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Capítulo Uno
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Los recuerdos regresan el primer día de su entrenamiento. Izuna repasa sus Katas con Madara —Asesino, mentiroso, traidor, hermano— mientras él lo ayuda a corregir su pose, cuando de repente las compuertas se abren; desatando un tsunami de emociones y recuerdos que no deberían de haber estado ahí. Que tuvieron que desaparecer una vez muerto. Izuna casi colapsa, y es solo la firme mano en su hombro la que evita que Izuna caiga al suelo y vomite todo el contenido de su estómago.
Un disparo. La bala atravesando su tórax y sus costillas rompiéndose, el adormecimiento por la pérdida de sangre y luego…
Nada.
Izuna recuerda haber muerto, el pánico al haber sentido el disparo luego de intentar detener al asaltante en la tienda que se encontraba. Él recuerda los gritos de las personas presentes, los sonidos de la ambulancia y luego—
Y luego nada. No recuerda nada después de eso. Excepto estos nuevos recuerdos, recuerdos de una vida que, para todo derecho no deberían, pero ahí están en su cabeza como si acaso perteneciesen ahí, como si acaso los recuerdos de dieciséis años de vida fueran los que se están entrometiendo.
Izuna muerde su labio para evitar comenzar a reír de forma histérica y se pregunta si acaso sobrevivió el accidente y actualmente se encuentra merodeando un hospital psiquiátrico. Eso tendría sentido, y explicaría por qué él está siendo observado por un villano de ficción de una serie animada que solía ver cuando era niño. Pero al algo en el fondo de su cabeza le susurra, le dice que esto es real y que no hay vuelta atrás.
Izuna le dice de forma educada a esa voz que se calle, y que se vaya al carajo.
Izuna quiere llorar, quiere gritar, quiere ventilar su rabia en la solemne paz que le trae su guitarra hasta que pueda ser capaz de discernir lo que es real de lo que no lo es. Quiere mirar las estrellas junto a sus amigos y discutir sobre cosas triviales. El tipo de cosas que solo las personas que se conocen desde la infancia comparten. Él quiere—
Él quiere ir a casa, los paisajes montañosos de su ciudad, la forma en que podía ver su aliento por la noche y las mañanas a causa del frio, los osos perezosos y los rostros amables de las personas, y los quiere de regreso.
El verde y marrón del país del fuego se mira burdo en comparación a las luces de la ciudad en que alguna vez vivió. Nada en este mundo puede compararse a aquello que conoció. Izuna lo sabe de la misma forma que conoce el dorso de su mano, nada puede compararse al lugar que solía llamar hogar.
Excepto que este lugar tiene a Madara, tiene a Kagami, tiene a su madre y padre y no importa lo dementes y traidores que sean, ellos son familia.
Su familia.
Izuna se acerca a su hermano y lo abraza, tomando todo el confort que pudo del calor que le brinda e ignora la mirada confundida en su rostro. Ellos son hermanos, ellos son familia y todavía con estos recuerdos, el hecho que Izuna todavía puede sentir confort en los brazos de Madara ilumina su corazón.
Este es tu hermano, su mente le dice, tu hermano mayor.
Lo sé, Izuna le reprocha a esa voz, la presión de su agarre aumenta, lo sé… Izuna quiere no saberlo, pero su hermano —asesino, mentiroso, traidor, psicópata— está aquí, es real, e Izuna no quiere creerlo.
Izuna no quiere creer que es real a pesar del calor de los brazos de su hermano y el sonido de los miembros del clan en torno a ellos. Izuna no quiere reconocer el terrible sufrimiento que Madara traerá al mundo, ni los horribles acontecimientos que el futuro promete, ni la guerra interminable que ya les arrebató a dos hermanos. No quiere que nada le ocurra a esta familia que seis años de recuerdos le dicen que debe amar con todo su corazón. No quiere preocuparse por ellos, pero luego piensa en la risa de su madre, las raras sonrisas de su padre, las primeras palabras de Kagami, el amor incondicional de Madara y la forma en que se apena tanto por las muestras públicas de afecto.
Él ama a estas personas. Sin importar lo mucho que le cueste admitirlo, dieciséis años de recuerdos son incapaces de conquistar el amor incondicional de un niño de seis años hacia su familia. Izuna ama a su familia y no quiere verlos morir.
Él cierra sus ojos por un momento. Recuerda la forma en que su clan está destinado a morir en un futuro distante a manos de una aldea que los traicionó, el caminó de sombras en que Madara se pierde luego de la muerte de su familia, y su corazón duele al pensar en lo mucho que sufrirá su hermano. No quiere ese destino para Madara, ni para su familia o su clan, pero él solo tiene seis años, un niño aprendiendo a ser un soldado y no puede hacer nada para detener la carnicería y eso duele. Duele como un puñal en el vientre, como la bala de un revolver rompiéndole las costillas nuevamente, porque Izuna solo tiene seis, dieciséis años, y quiere salvar a Madara, su hermano es un niño y no merece ese destino.
Cuando Izuna abre los ojos, ellos son rojo escarlata, con un único tomoe girando perezosamente al fondo.
De forma distante, Izuna puede escuchar el grito ahogado de uno de los miembros de su clan caminando cerca de ellos y la voz de Madara, que ahora lo ve a la cara, pero nada de eso importa ahora, porque Izuna puede ver. Cosas que no podía ver antes o no podía percibir, aparentar ser obvias ahora. Puede predecir por la forma en que las partículas de polvo se mueven, que Madara moverá la mano para tocar su mejilla, puede predecir la forma en que se moverán las personas a su alrededor, el movimiento de las ramas de los árboles, y es molesto, porque por el borde de sus ojos Izuna puede ver cada minúsculo movimiento, puede predecir la forma en que se moverá Madara y lo está volviendo loco.
"Nii-San" Izuna dice, su voz más cortante que lo intencionado, "por favor, detente."
Madara se detiene e Izuna no puede evitar inspeccionar su rostro.
Es curioso, él piensa, nunca se había percatado que Madara retrae las cejas cuando está preocupado o esa gran y grotesca cicatriz que tiene en la mejilla. Izuna la acaricia distraídamente, y se pregunta cómo es que nunca antes la había visto.
Izuna encuentra divertido la forma en que por más que intenta tocar la cicatriz, no puede sentirla, a pesar de que ella cubre la mayor parte de la mejilla de Madara.
Él podría seguir por siempre, pero su hermano le atrapa la mano, ojos igualmente rojos, y luego suspira.
"Esto dolerá un poco," Madara dice, y esa es la única advertencia que Izuna recibe antes de sentir un dolor agudo en la frente y que su visión se apagara por unos segundos.
Cuando su visión regresa, Izuna ya no puede discernir el polvo en el aire. La gran y grotesca cicatriz en la mejilla de su hermano no está, en su lugar una marca apenas perceptible, las ramas de los arboles siguen moviéndose, pero ya no son tan molestas como antes.
"Izuna," La voz de su hermano es sorprendentemente cálida, e Izuna lo agradece, "¿Tienes idea de lo que acaba de pasar justo ahora?"
Yo recuperé recuerdos de una vida pasada y no estoy seguro si estoy cuerdo o no. ¿Acaso las cicatrices desaparecen mágicamente cuando estás alucinando? Es lo que Izuna quiere decir.
En su lugar niega con la cabeza y su hermano lo mira preocupado unos instantes antes de sonreír.
"¡Activaste tu Sharingan!" dice Madara, hay orgullo en su voz y la parte de Izuna que continúa siendo niño está extasiada de escuchar la aprobación. "Lo he bloqueado para evitar que te lastimes, pero cuando regresemos a casa hablaremos con padre." Traducción: Con grandes Dojutsu vienen grandes responsabilidades. Pero no te librarás del entrenamiento, porque eres un Uchiha, y los Uchiha no holgazanean.
Y este entrenamiento es lo único que previene que un Senju te clave un kunai en la nuca.
Izuna asiente con la cabeza.
"Deberíamos seguir por donde quedamos,"
Si acaso sus katas son un poco toscos, Izuna culpará el hecho que acaba de ser ametrallado por dieciséis años de recuerdos y que acaba de activar su Sharingan.
Si acaso todos sus días serán como este, Izuna tomará prestada la palabra favorita de los Nara para describir su vida.
Problemático.
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