"Complicidad", "confianza", "cooperación", esos términos idílicos. Cuando salieron a colación en medio de uno de mis diálogos con la nada, rememoré vagamente una vieja lectura que de repente empecé a añorar. Decidí que si iba a escribir sobre dicho tema, Ciel y Sebastian serían los perfectos compañeros para hilar una trama en derredor del origen de los lazos afectivos y sus claroscuros. El responsable de la inspiración es Sheridan Le Fanu, y Carmilla la obra en cuestión.

Con esto, después de varios años, retomo mi incursión en el maravilloso mundo del fanfiction. Un saludo y agradecimientos a quienquiera que se detenga a leer este primer capítulo.

Aclaración evidente pero necesaria por formalidad: El imaginario de Kuroshitsuji / Black Butler y sus personajes son propiedad de Yana Toboso.


I

Sebastian cerró la puerta y depositó con cuidado el candelabro sobre la mesilla al lado del camastro. La noche se estaba prolongando aún más dolorosamente que los días.

—Entonces, joven amo, ¿debería leerle algo para ayudarle a conciliar el sueño?

Me removí en la cama para aventarle una mirada de reproche, todavía cubierto con las sábanas hasta la nariz.

—No me trates como a un niño. —Me quejé. Mi voz somnolienta quedó medio extinguida en el abrazo de la tela blanca.

Vi a Sebastian sonreír.

—Si no habla apropiadamente es difícil entender lo que dice.

La sorna que escondía en la curva de sus labios pálidos y su tono de amabilidad actuada resultaban especialmente irritantes a las tres y media de la madrugada, sin haber dormido más de cuarenta minutos infestados de pesadilla y sufriendo el dolor propio del crecimiento en cada extremidad del cuerpo.

—Me has entendido perfectamente. —Musité. Volvería a ignorarme de todas formas.

Lo observé en silencio mientras se paseaba frente a las estanterías de la recámara. Acariciaba con gentileza el lomo de cada volumen, buscando entre la variedad de títulos que él mismo había ordenado por temas. Recordé lo que en aquel momento alegó: le parecía insignificante colocarlos por orden alfabético. "Existen y existirán innumerables alfabetos. En cambio, el contenido es universal y perpetuo. Cuando se las arregló para invocarme, ¿no podría haberlo hecho en mil idiomas con resultado indistinto? Al final, la clave entre conseguirlo o no es algo lejano al lenguaje, algo mucho más absoluto". Esas fueron sus palabras esbozadas de manera casual. A pesar de que tenía buena cuenta de la distancia entre mi perspectiva de las cosas y la suya, en aquel momento fui más consciente que nunca de la diferencia entre nuestros horizontes. Mi mirada humana, limitada a mi época, mi lugar de nacimiento, mi lengua, mis sentimientos; sujeta a mi cuerpo y a mi conciencia de mortalidad: y sus ojos de demonio, afinados entendedores de la convergencia irónica entre la luz y las sombras en cada ser, conocedores de las razones tras el rumbo enmarañado de la Humanidad.

«Cincuenta años son un suspiro para ti. A tus ojos, una persona de dicha edad no es menos niña que yo». Pensé, siguiendo con la mirada cada uno de sus gestos. «Ves todas nuestras motivaciones como agua clara. En cambio yo rara vez puedo asegurar qué estás pensando, o si tus emociones son siquiera parecidas a las emociones humanas. Dices que, al contrario que nosotros, tú no mientes, ¿pero acaso no estás siempre fingiendo? Me pone nervioso y me intriga.»

Se detuvo en un ejemplar delgado y de tapa oscura. Sabía que él era consciente de mi mirada clavada en su nuca. Abrió el ejemplar y esbozó una sonrisa extraña, como si la existencia de aquel libro le divirtiera.

—Joseph Sheridan Le Fanu —leyó—, nacido en Irlanda, murió apenas un par de años antes de que usted naciera. Era un tipo interesante, con un alma exquisita —arqueé las cejas, barajando las implicaciones de su comentario—. ¿Recuerda la novela Carmilla? —añadió.

—La mencionaste en una clase de Literatura —me incorporé con dificultad, cubriéndome con la mano el ojo que portaba el sello del contrato—. ¿De repente estamos en horario de tutoría? —Abrí y cerré los párpados despacio: al cambiar de posición el dolor de cabeza se había espesado como si llevara dentro una nube de tormenta.

Se volteó hacia mí y sonrió. Sin quitarme los ojos de encima, se acercó a la cama y se sentó en el borde.

—Por supuesto que estamos en horario de descanso, joven amo —abrió el libro sobre su regazo—. Pero ya que no puede dormir, debería tomarse la lectura como una actividad de placer y no solamente como una tarea para su instrucción.

Lo miré de reojo, reticente. Cada vez que me prohibía tomar dulces, me obligaba a descansar suficiente o me aconsejaba voluntariamente sobre cualquier materia estaba tentado de creer que le importaba mi bienestar. Pero la raíz de la verdad era mucho más siniestra; la conciencia de nuestro contrato hacía que desechara cualquier posibilidad de afecto. Si no la cortaba de raíz, ¿terminaría por desear que los motivos de sus cuidados fuesen otros? ¿Acabaría anhelando su cariño? De suceder aquello, la realidad sólo se volvería más enrevesada.

—¿Acaso a ti te divierte leer? ¿O es que las almas eruditas tienen mejor sabor? —Le espeté con sorna. Él entornó los ojos y su sonrisa se amplió, entre divertida y desafiante. De nuevo, parecía atravesarme la carne con frías dagas.

—No puedo negarlo. Sin embargo, se lo he aconsejado por otra razón —cruzó las piernas en una posición inusualmente informal. Se inclinó tentativamente hacia mí—. Las almas humanas son fáciles de interpretar. Y una forma que tienen los propios humanos de aprender a ver a través de ellas es nutriéndose de lo que otros escriben. ¿No desea "ver" con más claridad? ¿No es eso lo que estaba pensando hace un momento? —Su voz grave y dulce había cobrado un matiz aterciopelado.

Desvié la mirada en un intento vano de esconder mi rubor. Aun con la delicadeza de sus gestos, la cercanía física hacía que sus ojos penetrantes tuviesen un efecto aún más abrumador, como si pudiese escarbar en lo hondo de mis pensamientos y violara mi intimidad. No tenía nada que ver con las situaciones diarias en que me desvestía o me bañaba con sus manos enguantadas. Con el tiempo había deducido que podía captar mis gestos y expresiones más ínfimos, imperceptibles al ojo medio. Eso sumado a su intuición sobrenatural lo hacía poco menos que capaz de leerme la mente. Era muy irritante.

—No. No exactamente. —Murmuré, borrando de mi voz toda vacilación. Escuché la fricción de la tela de su guante contra la piel, y miré de reojo para comprobar que había desnudado su mano derecha. De inmediato sentí sus dedos a un costado de mi mentón, instándome a encararlo con un gesto suave. Sus ojos, normalmente del color de la sangre, brillaban ahora con un rojo frío. Sus dedos, en cambio, eran inesperadamente cálidos.

—Entonces, ¿quizá lo que desea es ver a través de mí? ¿Por eso estaba mirándome tan persistentemente? —Su voz había decrecido en poco más que un susurro.

No respondí. Durante unos segundos me olvidé de moverme o de mediar palabra. Me gustaría decir que lo enfrenté con una larga mirada impasible; pero lo cierto es que mis ojos quedaron atrapados en los suyos. Me gustaría justificar esa momentánea fascinación con alguno de sus trucos de demonio; pero nada más lejos de la realidad.

De nuevo, su mirada y su sonrisa se afilaron. Por una vez no había rastro de burla en ellas. ¿Qué escondían? ¿Qué había más allá?

—Eso es. Cruzar la barrera de las apariencias es un buen comienzo —llevó sus dedos desnudos de mi mentón a mi mejilla, y de mi mejilla a mi sien. El cálculo cuidado que ponía en cada uno de sus gestos hacía que aquello ni siquiera pareciera una caricia—. Tiene una mirada magnífica, joven amo. —Fruncí el ceño. —No queda rastro de inocencia en ella, y aun así… —repasó con su dedo pulgar el contorno inferior de mi ojo derecho, el ojo con el sello de nuestro contrato— conserva una fuerza incorruptible: la pureza de alguien a quien no le queda nada que perder más que su cordura y su determinación. ¿Qué es lo que le está haciendo dudar?

¿Cuánto tiempo hacía que nadie se atrevía a tocarme de aquella forma? Nunca volvería a conocer el calor de unas manos protectoras. El pacto entre Sebastian y yo estaba cerca de completarse, y eso significaba que pronto llegaría mi fin. No podía permitirme ese tipo de anhelo. No podía existir nada por lo que aferrarme a la vida.

—Suficiente. —Lo aparté de un manotazo. —No juegues conmigo, Sebastian.

Ante mi mirada hostil él se mantuvo imperturbable.

Me dejé caer sobre la almohada y le di la espalda, llevándome las sábanas al cuello con descuido. Sentí su mirada clavada en mi nuca por unos largos segundos. Después, el siseo de las páginas de papel revelándose una a una.

"—¿Piensas que siempre confiarás plenamente en mí?"

La voz de Sebastian sonó firme y clara. Por un segundo pensé que aquellas eran sus propias palabras y sentí una leve presión en el pecho; después comprendí que solamente estaba leyendo. Exhalé un suspiro silencioso.

"Se volvió en redondo, sonriendo, pero no respondió. Tan solo siguió sonriéndome.

—¿No me vas a responder? —dije—. Eso es porque no puedes darme una respuesta agradable; no debería habértelo preguntado.

—Haces muy bien en preguntarme eso, o cualquier otra cosa. No sabes hasta qué punto te quiero, ni puedes imaginar una confianza mayor. Pero estoy atada por unos votos; ninguna monja los ha hecho la mitad de terribles. Y todavía no me atrevo a contar mi historia, ni siquiera a ti. Se acerca ya el momento en que habrás de saberlo todo. Me creerás cruel y muy egoísta, pero el amor es siempre egoísta; cuanto más apasionado, más egoísta. No sabes lo celosa que estoy. Debes venir conmigo, y amarme hasta la muerte u odiarme, pero seguir conmigo, y odiarme a través de la muerte y después de ella. No existe la palabra indiferencia en mi apática naturaleza." ¹

No me moví mientras registraba atentamente cada una de las palabras. Resultaba irónico escucharlas de la boca de Sebastian, y no obstante me hizo pensar que ese tipo siempre encontraba formas elegantes de insinuar o disimular sus verdades.

—¿Quién es el otro personaje? —pregunté.

—La amada de la vampiresa Carmilla. —Revistió la palabra amada con un deje de mofa.

Cerré los ojos, cansado.

—Qué vampiresa más estúpida —murmuré—. ¿Piensa hacerle caso?

Sentí que Sebastian se movía. Se inclinó sobre mí para arreglar las sábanas y cubrirme debidamente.

—¿Por qué no lee el libro y lo averigua usted mismo?

Despacio me di la vuelta para quedar acostado boca arriba. Le dediqué una mirada larga y expectante.

—Sólo hay un final posible para ella, ¿no es así?

Sebastian sonrió y arqueó las cejas con interrogación, invitándome a continuar. Suspiré, molesto por tener que explicarme.

—Palabras, no son más que palabras. Las personas las usan a la ligera constantemente. Se hacen promesas que no pueden cumplir, se juran una confianza que sólo pueden mantener al precio de la ceguera. Hablan de amor y tarde o temprano se abandonan. ¿Por qué Carmilla iba a confiar tanto en su amada? De nuevo, sólo hay una respuesta.

Una corriente de aire hizo ondear las cortinas claras. La llama de una de las velas del candelabro se extinguió; la otra parpadeó en los iris rojizos de mi mayordomo.

—Sebastian —continué. Su sonrisa se había borrado por completo y me escuchaba inexpresivo—. La única razón por la que confío en ti es que en ningún momento has ocultado tus motivos y nunca has fingido para convencerme. Quizá sea porque no puedo escapar de ti… Pero eso significa que tú tampoco escaparás de mí.

Esbozó una pálida sonrisa.

—Así es.

Pese a la naturaleza de mis palabras, me las arreglé para que no se filtrase en ellas ni un ápice de debilidad.

—No me abandones, Sebastian. Cumple siempre tu palabra. Es una orden.

Con inesperada seriedad, esta vez no acató su habituada reverencia, sino que tomó mi mano en su mano desnuda y besó el dorso con suma ternura.

Yes, my lord. —Susurró.

Sentí un escalofrío en la nuca.

∞ † ∞

La primera luz de la mañana se filtró cobriza a través de mis párpados. Me froté los ojos con espesor para comprobar que las cortinas estaban corridas y el té humeaba junto al desayuno en el servicio de plata, dispuesto como de costumbre al lado de mi escritorio.

—Sebastian... —mascullé su nombre por inercia, sentándome en el borde de la cama a la espera de sus "buenos días", a la espera de que de un momento a otro se arrodillase frente a mí para comenzar a vestirme. Me costó un par de segundos de quietud y silencio levantar la mirada, recorrer la habitación y comprobar que mi mayordomo no estaba allí.

—¡Sebastian! —grité. De nuevo, sin respuesta. Mis despertares no solían ser deslumbrantes, pero la ausencia inesperada del sirviente enturbiaba sustancialmente mi humor.

Caminé descalzo hasta el servicio con el desayuno. A juzgar por la consistencia del vapor del té negro, no habrían pasado más de veinte minutos desde que estuvo allí. Entonces, ¿por qué no me había despertado a la hora de siempre?

Encontré la respuesta cuidadosamente inclinada sobre la taza vacía de porcelana china, en una nota escrita con una letra elegante y de pulcritud antinatural:

«Joven amo:

Discúlpeme por desaparecer sin previo aviso. He tenido que marcharme por un asunto de prioridad urgente que no sería prudente mencionar por escrito. Le ruego, no obstante, que no se preocupe en lo más mínimo por los detalles de mi ausencia. Dado el aparente interés que manifestó anoche en comprender mis particulares maneras, y tomando en consideración su gusto por los juegos, se me ha ocurrido hacer de este imprevisto una ocasión en la que podría poner en práctica su destreza personal, no como cabeza de la familia Phantomhive, sino sencillamente como contratista y señor de su leal sirviente.

Así pues, si está dispuesto a participar del juego, le invito a servirse de sus propios recursos para adivinar mi paradero y encontrarme antes de que regrese a la mansión a medianoche. ¿Qué me dice? ¿Piensa que será capaz? ¿Piensa que siempre confiará plenamente en mí?

S. M.

P.D: Espero que el desayuno sea de su agrado y que no tenga problemas para vestirse apropiadamente sin mi ayuda. Por favor, no olvide cepillarse los dientes y atender sus tareas antes del ocio.»

Tuve que hacer un acopio de voluntad para no arrugar la nota entre mis manos y mandar la mesilla auxiliar al diablo de un arranque desafortunado. ¡Ese mayordomo del infierno! ¡Qué se había creído!

Me volví hacia el ventanal, como si acaso así pudiese escuchar mi queja.

—¡Sebastian, maldito bastardo! ¡Te he dicho que no juegues conmigo! —gruñí.

Respiré hondo y me dejé caer en la butaca frente al escritorio, recostando cansinamente los codos sobre la madera de caoba mientras trataba de ordenar mis pensamientos. Lo primero que decidí es que sería menos problemático servirme yo mismo el té que llamar a Meylin. Seguidamente resolví que el pastel de vainilla y crema de arándonos de primera clase impecablemente elaborado por Sebastian durante la noche anterior se lo iba a comer Pluto. En parte porque se me había cerrado el apetito, en parte por venganza.

Al paso de un cuarto de reloj mi enfado se había enfriado un tanto menos que el Earl Grey. Para cuando pude dar el primer sorbo volvía a estar suficiente sereno. Miré la novela de Le Fanu que Sebastian había dejado sobre la mesilla de noche y evoqué el aura extrañamente íntima que el demonio había adoptado la noche pasada. Recordé su caricia engreída, su beso ambiguo. Sin habérselo ordenado, se quedó a mi lado hasta que logré dormirme otra vez. Me volteé hacia el ventanal, pensativo. Cerca de la arboleda había dos cuervos expectantes.

Me sonreí con cinismo amargo. Por un momento se me había ocurrido que tras los gestos de Sebastian existía algo más que el peso del contrato y su milenario aburrimiento. Por un momento, casi caí en la peor trampa que desde la noche de los tiempos se le ha impuesto a la especie humana.

Uno de los cuervos graznó, como si riese, y después echó a volar.


¹ GINEBRA MAGNOLIA, Joseph Sheridan Le Fanu. Carmilla [fragmento]. 2016.
2016/10/31/joseph-sheridan-le-fanu-carmilla-fragmento/

De momento la historia se mantendrá para todos los públicos en las categorías de misterio y romance, pero no descarto cambiar la etiqueta a "público adulto" en el futuro. Tendré en cuenta y agradeceré vuestras opiniones, sugerencias, críticas, etc. si os place dejarlas.

Nos vemos... ¿lo más pronto posible? :)