Aaargh¿¿¿quién me manda ponerme a escribir fanfics y obligarme a acabarlos cuando es la una de la madrugada y mañana tengo mi segundo día se primer año de universidad (y primer día con clases)?? Como sea, aquí vuelvo con otro fanfic, esta vez un RoyXRiza (si es que me encantan). Tengo la sensación de que se parece al último que escribí "Como flechas en el corazón" (un RoyXEd), por el tema de al final dividirlo en dos capítulos y que el segundo esté acabado, tardaré en subirlo según los reviews, y que en ambos haya de por medio el tema del secuestro.

Sea como sea, veréis que en realidad no se parecen mucho más, o eso espero.

Disfrutad de vuestra lectura y mandadme reviews, por favor

Disclaimer: Nada relacionado con FMA me pertenece, esta historia es totalmente ficticia y ojalá que esos dos acaben juntos porque son una de mis parejas favoritas en el mundo del manganime .

Siempre juntos, todo juntos

Capítulo 1: Riza secuestrada

La han secuestrado.

Aquellas fueron las primeras palabras que escuchó Roy al descolgar el teléfono. Sacudió la cabeza como si aquello fuese a borrarlas. Se negaba a creer que fuese verdad.

-¿Qué acaba de decir, Alférez Heymans?

-¡He ido a casa de la Teniente Hawkeye y la puerta estaba forzada! Cuando he entrado, todo estaba revuelto, Black Hayate escondido detrás del colchón y una nota pegada en la pared!-sujetó con todavía más fuerza el aparato. Cuando lo escuchó sonar, desnudo en la cama después de volver de hacer el amor y emborracharse con una mujer hermosa, no hizo caso. A la tercera vez decidió gritar a la persona que osaba llamar en su ÚNICO día libre a las OCHO de la mañana. Ojalá la pesadilla terminase pronto, porque aquello no podía estar sucediendo. No, imposible, porque si algo le pasaba a Riza él moriría de pena- ¿Coronel¿Sigue ahí¿¡Coronel!?

-Sí, sí…Llama a los demás, voy hacia la casa. Tenemos que encontrarla.-y colgó. Se apoyó en la pared, con la mano en la frente y tapándose los ojos. Sentía un sudor frío recorrerle todo el cuerpo, y se juró que mataría a ese capullo que osaba poner las manos en Riza.

Riza despertó algo aturdida. Tenía un terrible dolor de cabeza y estaba muy incómoda. Cuando se encontró atada de pies y manos descubrió por qué y recordó lo sucedido. Ella se encontraba preparándose el desayuno antes de ir a buscar al Coronel y recordarle que NO era su día libre, por mucho que se lo hubiese auto impuesto a sí mismo, cuando de repente alguien rompió la puerta de su casa y entró en ella. Enseguida desenfundó su arma, la cual siempre portaba encima y disparó certeramente en el hombro del tipo. Iba a disparar de nuevo cuando lo vio y se quedó sin habla, helada. Nunca mejor dicho, ya que empleando la alquimia uno de sus seguidores la había congelado de cuello a pies.

-Tanto tiempo sin vernos, Riza.

-Ernest…-musitó ella, totalmente sorprendida al reconocerlo. No importaba que ahora su rostro estuviese medio cubierto y sólo dejase ver unos labios torcidos, deformes y la piel mezclada con sí misma consiguiendo colores blancos y morenos que se confundían entre sí. La voz seguía siendo la misma- Han pasado… ¿cuánto¿11, 12 años? Creía que estabas muerto¿por qué estás aquí?

-He estado prácticamente muerto, sí. Perfeccionando. Perfeccionándome para acabar con ese bastardo que osó desfigurarme el rostro de esta manera.

-Venganza. Odio, venganza, celos, sí, lo único que siempre te movió.-la mano de él se movió veloz y Riza creyó que iba a abofetearla, no obstante se detuvo y le acarició el rostro, despacio y saboreando a través del guante su tacto. Suspiró y el aliento llegó hasta ella, que apartó la cara como movida por un resorte y él se vio obligado a bajar de nuevo la mano.

-No, Riza. Antes me movía el amor, lo sabes. –esta vez cogió fuerte su cara y la besó con furia. Riza intentó soltarse, sentía asco, no por cómo era sino por quién era Ernest. Finalmente la soltó, y ella sintió que todo daba vueltas a su alrededor. El hielo se deshizo y el hombre la agarró antes de que cayera al suelo.

Roy se paseaba por la sala como un león enjaulado. Habían ido al cuartel después de inspeccionar la casa de Riza y se sentía terriblemente mal tras leer la nota y descubrir quién era ese capullo al que había jurado matar. Pero maldita sea… ¿no lo había hecho ya?

"El calor pudre y deshace las rosas. No debí dejártela durante estos años, así que he venido a recuperarla. Pero ya sabes, antes tengo que matarte.

Nos veremos en ese sitio¿verdad pequeña llama?"

Sí, era él, seguro. Sólo había una persona en el mundo que pudiese llamar a Riza "rosa" sin que esta le hiciese un agujero nuevo en el culo. Sin embargo hacía más de diez años que estaba desaparecido y creía haber acabado finalmente con él. En otras circunstancias estaría contento, jamás deseó matarlo, sólo herirlo porque se había vuelto loco y podía hacer daño pero…El secuestrar a Riza le quitaba toda la alegría que pudiese haber sentido al saber que Ernest estaba vivo.

Arrugó en su mano el papel y lo tiró contra la pared, sorprendiendo a sus subordinados. Se levantó y tiró la silla al suelo, enfundándose su otro guante.

-Voy a ir.-anunció, cogiendo su chaqueta.

-¡No puede ir solo!- le reprochó Havoc, cogiendo también su chaqueta.

-Esa carta iba dirigida a mí, eso significa que sólo debo ir yo. Esperad aquí tranquilos, traeré a la Teniente de vuelta como muy tarde mañana.-y sin dar tiempo a más réplicas cerró la puerta detrás de sí y se dirigió a su antigua casa, ahora abandonada.

Riza se arrastró por el suelo hasta estar al lado de la ventana. Iba a intentar huir de manera arriesgada, pues quizá escucharían el sonido del cristal al romperse y no podría cortar las cuerdas. Sin embargo había estado evaluando todas las opciones y aquella era la mejor, ya que Ernest no iba a cometer la estupidez de dejarle fácil la solución para escaparse. Además, no tardarían en ir a ver qué hacía, supuso que sabría que no tardaría en despertar y querría escapar. Sin perder más tiempo le dio una patada al cristal que estalló en mil trozitos, algunos precipitándose hacia el exterior, otros pocos en el interior y los restantes, firmemente sujetos a la madera. Se acercó al más grande que encontró en el suelo y lo cogió con fuerza, dejando escapar un respingo cuando se cortó y oprimiéndolo con fuerza a pesar de la sangre que emanaba de su mano y lo empapaba, para cortar cuando antes las cuerdas.

Cada segundo miraba hacia la puerta, esperando que esta se abriese. Por alguna razón no le habían escuchado, seguramente estuviesen demasiado distraídos como para hacerlo. Bueno, se dijo, mejor para mí.

Continuó frotando el cortante cristal contra la cuerda, los filamentos de esta poco a poco se soltaban hasta que al fin sus manos quedaron libres. Giró varias veces las muñecas y estiró los dedos para que la sangre circulase de nuevo por ellas y los dedos recuperasen su color. Un latigazo de dolor cruzó su rostro cuando la herida pareció ser más dolorosa, seguramente por haber liberado las ataduras que cortaban sus vasos sanguíneos. No le dio mayor importancia y siguió su liberación por los pies. Una vez sueltos hizo lo mismo que con las manos y se acercó a la puerta. Apoyó la oreja en ella para escuchar atentamente cualquier ruido que le revelase la situación del enemigo. Pudo escuchar a dos desconocidos entablar una conversación.

Se aproximó de nuevo a la ventana. Estaban en la buhardilla, aunque sólo quedaban algunos muebles cubiertos por trapos blancos habiendo lleno hasta los topes en el pasado. Sí, al igual que a Ernest, no importaba lo que cambiase, reconocería aquel lugar hasta con los ojos cerrados. Arqueó las cejas, triste. Por su culpa le habían tendido una trampa al Coronel, la única persona que juró proteger y por no ser lo suficientemente precavida y buena, iban a herirlo. Confiaba en él ciegamente¡por supuesto que lo hacía! Pero…pero la última vez que lucharon por poco no pudo acabar con Ernest, y este aseguraba haber estado entrenando.

Tenía miedo de lo que pudiese pasarle a Roy. Muchísimo miedo.

Con las manos en los bolsillos del pantalón, Roy observaba desde abajo la imponente casa. Estaba cabreado, realmente enfadado. Quería destrozar todo lo que encontrase a su paso y, sobre todas las cosas, agarrar a Ernest del cuello y apretar fuerte hasta partírselo.

-Mierda…pero es mi culpa-se lamentó. Si sólo no hubiese puesto a Riza en peligro…Aunque era fuerte, aunque con la pistola era la mejor, él siempre había temido que por estar a su lado le sucediese cualquier cosa. Y ahí estaba, la habían secuestrado. Con paso firme y seguro se encaminó hacia el portón, chasqueó los dedos y la hizo astillas. Con confianza se adentró en la casa que tan bien conocía. Varios tipos se pusieron a su alrededor, dispuestos a atacarle-. No jodáis, he venido sólo para una cosa¿vale?-sin hacer el mínimo caso saltaron hacia él, no obstante una pared de hielo que sorprendió incluso a él les cortó la pelea.

-Chicos, el jefe dijo que nada de palizas. Sabéis que puede chamuscaros.-un tipo alto y delgado, vestido con una especie de capa blanca y una gran sonrisa blanca se acercó a Roy. Era elegante hasta el extremo y sus ojos despedían chispas de curiosidad.

-Hielo. Vaya, veo que Ernest ha buscado mi contrario.-el tipo se encogió de hombros.

-El jefe es listo, y sabe que no sólo soy tu contrario, sino también más fuerte que tú.

-Cuando le golpee tan fuerte que acabe visitando la Luna, no dudes que me encantará comparar fuerzas.

-Sígueme.-sonrió de nuevo el otro como toda respuesta. Roy no se hizo de rogar y siguió al alquimista a través de la casa donde vivió hasta la adolescencia. Se le hizo extraño volver a estar allí, después de tantos años. El primer lugar donde mató…o creyó matar a alguien. Y que mal lo había pasado, los peores recuerdos en su memoria junto a la guerra de Ishbal y la muerte de su mejor amigo.

El tipo lo guió hacia el cuarto de sus padres, en el piso superior, lo que se le antojó muy irónico. Allí tuvo lugar la pelea contra Ernest. Claro, no podía escoger un lugar mejor. Cuando entraron no pudo dejar de observar que todavía estaba la cama rota, los cuadros caídos y algunas cosas chamuscadas, inclusive la pared. Y de pie en el centro del cuarto estaba Ernest.

-Cuanto tiempo, pequeña llama.-saludó este, curvando sus labios deformes hacia arriba. Roy también lo hizo.

-¿Era incomoda la tumba, verdad?

-Sí, algo pequeña para un vivo.

-Tranquilo, dentro de un rato será perfecta para ti.

-No deberías hablarle así a tu hermano mayor, pequeña llama.

Estiró con los dientes y la otra mano hasta que la herida estuvo bien atada. La abrió y cerró varias veces y sintió que el vendaje era lo suficientemente cómodo sin dejar de ser altamente eficiente. Destapó los muebles, encontrándose con un armario lleno de ropa, una cómoda y una caja llena de papeles. Cogió ropa limpia del armario, no le apetecía pelear en pijama, además todavía estaba ligeramente empapado por culpa del hielo. Se le hizo un nudo en el corazón al reconocer los trajes del señor y la señora Mustang, los padres del Coronel. Alargó el brazo y acarició una camisa de flores azul cielo de ella antes de cogerla y ponérsela. Después agarró unos pantalones del hombre, ajustándoselos a su fina cintura con un cinturón y rasgando con la mano sana la parte inferior para no pisarlos, disculpándose mentalmente con el padre de su jefe.

Una vez lista rompió con el codo uno de los pomos, raspándoselo y destrozó un cajón de la cómoda con la pierna, consiguiendo así tres armas no muy buenas pero suficientes. Se retiró el cabello dorado hacia atrás y abrió la puerta. Al sorprender a los secuestradores tuvo una oportunidad y logró golpear al más cercano con el pomo en la cabeza, hiriéndolo. Mientras él caía al suelo el otro se abalanzó sobre ella dando un chillido de alarma. Le dio una patada en las costillas y después le golpeó con la madera fuerte en la cabeza, haciendo que acompañase a su amigo al mundo de Morfeo.

Abrió la escalerilla que cayó estrepitosamente al piso de abajo. Escuchó las voces de los secuaces de los desmayados preguntando qué ocurría y qué había sido aquel grito. Al no recibir respuesta uno de ellos comenzó a subir. Riza disparó con el arma que le había cogido a uno de los otros dos, acertándole de lleno en la pierna para hacerle perder el equilibrio. Saltó por encima de él y siguió disparando, siempre acertando donde quería. Una vez la munición se terminó, se movió con la agilidad de un felino entre sus contrincantes, derrotándolos a todos.

Continuará…

Capítulo 2: Deja-vú; en el pasado…

"-No sonrías así-suplicó él, dándole la espalda-. Si la chica que quiero me sonríe de esa manera, podría perder la compostura."