Mientras tomaba esos labios suaves y cálidos, Sebastián no podía comprender porque mientras su hambre se iba llenando, el lugar donde debería estar su corazón, se sentía más vacío.

Pronto (tal vez demasiado pronto), el festín había terminado.

En el banco frente a él, el único rastro de que Ciel Phantomhive había estado ahí, era una lágrima caída de unos ojos rojos.