Harry Potter es propiedad de J. K. Rowling y la Warner Bros. Esta historia es sin fines de lucro.

Notas: 1. Este pequeño fic es una forma de disculparme por el retraso de La Partida del Maestro de la Muerte. Sigo insatisfecha con el último capítulo y no planeo subirlo hasta que me parezca merecedor de ustedes. 2. Originalmente planeé esto como un one shot, pero amé tanto el formato y los cabos sueltos que he decidido continuarlo, parecido a mi otro fic Es mi madre, la señora Potter. Iniciamos con el punto de vista de Ron, seguiremos con Hermione y terminaremos con Harry. Tres capítulos, un futuro extraordinario para el trío dorado de Gryffindor. 3. Si eres un poco fan de Ron, mejor no sigas leyendo.

Remembranza de una amistad perdida

Testigo y agresor. Un buen hombre que se perdió en el camino.

Ron entró a la oficina del señor McKeen a la hora exacta que fue citado. En su frente se reflejaban el sudor y la tensión. No quería estar ahí, era obvio el motivo. Se sentó en la silla frente al escritorio de su jefe, quien siguió leyendo algún contrato sin importarle su presencia. Esperó casi veinte minutos en silencio antes de escuchar la voz de McKeen.

—Me dejé llevar por mis emociones, señor Weasley. No es algo que me permita en general, y ahora me arrepiento mucho.

—Señor McKeen, yo...

—Permíteme hablar.

Ron cerró la boca. Odiaba que siempre lo mandaran a callar. En cada uno de sus trabajos sucedía, en especial en días como aquel. Apretó los puños al recibir el discurso de su jefe. El que ha escuchado desde hace doce años. Eras un héroe, una celebridad... Pensé más de ti... Te contraté por publicidad, pero traes mayores problemas que beneficios... Irresponsable... ¿En serio alguna vez fuiste amigo de Harry Potter?... La fama daña a cualquiera... No trabajas bien en equipo, menos en solitario... El último incidente fue la gota que derramó el vaso...

La conclusión siempre era la misma.

—Así que está despedido, señor Weasley. Por favor recoja sus cosas. Gracias.

Ron asintió. La verdad no le gustaba el trabajo, no era la gran pérdida. Regresó a su escritorio para limpiarlo y después se marchó a casa, sin despedirse de sus compañeros. Ninguno era realmente su amigo.

En su pequeño departamento lo primero que hizo fue echarse en la cama. Menos mal que parte del dinero que el Ministerio le dio hace más de una década, por ayudar a terminar con Voldemort, lo invirtió en ese lugar, o tendría que vivir con Molly. La boca le supo amarga al recordar en qué se gastó el resto de la recompensa. Puras idioteces.

De nuevo sin trabajo ni planes para el futuro, permaneció inmóvil en su cama durante horas. Mañana iniciaría de nuevo la tediosa tarea de ir a entrevistas, presentarse como el candidato ideal para el patético puesto que estuvieran solicitando. Algo le decía que su historia de haber sido el mejor amigo del Salvador ya no funcionaría igual que antes. A nadie le parecía relevante. Voldemort era historia vieja.

Miró desanimado la última carta del Departamento de Seguridad Mágica. Otro rechazo de la Academia de Aurores. Era increíble que no pudiera superar el maldito examen de admisión. ¿Cómo entonces sobrevivió la búsqueda de los Horcrux o la batalla de Hogwarts? Seguro tenía un récord de intentos fallidos para la inscripción. Ron Weasley, doce veces perdedor. De cualquier forma ahora es un viejo junto a los recién graduados de Hogwarts que buscan ser Aurores. No tenía ganas de convivir con chiquillos de diecisiete años que pueden correr y actuar mucho más rápido que él.

Arrastrando los pies fue a la cocina. Lo que más quería era un plato de cereal. Básico y fácil, su especialidad. Sirvió las hojuelas de maíz, descorchó una botella de vodka y la echó en el cereal. Perfecto.

Terminó inconsciente, tirado en medio de la sala, con el plato y la botella vacíos.

Una semana después ya tenía trabajo. Nada elegante o bien pagado, y definitivamente muy por debajo de sus habilidades, pero que le ofrecía lo suficiente para comer. Su uniforme era lo peor: el mandil rosa, sombrero blanco y pañoleta que decía Heladería Florean Fortescue, los mejores helados desde 1602. Sus obligaciones consistían en mantener el parlour limpio, servir y cobrar. Tan sencillo que resultaba asfixiante.

Después del primer mes Ron creyó que tal vez podía quedarse ahí un buen tiempo. No exigía tanto para terminar la jornada rendido, y tenía descuentos en los helados. Sólo tenía que ignorar las visitas inesperadas del señor Fortescue, en las que hablaba sin parar durante horas sobre su juventud.

En la puerta de la tienda había una campanilla para anunciar la llegada de nuevos clientes. Ron acostumbraba leer revistas en la barra, y nunca levantaba la vista al escuchar el tintineo, pero por alguna razón ese día, en ese instante, lo hizo.

Dos niños entraron riendo. El mayor, de lo que parecían ser doce años de edad, tenía el cabello azul eléctrico y los ojos verdes. El otro chico, de unos nueve años de edad, era de cabello revuelto negro, como un nido de pájaros, y brillantes ojos mieles. Ambos vestían túnicas de excelente calidad, pero no por eso extravagantes. Portaban las mejillas rojas, signo de buena salud y gran felicidad.

—¡Te dije que te ganaría! —dijo el mayor entre respiros.

El menor se mantuvo sosteniendo la puerta —¡No es justo, tus piernas son más largas!

Al siguiente momento una mujer entró cargando a una pequeña niña de rizos castaños y ojos verdes, con un listón amarillo en la cabeza. Miró a los chicos con advertencia.

—Vuelvan a cruzar la calle de esa manera y los castigaré hasta que se gradúen, ¿entendido?

Los niños giraron los ojos, diciendo al mismo tiempo —Sí, mamá...

Ron quedó paralizado, con el corazón en la garganta al ver a esa mujer.

Seguía igual de hermosa. Puede que incluso se viera mejor que antes. Su cabello color chocolate bajaba en ondas hasta la mitad de la espalda, amarrado en una trenza floja. El rostro anguloso de los pómulos, con los labios gruesos y humectados. No traía maquillaje, no era necesario. En sus ojos castaños estaba cualquier atractivo. Y el cuerpo... Merlín, definitivamente su pecho aumentó, seguro por los dos embarazos, y sus piernas tan firmes y curvas...

—No me giren los ojos muchachitos, yo inventé ese gesto.

Los niños sonrieron antes de correr hacia la vitrina de los helados.

La mujer fue hacia una de las mesas y casi se dejó caer, rendida, en el gabinete. Le dijo algo a la niña para que fuera con sus hermanos, y sacó su celular.

—Disculpe, señor...

Ron volteó a ver al niño de cabello negro —¿Sí? —dijo tembloroso.

—¿Tiene sabor panqueques con chispas de chocolate y zarzamoras?

—Claro... —señaló uno de los cientos de botes plateados dentro de la vitrina.

El niño de cabello azul se acercó —Usted me parece conocido.

Su hermano sonrió —¿Verdad? Yo pensé lo mismo, Teddy.

Detrás de ambos la niña de rizos castaños dijo —Honestamente, ¿no es obvio? Es Ronald Weasley. Aparece en los cromos de las ranas de chocolate.

Ron tragó seco. Volvió a mirar hacia la mujer en la mesa, pero ella estaba concentrada en la pantalla de su celular.

—¿Qué hace un mago famoso trabajando en una heladería? —dijo el niño de cabello negro.

—No hables de él como si no estuviera aquí, Terry, es de mala educación —replicó la niña.

Teddy revolvió el cabello de sus hermanitos —Qué importa, pidamos nuestros helados.

Ron despachó los tres conos dobles y la taza de helado de vainilla con una carga de café. Durante esos minutos observó la interacción entre sus clientes. Teddy, el mayor, tenía una sonrisa lobuna interminable, era muy paciente con la niña y algo más bromista con el niño. Terry, por otro lado, era serio, tímido, una réplica del carácter de su padre al ingresar a Hogwarts, y parecía sacar magia con cada respiración, era poderoso. Por último, la pequeña de ojos verdes no paraba de hablar, dando información sobre los helados y su fabricación, todo de una forma sabidilla, prácticamente sin respirar entre tantas palabras. Sus hermanos parecían inmunes a su velocidad y verborrea, a veces incluso comentando algo de lo que decía.

Cuando tuvieron sus helados fueron con su madre. Teddy puso la taza con helado y café frente a ella, ganándose un beso en la frente. Se sentaron en el gabinete, conversando y riendo. La mujer guardó su celular y se puso a platicar con ellos.

Estuvieron así hasta que los helados se terminaron, entonces los tres niños pidieron ir a los juegos que habían en el balcón. La madre aceptó tras hacerlos prometer cuidarse y no dejar de vigilar a la menor.

Se fueron corriendo. La madre se cambió de mesa para poder observarlos con tranquilidad, sin querer dándole la espalda a Ron.

El pelirrojo pasó la siguiente media hora pensando qué hacer. La última vez que habló con ella fue la noche antes de su boda, cuando le suplicó que no se casara. De eso hace una década. Creyó poder olvidarla...

Merlín, se veía preciosa en ese vestido azul de escote triangular. ¿Cómo se sentiría escurrir las manos por debajo de esa tela?

¿Seguirá casada? Quiso golpearse por su ingenuidad. Por supuesto sigue casada. No sólo habría sido el escándalo del siglo y todos los periódicos y revistas lo habrían publicado, también se habría quitado esa enorme esmeralda del dedo anular que podía ver desde cinco metros a lo lejos. Joder con él y su fortuna.

No era justo.

Escuchó una tonadita. La mujer de la mesa respondió su celular.

—Hechicera Granger... Ah, hola, Marge, bien, ¿y tú?...

Ron soltó un bufido. Él jamás habría permitido que ella se quedara con su apellido de soltera. ¿Cómo demostrarle al mundo que era suya? Y menos cuando consiguió el título de Hechicera. Algo tan relevante merecía el apellido de una familia consolidada en el mundo mágico.

—¿De verdad? —siguió hablando la Hechicera, soltando una suave carcajada. Ron tembló al escucharla tan cerca— Me da tanto gusto que puedas venir al cumpleaños de Temperance... Siete años... Ya sé, se va volando... A Harry le encantará... Seguro, amiga, nos hablamos después... Adiós.

La vio sacar un libro, pero su atención continuó en los tres niños que jugaban en la terraza. Ni siquiera pasó una hoja.

Ron pensó que tal vez debería saludarla, sólo por cortesía. Alguna vez fueron mejores amigos, ¿verdad? Eso aún debería significar algo. Puede que cuando ella lo vea sus ojos se llenen de lágrimas, sus preciosos labios gruesos tiemblen...

Oh, Ron, soy tan infeliz... Me di cuenta muy tarde que eres tú el hombre que amo. Tengo miedo de dejar a Harry, ¡su reacción sería fatal! Y los niños...

Se vale soñar.

En todo caso él respondería...

Tranquila, mi amor. Te perdono. Huyamos juntos e iniciemos una vida. Déjale los niños a Harry, porque nosotros no tendremos espacio en mi departamento para ellos. Además, todavía no eres tan mayor, aún puedes darme un hijo o dos.

O mejor aún...

Te perdono si dejas a Harry y le quitas su dinero, para que tú y yo vivamos felices para siempre.

Sí, mucho mejor.

De pronto Terry regresó apurado junto a su madre.

—¡Tengo sed!

La Hechicera sacó de su pequeñísimo bolso tres cajitas de jugo.

—Dale los otros a tus hermanos.

Terry inspeccionó los jugos —¿Los puedes enfriar? ¿Por favor?

—No. Tú puedes hacerlo.

—Pero mamá...

—Confía en ti, Terrance —le dijo suavemente, poniendo una mano en el mentón de su hijo—. Yo confío en ti.

El niño sonrió tímido —¿Y si los hago estallar como la última vez?

—Pues los limpiamos como la última vez. No está bien que le tengas miedo a tu magia. Recuerda lo que dijo papá.

—¿Que no existe algo en el mundo que no pueda estallar?

La mujer frenó una carcajada —¡No! Y sabes que estaba bromeando cuando dijo eso —por la sonrisa de Terry era obvio que lo sabía—. Dijo que eres su orgullo.

—...de acuerdo, lo intentaré.

Ron alzó las cejas al ver a ese pequeño de nueve años luchar contra su magia para controlarla. Es fácil pronosticar que se convertirá en un mago extraordinario. Con ese poder y la mitad del cerebro de su madre, nada lo detendrá.

Las cajas de jugo se congelaron.

—¡Chispas! —gruñó Terry.

Su madre lo abrazó —¡Casi lo lograste! No te preocupes, yo las arreglo. Estoy muy orgullosa de ti, Terrance.

—Pero no funcionó, mamá.

—Pero lo intentaste, mi amor. Así se aprende.

Terry no se vio convencido por las halagadoras palabras de su madre. Claramente era un tema delicado entre ellos.

—Ya quiero mi varita —masculló mirando a cualquier parte excepto a la Hechicera.

—Falta muy poco. Ejercita esa paciencia. Toma los jugos.

—Gracias —se giró para salir corriendo, pero su madre lo detuvo.

—Espera, espera. Ven aquí.

—Ah, mamá, no empieces...

Ella lo cargó y le dio besos en toda la cara hasta que lo hizo reír.

—Ya puedes irte.

Intercambiaron una mirada, entre divertida y protectora, y se separaron.

La mujer suspiró preocupada.

Ron se preguntó por qué, pero antes de pensar algo más escuchó un barullo en la calle. Vio a través de las ventanas a Harry Potter acercarse. Todavía causa escándalo entre los ciudadanos... Increíble.

Sin perder un segundo se agachó tras la barra. Lo último que deseaba en la vida era que Harry lo viera con el estúpido uniforme de Florean Fortescue. Escuchó la campanilla de la puerta. Con cuidado se deslizó hacia la vitrina, desde donde podía observar sin ser notado.

Era rutinario ver a Harry en el periódico o alguna revista, aunque nada de eso lo preparó para tenerlo en vivo de frente. Estaba fuerte, grueso, con el cabello en el mismo desastre de su juventud y los mismos lentes redondos. Traía la túnica de la Confederación Internacional de Magos y su insignia de diplomático.

Maldito presumido.

Sigiloso se colocó detrás de su esposa, y con un movimiento felino se inclinó para besarla en la mejilla.

La castaña brincó, desprevenida, y lo apuntó con la varita, pero Harry ya la estaba cargando contra su pecho, cubriendo sus labios gruesos con los suyos.

Ron tomó el tiempo. Cuarenta y ocho segundos.

Al separarse tenían una sonrisa ridícula en el rostro, como si fueran adolescentes enamorados.

Los tacones de la Hechicera bailaban en el aire, cerca de las rodillas de su esposo.

—¿Cómo sabías que estábamos aquí? —preguntó ella feliz.

—Siempre sé dónde está mi familia —respondió antes de bajarla con delicadeza.

—¿No se supone que tienes que tomar un traslador a Praga?

Él se encogió de hombros —Cancelaron la visita. La movieron para la siguiente semana...

¡Harry! Le prometiste a Tempy que estarías en su fiesta de cumpleaños.

La agarró de la cintura, pegando sus cuerpos —Y jamás rompería una promesa a mis hijos. Le dije a Ernie que me cubriera.

—Oh, lamento haberte reclamado sin dejarte expli-

Otro beso. Veinticinco segundos.

—Sabes a vainilla —le dijo al separarse—, ¿y los niños?

—Jugando en la terraza.

Ambos miraron hacia allá. Harry sonrió con una satisfacción absurda. A Ron le pareció excesivo, ¡sólo eran niños jugando, por Merlín!

—Terry intentó enfriar las cajas de jugo. Terminó con tres cubos de hielo.

Harry deshizo la sonrisa —Practicaré con él cuando Ted se marche a Hogwarts. Por ahora no quiero separarlos.

—Lo sé. Terry extraña tanto a su hermano mayor. Y Temperance peor.

—Pronto estarán los tres en Hogwarts y entonces seremos tú y yo los tristes.

La Hechicera se recargó en el pecho masculino —Ni me lo digas. Estoy planeando postularme como maestra para verlos diario, pero creo que les arruinaría la experiencia.

—Y también me arruinarías a los planes.

Ella lo miró curiosa —¿Cuáles planes?

Harry revisó con una mirada que no hubiera nadie más en la tienda, luego cargó a su esposa, agarrándola de los muslos, y la recargó en la mesa.

—Todo lo que te voy a hacer sin niños en la casa.

—¡Harry, estamos en un lugar público! —gritó sin poder dejar la sonrisa.

Él besó su cuello, arrancando un gemido femenino.

—Te extraño tanto. ¿Cuándo fue la última vez...?

La castaña cerró los ojos, quizá perdida por el placer que sentía en su cuello. Respondió como un ronroneo —¿Dos semanas? Cuando te fuiste a Tokio por el asunto de... ¡Ah!

Ron lamió sus labios. Jamás imaginó que ella pudiera sonar tan sexy.

—¿Dos semanas? ¿Cómo he sobrevivido? —gruñó metiendo las manos al vestido color azul.

El pelirrojo no lo podía creer. Hace menos de una hora se preguntó cómo se sentiría hacer eso, y ahora Harry le estaba dando una demostración. El muy hijo de...

—Pueden venir los niños —gimió la Hechicera, con los dedos apretando el cabello carbón de su esposo.

—Los estoy viendo de reojo, tranquila.

—¿Y si nos ve alguien de la calle?

Harry sacó una mano de la falda, hizo un movimiento con su muñeca y la puerta de la tienda brilló.

—Confía en mí —dijo antes de besarla con pasión.

Ron apretó sus manos en la boca para evitar cualquier sonido que lo pusiera en evidencia. Vio con frustración a Harry enterrar el rostro en el escote de su esposa y pegar su pelvis a la de ella. Sus manos viajaban por todo el cuerpo femenino, agasajado la cintura y las piernas suaves. Merlín, ella se ve tan suave.

Uno de los tacones cayó al piso, ninguno lo notó.

—Te extraño. Te extraño tanto —gemía Harry con la voz ronca.

Ella cruzó los talones en la cadera del moreno, apretando más sus cuerpos.

—No puedo creer que estemos haciendo esto aquí.

Harry rió sobre sus senos —Mejor que en la oficina del Ministro, ¿no?

El sonrojo en la castaña fue épico —No me recuerdes.

Se volvieron a besar, resoplando por la excitación. El vestido terminó como un nudo en la cadera.

Ron intentó ver mejor a la Hechicera, pero el cuerpo de Harry se lo impedía.

—Eres tan hermosa —gruñó el moreno.

Oh, sí. Ahí.

—Voy a desaparecer tu ropa interior.

—¡Pero es tu favorita!

—Cariño, nada me gusta más que tú.

La mesa se arrastró sobre el brillante piso de Florean Fortescue. Al mismo tiempo la pareja soltó un gemido de alivio.

—Te amo —susurró ella, extasiada.

Ron cerró los ojos. El ruido de la mesa y los eróticos suspiros de la castaña lo transportaron a otro universo. No era Harry quien le hacía el amor, era él. Sólo él. Con pasión y fuerza y desesperación.

¡Oh, Harry!

Eso quebró la fantasía.

Miró funesto al matrimonio conseguir el máximo placer. Llenarse de besos los rostros. Susurrarse eternas promesas de cariño.

Cuando consiguieron tranquilizarse se separaron. Harry usó su varita y al instante la ropa de ambos se reacomodó, la puerta volvió a brillar y la mesa regresó a su lugar.

—Eso fue... —la Hechicera sonrió, todavía con las mejillas calientes— Me encanta cómo te ves tras hacer el amor. Tan tranquilo. Tan satisfecho. Tan mío.

Se abrazaron.

El grito súper alegre de los tres niños invadió el parlour.

¡PAPÁ!

Enseguida Harry fue casi derribado por sus hijos. Con un brazo cargó a Ted, con el otro se montó a Terry en el hombro y luego levantó a Temperance contra su pecho.

Los niños rieron, pataleando.

—¡Qué escándalo! —dijo su padre sonriente— ¡Cualquiera pensaría que nunca los veo!

Temperance acarició su mejilla rasposa —¿Pensamos que te ibas de viaje, papi?

—Ya no. De hecho, tengo vacaciones hasta el siguiente mes.

¡SÍ! —celebraron los Potter.

Harry soltó un suspiro antes de bajar a sus hijos —Cada vez me cuesta más trabajo cargar a los tres al mismo tiempo.

Su hija no quiso soltarlo del cuello —No me dejes, papi.

La Hechicera puso una mano en las cabezas de sus hijos —No tardemos más tiempo. Los abuelos nos están esperando.

Harry la miró emocionado —¿Richard va a hacer carne asada?

—Y nosotros prometimos llevar el postre —completó su esposa.

Ted señaló la vitrina —Podemos comprar helado. A la abuela le gusta el de menta con chocolate.

Temperance apretó sus manitas en los hombros de su padre —¡Prometiste llevarme a la librería!

Terry jaló el brazo de Harry —¡Yo también quiero ir!

—Dignos hijos de su madre —bufó el moreno—. Bien, vamos a la librería, pero máximo media hora o nunca llegaremos con sus abuelos.

La castaña puso su mano en el hombro de Ted —Nosotros nos quedaremos a pagar la cuenta y pedir el helado para la parrillada. ¿Nos vemos en media hora, entonces?

—Claro, preciosa —se inclinó para besarla. Temperance, entre los dos, sonrió.

—¿Quieres algún libro, mamá? —preguntó Terry.

Ella se puso a describir el libro que deseaba. Mientras Harry le habló a Ted.

—¿Adivina con quién me encontré? ¡Victoire! Vino con Fleur a comprarse una túnica nueva...

—Papá, ya te dije que no me gusta...

Harry lo miró incrédulo —Entonces no te interesa saber qué me dijo de ti.

Le cambió el color de su cabello a un intenso rosa chillón —¿Qué? ¿Qué dijo? ¿Qué te dijo? ¡Papá...!

Temperance comenzó a reír —Qué bobo, Teddy.

Su padre le revolvió el cabello —Te cuento en la casa de tus abuelos.

Finalmente se separaron.

Ron intentó hacer un plan para salir de ahí sin tener que hablar con ella, pero no se le venía algo a la cabeza.

Escuchó a Teddy hablar —¿Crees que Victoire dijo algo bueno de mí, mamá?

—Ted Edward Lupin-Potter, no quiero repetirte que eres muy pequeño para andar enamorando brujas, ¿entendido?

Mamá, no ando "enamorando brujas". Además Victoire es más que una bruja cualquiera...

—Oh, ya te perdí. Soy una madre muy joven para pasar por esto.

—¡Deja de bromear!

La risa de la Hechicera volvió a sacudir profundamente a Ron.

—Tranquilo, hijo. Vamos a comprar el helado... Aunque no veo quién nos puede atender.

—Qué raro, hace rato Ronald Weasley estaba aquí.

Hubo un silencio doloroso.

Luego la voz entrecortada de la Hechicera —¿Ron?

Sin otra alternativa el pelirrojo se levantó, quedando justo frente a su vieja amiga.

—Hola... Hermione.

Después de doce años sin decir su nombre, sin pensar su nombre, sus labios se movieron como autómatas. El nombre de esa mujer le supo más dulce que cualquier helado en su boca. Era increíble cuánto la extrañaba.

La vio pasar de pálida a sonrojada en segundos.

—¿Estuviste ahí todo el tiempo?

Entrecerró los ojos —No me lo digas con reproche. Yo no fui quien decidió en un lugar público tener se-

—¡Sensatez! —interrumpió a tiempo, mirando avergonzada a Ted.

Ron bufó —Claro, sensatez.

Hermione pasó un rizo extraviado detrás de su oreja. Parecía nerviosa. Sus ojos viajaron por el delantal rosa y el sombrerito.

—Trabajas aquí... —dijo sin creerlo.

—Le estoy haciendo un favor a Florean —inventó al hilo.

Teddy los miró sin comprender —¿Se conocen?

Ron sintió que su poca autoestima desaparecía. Ted no sólo ignoraba que él fue partícipe directo en la caída de Voldemort, y por lo tanto alguien cercano a sus padres, sino que jamás fue informado de aquella amistad. Ni Harry ni Hermione mencionaron alguna vez su nombre en la casa. Nada. Él ya no era nada en sus vidas.

Hermione asintió —En Hogwarts.

Fue todo lo que dijo.

Ron decidió apurar la horrible situación —¿Qué van a llevar?

Teddy respondió, alegre de tener su orden en marcha. Preparó los tres litros de helado que le pidió, hizo la cuenta, cobró y entregó.

—Hijo, adelántate con tu papá —dijo Hermione—. Los alcanzo en un rato.

—¿Segura? —el joven mago miró con sospecha a Ron.

—Obedece. No tardaré.

Era obvio que Ted no quería dejar a su madre ahí con él. Tal vez sintió el interés poco fraternal del pelirrojo por ella, o notó la mirada que se perdía en el escote. Ron supo que en cuanto ese niño llegara con Harry le iba a informar de la situación.

La campanilla anunció que por fin quedaron a solas.

Miró bien a Hermione, sabiendo que era el momento ideal para que le pidiera rescatarla de su fallido, triste y erróneo matrimonio.

—Ron... ¿Necesitas ayuda?

Eso lo confundió.

—¿Qué?

La vio morderse el labio inferior. ¿Le estaba coqueteando?

—No está bien que a los treinta, con tu talento y oportunidades, estés trabajando en una heladería. Por eso te repito, ¿necesitas ayuda?

Ron dio un paso atrás —¡Estoy haciéndole un favor a Florean!

Ella se encogió ligeramente por el grito. Instintivamente miró su anillo de matrimonio. Eso alteró más a Ron, ¿existe la forma en que ella pueda llamar a Harry?

Respiró profundo, recuperando el control. No podía desaprovechar esa oportunidad, necesitaba ganar su confianza, solo así sería honesta con él sobre su vida de casada.

—Ti-Tienes tres hijos ahora —soltó atropellado. El mejor tema para relajar a una mujer era preguntar por sus hijos.

Al ver la enorme sonrisa en Hermione supo que acertó.

—Así es. Supongo que de Teddy ya sabías, ¿verdad? Lo adoptamos oficialmente poco después de la boda. Después llegó Terrance, ¿a que está guapísimo? Es tan parecido a Harry, excepto por sus ojos, que son míos. Y por último mi preciosa Temperance. Harry dice que soy yo vuelta a nacer. ¿Le viste los ojos? Son de Harry. Mi niña será una bruja muy atractiva cuando crezca.

—Ted, Terrance y Temperance. Muchas T's.

Hermione se recargó en la barra, completamente entregada al tema —Bueno, siempre me gustó el nombre Terry, y cuando mi niña nació me pareció lógico seguir con las T's. Es un poco cursi, ¿verdad? —rió dulcemente.

—Te ves preciosa —dijo sin pensar. Es que era tan cierto en ese instante.

La vio alejarse un poco de la barra, de nuevo en alerta —¿Y tú cómo has estado?

Muy mal. Solo. Fracasado.

—Ya sabes, aquí y allá. No soy de los que se establecen, me aburro fácil.

Quedaron en silencio. Para Ron los segundos que se gastaban lo ponían cada vez más cerca del fracaso más grande de su vida. Lo cual, en su caso, era abrumador.

—¿Te acuerdas lo que dije la noche antes de tu boda? —preguntó sin verla.

—Lamentablemente sí.

Ron tragó seco. Esa noche la ofendió, agredió y amenazó. Era muy joven y visceral, aunque eso jamás justificará sus actos. El terror de perderla lo cegó. Creyó que gritando todo eso conseguiría retenerla a su lado.

El peor error de su vida.

—Quiero que sepas que no pasa un día, Hermione, sin que me arrepienta de eso.

—Me da gusto —respondió aguantando las lágrimas— porque fuiste cruel e injusto. Destruiste años de amistad y confianza. Conmigo y con Harry. No sabes el tiempo que nos costó recuperarnos del daño que nos hiciste. Llegamos al punto de ni siquiera decir tu nombre. Alguna vez fuimos siempre tres. Juntos hasta el final. Y luego tú nos abandonaste. Todo porque creías amarme...

—¡No creía! ¿Estás loca? ¡Te amo! ¡Siempre lo he hecho y no he podido olvidarte!

Su mejilla ardió. Por un segundo todo giró.

Ella lo abofeteó.

—¡Tú no sabes lo que es amor! Eres egoísta, terco, infantil...

Ron rodeó la barra para ir hacia ella. Con sus manos la agarró de la cintura.

—¿Hermione, en serio eres feliz? ¿No te preguntas diario si conmigo estarías mejor?

Ella lo miró como si fuera un fantasma —Han pasado doce años. No puede ser que sigas con esa idea.

—Es por la certeza de saber que tú, alguna vez, me amaste. No eres una mujer que corta sus sentimientos fácilmente. La llama debe seguir ahí.

Hermione rompió a llorar — apagaste cualquier llama que quedó, Ron. Te amé a los quince y dieciséis años, sí, pero era insegura, boba e inmadura. Después me di cuenta que esa emoción era un engaño, una treta de mi baja autoestima para no aspirar a algo mejor ni exigir el respeto y cariño que merezco. Fue cuando me di cuenta que el amor que sentía por Harry era sano, hermoso en cada sentido y, además, recíproco.

Las manos de Ron temblaron. La abrazó más fuerte, hundiendo su rostro en el cuello. El aroma era madreselva, cristal caliente y libros.

—Estás confundida —soltó contra su piel. Su respiración la hizo temblar.

—No lo estoy. Ahora suéltame, Ronald.

—Me quieres. Yo lo sé.

No quiso contenerme y pasó la punta de su lengua por el cuello, soñando con poseerla.

—¡Suéltame!

Lo quiso patear. Él la puso contra la barra.

—No, por favor, Hermione, escúchame. Sé que aún tenemos una oportunidad de ser felices —besó de nuevo su cuello. Con un brazo la mantuvo pegada a la barra y con la mano disponible acarició su cadera, bajando hacia la falda del vestido.

—¡Ron! ¡Reacciona! ¡Es un delito lo que estás haciendo! ¡Ron! Por favor... No te quiero lastimar...

Quiso sacar su varita. Con su mano atrapó la delicada muñeca, torciéndola. Sacó su rostro del cuello y besó sus labios. Entre el forcejeo del beso y los cuerpos intentó decirle que se dejara llevar, que por fin aceptara que entre ellos hay algo real.

—¡Mamá! —escuchó detrás de él, luego una corriente eléctrica le quemó la espalda.

Gritó. Hermione y él cayeron al piso.

Ted se apuró a ayudarla, mientras Terry se colocó frente a Ron, sus ojos mieles todavía brillando por la magia.

Ron quiso pararse, pero una fuerza invisible lo mantuvo contra el piso.

Hermione soltó un quejido de dolor cuando Ted la quiso agarrar de la mano. Eso causó que Terry se enojara más. Alrededor de Ron el aire se llenó de pequeñas chispas.

—Mamá está lastimada —dijo el niño con los ojos llenos de lágrimas.

La castaña lo escuchó y enseguida quitó el gesto de dolor —Estoy bien, amor. Ustedes me ayudaron. Ya pasó. Ven...

Ron no podía ver qué sucedía realmente, su cara estaba casi empotrada en el suelo, pero reconoció el temor en la voz de Hermione. Algo estaba mal.

—Te vi llorar —susurró Terry.

Ted habló —No pienses en eso. Ven co nosotros, hermano.

—Mírame, ya estoy bien. Ven conmigo, quiero darles un abrazo a los dos.

Eso pareció tranquilizar un poco a Terry. Ron sintió que las chispas disminuyeron y el aire se volvió más ligero. Cuando consiguió levantarse miró horrorizado a Hermione apretando a sus hijos en su pecho, aguantando el llanto, con la muñeca hinchada en una tonalidad violácea. Lo peor fue su mirada: odio.

Ella jamás lo miró así, ni siquiera el día antes de la boda, cuando soportó cada insulto que se le ocurrió. Tal vez en esta ocasión de verdad cruzó una línea sin retorno.

—Vete antes de que regrese Harry —dijo Hermione con la voz agitada.

Ron quiso acercarse para ayudarla, pedirle una disculpa. En cuanto dio un paso ella jaló a sus hijos atrás, protegiéndolos de él. En su mano izquierda sostuvo la varita, decidida a todo para defender a los niños.

—No les voy a hacer daño —intentó explicarse Ron—. Sabes que te amo...

Jamás vuelvas a decir eso. Vete, Ronald. En serio.

Terry giró los ojos hacia la puerta de la tienda, su rostro espantado cambió a uno aliviado.

—Ya viene papá —anunció.

Ron volvió a mirar la muñeca lastimada de Hermione, y no quiso averiguar si Terry de alguna manera podía realmente saber si su padre venía o no. Sintió terror.

Desapareció.

Harry se maldijo por no haber encantado el paquete de libros que compraron para hacerlo más ligero, y ajustó a Temperance en su otro brazo, escuchando su linda voz hablar sin parar de algún tema. Adoraba a su hija, tanto como a su esposa, pero ambas podían llegar a ser incansables cuando explicaban algo.

Siguió caminando por la calle, viendo a lo lejos la heladería de Fortescue. Cuando Ted llegó corriendo hace un rato por Terry, supo que algo malo ocurrió, pero quiso dar oportunidad a sus hijos de resolverlo con su madre. En especial porque sería bueno para que Terry ganara más confianza en su magia. Sin embargo, ahora sentía una extraña molestia en el pecho.

—¿Papi? ¿Estás triste?

Le sonrió a su hija —No, sólo estoy pensando en muchas cosas, Tempy.

—No te preocupes. Terry ya resolvió todo.

Eso lo preocupó más. De alguna manera sus tres hijos siempre sabían en qué andaban, incluso separados. Apuró el paso hacia la heladería.

En cuanto entró, con el tintineo de la campanilla sobre su cabeza, la escena lo llenó de miedo. Un espanto tan profundo que nunca conseguiría compararlo con otro. Su familia estaba herida.

En el piso Hermione se sostenía la muñeca. Terry no la soltaba del cuello, abrazado mientras calmaba su magia. Parado, como un pequeño guardián, Ted tenía la atención fija en un punto vacío de la tienda.

—¿Qué ocurrió? —Harry escuchó su voz sin creer que era suya. Fue el sonido hueco y ronco que mezclaba dolor y promesas de venganza.

—¡Papá! —sonrieron los niños al verlo. Incluso Hermione respiró aliviada.

Harry dejó a Temperance en el piso, tiró el paquete de libros y corrió hacia su esposa, quien parecía la única lastimada. Cargó el ligero cuerpo, igual que el día que se casaron, y la besó desesperado. Le daba terror que algo le ocurriera.

Sus hijos se amontonaron junto a ellos, agarrando sus brazos o el vestido de Hermione.

—¿Estás bien? —preguntó con más tranquilidad, sin romper el contacto visual.

Ella asintió —Nada más me duele un poco la muñeca.

—Bien —respiró profundo y miró hacia abajo a sus hijos—. ¿Ustedes están bien?

Ted y Terry movieron la cabeza, afirmando.

—Soy muy afortunada –dijo su esposa—, tengo a los hijos más valientes del mundo. Ellos me defendieron.

Los niños hincharon el pecho, pero Harry se tensó de nuevo.

—¿De quién?

Hermione le dirigió una mirada. En ese momento Harry hubiera preferido no comprender tan perfectamente los silencios de su esposa, porque lo último que deseaba era dejar el tema para después.

—Vamos con mis papás —pidió la Hechicera con el tono que sabía jamás fallaba con su esposo.

Harry apretó los labios para no quejarse y aceptó.

Ted agarró los litros de helado y la mano de Tempy. Terry todavía no soltaba a su madre, así que Harry solo tuvo que tocar a Teddy y desapareció a toda su familia.

Un par de horas después todavía era incapaz de quitarle la vista de encima a su esposa. Sus hijos, por suerte, parecían haber olvidado el incidente gracias a los juegos con su abuela. En cambio Hermione seguía triste, algo que le partía el corazón a Harry mucho más que verla enojada.

—¿Están peleados? —preguntó Richard, su suegro, sentándose junto a él— Sería como la cuarta vez en su matrimonio, ¿verdad?

Aceptó la cerveza que le ofreció —No estamos peleados. Pasó algo en el callejón Diagon. Ella no me ha querido explicar qué.

Richard observó un rato a su hija —Tranquilo, sabes que al final ella te dirá todo.

—Eso quiero creer.

La parrillada duró hasta media noche. Harry se las ingenió para crear una pequeña fogata y que sus hijos pudieran comer bombones asados, hasta que el cansancio los venció.

Cameron cargó amorosa a Temperance, quien no podía mantener los ojos abiertos por más de dos segundos. Terry y Ted siguieron a su abuela hacia el cuarto de invitados donde siempre se quedaban.

Harry observó a Terry dudar antes de entrar a la casa y volver hacia donde su madre estaba.

—Mamá, tú sólo amas a papá, ¿verdad?

Hermione dejó su copa de vino en la banca y cargó a su hijo en las piernas.

—No. También te amo a ti, a Ted y a Temperance. Y a los abuelos. Ah, y al tío Neville, tía Luna, y a...

—Pero sólo a papá como un papá, ¿verdad?

Harry sonrió por la inocencia de esa pregunta. Su esposa lo miró del otro lado del jardín, divertida con la situación.

—Por supuesto. Harry es el único hombre al que amo de esa forma. Y así será siempre. ¿Por qué?

Terry jugó con sus manos, nervioso —Porque ese hombre dijo que te ama. Y te besó. ¿Eso significa que te vas a ir con él?

Harry reventó la botella de cerveza en su mano, sin magia. Richard agarró un trapo para limpiar la mesa.

—¿Estás bien? Te cortaste...

Hermione y Terry los miraron preocupados.

—Estoy bien. Gracias.

Su esposa cargó a Terry, yendo con él hacia la casa —Jamás, nadie ni nada me separará de tu padre o ustedes. Lo prometo, mi amor.

Harry vio a su hijo creer inmediatamente en la palabra de su madre, fruto de una vida sin decepciones paternales. Sus hijos confiaban ciegamente en ellos, era una responsabilidad abrumadora.

Esperó a que Hermione regresara de acostar a los niños. Richard aprovechó ese tiempo para curar su mano.

—Nunca te tomé por un hombre celoso, Harry.

Miró entre divertido y enojado a su suegro —Nunca había tenido motivos. Hermione me ama. Y ningún mago en la tierra sería tan idiota de meterse con la esposa del "Salvador".

Richard soltó una carcajada —¿Recuerdas hace años a Joseph, el dueño del restaurante de comida italiana que le encanta a Cameron? Él le coqueteó a Hermione. Un pobre muggle que no sabía con quién se metió.

Harry tuvo que sonreír. Ese recuerdo era muy divertido.

Sintió una palmada en el hombro —Así está mejor. Con esa sonrisa conseguirás más de mi hija que con la cara de asesino que traías. Respira hondo y habla con ella.

—Gracias, Richard.

Cuando Hermione volvió ya sólo estaba Harry en el jardín. Compartieron una mirada incómoda, algo que casi nunca pasaba. Parecía que los dividía un desierto gigante en vez del patio trasero de los Granger.

Harry recordó las palabras de su suegro y supo que tenía razón. Lo peor que podría hacer en esos momentos era reclamarle algo a Hermione o explotar por los celos. Ella se veía asustada, triste, lastimada. La situación merecía una estrategia más amable.

Se levantó de su silla y sacó la varita. Un encantamiento fue suficiente para que el jardín se llenara de la suave música. Era la misma pieza que bailaron en su boda.

Su esposa relajó los hombros, conmovida, como siempre, por la dulce voz de Chet Baker, su jazzista favorito.

Cruzaron el jardín al mismo tiempo. Harry la tomó de la cintura, y usó todo el amor y la delicadeza para agarrar su muñeca lastimada. Se meció al ritmo de la trompeta y el piano, pegando su mejilla en la frente de su esposa. En voz bajita, sin querer arruinar la música, cantó para ella.

Nunca estuve enamorado antes. Ahora, todo a la vez, eres tú. Eres tú para siempre y más. Nunca estuve enamorado antes. Pensé que mi corazón estaba a salvo. Pensé que sabía ganar. Pero esto es vino. Es todo extraño y poderoso...

Se separó de ella para hacerla girar. El vestido azul brilló por la luna, y de pronto Harry pensó que ella se convertiría en parte de la noche.

Hermione le sonrió al terminar la vuelta. De nuevo en sus brazos ahora ella le cantó, ronca y llena de amor.

Así que por favor perdona esta inútil confusión en la que me encuentro. Realmente nunca amé antes. Es todo extraño y poderoso...

Harry la besó. Fue delicado. Dulce. Al fondo la trompeta los envolvió en una pasión temblorosa, llena de seguridad. La voz de Chet Baker finalizó la canción.

—Te amo —dijeron al mismo tiempo.

Siguieron abrazados en silencio, meciéndose como si la música continuara. Finalmente Hermione habló.

—Nunca te agradecí, Harry, por haberme elegido para ser tu principal compañera en la vida.

—No puedes agradecer algo que regalas. Tú eres el más perfecto y grandioso obsequio. Mi mejor amiga, mi esposa, la madre de mis hijos...

—Eso dices ahora, casi trece años después de iniciar nuestra relación, pero ¿recuerdas cómo fue al inicio? Teníamos planes distintos, objetivos contradictorios. Y por Merlín que aprender a vivir juntos fue terrible. Aún no sé cómo lo hacemos. Tú sigues dejando los zapatos a la mitad del cuarto y yo me sigo tropezando con ellos.

—Y tú sigues despertándome a la mitad de la madrugada para explicarme alguna genialidad que se te ocurrió. Y yo sigo poniéndote atención hasta que terminas y te duermes, aunque después ya no pueda volver a conciliar el sueño.

—Oh, y sigues dejando que los niños coman galletas en la cama, llenándola de migajas.

—Y tú sigues obligándolos a leer por lo menos un libro al mes.

—Eso no es malo.

—No dije que lo fuera.

Ella lo golpeo suavemente en el brazo. Harry rió.

—Me sigue desesperando que cuando cocinas dejas todo lo que ocupas destapado o mal organizado.

—A mí que no te permites ir a dormir hasta que coordinaste tu ropa del día siguiente, con todo e interiores, zapatos y aretes.

Hermione pareció ofendida —No puedo ir a trabajar mal vestida.

—Claro, no es como si al final te echaras la túnica del Wizengamot encima y nadie viera tu ropa.

—A veces me da calor y me la quito... Dejaré de hacer eso en la noche si tu prometes no quedarte dormido con la televisión puesta.

—Ya tuvimos esta conversación. No lo logramos.

—¿En serio?

Harry asintió —Creo que Teddy tenía cinco años.

—Oh, ya recuerdo. Fue en la época que prácticamente tenías que vivir en Marruecos, para evitar la declaración de guerra.

—Peleamos mucho en ese tiempo.

Hermione se entristeció al recordarlo —Sí. Te extrañaba demasiado y tenía que cuidar a dos niños. Además justo me embaracé de Temperance. Fue terrible. Creí que no te perdonaría por estar tan lejos.

La abrazó más fuerte —Pero aquí estamos todavía.

—Y seguiremos... ¿Verdad?

Harry la miró con seguridad —Para mí no existe otra posibilidad. Quiero hacerme viejo a tu lado, Hermione. Quiero ser tu esposo el resto de mi vida. Ver a nuestros hijos hacer sus propias familias. Después consentir a nuestros nietos. Sé que no será fácil. Los dos somos muy tercos y obsesivos, pero lo que te juré en nuestra boda seguirá presente hasta mi muerte: contigo soy el hombre más feliz sobre la tierra.

Su esposa parpadeó las lágrimas —Te amo, Harry.

Siguieron besándose el resto de la noche. Prefirió ya no presionar a su esposa para que le contara lo que sucedió en Fortescue, quizá al siguiente día podrían hablar de eso. Por ahora se conformaría con la romántica velada que surgió improvisadamente. ¿Qué importa ese otro hombre que se atrevió a tocarla? Algún día pagará su osadía, mientras Harry disfrutará de su esposa.

La vida, pensó entre besos y caricias, era perfecta, así entre defectos y dudas, así siempre junto a esa mujer que le dio todo desde el primer momento y hasta la fecha. Él era suyo, y ella de él.

Notas: ¿Qué les ha parecido? Creo que merecemos un pequeño respiro Harmony entre tanto drama que he escrito en mis otros fics, ¿no creen? Díganme qué opinan de Ted, Terry y Temperance, así como del matrimonio de Harry y Hermione, y por supuesto de Ron. En teoría el siguiente capítulo es narrado por Hermione, finalizado por Ron. Y el último es narrado por Harry y finalizado por Hermione. Es el recuento de su amistad y los largos años que ahora los alejan. Gracias por su tiempo,

Saludos,

Less.