Introspección I
Murdoc
Vomité afuera, otra vez.
No es como si me sorprendiera hacerlo. Tampoco es como si no estuviera acostumbrado al calor que me sube por el cuerpo y después me deja sacarlo todo como un enfermo. Como si buscara algo de alivio en tu mirar decepcionado. Pero me veo de formas tan diferentes al pasar de los días que me he sentido hastiado de mí. De mi cara, y de mi cuerpo. De mí propio albur. De todo lo que me compete como lo que soy.
Stu, yo siempre supe que había algo malo dentro de mí.
No es una enfermedad, no es un simple malestar que se quita con los días. Que por cierto, no he dormido en días, pero que más da que mencione esto. De todas formas estoy lo suficientemente perdido como para poder saber a que le hablo. Si es a la pared, a ti, o incluso a mí. ¿Ya te diste cuenta de lo mucho que hablo de mí? Siempre es Mí. Mí, mí, mí. Mí. Mí tan hueco, y tan sólo. Y tan podrido, buscando consuelo contigo. La mayoría de las madrugadas... Si. Exactamente las madrugadas. ¿Se sienten puntuales Stuart? Porque siento que cada vez, de doce a tres, me pierdo en todas tus formas. En todo tu existir. Imperfectamente imperfecto, expectante, como si te fuera a hacer algo.
Pero eres muy dulce, muy muy dulce. Tan dulce que no te das cuenta de que en ese momento soy yo quien se encuentra totalmente débil, y a la deriva. Expuesto para que tu avances, y me hagas sentir miserable. Como merezco sentirme. Como siento que debería sentirme.
Y de nuevo te digo, que siempre supe que algo había mal conmigo. Siempre. No era la simple introspección que un niño se hace cuando se mira las manos y descubre estar vivo. Era otra. Era diferente. Era esa introspeccion que me aterraba hacerme todas las tardes. Tambien puntuales (a la perfección, como me encanta), siempre apareciendo a las doce. De camino a casa. Nunca supe porque me sentía así. Porque me abría de esa forma, y porque me hacía falta algo. Siempre lucía de esa manera, mientras me examinaba las manos.
Vaya idiota, ¿no? No sabía que estaba vivo despues de todo. Porque no me sentia vivo. Me sentía muerto. Me sentía en un estado tranquilo pero caótico. Yo no podía explicarlo. No tenía la edad, ni tampoco el vocabulario. Sólo estaba enojado. O tal vez triste. Sólo estaba. Y era eso mismo, estar. La ironía de la palabra; porque estaba, pero nunca estaba en mí. Y de nuevo hablo de mí mismo... A veces me miro al espejo, y me observo como si fuera otro. Intento juzgarme, poco a poco. Juzgarme la mirada, y el andar, y la cara. A veces le temo tanto a mi mirada. Es como si viera a mi padre a los ojos, a mi abuelo, a mi hermano. Es como si mirara a todo mi público vacío, carente de sentimientos frente a mí, aquél de cuando era niño. Es verme, asustarme conmigo mismo. Con mi propia forma de verme, y de sentirme, y todo cesa hasta que me siento cansado de imponerme miedo y me alejo como perro cobarde.
No te escribo esta carta como reproche... Es más una clase de invitación...
Y un pedir perdón excusado.
Me conoces... Pero creo que jamás podras del todo. Porque incluso yo tengo miedo a conocerme.
¿Sabes porque estoy enamorado del mar, Stu?
Bueno... Eso piensas tú. Pero mi relación con el mar es tan compleja como esta relacion que llevo viviendo años contigo. Como esta relación tan podrida y al mismo tiempo tan brillante que no me deja separarme de ti, incluso si ambos nos repelemos de vez en cuando, bebiendo. Ésta es mi total sinceridad, muchacho. Hablo de mí. Y no lo lamento ahora.
Cada vez que estoy frente al mar, siento unas frenéticas ganas de huir de el. Se acerca, con su oleaje, como si quisiera tocarme. Como si quisiera saber de que se trata eso que se encuentra a la orilla, parado. Un pedazo de carne que de vez en cuando toca, porque se ahoga; porque se lo traga vivo. Pero por alguna razón, siempre se ve tan curioso a mí. Lo veo. ¡Es gigante! Es enorme. Es tan maravilloso, y tan gentil, pero al mismo tiempo tan poco estable, tan poco indefenso.
Algo así, como yo. Se que debe sonarte egocéntrico. O tal vez algo totalmente estúpido. No te rías... Por favor.
Cada vez que lo miro, me pierdo en sus aguas. Me siento pálido entre ellas. Me siento arrastrado. Pequeño. Inconciso. Como si no tuviese fin, incluso si lo tengo. Lo miro, y me mira a mí. Se me acerca y me alejo. Siento que el corazón se me hace un lío. ¿Te acuerdas de aquélla vez que estabamos en la playa, en Jamaica, y pasabamos horas conversando de lo que sea? ¿Recuerdas como me emocionaba y al mismo tiempo, me asustaba tenerlo tan cerca? Yo lo recuerdo... Seré más viejo, pero no idiota. Ni olvidadizo.
Pero, ¿para qué me molesto?
Sé que estás echando rabias porqué te he escrito.
¿O me equivoco, Stuart Pot?
También recuerdo lo extraño que era para mí sentir tanto. Sentir.
Dejarle sentir era tan complicado para mi cabeza. Una persona analítica puede hundirse al cosquilleo de un simple sentimiento.
Te lo he dicho, no puedo dormir desde hace días.
Me veo el reflejo en los charcos.
Es mi cara. La conozco.
Pero se siente diferente.
Y creo que es por eso mismo que no puedo dormir... Porqué necesito desmenuzar esto. Necesito analizar. Cavilar. Necesito pensar más...
Necesito más.
Más pensar.
Necesito desmenuzar todo, Stu.
Todo entre tu y yo.
Esta fue otra de esas malditas retrospecciones...
—Angustiado, e insolente. Tal vez tuyo, Murdoc. Faust. Niccals.
