Mi príncipe
Tenía rato que todos en la mansión se habían ido a dormir, excepto ella. Hiperactiva, como siempre, Candy, caminaba por los pasillos de la enorme mansión Andrew.
"Pequeña", "Pecosa", "Gatita", "Mona pecas", "Torpe" . La gente la nombraba con innumerables apelativos, pero ella tenía un favorito. Ese que él, y solo él le decía. El simple hecho de escuchar su voz, era motivo de felicidad. Ni que decir sobre el cascabeleo de su risa, la ternura de todas y cada una de sus miradas; el reflejarse en los bellísimos ojos azules, estaba segura que sería algo de lo que jamás podría hartarse. Y qué decir de lo que quizá consideraba más importante: las charlas casi filosóficas que emprendían poniéndola en aprietos constantemente. Era la única persona en el mundo, que había conseguido dejarla sin palabras, eran esos momentos, cuando incluso añoraba las estrictas clases del colegio san Pablo para mejorar ya no su dialéctica, al menos, sus conocimientos generales; aunque de sobra sabía que él jamás sería capaz de juzgarla, su amor era completamente incondicional, exacto como el de ella.
Aquél día había sido muy especial, hacía solo unas horas habían asistido al cumpleaños de la tía Elroy y había usado el tradicional traje de gala escocés. ¡Le emocionaba tanto verlo así! Tan orgulloso de sus antepasados que al usar el traje, su actitud se volvía más gallarda que nadie. Lucía tan guapo, que al verlo, no pudo evitar recordar el día en que su vida cambió, al conocer en la colina de Pony, a su príncipe amado, quién iba a imaginar que un anhelo infantil, se convertiría en una hermosa realidad. No podía sentirse más afortunada, su esposo, era el mejor hombre que hubiese conocido jamás; y juntos realizaban su mayor sueño: una familia
Desde hacía un tiempo se le había hecho costumbre el vigilar su sueño, solo por un rato antes de acostarse, una actividad tan inocente, pero que le hacía olvidar los problemas y presiones del día a día. Adoraba ver su cabello rubio alborotado sobre la almohada, confiriéndole el aspecto más tierno que hubiese visto jamás.
Observar la blanquísima piel, tocar la adorable suavidad de su rostro, sentir la acompasada respiración mientras dormía, se habían convertido desde hacía un par de años, en su actividad favorita. Sentada en la orilla de la cama, se permitió admirarlo, con los dedos, peinó hacia atrás un mechón de cabello que cubría ligeramente uno de sus ojos, delineó su hermoso perfil y contempló su boca ligeramente abierta. Estaba convencida que no existía un ser más perfecto sobre la Tierra. Repentinamente, el rubio se sobresaltó, pero al sentirla junto le dijo
-Otra vez tuve pesadillas ¿Me abrazas?
-No tengas miedo pequeño Bert, jamás. –dijo envolviendo su pequeño cuerpo en los protectores brazos- Debes ser valiente, pues solo es un mal sueño, además… Mamá te cuida.
