Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son propiedad de R.J Palacio.

Notas: Espero que les guste.


Un metro sesenta y ocho.

Charlotte Cody es un metro sesenta y ocho de origen híbrido; mitad estadounidense, mitad francesa; que se desenvuelve entre el olor de las páginas de los libros, manzanos, padres atentos, ropa de marca, muebles elegantes y sonrisas amables; además de ser una alumna ejemplar, que goza de recibir medallas por sus calificaciones brillantes o por su participación en el Club de Teatro. Por otro lado, él, Jack Will, es un metro setenta y tres de genuina simpleza (y un matiz de honestidad, valentía y ligera holgazanería); admirado por su hermano menor, querido por sus amigos y apreciado por los adultos. Ambos son compañeros de clase por lo que da la ilusión de ser una década y desde pequeños sus diferencias son perceptibles por el otro, provocando una relación áspera que se disfraza con cordialidad. Sobre por su lado, considerándola desde un principio, y dicho con cierto eufemismo, una niña de aspecto recatado, monjil y con una actitud de sabelotodo, que solo lo exaspera profundamente.

O al menos, ese es su fiel dictamen, hasta que se percata de lo mucho que la mira desde el mes pasado; entre los intervalos de tiempo de las clases y los recreos. Trata de no observarla, por supuesto. De hacer todo lo posible para no contemplarla como si fuera lo más bonito que han visto sus ojos. Pero no puede evitarlo, por más que lo intente, por más que escuche la voz de su amigo Auggie, diciéndole: "Oye, ¿por qué miras tanto a Charlotte?" y se le pinten las mejillas en un tono carmín por la vergüenza. Es inevitable, una acción que sale por inercia, como respirar. Ella desprende sin querer fragmentos de encanto sutil; algunos tan básicos como el intenso cabello rubio brillante y los ojos con ese tono de iris tan claro, llamativo. Pero otros tan únicos como la risa que escapa del receptáculo de sus labios rosados cuando sus amigas dicen algo divertido entre la intimidad del cuchicheo, y las graciosas muecas que se dibujan en su rostro cuando no entiende alguna frase, alguna palabra, del libro que esta leyendo.

Y en ese pequeño espacio que queda entre los cabellos rubios, la sonrisa brillante que llega hasta los ojos y las risas alegres, su buen juicio le hace comprender que la percepción que tuvo Charlotte fue un perjuicio, una etiqueta que le puso por el simple hecho de verla como una santita. Aunque todavía la considera así, sabe que además es amable, y también seria, tomándose descansos para ser graciosa, y habla mucho cuando en verdad se siente en confianza. Por ende, él, el espectador silencioso, desde la lejanía se cautiva profundamente, desplazando los pensamiento negativos, hasta reemplazarlos en virtudes; en medidas que dan la ilusión de superar lo irracional, con los intensos latidos de su corazón como matiz. Y pese a que esa reacción lo preocupa, porque sabe lo que significa (No es bobo. Ver películas románticas con su madre le han servido para saber lo que significa ese cosquilleo en el pecho) decide culpar a ese cambio que se produce al pasar de la infancia a la adolescencia, por sus desvaríos y deseos de ir hasta Charlotte y decirle que luce bonita; no solo hoy, sino todos los días. Que ella es un metro sesenta y ocho de belleza sencilla e inteligencia.