Disclaimer: Harry Potter no me pertenece.
Esto está pensado para estar en el mismo universo que mi otro fic: Amissio Memoriae, pero, aunque las historias se llegan a juntar en ciertos puntos, es del todo posible leerse una sin leerse la otra. No creo que afecte en mucho leerse Amissio Memoriae para entender esto, la verdad.
Después de acabar de escribir la historia de Draco y Ron, me quedé con las ganas de escribir más de la Pansy que había transformado en lo que la había transformado (sin spoilear nada del otro fic, ¡ojo!) y, al ir hilando, empecé Prophetissa Cinêris, que se ha convertido en una historia con su propio peso.
Nota: este fic está divido en 3 partes y la primera parte, Declive, contiene 4 capítulos.
Otra nota: la historia tiene dos tiempos: el pasado, donde transcurre la mayoría de la acción (de momento), y en cursivas, se representa una acción o pensamiento de Pansy en un tiempo futuro a las acciones que se están contando.
PROPHETISSA CINÊRIS
1. DECLIVE
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu e Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. (Génesis 1:1-3)
I. DAPHNE GREENGRASS
Daphne la llenaba de mentiras. Predicaba de puertas para dentro, primero a las demás chicas de su curso y después a más y más gente, hasta que tuvo a casi todo Slytherin en la palma de su mano. Pansy fue la primera persona que Daphne pilló con sus falsedades; las disfrazaba con lazos bonitos y brillantes, atrayentes a la vista, y una convicción más propia de un político delante de sus votantes que de una niña de once años y Pansy, que disfrutaba tanto de las burlas como de la compañía de unos buenos amigos, se comía con avidez sus palabras.
Daphne tenía el don de la palabra y el don de la belleza. Eran dos dones de los que Pansy no carecía del todo, pero que envidiaba en aquellos que los poseían con unas cualidades diferentes o superiores a las suyas. Pansy ganaba seguidores a base de llamar la atención más que nadie, a base de palabras crueles contra los demás y de ojos que te miraban fijamente y que decían que lo mejor era estar de su lado. Uno seguía a Pansy porque no quería estar en su contra. La gente que hacía caso a Daphne, lo hacía por el mero deseo de hacerlo.
Pansy la odio, al principio. Se tragaba todas sus palabras y se las creía, porque pensaba que lo que decía no podía ser falso si cuando lo decía, parecía tan segura en sí misma siempre. Y ella quedaba como una tonta, porque cuando Daphne le llevaba la contraria, Lisa se encogía en su cama, escondiendo su nariz detrás del libro de turno, Milli se reía, siempre acariciando a su gato gordo, y Pansy sentía los colores subirle a la cara, el calor pintando sus mejillas y le sobrevenían ganas de saltar encima de la cama de la otra chica y arrancarle la mirada pausada y tranquila de un golpe o de un mordisco.
Fue Daphne, la que llevó a Pansy a revolverse en los barros que ella siempre había creído que una sangre pura como ella no tendría que tocar jamás. Y lo peor de todo, es que Pansy, que nunca dejo de odiarla por completo, nunca consiguió odiarla lo suficiente como para dejar de ser su amiga.
Se enamoró de Draco, o quizás no lo hizo, pero siempre quiso creer que sí. Le quiso, al menos, y compartía tantas cosas con él, las burlas hacia los demás y el liderazgo de los demás, que Pansy creía que era el destino. Fue entonces, la misma tarde en la que Draco le pidió una pluma para acabar de escribir un trabajo de pociones, ni siquiera le dio las gracias al devolvérsela, y ella entró, sonriendo, a la habitación que compartían, con las mejillas ligeramente pintadas carmín y los ojos esperanzados de un algo que todavía no sabía explicar, cuando Daphne, con la misma expresión suave de siempre y sus ojos seguros, le rompió las esperanzas, con palabras amables que la acompañaban invariablemente y una mano moviéndose entre diferentes potingues para pintarse las uñas:
—Solo necesitaba una pluma, Pansy. Y tú tenías una.
—Pero…
Lisa cogió un libro de su mesita de noche, una novela romántica que le habían enviado sus padres unos meses atrás y que Pansy le había regalado después de leérselo, y se escondió detrás de las páginas y la tapa dura. Pansy le dirigió una mirada, sintiendo enfadarse por momentos.
—Pansy… —Daphne siempre hacía una pausa después de decir su nombre y Pansy siempre esperaba oír algo más que nunca llegaba; en sus peores momentos, cuando la sangre le bullía caliente en el cerebro, Pansy esperaba un Pansy, cariño que le helaba la sangre durante un segundo solo para conseguir que el calor de su enfado volviera más fuerte y condensado al siguiente. —No significa nada.
La escondía tan bien, la crueldad de sus palabras. Piensa Pansy, años más tarde. La escondía tan bien, con su voz esponjosa y su tono suave.
—¡Ya lo sé!
Lo sabía. Quería soñar igualmente.
—Ni para él, ni para ti. No ha sido nada.
Se sentó de golpe en el sillón verde de la habitación, con las piernas cruzadas y las manos hechas puños escondidas detrás de un cojín. Daphne continuó:
—Eres una ilusa, en realidad.
Lisa ya se había sumergido en su mundo, con palabras ordenadas y frases de retórica.
—¿Qué sabrás tú? —Le increpó.
¿Qué sabría ella? Se vuelve a preguntar años después. ¿Qué sabría ella, que todavía no se había enamorado nunca?
Le contó una leyenda, entonces, que olvidó poco después y que no entendió ni recordó hasta que ya era demasiado tarde para ella:
Trii y Valm, dos gnomos que vivían cuando los gnomos todavía no infectaban los campos ni los jardines de la gente, habitaban una madriguera escondida entre las raíces de un gran olmo. Salieron los dos un día, a gastar bromas y a reírse por lo alto, con intención de ser los que mejor se lo pasarán entre todos los demás gnomos del bosque, y cuando volvieron, cansados y con ganas de irse temprano a la cama, se encontraron a una niña durmiendo entre las raíces del olmo.
—Una niña humana, —dijo Trii.
Tenía la piel negra como la noche y la cara mojada. Trii, que era el más valiente de los dos, se subió por las raíces del árbol y, encaramándose a una, le tocó la cara, extrañado por el líquido que se la mojaba.
La niña despertó y abrió los ojos.
Trii se los vio gigantescos, grandes y amarillos, brillando como estrellas o como la luna en las noches más preciosas. La niña cogió el brazo de Trii y Valm subió corriendo a las raíces, cogiéndole el otro brazo, mientras la niña se llevaba la mano del gnomo hacía los labios.
La niña se quedó allí durante días y los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses y cuando casi llevaba viviendo un año entre las raíces del alto olmo, Valm llegó a casa con una bola de cristal.
Dentro, había copos de nieve atrapados que bailaban como luciérnagas. Se la regaló a la niña, que jugaba con ella rodándola entre sus manos, y Valm y Trii se la miraban, sentados en las rodillas de la niña.
—¡Qué bonito! —Dijo ella.
—Tanto como tus ojos. —Respondió Trii. —Se parecen.
Valm se burló de ellos y ella se río, fuerte y segura, y el sonido resonó por todo el bosque, rebotando por todos los árboles.
—Dejadme devolveros el regalo. —Dijo.
Y con la bola todavía en sus manos, reunió un puñado de hojas y ramas a sus pies, tan grande como los dos gnomos y lo encendió. Era un fuego pequeño, pero más candente que cualquier hoguera que los gnomos hubieran visto antes. Dejo la bola de cristal en el fuego y los gnomos vieron como la nieve se derretía y se fundía con el cristal. Luego, con la punta del dedo corazón, dirigió la nueva forma que debía tomar el cristal y formó un frasco. Lo cogió con las manos y, una vez se apagó el fuego, cogió las cenizas y las aplastó en su palma y, cuando la volvió a abrir, había formado el tapón con el que cerrar el frasco.
—Tomad, gnomos. —Dijo la niña.
Y Valm lo tomó entre sus manos pequeñas y vio que el frasco era más pequeño que una hoja de castaño pero más grueso que una hoja de pino.
Los gnomos no tardaron mucho en darse cuenta de que el frasco era poderoso. Podía encerrar cualquier cosa, incluso las que ellos no pretendían. Atrapaba el reflejo del sol sobre el rocío de las mañanas y atrapaba el color del viento y los chasquidos de los árboles viejos y atrapaba el fuego y el frío de la nieve.
Se lo llevó Valm una tarde y guardó en él un dulce que quería llevarle a ella. A cambio, ella volvió a tocar el frasco y dijo:
—Guardes lo que guardes aquí, solo tú y aquellos que tú quieras podrán sacarlo.
Valm llevaba siempre el frasco encima de él, a partir de ese momento, y guardaba dulces y pétalos que se encontraba por el bosque y que quería enseñar a Trii y a la niña. A veces lo sacaba él y, a veces, lo sacaban ellos, pues Valm confiaba siempre en ellos y no creía que le fueran a robar nada.
—Sería difícil, —pensaba el gnomo, —que me robaran algo, cuando casi todo lo que tengo también les pertenece a ellos.
Los otros gnomos, pero, desconfiaban de lo que escondían Trii y Valm.
—Llévate esto contigo, Valm, —le empezó a hablar un viejo compañero, una noche. —Ponlo en ese frasco tuyo que llevas siempre contigo y, cuando estés en peligro, úsalo.
Valm asintió y abrió el frasco. El viejo vertió dentro un líquido morado.
—Nos dejas más tranquilos, Valm. Estamos preocupados por Trii y por ti.
Valm no sabía cómo decirles que no hacía falta estar preocupados por ellos, así que no les contestó y se volvió a su madriguera. Se quitó el frasco de encima al llegar y se fue a dormir.
Cuando Trii despertó la mañana siguiente, Valm seguía durmiendo. El gnomo encontró el frasco con el líquido morado y, curioso, lo sacó para enseñárselo a la niña.
—¡Qué bonito! —Dijo ella.
El gnomo estaba de acuerdo.
La niña cogió el frasco entre sus dedos y sacó el tapón.
Sonriendo, dio un sorbo.
—¡Qué dulce! —Exclamó, con una mueca.
Trii le quitó el frasco de las manos y se lo volvió a mirar, dándole vueltas en sus manos. No reconoció el líquido, así que lo probó.
Horas después, al levantarse Valm, se los encontró en las raíces del mismo olmo de siempre. Solo le hizo falta un vistazo para ver a Trii en el suelo y el frasco abierto para entender lo que había pasado.
-Vivirá en mis ojos, —le dijo la niña, mientras estrellas le caían por las mejillas. —Y así, cada vez que te mire, Trii también te verá.
—Vivirá en sus ojos, —pensó Valm. —Y así, cada vez que la mire, veré a Trii también. Hasta que llegue el turno de Trii de caer del cielo, entonces, nos uniremos los dos y cuidaremos de ti para siempre.
Ahora, Pansy lo entiende. La niña tenía la piel oscura como la noche porque ella era la noche, tenía estrellas en los ojos y lloraba estrellas, porque lo que tenía en sus ojos era el cielo, porque sus ojos eran la luna y también las estrellas.
Pansy lo entiende ahora que lo entiende todo.
Entonces, Pansy había dejado los pies colgando por un lado del sillón y por el otro, se aguantaba la barbilla con su puño y miraba maliciosamente por toda la habitación. Exclamó:
—¡Qué historia más triste!
—¿Tú crees?
Daphne, que le había explicado la historia mientras se pintaba las uñas, se las miraba con ojo crítico.
—Yo creo que es muy romántica. —Era demasiado guapa, pensaba Pansy en sus momentos más crueles, necesitaba un desperfecto por algún lado. —Ser capaces de estar con quién más quieres. Para siempre. —Daphne sonrió, suavemente, y más para sí que para Pansy, y Pansy se dio cuenta de que ni siquiera se había dado cuenta que estaba sonriendo. —Saber que, incluso después de muertos, os podéis volver a unir para una eternidad. Para siempre.
Pansy no había entendido nada, le llevaba la contraria porque seguía enfadada, tenía ganas de atacar a alguien y herir, tenía ganas de vengarse por sentirse desilusionada y le daba igual a quien se llevara por delante. Le llevaba la contraria, aunque no estuviera segura de qué había ido el cuento o de si tenía alguna moraleja que se le escapaba, no estaba segura de que fuera una leyenda y no un cuento de niños pequeños.
Se lo había contado Daphne y, quizás si se lo hubiera contado otra persona, la habría olvidado al poco tiempo, pero Pansy comía de cualquier cosa que Daphne le diera, como si fuera un caballo chupando el azúcar de la mano de su jinete, y la olvidó sí, pero siempre la tuvo guardada en su cabeza, como se guarda tanta información que parecen no servir para nada.
Habría pensado, a los trece años, que la gente nacía de una manera y se quedaba igual para toda la vida. Si se hubiera puesto a reflexionar, hubiera llegado a la conclusión de que ella no había cambiado ni cambiaría nunca: había nacido en una especie de perfección de la que podría haber escrito trabajos llenos de barbaridades y se las hubiera creído todas. Con la suficiente motivación, podía (y todavía puede) fabricar una perorata de mentiras que creía con el corazón. Ella era mucho mejor que los demás por el simple hecho de haber nacido como había nacido, porque era hija de un Parkinson y porque lo había leído en algún sitio, no recordaba dónde, y porque lo decía todo el mundo.
Admite, de la única manera que puede admitir algo ahora (con gritos y con risas estridentes, con palabras que riman con el sentido del universo y la razón de vivir), que empezó mal, con crueldades hacía gente que no se las merecía y fidelidad a los que tampoco se la merecían, impartiendo heridas al que quería, porque estaba enfadada y se sentía en todo su derecho de pisotear a los demás, porque se sentía superior. Empezó mal y continuó a peor: empezó cruel y acabó siendo la peor de todas, la reina abeja de una colmena de abejas que no trabajaban, porque ya hay otras, inferiores, que hacen el trabajo por ellas.
Si supiera que se ha hecho de Daphne, si se la encontrara, de la manera que se encuentra a la gente (de la manera que siempre acaba encontrando a Draco), casi sin querer, porque el destino y las reglas del mundo se lo dicen y ella cumple con las ordenes de la única manera que siempre ha sabido, doblándolas a su favor, le explicaría:
—Bella es aquella que es bella. Siente el corazón lo que siente y los latidos quedan escondidos entre una luna dorada. —No sabe si la escucharía, pero se lo intentaría aclarar. —Guardan las estrellas, las nubes: podrías haber tenido la arena y el agua y te quedaste con piel blanca y orejas negras. —Le intentaría explicar que —tus seguidores son los falsos discípulos. No los abandones, porque tú todavía no has sido abandonada. No prediques aquello que no comprendes o el castigo será el mismo que el de aquél amigo que todavía arde y paga.
Si la viera otra vez, le contaría un secreto, le diría que la eternidad no existe. Que lo que existe es un —para siempre —que no sirve como sinónimo de eterno, porque los hijos están creados para vivir más que sus padres, pero esos hijos serán algún día los padres de alguien.
Daphne predicaba mucho, pero Pansy lo sabe: Pansy sabe que ella es el verdadero profeta.
Aquél momento, le contestó:
—¡Pero una eternidad es mucho tiempo!
—Una eternidad nunca será tiempo suficiente si es con la persona que más quieres, —le replicó Daphne. Se bufó las uñas y movió las manos para secárselas más rápidamente. —¿No crees, Lisa?
Lisa, que había dejado de leer cuando Daphne había llegado a la parte en que Trii forjaba un cristal para regalárselo a Valm y había escuchado atentamente desde entonces, le contestó:
—No lo sé… —acarició el lomo de su libro. —Si de verdad le quieres, ¿no es el tiempo que pasas con esa persona, sea mucho o poco, más que suficiente?
Daphne frunció las cejas:
—No. Al contrario, pases el tiempo que pases con esa persona, nunca es suficiente.
Supongo que actualizaré cada dos semanas, los fines de semana cuando vuelvo a tener internet. El siguiente capítulo es: Blaise Zabini: sobre la apuesta entre Blaise y Daphne y la traición traicionera de Draco.
