieron aumentar el calor dentro de la habitación; retrocediendo con prisa hacia la cama y recostándose en esta de un brinco. Él sobre ella, ambos agitados, sus labios aún unidos y las caricias subiendo de tono mientras los segundos transcurrían, hasta que hizo falta el aire.

Sin querer, uno se alejó del otro, dejándolos en unión un delgado hilo de baba—. Yo… —No la dejó hablar, debía asegurarse de que no era un juego de su imaginación.

Quería volver a sentirla, por lo que, con una gran bocanada de aire, volvieron a besarse. Esta vez disfrutaron un poco más tranquilos el contacto, compartiendo de vez en cuando una que otra caricia—. Sesshomaru —llamó ella una vez acostada a su lado con la cabeza recargada en su hombro.

—¿Hmp?

—Volviste a fumar, ¿verdad?

El vistazo acusador le dejó al descubierto—. Tal vez.

Kagome golpeó débilmente su pecho—. Tonto, eso te mata.

—Ya estaba muerto, de todas formas.

Silencio. Ese comentario la tomó desprevenida

—… A veces eres muy lindo.

—Hmp… Descansa —mandó una vez sus ojos estuvieran cerrados.

Con un último asentimiento, se le unió en el acto.

Había una tercera cosa de la que Kagome estaba segura de que era un hecho irrefutable: siempre, y sin importar qué, podría confiar en Sesshomaru.


-Explota-

¡Buenas gracias y muchas noches, gente!

Intenso, ¿no? Ojalá lo hayan disfrutado.

¡Nos vemos!