Holaaaa! Bienvenidos a mi primer intento de fic del primer juego de la trilogía del Príncipe de Persia, Las Arenas del Tiempo, espero que les guste :-)

Sinopsis: Kalim, el hermano de Farah, sobrevive al ataque por parte del ejército del rey Sharaman, y junto a su hermana, se embarcan en la misión para detener al Visir y vengar a su padre y su gente.

Disclaimer: Ni los personajes ni el juego me pertenecen (lamentablemente :'u), solo escribo por diversión.

Here we go...

El ataque a la ciudad había sido repentino, tanto que su ejército ni siquiera había tenido tiempo de prepararse para luchar. En instantes, había visto a sus hombres caer uno por uno bajo las espadas de sus enemigos. Él mismo había estado muy cerca de ser contado entre las bajas en varias ocasiones, pero había logrado luchar contra los invasores y prevalecer, a pesar de que ello no le hubo servido para detener el ataque. Sin embargo, un soldado persa con mucha suerte había logrado golpearlo tan fuerte que había caído fuera de combate, y el soldado lo había dejado allí, pensando que estaba muerto.

Había despertado algún tiempo después, solo, entre los cadáveres de quienes alguna vez fueron sus leales guerreros, y lo primero que hizo fue ir a la sala del trono, con la esperanza de encontrar a su padre, pero sus esperanzas se desmoronaron cuando contempló el estado del palacio que por tanto tiempo había sido su hogar, y el humo que ascendía de el.

Mas el mal presentimiento que sintió no lo detuvo de ir en búsqueda de su padre a la sala del trono, para al menos verlo una última vez.

Ahí fue donde lo encontró, solo que caído a los pies de su trono, inmóvil, con su espada aún sujeta a su cinturón. Había muerto sin posibilidad de luchar contra su enemigo. Eso solo significaba una cosa.

Los habían traicionado, y el traidor había matado a su padre, apuñalandolo por la espalda.

Se acercó a su cadáver, con la pena propia de haber perdido a su padre, pero no tenía nada más que hacer, así que se limitó a tomar la espada de su padre de su vaina y a jurar que haría pagar al culpable de toda esa calamidad.

Su momento de luto sin embargo fue interrumpido por un sonido de tos que llamó su atención. Tomó su hacha firmemente en su mano, listo para luchar hasta su muerte si era necesario y caminó hacia la fuente del sonido.

Sus ojos se ensancharon cuando vio a un joven servidor tendido en el suelo, con sangre acumulada bajo su cuerpo y saliendo de su boca.

—¿Qué pasó aquí?

Se arrodilló junto al muchacho, cuya cara palidecía de manera enfermiza.

Lo revisó, pero descubrió tristemente que sus heridas eran fatales. No le quedaba mucho tiempo.

—Él... él nos... —tosió más sangre— nos trai...cionó —dijo con su fuerza dejándolo lentamente.

—¡¿Quien?! —apuró el príncipe.

—El... el Visir —tosió un poco más—, él... lo mató... Intenté... detenerlo... pero fallé —declaró con pena.

Sendas lágrimas cayeron de sus ojos hinchados, luego su cuerpo tuvo una convulsión rápida, y finalmente, el muchacho dejó de moverse, sus ojos vidriosos miraron la nada mientras exhalaba su último aliento.

Kalim cerró los ojos, sintiendo su ira y rabia hirviendo dentro de su pecho, listo para hacerlo explotar. Lo había presentido, había tenido un sentimiento de desconfianza hacia ese hombre desde hacía mucho tiempo, y le había revelado a su padre su preocupación por el Visir, pero su padre no le había creído, había minimizado sus temores, diciendo que estaba juzgando al hombre sin conocimiento de su persona.

Sintió su odio por esa serpiente traicionera quemando sus sentidos, envolviendo su corazón, y tuvo la repentina necesidad de golpear algo muy fuerte para descargar su ira.

Quería gritar hasta que su garganta se quemara, y permitir que sus lágrimas lavaran su dolor, pero no lo hizo. Existía la posibilidad de que más soldados acecharan los pasillos de su palacio y que pudieran atacarlo mientras lloraba a su padre y ciudad caídos. Además, no tenía tiempo para eso, tenía que buscar a Farah, su hermana estaba sola, quién sabe dónde. Tenía que protegerla, ya había perdido a su padre, no podía perderla a ella también.

Y a su mente vino otro rostro que también temía ya haber perdido.


Deambulaba por los pasillos y cámaras del palacio tan rápido y sigiloso como podía, encontrando cuerpos de amigos y compañeros de armas en su camino que habían caído protegiendo a su gobernante.

A lo lejos, podía escuchar los gritos de su gente desapareciendo lentamente, el crujir de las lenguas de fuego comiéndose rápidamente las paredes, las casas, la ciudad...

El palacio se sacudía al azar, sus vigas crujían y pedazos de sus paredes caían en su camino. Era una vista desgarradora para alguien que había crecido dentro de esas paredes, que había visto su belleza y ahora veía cómo sus enemigos lo destruían con fuego.

Pero él puso esos pensamientos en el fondo de su mente. Tenía que concentrarse en encontrar a su hermana, la idea de que la mataran a ella también era más dolorosa que la idea de que toda la ciudad cayera.

Después de un rato de vagar encontrando nada más que escombros y muerte en su camino, vio soldados enemigos. Estaban capturando mujeres jóvenes y atándolas por las manos para llevarlas con ellos. Tal vez su hermana había corrido la misma mala suerte... tenía que asegurarse.

Vio a un soldado persa solitario revisando los cuerpos de sus compañeros caídos, para terminarlos si mostraban algún signo de vida. Se acercó a él desde atrás sigilosamente y lo tomó alrededor del cuello con su brazo, cubriendo su boca para evitar que gritara pidiendo ayuda y obligándolo a dejar caer su espada.

Lo arrastró detrás de una pared lejos de miradas indiscretas y le dio la vuelta, su espada rozando el cuello del soldado.

—Di una palabra sin mi permiso y te abriré la garganta —siseó amenazadoramente, entornando los ojos con una mirada gélida.

Presionó su espada contra el cuello del hombre, que estaba sorprendentemente compuesto para la situación en la que se encontraba, para mostrarle que no estaba bromeando, y el hombre asintió lentamente.

—¿Qué van a hacer con las doncellas? ¡Respóndeme! —presionó alzando un poco la voz cuando el soldado no le contestó de inmediato.

—Nuestro... nuestro rey nos ordenó que las reuniéramos —comenzó, tragando saliva cuando vio la furia ardiente del príncipe en sus ojos—. Van a ser llevadas con nosotros en nuestro viaje de regreso... algunas de ellas van a ser un regalo para el sultán de Azad —confesó finalmente.

El corazón de Kalim dio un salto desesperado cuando imaginó que su hermana iba a ser rebajada de su legítima posición para ser enviada a un país lejano, siendo entregada como esclava a un hombre que él ni siquiera conocía ¡Esto era indignante! ¡Ella era una princesa! ¡Ella se merecía mucho más que eso!

Otro rostro femenino apareció en su mente, provocándole una punzada en el corazón, pensando en el terrible destino que podía esperarle... eso si seguía con vida...

Tanto fue su ira que ni siquiera se dio cuenta de que había cortado la garganta del soldado con su espada en su repentino estado de ánimo, matándolo instantáneamente.

Arrojó el cuerpo sin vida hacia atrás, y el hombre muerto cayó sobre la tierra con un ruido sordo. Kalim luego limpió la sangre que se había salpicado en su mejilla y se secó la mano en los pantalones.

Tenía que pensar algo. Ambas eran inteligentes, sabían que no tendrían mucha suerte luchando contra guerreros entrenados, por lo que estaba seguro de que se esconderían en algún lugar. Ya había buscado en los restos del palacio, las habitaciones, los jardines, la cámara del tesoro ahora vacía... el lugar estaba rodeado, si alguna de ellas había estado escondida allí, ya las habían llevado.

Eso es si ellas todavía están vivas... Susurró una voz dentro de su cabeza.

¡Por supuesto que lo están! No encontré sus cuerpos, ni ningún rastro de ellas... además, ambas son hermosas, si las hubieran visto, no hubieran dudado en llevarlas con ellos, y no les harían daño.

Ese pensamiento en particular le dejó un sabor amargo en la garganta, pero era lo que le daría esperanza.

Tenía que colarse en el ejército persa. Esa era la única manera de encontrar a su hermana y liberarla. ¿Pero cómo? Se darían cuenta si él se vestía como uno de ellos, su piel más oscura evidenciaba su procedencia. Su acento también, a pesar de que sabía su idioma.

Se arrodilló junto al soldado muerto, inspeccionando su armadura, dándose cuenta que podía esconder la mayoría de sus rasgos detrás de la ropa y el casco. Con suerte, no tendría que usarlos durante mucho tiempo.

Se quitó la ropa rápidamente, luego se vistió con la ropa y la armadura del soldado muerto, para luego esconder el cuerpo y la ropa. Se sintió abatido por tener que dejar su hacha y la espada de su padre allí, pero tenía que usar la lanza del soldado o su cubierta se pondría en peligro, y no podía permitirse que nadie descubriera su identidad.

Por lo que las escondió en un agujero en la tierra, prometiéndose que volvería por ellas.

Una vez que estuvo vestido con la ropa normal de soldado persa, salió de su escondite y pasó junto a otros soldados que estaban ocupados buscando hombres sobrevivientes para matarlos de una vez por todas.

Con suerte, la mayoría de ellos ya habían muerto o habían huido, por lo que no tendría que preocuparse por defenderlos.

Sabía que no podía quedarse a un lado y dejar que los mataran si ese era el caso.

Se vengaría, después de rescatar a su hermana, vengaría a su padre y este ataque.

Pero lo primero era lo primero.

Caminó alrededor de los enemigos por un tiempo más, manteniendo la cabeza inclinada hacia abajo, para que nadie pudiera ver sus rasgos. Todo ese tiempo, tuvo que controlarse para, movido por el dolor y la furia, no atacar a uno de los otros, lo que se le hizo una tarea titánica, debido a lo mucho que había llegado a odiar a estos hombres.

Pero entonces, todo a su alrededor se detuvo en seco. Levantó un poco los ojos, solo un momento para ver lo que tenía delante cuando lo vio.

Sintió la rabia y el odio ardiendo dentro de él otra vez, la bilis subiendo hasta su garganta, y su mano se endureció alrededor de la empuñadura de la lanza.

Allí estaba él, el culpable de la muerte de su padre, la esclavitud de su hermana y la caída de su ciudad.

Estaba allí, junto a sus enemigos, montando a caballo, al lado del rey persa y su hijo, quienes estaban satisfechos con la destrucción y la desesperación de su gente, felices con la recompensa que habían ganado a expensas de miles de vidas, como si fuera un día común, como si él no hubiera traicionado a su amo y sus compatriotas.

Sintió el repentino deseo de correr contra él y hundir su nueva lanza dentro de él, o cercenar la cabeza del Visir con un corte limpio, pero apretó los dientes y se detuvo antes de hacer algo que lamentaría más pronto que tarde.

Tragó con dureza y bajó la cabeza antes de que pudiera verlo. Primero tenía que encontrar a su hermana y asegurarse de que ella gozaba de buena salud.

Él lo mataría. Oh, seguro que lo haría, pero eso tendría que esperar.

Pasó junto a los jinetes y continuó con la búsqueda de su hermana. Y luego vio carros llenos de oro y plata, piedras preciosas, etc. Incluso vio una de las posesiones más preciadas de su padre, el reloj de arena. Si lo tenían, también habían tomado la daga, seguramente.

Su padre le había contado a él y a Farah la historia de cómo los había obtenido muchas veces cuando era niño, y a menudo les recordaba lo peligrosos que podían llegar a ser en las manos equivocadas.

Caminó entre los carruajes, sin importarle los bienes materiales. No valían para él, él hubiera preferido tener a sus seres queridos con él.

Finalmente, encontró un carruaje especial para transportar a las decenas de doncellas que el enemigo había capturado. No pudo evitar mirarlas a los ojos, sintiendo una dolorosa punzada en su corazón ante la vista. No tenían esperanza, sus ojos brillaban con lágrimas no derramadas, algunas de ellas tenían sangre que les humedecía la ropa.

Apretó el puño. Se juró que también iba a vengarlas.

Luego, mientras sus ojos recorrían los rostros de las pobres chicas, la encontró, con un suspiro de alivio seguido de una sonrisa triste. Tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para evitar correr hacia ella y abrazarla cálidamente.

Estaba atada sobre una especie de carro, con la ropa roja que él la había visto usar esa misma mañana. Se sintió indignado por verla así, atada como una bestia. Quería acercarse a ella y decirle que no estaba sola, que estaba con ella, que su hermano la iba a liberar pronto.

Pero Kalim no podía hacerlo, no podía acercarse a ella o alguien podía sospechar, no podía atraer atención no deseada, eso sería peligroso para ambos.

Escuchó al rey dar la orden de abandonar la ciudad y dirigirse al campamento, y otro hombre dijo algo sobre que iban a pasar la noche allí y volver a tomar el camino por la mañana.

Kalim decidió que iba a hablar con su hermana esa noche, mientras tanto, iría con el séquito persa.

Con una última vista de su amada ciudad ahora reducida a ruinas y cenizas, con el humo que se alzaba hacia el cielo nublado y la promesa de venganza, se dio la vuelta y fue detrás de sus enemigos.


El campamento persa había sido establecido entre la selva que se hallaba en los límites de su ciudad ahora destruida. Le encantaba la vista que tenía desde la ventana de su habitación, la extensión de color verde oscuro extendiéndose hasta donde sus ojos negros como el carbón podían alcanzar, en contraste con el cielo azul.

Pero ahora no podía mirar alrededor de la espesa selva que lo rodeaba sin pensar que había servido de escondite para sus enemigos.

Siguió a los otros hombres, haciendo tareas sin sentido alrededor del campamento para mantenerse a cubierto, y eso sirvió lo suficientemente bien. Nadie le echó un ojo hacia él, podría pasar inadvertido.

De vez en cuando se permitía mirar a su hermana, sintiendo que su estómago se retorcía de dolor al ver su rostro angustiado. Sus hermosos ojos negros que se caracterizaban por siempre estar brillando y centellando con amabilidad y dulzura ahora estaban apagados, endurecidos. Sus labios estaban colocados en una curva hacia abajo. Podía ver la tristeza en su mirada, su dolor, su luto. Podía ver la odiosa mirada dirigida al Visir, y la intensidad con la que observaba a quien sabía ahora que era el príncipe. Y el dolor. Ella pensaba que su hermano también se había perdido para siempre.

Pero se consoló pensando que iba a poner una sonrisa en su bonita cara cuando lo viera, vivo y saludable. Él iba a darle nuevas esperanzas.

Solo tenía que esperar hasta la noche.

Vio desde lejos cómo las jóvenes se pusieron en fila para que el rey caminara delante de ellas y las inspeccionara, y el corazón le dio un súbito vuelco al distinguir entre los rostros a una doncella que conocía del palacio, una de las siervas de su hermana. De nuevo tuvo que reprimir sus ansias de correr hacia ella y envolverla en sus brazos, besar sus labios y decirle cuán feliz y aliviado estaba de verla a salvo, eso habría sido un desliz fatal, para ambos, así que solo atinó a observarla con añoranza, con una suave pero a la vez triste sonrisa. No había rastro del príncipe o el visir en ninguna parte. El rey Sharaman las observaba con atención. Entre esas jovenes también estaba su hermana, que a diferencia de la otra muchacha cuyo rostro no reflejaba más que dolor y angustia, se mantuvo alta y orgullosa, con la cara tranquila, sin traicionar nada de lo que podría haber estado sintiendo en su corazón.

Se había sentido molesto al saber que Farah estaba siendo elegida como si fuera una más entre muchas mujeres, porque aún era una princesa, incluso si su padre había sido derrotado y su ciudad tomada.

Finalmente, el rey terminó la elección y Farah terminó entre las doncellas seleccionadas para ser un regalo para el Sultán, al igual que la otra joven.

Kalim sintió sentimientos conflictivos, porque se sentía mal al saber que le estaban dando así como esclavas, cuando su tradición hubiera sido que él y su padre serían los encargados de buscar un pretendiente adecuado para ella, alguien digno de su hermana. Por otro lado, se sintió aliviado de que ellas no fueran dejadas de lado como esclavas para alguno de los soldados, o peor, del príncipe o del rey mismo.

No podía soportar la idea de que su hermana ni aquella muchacha por la que sentía cariño se convirtieran en las concubinas de uno de los asesinos de su padre.

Por la noche, esperó hasta que los otros soldados a su alrededor estuvieran dormidos para levantarse. Había guardias que mantenían el campamento a salvo, y algunos otros soldados caminando, practicando con sus espadas, otros estaban sentados alrededor de un fuego y afilando sus armas.

Era fácil evitarlos, nadie le prestaba demasiada atención a alguien que no era su amigo. Podía llegar a la tienda donde su hermana estaba siendo retenida sin dificultad.

La parte difícil era colarse dentro de la tienda donde las mujeres para el Sultán estaban durmiendo. Los guardias vigilaban los alrededores para asegurarse de que ninguna mujer pudiera huir por la noche.

Pero siempre había una forma de entrar.

Observó a los guardias, uno en particular luchaba por mantenerse despierto. Era su mejor opción.

Aprovechándose de su estado de sueño, se arrastró detrás de él hacia la tienda, cuidando de no hacer ningún ruido o movimiento repentino. Levantó un dobladillo de la tela y se metió debajo, metiéndose con éxito dentro.


Farah no estaba dormida, no creía que pudiera haber dormido aunque la amenazaran. Sus ojos negros estaban perdidos en la oscuridad, en la inmensidad de la tela que hacía como un techo. A su alrededor, las otras doncellas habían caído en un sueño doloroso. Ella las había escuchado llorar por sus familias muertas, y como su princesa había hecho todo lo posible para consolarlas, para apoyarlas en su dolor. Curiosamente, ella era una de las muchachas más jóvenes y aún así había tenido que apoyar y consolar a las muchachas mayores.

La pregunta era: ¿quién la consolaría a ella?

Justo cuando pensaba en eso, sintió un movimiento dentro de la tienda, el roce de telas. Agarró su sábana con fuerza, permaneciendo inmóvil para no hacerle saber a quien fuera que estaba despierta.

Cerró los ojos, pero luego abrió uno de ellos y vio la forma de una persona en la oscuridad.

La figura se arrastró silenciosamente en dirección a ella, y ella sintió que todo su cuerpo se tensaba ¿Quién era esta persona? ¿Que quería allí adentro?

Repentinamente...

Él levantó la cabeza, fijando sus ojos en los de ella, y ella jadeó suavemente ante su vista, su tristeza se convirtió en desconcierto, seguida por incredulidad, luego sorpresa y finalmente una felicidad tan grande que sintió lágrimas en sus ojos, amenazando con caer libremente. Hizo un pequeño gesto con la mano para que se mantuviera en silencio, y ella asintió sin apenas mover la cabeza, temiendo hacer un ruido que pudiera alertar a los guardias de la presencia de su hermano.

Miró a su alrededor una vez antes de caminar sigilosamente hacia ella, lo suficientemente cerca como para hablar en voz baja y para que ella pudiera escucharlo lo suficientemente claro.

Ella se sentó sobre su litera, también mirando a sus compañeras en desgracia. Todas ya estaban dormidas, cansadas del horrible día que habían tenido, pero Farah había sido la única incapaz de quedarse dormida.

Kalim se arrodilló a su lado, y ella se arrojó a sus brazos, abrazándolo como si su vida dependiera de ello, escondiendo su rostro en su cuello, sus lágrimas finalmente cayeron en silencio.

Él le devolvió el abrazo, cerrando los ojos, inhalando y exhalando profundamente aliviado por tenerla nuevamente cerca de él, viva e ilesa.

Él la dejó llorar sobre su hombro por un rato, haciendo círculos lentamente en su espalda con sus manos como una forma de consolarla. Él también dejó caer sus propias lágrimas, pero mantuvo su compostura por el bien de ella. Tenía que ver a su hermano mantenerse fuerte para ganar fuerza para sí misma.

Finalmente, sus sollozos silenciosos se desvanecieron, y ella dejó de temblar entre sus brazos. Lentamente, ambos se separaron, pero él mantuvo sus manos sobre sus delgados brazos, y ella dejó las manos sobre sus hombros. Entonces sus expresiones tristes cambiaron a suaves sonrisas felices.

—Pensé que estabas muerto —dijo ella en un susurro, mirándolo con desconcierto aún persistiendo en sus ojos.

—Me desmayé en algún lugar de la batalla —explicó, tomando sus manos de sus brazos para levantar sus manos a su cara y limpiar el rastro de lágrimas de sus ojos con sus pulgares—. No sé cuánto tiempo me quedé así, lo siento, no pude protegerte, lo primero que pensé cuando me desperté fue ir a buscar a nuestro padre...

Los rostros de ambos se apagaron.

Los ojos de Farah perdieron su brillo, y ella miró hacia abajo. Ella sabía de qué estaba hablando porque lo había visto.

—Lo vi —dijo en voz baja—, nuestro padre, lo vi asesinado por ese traidor. Ahsok intentó defenderlo, pero él también fue asesinado —ella sollozó—. No pude hacer nada —se lamentó.

—Lo haré pagar —dijo Kalim con decisión y una dura mirada—. Te liberaré y luego iremos a matarlo juntos, vengaremos a nuestro padre y nuestra ciudad —juró con rabia atando sus palabras.

Ella puso una mano sobre la mano de su hermano que estaba cerrada tan fuertemente que temblaba.

—No, no podemos hacer eso, no ahora.

Él la miró sin entenderla.

—¿Por qué no? Él merece tener el mismo destino que nuestro padre tuvo en sus sucias manos.

—Por favor, Kalim —le rogó ella—. Sería peligroso, somos solo dos en un campamento de miles de guerreros, no podemos salir impunes de su asesinato, él está en buenas relaciones con el Rey, está bien protegido.

Kalim resopló molesto por la situación.

—Además, el príncipe tiene la daga —agregó.

—¿Y qué? No saben cómo funciona el reloj de arena de todos modos —dijo Kalim—. Y deben haber destruido todos los textos sobre los secretos de las arenas, estaban más preocupados por el oro y todas esas cosas brillantes.

—Pero el Visir lo sabe —dijo Farah—. Los vi, en la bóveda de tesoros de nuestro padre, antes de ser capturada.

—¿Qué viste? —preguntó su hermano, interesado.

—El príncipe apareció con la daga y se la presentó a su padre, el Visir trató de quitársela, pero el rey lo detuvo, y deberías haber visto su rostro cuando el rey le dijo que él tampoco podía tener el reloj de arena, se estaba retorciendo de ira.

—¿A dónde quieres llegar con eso?

Farah exhaló por la nariz con impaciencia, su hermano a veces no conectaba los puntos.

—Él traicionó a nuestro padre porque quería tener acceso a las reliquias de las arenas—le aclaró.

Kalim la miró sin comprender por unos momentos, mientras la información se filtraba en su mente, hasta que al fin terminó por entenderla.

Finalmente suspiró de frustración y molestia.

—Entonces, él traicionó a nuestro padre por nada —escupió enojado—. El príncipe se apropió de la daga, y el Sultán tendrá el reloj.

—Ambos lo conocemos lo suficiente como para saber que eso no lo va a detener —dijo Farah—. Si quiere hacerlo, encontrará un camino, es solo cuestión de tiempo.

Kalim asintió, los engranajes en su cerebro trabajaban rápido para encontrar una solución.

—Bueno, entonces, robo la daga, te libero y a las demás, finalmente, ambos lo matamos y escapamos —Kalim comenzó a planear—, podríamos viajar a uno de los aliados de nuestro padre y pedirle refugio.

—No es tan fácil, hermano —replicó ella—. La daga está en posesión del príncipe, la guarda con él en su cinturón todo el tiempo, no puedes tomarla tan fácilmente.

Kalim resopló, molesto.

—¿Qué sugieres, entonces? —soltó con dureza.

Inmediatamente, se arrepintió al ver la mirada herida de su hermana.

—Lo siento, es solo que ... estoy empezando a frustrarme, estoy molesto y furioso, con todo lo que sucedió —suspiró—. Sólo quiero que el Visir pague y liberarte...—miró hacia el suelo.

—A mi...y a Arundhati ¿o me equivoco? —inquirió con tono jugueton su hermana para levantar el ánimo del ambiente.

Kalim alzó la cabeza con expresión sorprendida.

—Si te preguntas como lo sé... los vi una vez juntos en uno de los jardines, era muy noche y yo no podía dormir, así que me escabullí de mi cuarto y di unas vueltas por el palacio... —explicó.

Su hermano asintió comprendiendo.

—¿Lo sabía alguien más?

Su rostro se relajó cuando ella meneó la cabeza en negación.

—Si por alguien más te refieres a nuestro padre o alguien de la corte cercano a él, no, nadie más aparte de mi lo sabía.

—Yo... iba a... pensaba confesartelo —dijo Kalim ahora luciendo avergonzado y arrepentido—. No podía ya más seguir viviendo con ese secreto, esperaba poder decirtelo y que tal vez me pudieras ayudar a buscar una solución o darme algun consejo.

—Sabes que él que nuestro padre lo aceptara habría sido muy difícil de lograr —le recordó Farah.

—Lo sé...

Ella no quería desanimar a su hermano, pero debía ser realista. Arundhati era dulce, cariñosa y amable, pero era una esclava a los ojos de su padre. Él había sido un buen padre para con ellos, pero las tradiciones estaban muy arraigadas, jamás habría aceptado que su hijo la tomara por esposa.

Se mantuvieron en silencio.

—Entonces, ¿qué crees que deberíamos hacer respecto a ese traidor? —preguntó él, cambiando de tema.

No tenía deseos de pensar en ello por el momento.

—Planean visitar al sultán de Azad —informó Farah.

Kalim solo asintió. Él ya era consciente de eso.

—No creo que el Visir intente algo en el momento, podría ser descubierto por el rey persa, estoy seguro de que esperará hasta llegar a Azad antes de hacer algo.

—Sería su última oportunidad —dijo Kalim—. ¿Qué hacemos hasta entonces?

—Esperar, supongo —respondió ella, con resignación.

Kalim tarareó.

—No sé cuánto más podría soportar —confesó—. He necesitado de cada porción de mi fuerza de voluntad para no matar a algunos de estos hombres —bromeó.

Ella se rió en voz baja para no hacer mucho ruido.

—¿De dónde sacaste eso? —preguntó, inclinando la cabeza y mirando el atuendo que llevaba puesto.

Kalim miró hacía abajo a su nueva ropa. Era un conjunto azul, con botas negras, y las piezas de armadura encima eran amarilla y marrón.

—De un soldado muerto, era la única manera de colarme aquí, no te preocupes, escondí muy bien su cuerpo y mi ropa.

Él le sonrió de una manera tranquilizadora, y ella le devolvió el gesto.

—Creo que es hora de que me vaya —dijo finalmente.

Ella asintió. A Farah le habría encantado tener a su hermano con ella todo el tiempo después de haber pasado todo el día pensando que estaba muerto, pero ella sabía que era un deseo tonto y peligroso.

Se conformaría con saber que él estaba vivo y bien, observándola y manteniéndola a salvo desde lejos.

Se inclinó sobre ella y le dio un beso en la frente.

—Nos vemos hermana —le dijo.

—Por favor, ten cuidado —le respondió ella.

Kalim hizo un leve asentimiento de cabeza y se escabulló de la tienda. Usando la oscuridad, regresó a su campamento sin ser detectado.

Dentro de su propia tienda compartida, Farah finalmente se pudo dormir, aliviada porque ya no estaba sola en esto.

N/A: Y he aquí el primer capítulo ¿que les pareció? Sus opiniones serán bien recibidas.

Por si alguien se lo pregunta, Kalim aparece en el juego de estrategia por turnos Batallas del Príncipe de Persia, y es el hermano mayor de la princesa. Surgió mucho después del primer juego.

Antes que nada, dejo claro que las muestras de cariño entre Farah y Kalim -como los abrazos- son puramente debido a sus lazos fraternales y nada más.

Las edades de los prota del POP son las mismas, Farah tiene entre 17 y 18 y El Príncipe tiene 21. De Kalim no se específica la edad, pero en este fic tendrá unos 28.

Tengo unos cuantos capítulos escritos, editados y sin editar, además de ideas y eso, pero que no puedo asegurar que vaya a actualizar muy seguido, además de que se me van ocurriendo cosas para agregar conforme voy escribiendo, así que voy a estar igual que ustedes, sin saber que va a pasar hasta el final :v...

Sin más que agregar...

See ya!

H. C.