—Disclaimer: Vocaloid es absoluta propiedad de Crypton y Yamaha Corporations, por lo que no me hago responsable de ellos y tan sólo utilizo sus personajes para mi propia diversión en éste fanfic, donde sólo la trama es mía.
Dear Stranger
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Capítulo I: Némesis
"Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos
porque uno termina pareciéndose a ellos".
—Jorge Luis Borges—
Tokio era una ciudad bastante ajetreada para muchas personas, para otras era la típica área metrópoli en la que se podía adquirir todo con la facilidad de cruzar unas cuantas calles o recorrer unas pocas manzanas; pero eso también dependía en la zona residencial que se habitaba.
La cantidad de personas variaba con el paso del tiempo. Los que se trasladaban de otro sitio para la capital nipona, al poco tiempo cambiaban de actitud radicalmente y se volvían como zombies que de ninguna forma querían alejarse del distrito federal ni porque les pagasen una trillonada de los verdes. Tanta tecnología avanzada que se hallaba junta en Tokio les atraía con su apariencia, los seducía y luego los sumergía en un estado psicológico del que no podían escapar.
Oh sí, ese era el cliché que ocurría en Tokio.
Pero además del harto avance tecnológico del día a día japonés, también existía una rama cultural que se extendía no sólo allí, sino también alrededor de todo el mundo; nada más y nada menos que el deporte, algo que cualquier individuo podría disfrutar, unos más que otros.
Y ese era el caso del sonriente Mitaki Hatsune, el famoso atleta y deportista nipón en todo el país, incluso se extendía su fama por el continente y más allá de éste, aunque en éste sólo pocos conocían su talento atlético. Con tan sólo veinte años de edad consiguió alcanzar un número alto de premios y reconocimientos que lo llevaron a lo alto del podio en las olimpiadas del 92, cuando cumplió los veinticuatro. A los veintiocho tuvo a su primogénito que, según lo que afirmaba el hombre, sería un excelente atleta como él, le enseñaría todo lo que sabía y lo volvería el mejor. Dos años después tuvo a su primera hija, la cual no le pareció demasiado prometedora, pero que aún así quería transmitirle su legado atlético.
Sin embargo, lo que muchos desconocían de Mitaki era que había perdido en una simple carrera recolecta fondos para una causa ecológica a los veintiseis. Su contrincante mayor, Jacques Shion, le había vencido cuando el atleta Mitaki había logrado bastante ventaja y estaba muy cerca de la meta, pero en un descuido él se distrajo mientras veía a la que futuramente se convertiría en su esposa, Kisa Hatsune, y Jacques logró la delantera en cuestión de segundos. Gracias a Dios que el rumor no se había extendido demasiado por las redes.
Fue un extraño caso de la tortuga y la liebre, pero tal parece que ese error se quiere remendar ya diecinueve años después.
Miku y Mikuo Hatsune, hijos de Mitaki llevaban una vida un tanto ajetreada. Luego de la promesa de su padre cuando el mayor nació, pasaron los años de largo y duro entrenamiento que resultó bastante prometedor a juicio del padre. La menor de la familia también demostró su interés por el deporte, incluso más de lo que se imaginaron sus padres que creyeron y juraron que sería más lógico verlo en Mikuo, pero no fue así.
Como se había dictaminado, Mitaki entrenó de la misma forma a su hija. No con la magnitud que quería ver desarrollar en su hijo, pero lo hacía. Ya cuando la jovencita había cumplido sus doce años, ella rechistó hacia su padre diciéndole que quería entrenar más duro como lo hacía su hermano. Mitaki ante esto no tuvo más remedio que aceptarlo; la dedicación en los ojos de la niña prometía una cosecha de buenos frutos.
Mikuo Hatsune, de dieciocho años, era un gran atleta conocido en su escuela principalmente por ser el hijo de Mitaki. Pero además de eso, era aún más conocido por los increíbles reconocimientos que hizo sacar a su escuela participando en triatlones, intercursos e intercolegiales. Mikuo Hatsune en verdad fue lo que su padre había prometido tras su nacimiento, pero su afán no era el mismo que el de él.
Por su parte, Miku, hermana menor del Mikuo y la última hija del matrimonio de Kisa y Mitaki, era la que más demostraba su emoción y dedicación a lo que su padre le gustaba. Además de ser conocida como hija del famoso atleta, Miku también hacía de las suyas. Estaba en gimnasia rítimica como capitana de su equipo, pero además de eso también estaba integrada en el equipo de fútbol y baloncesto femenil de su escuela. Practicaba tenis, adoraba correr, se la pasaba en todos los triatlones de cada año e incluso llegaba a participar en estos, poniendo en alto el nombre de su escuela.
Era sorprendente tanto para Mitaki como para Kisa ver cómo Miku disfrutaba de verdad lo que hacía, mientras que el mayor de los hijos era el más relajado con esto.
Pero ahora, Miku y Mikuo desean jamás haber tenido semejante admiración hacia el deporte.
—¡Prrff, papá! —exclamó la menor arrugando el periódico que Mitaki Hatsune le extendía. Además del papel, mantenía arrugada su nariz mientras que una de sus manos estaba hecha puño—. ¿Crees que vamos a pasar la vergüenza del siglo participando en eso?
Mikuo suspiró detrás de ella y resopló estando recostado del umbral de la puerta hacia la sala de estar, donde su hermana expresaba todo lo que pensaba al respecto de los planes de su padre.
—No será una vergüenza, Miku. Será la reinvención de mi nombre y los suyos en lo alto del podio —manifestó Mitaki elevando una mano, casi asemejándose con la representante de justicia; a Juicio de Miku, lo único que le faltaba era la balanza, porque ya se le notaba que estaba ciego.
—Por favor, ¿lo dices en serio? —espetó Miku—. ¡Hasta la triatlón de mi escuela suena mejor que lo que propones para poner tu nombre en alto!
—¿Qué tiene de malo participar en un reality show de talentos atléticos?
—¡Todo, papá! ¡Todo! —exacerbó la joven.
Mikuo haciéndole caso únicamente que a la pelea de padre e hija, se pasó la mano por la cara manifestando su frustración al respecto y simplemente tomó a Miku del hombro cuando reparó en que ésta podría aventarse contra su padre.
—No tiene nada de malo —asumió, recibiendo una mirada fulminante de su hermana, cosa que ignoró en redondo—. Pero tampoco es que nos agrade la idea de humillarnos en público.
—¿Quién habló de humillaciones? —cuestionó Mitaki con una sonrisa sarcástica extendiéndose en su rostro—. Yo los he entrenado toda una vida. Lo menos que sufrirán serán las humillaciones.
—No me refería a eso —replicó Mikuo—. Papá, entiende; las formas de perder contra alguien como Shion es cosa de pensarlo más de cien veces. ¿Qué pensaría la sociedad?
—¿A quién le importa sus críticas? —exclamó Kisa Hatsune, haciendo acto de presencia—. Chicos, creí haberles dicho que la imagen que tienen los demás de ustedes no será la misma que ustedes conocen de toda una vida.
—¡Ay, no quiero oír palabras de alientos maternales por un momento, por favor! —reprendió Miku con fastidio, llevándose una mano hacia ambos lados de la frente, comenzando a masajeársela.
Kisa arrugó el labio y se sentó sin ánimos en el sofá, dando la espalda a la discusión de su marido con sus hijos adolescentes.
—Papá, tú siendo un atleta que quiere recuperar su fama, no querrías que las personas se hicieran una imagen tonta de ti si pierdes contra los Shion, ¿cierto? —persuadió Mikuo utilizando la cabeza.
Miku resopló y Mitaki tan sólo se quedó pensando por un rato.
—Ciertamente, tienes razón —admitió—. Pero, ¿por qué las malas vibras y negatividad tan pronto? Venga, familia —dijo acercándose a sus dos hijos y abrazándolos a cada uno por uno de sus grandes brazos pasados por encima de sus hombros—. ¿Me van a dejar en un momento tan importante para mí, que también lo será para ustedes?
Miku y Mikuo se miraron, aún estando acorralados por los brazos de su padre. Los hermanos suspiraron.
—No, viejo —musitó Mikuo dándole una palmada en la espalda.
La que tardó más en responder fue Miku, quien se mantenía cruzada de brazos mirando al suelo con el ceño fruncido.
—Pst. Como sea —resopló con obligación, a lo que Mitaki simplemente sonrió de oreja a oreja.
Al diablo sean los Shion.
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—¿Bromeas? —espetó Kaiko Shion masticando su chicle sin piedad.
—Kaiko, ¿qué he dicho sobre comer chicles a éstas horas de la noche? —reprendió su madre, Kagami Shion, mientras que su estoico semblante taladraba el rostro jovial de la menor de las mujeres.
En el momento en que la hermosa mujer de cabello añil se giró para terminar de acomodar la repisa de los víveres de la cocina recién recargada, Kaiko le sacó la lengua con un gesto de fastidio a la espalda sin ojos y, entornando los ojos, botó su chicle en la papelera.
—Como sea, mamá. ¿Oíste lo que dije?
—¿Acerca de que estaba bromeando o algo así? —recordó con paciencia al decir sus palabras. Pasó un segundo, dos segundos, tres... hasta que Kaiko notó que su madre estaba haciendo pausas apropósito—. Sí.
Puso ojos de exasperación. Su madre a veces le irritaba. Siempre la hacía esperar por respuestas cortas y simples al final de todo.
—¡Mamá! —exclamó Kaiko pateando en el piso.
—¡Kaiko, qué he dicho sobre ésas actitudes inmaduras!
La joven imagen viva de su madre suspiró y se cruzó de brazos.
—Que no debo hacerlas porque entonces no podré liderar la cabeza de una familia ni mandar sobre el idiota con el que me case si sigo con éste comportamiento —salmodió moviendo la cabeza de un lado a otro en cada sílaba—. ¡Ay, mamá! ¡Que yo no soy feminista como tú!
—¡No es feminismo! —replicó Kagami girándose sobre la silla en la que estaba montada para alcanzar los estantes de arriba. Mirando a su hija, bajó de ahí con poco cuidado y eliminó lun par de pasos que la distanciaban de ella.
La diferencia de alturas era increíblemente notable cuando la menor de la familia resultaba sobrepasar prácticamente por unos seis centímetros a la madre con cadencia de baja estatura. Kaiko se hubiese reido ante ésa imagen, pero en ése momento su mente estaba ocupada por algo que le molestaba.
—¿Sabes quién fue la persona que sacó adelante ésta familia? —cuestionó Kagami.
—Fuiste tú.
—Exacto —confirmó—. ¿Y sabes por qué?
—Porque papá está obsesionado con superarse a sí mismo y prefiere pasarse el día corriendo con un negocio independiente que en una oficina con aire acondicionado.
—Exacto —repitió—. ¿Y por qué?
—¡Porque no supera a los Hatsune! —exacerbó Kaiko haciendo ademanes de frustración—. ¡Mamá, es que lo digo en serio! ¿De qué sirve volverse loco con unas personas a las que no ve desde que yo nací?
—No metas a toda la familia en esto, Kaiko. Es cosa de tu padre y de Mitaki Hatsune.
—Sí, sí, eso... —divagó—. Pero, sigo en mi palabra, ¿por qué hacer eso?
Kagami suspiró por primera vez en la conversación con su hija. Frotando sus manos tratando de eliminar algún rastro de polvo que pudo haber adquirido después de limpiar un poco esos almacenes, señaló las sillas altas del mesón, invitando a su hija a que la siguiera hasta allí.
Su inquebrantable paciencia estará acabándose ésa noche mientras siga hablando de esas cosas con su hija mayor, pero tenía que hacerlo de todas formas. Kaiko era una muchacha lista, quizás el entenderlo no le costaría.
—Tu papá siempre ha sido muy competitivo. Siempre buscaba ganarle a todos en todo —relató Kagami—. Sus victorias eran buenas, pero él sentía que no estaba bien del todo; sentía que le hacía falta una motivación más para competir. Entonces fue ahí que Mitaki apareció...
—Oh, qué cursi —espetó Kaiko arrugando la cara, poniendo una mano en meno de ambas que indicaba que su madre parara de contarle todo—. El resto fue que Mitaki y él se conocieron, se volvieron rivales eternos y mi papá se obsesionó con él. ¡Vaya! ¡Esto me recuerda a un manga yaoi que tiene Kaito en su cuarto!
—¡Kaiko! —barbotó Kagami dando un ligero golpecito en la mano a su hija, quien sólo rió un poquito a pesar del regaño.
—Lo siento, pero es verdad —se defendió encogiéndose de hombros—. Y si me preguntas por qué Kaito tiene una cosa como esa... yo no fui. ¡Shh! —agregó juguetonamente llevándose un dedo a los labios siseando.
Kagami rodó los ojos restándole importancia a las jugarretas que se hacían sus dos hijos. No podía culparla, ella también tuvo hermanos y les hizo bromas peores que esas.
—Mamá —habló Kaiko—, ¿de verdad papá está planeando competir una vez más con Hatsune acompañado de su clan y el nuestro?
Cerrando los ojos, la mayor asintió.
—¡Qué asco! —exclamó Kaiko—. No me malinterpretres. Suelo decir mucho eso cuando algo no me agrada. No es que le tenga asco a los Hatsune, además de que no los conozco...
—Cuida ése vocabulario frente a las personas ajenas a la familia. Nunca se sabe lo que puedan pensar.
—No me interesa lo que ellos digan o piensen de mí, mamá —admitió Kaiko—. Yo soy quien rige su propia vida sin hacer caso a los comentarios de los demás.
—Entonces, ¿de qué te quejas de la idea reciente de tu padre? —inquirió Kagami con curiosidad, a lo que Kaiko rió con inocencia.
—Está bien, lo hago por Kaito en partes. ¡Pero mamá, dime si no es una excelente idea lo de ser vista por un millón de personas con televisores mientras practico la gimnasia o patino!
Kagami rió y suspiró.
—Si tanto te fascina, entonces dale apoyo. Debe quererlo ya que es el único que apoya enteramente lo de la competencia, a parte de ti.
Y, mientras su hija se encogía de hombros y se dedicaba a hablar de cosas tales como si en la competencia habría patinaje artístico u otra cosa parecida, Kagami expandió su sentido auditivo de tal forma que podía llegar a escuchar partes de la conversación de su esposo con su hijo menor. Y la verdad no era que los aires fueran así de tibios como los que rodeaban ahora a madre e hija.
Kaito desde su habitación se pasó la mano por su cabello azul marino despeinándoselo en un intento de ahuyentar la frustración que se le estaba acumulando por la sangre. Su padre, Jacques, estaba sentado en su cama intentando convencerlo de lo obvio: la estúpida idea de reencontrarse con Mitaki Hatsune y su clan para competir, y ésta vez filmado como un reality show.
Casi ni podía creerse que todas esas ideas tontas que su padre se creaba en la cabeza pudieran estar relacionadas con algo tan bizarro y cínico como para amenazarlos de una humillación vista y vivida por las cámaras que filmarán el programa. Kaito aún guardaba dignidad y quizás su madre le apoyaba en que esa idea era realmente estúpida, y ella como era la reina de la casa podía mandar a un peón como su padre a hacer cualquier cosa. Lástima que ésta vez Kagami prefería mantenerse al margen de todo.
Al margen. ¡Al margen!
¡Por primera vez en su vida su madre quería mantenerse al margen, por el amor de Dios!
Podía contar con los dedos de sus manos y pies juntos las veces que su madre le ganaba en la partida de ajedrez a su padre, dando un jaque mate con su corona de reina tan fácil y sencillo, para terminar mandando sobre el reino que llamaban hogar tomando ella las decisiones sobre todas las cosas. Su madre en verdad era una gran monarca, tirana y dictadora, una mujer digna de admirar; pero en ése momento que más necesitaba que su poder feminista aplastara al machismo de su padre, ésta se portaba sumisa ante su decisión y lo dejaba hacer con sus hijos lo que quisiera.
Aunque quizás una de esas razones era también por su hermana y su fascinación mal escondida por verse en un show de televisión haciendo lo que más le gusta: practicar deportes artísticos. Seguramente, como las mujeres mandan en ésa casa, su madre se encogió de hombros al oír de boca de su propia hija que la idea no estaba del todo mal. Pero claro, Kaiko no pensaba en las humillaciones si perdían ante los Hatsune.
Ay Dios... el mundo estaba loco.
—Papá —comenzó Kaito, intentando estar calmado y no soltarle el agua hervida sobre las heridas a su progenitor—, no quiero competir contra los Hatsune.
—¿Y por qué no? ¿Qué tiene de malo divertirnos un poco Kaiko, tú y yo en una competencia contra Mitaki y sus dos hijos?
Kaito suspiró tratando de reprimir las ganas de gritarle a su propio padre y forzó la calma al hablar.
—Sería humillante hacer algo estúpido frente a unas cámaras chismosas de televisión captar las maneras en las que podríamos perder.
—¿Perder? —repitió Jacques riendo fuertemente—. ¿Y quién habló de perder aquí? Hijo, te aseguro que lo que menos haremos será perder.
Kaito enternó los ojos.
—Papá, sé que tienes mucha fe puesta en ti y en nosotros, pero existen las posibilidades de que Mitaki Hatsune y sus hijos estén más preparados que nosotros.
—Y es por eso que yo mismo los entrenaré durante éstas vacaciones de verano —comentó Jacques con emoción.
—Eso estaría bien. Pero—
—¡Kaito, venga, te divertirás mucho y—!
—¡No quiero competir, papá! —exaltó el menor dejando escapar su frustración entera, callando a su padre al mismo tiempo.
Jacques asintió lentamente ante las palabras hechas eco por toda la casa que su hijo recientemente había sulfurado. Una sonrisa surcó de sus labios cuando miró al piso, apartando la vista de su hijo quien se mantenía a espaldas de él, quizás por miedo a ver la reacción del hombre.
—Entiendo —dijo con melancolía—. Quizás estoy muy viejo para estas cosas, ¿verdad?
Kaito no respondió.
—Está bien si no quieres hacer nada. No te obligaré.
El sonido corto y casi silencioso de la cama al recuperar su flexibilidad cuando su padre se incorporó de éste, fue suficiente para hacerlo entender que el hombre estaba a punto de desalojar su habitación.
Cerrando los ojos con fuerza, Kaito suspiró pesadamente y se giró hacia su padre detenido en seco ante la reacción de su hijo, quien fruncía el ceño.
—Competiré contigo —musitó forzadamente.
—¡¿En serio?!
—Por favor, antes de que me arrepienta —masculló tratando de que su padre no lo oyera, pero ésta acción no era necesaria, pues con los gritos de celebración de su padre, ni los pensamientos se oían en todo el vecindario.
Al diablo sean los Hatsune.
Bieeen... ¿Cómo empiezo esto?
Con una inmensa y grandísima disculpa, supongo. Sé que éste fic ya tenía su cantidad de capítulos pero... realmente tuve que hacerlo. La musa que estaba a mi lado a los once, doce años que escribí éste fic me abandonó. No supe qué hacer con él y pensaba en simplemente borrarlo, olvidarme de él y hacer que los demás también, pero había un remordimiento en mi consciencia me decía que sería un completo acto inmaduro como ficker que soy y que no debía hacerlo.
Entonces, pasó el tiempo... Había perdido los capítulos posteriores a este cambio total en una laptop que no era mía y aún luego de dos años que eso pasó me sigo arrepintiendo y culpando de boba por no haber guardado mi gran trabajo perdido en la memoria de mi teléfono o qué se yo... en algún sitio que no fuera aquél.
Sin embargo, acá estoy, reinventándome y reescribiendo este fic que gracias a una especie de Review amenazador me recordé y me ordené mentalmente que debía continuarlo y volverlo a hacer. Ésto de la ubicación de los capítulos será temporal, pues cuando vaya a subir el dos estará en su lugar y el primero, que es éste, en el suyo.
Como pueden notar los que lo leían antes (o tal vez no, debido al gran tiempo sin leer esto), reviví a Mikuo y cambié un poco la trama anterior. Pienso que he madurado en ciertas partes como ficker y estoy realmente conforme con ésta forma de escribir que con la anterior. Además, adoro a Kaiko xD; es tán entretenido escribir sobre ella y me siento realmente identificada con su forma de ser que... bueno, no pude evitar escribirla.
En fin, espero que les guste. Pronto seguiré con éste y mis demás fics, porque no dudaré en abandonarlos. Gracias por leer.
Los quiere, Ayu.
